El incómodo ejercicio kirchnerista de mirarse en el espejo de Lula Da Silva

Cristina Kirchner y Alberto Fernández compiten por asimilarse al líder del PT. Pero hay datos que los dejan bastante lejos. Uruguay como una anomalía en un continente polarizado y en crisis. Y el sombrío panorama externo que enciende las alarmas

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner, cuando todavía se hablaban, y Lula Da Silva
Alberto Fernández y Cristina Kirchner, cuando todavía se hablaban, y Lula Da Silva

Cristina Kirchner, la principal accionista del Frente de Todos, interrumpió el 1° de enero para publicar un tuit en su honor. Y el presidente Alberto Fernández directamente viajó con una comitiva minúscula para estar presente en los actos y pompas de asunción. Por distintas razones, los dos creen que el regreso de Luiz Inacio Lula Da Silva al poder en Brasil puede ser, en realidad, un guiño o anticipo de la historia sobre sus destinos políticos.

Pero, en verdad, el modelo Lula 3.0 ubica a ambos políticos argentinos bastante lejos de la experiencia brasileña. Incluso, hay datos evidentes y otros más sutiles que los ubica a los dos más del lado de Jair Bolsonaro que del líder obrero que otra vez lloró al jurar su tercer mandato. Y al que Alberto Fernández elogió al nombrarlo como “el Perón brasileño”.

Lágrimas. Luiz Inacio Lula da Silva llora en su discurso junto a su esposa, Rosangela "Janja" da Silva
Lágrimas. Luiz Inacio Lula da Silva llora en su discurso junto a su esposa, Rosangela "Janja" da Silva

Lula habló en dos discursos que brindó en el Congreso brasileño y en el Palacio del Planalto. En sendas instancias no ahorró las críticas contra la administración saliente, a la que acusó de encarnar una dictadura, desarticular el Estado, de fascismo, barbarie y hasta de ser responsable de un genocidio, por la cantidad de brasileños que murieron en pandemia.

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Fueron palabras pronunciadas ante la estruendosa ausencia de Bolsonaro, que prefirió subirse a un avión con rumbo a Florida, Estados Unidos, donde se dejó fotografiar comiendo pollo frito y saludando a simpatizantes tan ocasionales como oportunos. El mandatario saliente -como lo hizo Cristina Kirchner en diciembre de 2015- prefirió vaciar el acto de traspaso para buscar, así, quitarle legitimidad ante sus seguidores al nuevo presidente.

Bolsonaro despreciando a su sucesor, y Lula anunciando denuncias para que los jueces se ocupen de investigar a su antecesor exponen que la polarización, lejos de moderarse, llegó para quedarse en un Brasil que se debate, ahora, entre democracia y dictadura, o entre delincuentes y decentes.

El gigante sudamericano se sumó así a una geografía dominada por la fragmentación y los antagonismo con una anomalía: Uruguay, el país que sobresalió al presentarse juntos el actual presidente Luis Lacalle (Partido Nacional) con sus antecesores, José Mujica, del Frente Amplio; y Julio María Sanguinetti (Partido Colorado).

Según expresó el mandatario uruguayo, con la presencia de los tres mandatarios buscó mostrar “nuestras mejores tradiciones”, porque la unidad con la que se muestra la política “habla bien del país que todos queremos, sin perjuicio de las diferencias”.

La anomalía uruguaya. Luis Lacalle Pou, José Mujica y Sanguinetti estuvieron juntos en la asunción de Lula.
La anomalía uruguaya. Luis Lacalle Pou, José Mujica y Sanguinetti estuvieron juntos en la asunción de Lula.

Similitudes y diferencias

Cristina Kirchner y Alberto Fernández se encuentran para la artificial asimilación con Lula ante una aporía inocultable: el líder del PT llega al Planalto proponiéndose como el “cambio”, la hoja nueva que la historia ofrece a un país atormentado, a su juicio, por un mal gobierno de cuatro años, donde -planteó- se multiplicaron los abusos, los muertos en pandemia, los femicidios y una regresión en los niveles desigualdad.

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La dificultad para cualquier propuesta del Frente de Todos es demostrar que los tres años anteriores y el que comenzó este fin de semana, en realidad, no fueron tan malos y que pueden ser, incluso, Alberto o Cristina, portaestandartes de ese cambio.

Se hace entonces más claro por qué el presidente se viene esforzando las últimas semanas en convencer que el tiempo vivido, en realidad, no fue aquello que la mayoría recuerda -con inflación galopante, caída del poder adquisitivo del salario, pobreza y fiestas en Olivos- sino un gobierno con un éxito imperceptible, si se quiere, asintómatico.

Lo hizo, sin ir más lejos, en una entrevista que en Brasilia le hicieron los periodistas de C5N Daniel Ballester y Juan Amorín: “Al final, los argentinos van a darse cuenta que tuvieron un gobierno que tuvo que afrontar dos años de pandemia y dos años con guerra y, aún así, fue la única gestión que habrá logrado que durante tres años consecutivos consiguió que el Producto Bruto argentino crezca, que creó un millón y medio de puestos de trabajo, que bajó el desempleo, que lucha contra la inflación y para que la distribución sea más equitativa”.

