No solo los goles de Lionel Messi o las atajadas del “Dibu” Martínez causan asombro y admiración en el mundo. Hay otras demostraciones de habilidad, menos difundidas, que podrían lograr impactos similares si el planeta se enterara. Un buen ejemplo es lo sucedido el 20 de diciembre en el Obelisco porteño mientras 5 millones de argentinos festejaban la obtención del Campeonato Mundial de Fútbol. No hay registros visuales porque hasta allí no pudieron llegar las cámaras de la TV, ni los drones ni el ómnibus celebratorio con los campeones de Qatar.
Un grupo de unos veinte simpatizantes, los llamaremos así, arrancó temprano en la mañana un operativo para ingresar al Obelisco y tener una vista privilegiada de la fiesta popular. Llevaban mazas y cortafierros, y se dedicaron durante más de tres horas a martillar la única puerta que el monumento tiene en la cara oeste de su estructura de 67 metros de alto. Mientras los hinchas esperaban a sus ídolos, los muchachos lograron forzar la entrada y romper las soldaduras que el gobierno de la Ciudad había practicado para que nadie pudiera ingresar en esas horas.
No resultó. Como tampoco funcionó que sacaran uno de los tramos de la escalera interna para que nadie subiera hasta el polígono que corona la mole de cemento. Los invasores treparon por un cable que conecta los pararrayos que hay en el punto más alto y pudieron alcanzar el tramo superior de la escalera. Desde allí siguieron y pudieron saludar a la multitud desde una de las ventanas que el Obelisco solo habilita en ocasiones especiales.
Hasta avanzada la tarde, los invasores mostraban sus cuerpos fuera de la ventanita y balanceaban sus piernas sobre el abismo, generando el ¡uuuh! aterrorizado de la multitud, temerosa de una caída que precipitara la tragedia. La misma fortuna que nos ayudó en los penales de la final contra Francia, también corrió en auxilio de los festejos argentinos. Que no cayera nadie fue otro milagro mundialista. Argentina, un país con buena suerte.
En el gobierno porteño, que administra Horacio Rodríguez Larreta, aseguran que era imposible defender el Obelisco con policías armados. El ataque de cientos de barrabravas alpinistas hubiera podido terminar en masacre. Al caer la tarde, y cuando la muchedumbre con mujeres, ancianos y niños ya amainaba, un grupo de bomberos y agentes policiales recuperaron el control del monumento. De los 14 detenidos en los festejos del martes, siete eran parte del grupo invasor del Obelisco. Todos serán procesados por atentado contra la propiedad pública.
El ataque al Obelisco es apenas una de las tantas fotografías decadentes de una celebración que derramó felicidad en todos los rincones geográficos del país. Hubo quienes cayeron de la Autopista 25 de Mayo, quienes se quebraron las piernas al balancearse sobre las columnas metálicas de los semáforos y los dos sujetos inclasificables que se arrojaron dentro del micro que llevaba a los campeones. Uno logró caer adentro, y rebotar sobre la humanidad de Lautaro Martínez, y el otro no acertó con la ecuación entre velocidad y espacio para terminar en el asfalto.
Las imágenes de los dos trapecistas callejeros recorren el mundo, viralizadas y mezcladas con los goles de la Selección. Es una metáfora de estos tiempos. Y es el complemento perfecto de lo que sucedía en lo más alto del poder. Alberto Fernández había preparado la Casa Rosada con una bandera albiceleste que recorría el balcón histórico de punta a punta. Había sandwiches y bebidas para todos y la promesa oficial de imitar a Raúl Alfonsín en 1986. “El balcón es para ustedes solos con el pueblo”, era el mensaje del Gobierno. Pero no le creyeron al Presidente.
El desplante de “Chiqui” candidato
El diálogo entre el titular de la Asociación del Fútbol Argentino, Claudio “Chiqui” Tapia y el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, jamás llegó a ningún acuerdo. Como tampoco surtió efecto la presencia del ministro del Interior, el cristinista Wado De Pedro, en la recepción en Ezeiza durante la madrugada del martes. La gambeta de Messi al funcionario no será premiada en ninguna cancha, pero ya forma parte de la leyenda mundialista.
Hay una parte de la consagración argentina que ni Alberto, ni Aníbal ni Wado terminaron de entender. “Chiqui” Tapia ya no es aquel dirigente de Barracas Central cuyo único mérito era ser el yerno de Hugo Moyano y el delegado de la familia en la caja del CEAMSE. Ahora es el presidente de una organización que acaba de ganar la Copa América, la Finalíssima intercontinental y el Campeonato Mundial en Qatar. Cincuenta y dos millones de dólares de premios en la FIFA y una cifra diez veces mayor en ingresos por sponsors. Más superávit que el del Banco Central.
“Chiqui” Tapia fue quien le dijo que no a la invitación de concurrir a la Casa Rosada, pero la decisión venía del cuarteto que lidera los movimientos de la Selección campeona. Messi, Angel Di María, el “Dibu” Martínez y Rodrigo de Paul fueron los opositores más férreos a que la celebración no se manchara con ninguna tintura de la política. No querían cerca a Mauricio Macri en Doha, y mucho menos a Alberto o a Cristina Kirchner en Buenos Aires. Y el director técnico campeón, Lionel Scaloni, siempre respaldó la postura de sus dirigidos. Con la gente sí; con los políticos no.
Hubo gritos y hasta algunos insultos entre “Chiqui” Tapia y Aníbal Fernández en la negociación caliente del martes. Por eso, el ministro del Interior al día siguiente salió a criticarlo con mucha dureza y a sugerir que el presidente de AFA estaba borracho arriba del ómnibus mientras discutían. Era la devolución de gentilezas por el tuit que Tapia había escrito el día anterior, al revelar en sus redes sociales que la caravana de la Selección se terminaba por una decisión del Gobierno nacional que el equipo no compartía. El quiebre con la Casa Rosada ahora era público.
Empoderado por la obtención del título y en medio de un festejo que incluyó algunas botellas de gaseosa con fernet, servidas en botellas plásticas cortadas al medio como se acostumbra en las canchas de fútbol y en muchos barrios suburbanos de la Argentina, “Chiqui” Tapia escribió un segundo tuit. Además de las críticas al Gobierno de Alberto y Aníbal Fernández, deslizó un elogio para el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni. Se metía así en una de las internas que cruzan al kirchnerismo.
Los amigos de “Chiqui” Tapia dicen que el presidente de AFA tiene un recuerdo fijo. No olvida que Alberto Fernández fue uno de los que intentó desplazarlo de su lugar al frente del fútbol argentino. Y que todo el kirchnerismo con opinión en el fútbol criticó en su momento su decisión de apostar por el entonces inexperto Lionel Scaloni para dirigir a la Selección y relanzar a Messi como el líder que no pudo ser en las tres finales fallidas en Brasil (la Copa del Mundo 2014), en Chile y en EE.UU. (Las Copas de América 2015 y 2016). “Me quisieron voltear y les salió el tiro por la culata”, se jacta Tapia ahora que las estrellas le sonríen.
Tampoco hay que dejar pasar por alto la mención elogiosa a Berni que hizo Tapia. El presidente de AFA, hoy distanciado de los Moyano y peleado a muerte con el camionero Pablo, está evaluando un salto a la política en algunas de las vertientes secas del peronismo. “Chiqui” integra la legión cada vez más nutrida de quienes se quieren despegar como sea de Alberto Fernández. Y en algo coinciden sus muchos amigos de ahora y sus antiguos enemigos. “Plata para la campaña a Chiqui no le va a faltar”.
No han sido buenos días estos últimos para el Presidente. A la pelea con “Chiqui” Tapia y al desaire de los Campeones del Mundo (“ellos no quisieron venir”, se amargó por radio), Alberto debió agregarle el fallo judicial de la Corte Suprema de Justicia, que el miércoles ordenó restituirle el 2,95% de la coparticipación que le había quitado a la Ciudad para dárselo a la provincia de Buenos Aires en 2020. Fernández rompió su relación institucional con Rodríguez Larreta por pedido de CFK, y para resolverle a Axel Kicillof los reclamos de la Policía Bonaerense, uno de los tantos aspectos adversos de una gestión sin aspectos positivos.
En aquel 9 de septiembre de 2020, cuando Alberto Fernández y Rodríguez Larreta compartían las conferencias de prensa con Kicillof durante lo peor de la pandemia de Covid, sus imágenes positivas volaban y algunos pronosticaban un nuevo escenario político que podría reemplazar los liderazgos de Cristina y Macri. Pero el decreto que ese día anunció el Presidente cortó su racha ascendente y, desde entonces, cayó sin parar en la consideración pública. Kicillof resistió un poco más y el Jefe de Gobierno porteño logró sostenerse entre los dirigentes de mejor imagen.
Poco después de la condena a prisión por corrupción de un tribunal oral contra Cristina, la Corte enhebró dos fallos adversos y contundentes para el Gobierno nacional. La ratificación de la condena contra la activista kirchnerista Milagro Sala, a 13 años de prisión por asociación ilícita y fraude al Estado. Y la devolución de los fondos coparticipables a la Ciudad. “Es un día aciago para el federalismo”, criticó el Presidente, que intentará rodearse de los gobernadores peronistas para darle un poco más de fuerza a esta debilidad que ya no sabe cómo remediar.
Por el contrario, el fallo fortalece a un Rodríguez Larreta que se dispone a consolidar su precandidatura presidencial enfrentando el desafío permanente de Patricia Bullrich y tratando de doblegar la sombra amenazante del ex presidente Macri. Acaba de congregar a dirigentes de todo el país en un acto en Parque Norte y prepara una campaña de verano en las plazas de la costa atlántica, en algunas ciudades turísticas de Córdoba y también de Entre Ríos. Marzo será para todos el mes de las definiciones.
El fallo de la Corte Suprema a favor de la Ciudad le permite a Rodríguez Larreta recuperar fondos y anunciar el final de dos impuestos por los que era criticado hasta internamente: se terminan el impuesto a las tarjetas de crédito y la tasa a los instrumentos financieros bajará del 8 al 2,85%. Una medida con la que buscará atraer votos que puedan escapar hacia las propuestas libertarias de Javier Milei. El Jefe de Gobierno evalúa también la incorporación a su gabinete de un par de figuras que le sumen en el relato presidencial: Graciela Ocaña y Waldo Wolff son dos nombres que se repiten en la sede de Parque Patricios.
La Navidad se aproxima para los argentinos con la llaga lacerante de una inflación cercana al 100% y con la pobreza superando el 50% si no se cuenta el calmante de los planes sociales. Apenas queda la alegría del fútbol y el recuerdo de los goles de Messi que se empiezan a esfumar cuando se atraviesa la puerta del supermercado y vuelve a golpear la realidad. Como consuelo, muchos tendrán en estas fiestas la camiseta campeona de la Selección y alguna foto de Messi besando la Copa esquiva por tantos años.
Muchos la tendrán, pero no Alberto. El Presidente quiso pero no pudo conseguir la foto con el mejor futbolista de la historia. Hábil, atento y escurridizo como en todas las canchas de Qatar, Messi también prefiere despegarse del hombre que pudo tenerlo todo. El mismo hombre al que ahora no le queda casi nada.
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