Alberto Fernández y Lula Da Silva, en la ceremonia de asunción en Brasilia
Alberto Fernández y Lula Da Silva, en la ceremonia de asunción en Brasilia

“Los argentinos sabrán ponderar todo este esfuerzo. Un gobierno que además ha hecho de la honestidad una práctica y a mí eso me parece que hay que ponerlo en valor. Ahora que se conocen posibles chat con negocios incompatibles entre concesionarios del Estado con funcionarios del Estado en la ciudad de Buenos Aires”.

Sin hinchada propia ni promotores de una candidatura improbable, Alberto Fernández no dejó pasar la oportunidad, incluso en esa entrevista, de renovar la embestida contra los jueces de la Corte Suprema, aunque más precisamente contra el titular, Horacio Rosatti. Ahí también contrasta con Lula Da Silva, que no sólo elogió a los jueces, sino que les reconoció ser artífices de garantizar unas elecciones limpias, pese a que las embestidas de las huestes de Bolsonaro pusieron a temblar las instituciones brasileñas.

Cristina Kirchner, por su parte, también encuentra dificultades para transmutar las experiencia petista. Es que la vicepresidenta dio un paso que Lula jamás se permitió: darse por vencido antes de que la Justicia le cerrara definitivamente el paso para ser candidato.

En las elecciones que terminaron con Bolsonaro presidente, el líder del PT batalló en tribunales hasta el último aliento para ser candidato. No fue hasta que los jueces le impidieron seguir que Lula “se entregó”.

La vicepresidente, en cambio, planteó de manera pública un argumento más político que real: lanzó la “proscripción” como una épica que, en los procedimientos y las leyes no existe. Sin condena firme -que sólo se concreta con el “doble conforme” que otorgaría la intervención de la Casación y la Corte- CFK no tiene impedimento formal alguno para competir en los comicios que se harán entre agosto y noviembre próximos.

En ese contexto, la avanzada contra los jueces que ensaya el peronismo, que afecta las instituciones democráticas en sus cimientos, se agudizó después de la condena que recibió la vicepresidenta a seis años de cárcel e inhabilitación perpetua, que recibió por corrupción en la obra pública de Santa Cruz.

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Es un delito que un tribunal de primera instancia dio por probado después de la intervención en el proceso -que estuvo plagado de nulidades e incidentes promovidos por los abogados de la vicepresidenta- de decenas de abogados, jueces, fiscales y peritos.

Un pronóstico sombrío

Mientras el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner se muestra en las primeras horas del año en hablar de Lula y de los problemas que tiene los políticos con los jueces, un pronóstico alarmante apareció en el horizonte del 2023, que contrasta con las proyecciones optimistas que derrama el oficialismo.

En un reportaje que brindó a la periodista Margaret Brennan, del programa “Face the Nation” de CBS, la titular del FMI, Kristalina Georgieva, trazó un panorama sobrecogedor del 2023: “Será un año difícil, más difícil que el año que dejamos atrás. ¿Por qué? Porque las tres grandes economías, Estados Unidos, la Unión Europea y China, se están desacelerando simultáneamente”.

Kristalina Georgieva planteó un pronóstico muy preocupante para el 2023.
Kristalina Georgieva planteó un pronóstico muy preocupante para el 2023.

La funcionaria de origen griego resaltó en ese reportaje que durante las últimas tres décadas las economías emergentes cuadruplicaron su tamaño arrastradas por la locomotora global que significó China. Genera esos dichos cierta amargura, porque desde el 2012, Argentina padece de un estancamiento que desafía las reglas de la gravedad o del sentido común.

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El país gobernado por Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández vio con la ñata contra el vidrio una fiesta a la que estaba invitado pero se quedó afuera.

La importancia de los dichos de Kristalina Georgieva radica en que es la cara detrás del mostrador al que Argentina deberá ir en este año de elecciones a pedir, periódicamente, la renovación de vencimientos (o más sencillamente, clemencia). Es la autoridad de aplicación de un programa que el kirchnerismo tiene que tolerar después de haber fracasado en su rechazo en el Congreso. Cristina Kirchner supo interpretar antes que nadie que el acuerdo que promovió Martín Guzmán, en los hechos, establecía un co-gobierno. En 2023 sentirá, con todo, su rigor.

Retomando el reportaje con la prestigiosa cadena de noticias estadounidense que se difundió cuando recién se estrenaba año, otra definición extensa pinta el riesgo al que se asoma la Argentina, mientras la política discute si los fallos de la Corte Suprema son opinables o se respetan:

“China está desacelerándose y podría entrar en recesión y crecer menos que la media mundial. Eso nunca ha pasado antes y significa que podría arrastrar la actividad económica mundial en lugar de impulsarla (...) este ambiente también afectará a los países en desarrollo y a los países emergentes (NdR: como Argentina) porque la suba de la tasa de interés en los Estados Unidos y la apreciación del dólar afectará a sus exportaciones (...) esta recesión será devastadora para los países altamente endeudados”.

El primero que debería preocuparse es Sergio Massa, el ministro que estabilizó una economía que venía en picada por las internas y las intrigas de palacio y cuyo destino político está atado a que la inflación se modere a niveles cercanos al 3%, en simultáneo con una recuperación del salario, la actividad creciendo y el Banco Central provisto con todos los dólares necesarios. Una carambola dificilísima o un milagro.

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