Las horas de los campeones en el micro de la celebración transcurrieron en un andar lento que anticipaba un final diferente al planificado y corregido: sorprendió el recurso de los helicópteros, que coronó un festejo sin antecedentes por el número y el desenlace. La tensión de los responsables de la seguridad siguió por algunas horas más, a la espera de la desconcentración después de aplaudir y gritarle al cielo. Nada, igual, logró frenar el juego enfermo que mezcla todo con la grieta y las internas.
Responsables de las fuerzas de seguridad más importantes del país -federales, policía de la provincia de Buenos Aires y de la Ciudad- expusieron como parte del problema que la masiva demostración popular había desbordado los planes para la caravana de la Selección. No era difícil imaginar que saldrían a las calles millones de personas. El domingo había avisado. Ese en sí mismo es un tema serio, pero el ruido político no refería a lo público o al Estado, sino a pases de facturas, intentos de uso político y capítulos, nuevos y sórdidos, que involucran al poder y la AFA. Apuestas mezquinas, graves.
Por Twitter fue expuesto el emergente público de una de esas historias. Apenas decidido el final del recorrido terrestre para pasar al sobrevuelo de helicópteros, Chiqui Tapia apuntó contra los organizadores de la Seguridad. Dejó a salvo a Sergio Berni. Y quedó implícito su mensaje al gobierno nacional, con foco en Aníbal Fernández pero más aún, en el Presidente. La reacción del Gobierno confirmó el round. Alberto Fernández, el ministro y la portavoz Gabriela Cerruti recurrieron a tuits para sostener la decisión y destacar el papel de las fuerzas federales.
De todos modos, y a pesar de asumir la decisión desde el Gobierno nacional, en algunos ámbitos oficialistas se apuntó a presentar la reacción tuitera de Tapia como un mensaje para destacar el papel de Berni -es decir, de la Provincia- y poner la carga sobre la gestión de Horacio Rodríguez Larreta. Alguna conversación directa de funcionarios porteños con el titular de la AFA habría alcanzado para aclarar lo ocurrido. Y el enojo giró de nuevo hacia las autoridades nacionales por el fin de la caravana.
Junto a los ingredientes políticos, fueron determinantes también otros dos elementos. Uno: el agotamiento de los jugadores y sus planes de pronto reencuentro familiar, con Messi a la cabeza, uno de los primeros en dejar Ezeiza. Y otro: el salto sobre el micro de un par de hinchas al pasar debajo de un puente. Eso precipitó la decisión que se venía manejando frente al lentísimo avance hacia el centro porteño. Allí se terminó de quebrar el diálogo directo entre el ministro de Seguridad y Tapia.
Los planes habían cambiado unas horas antes y ya no contemplaban una parada o paso frente al Obelisco. Menos, la especulación, alimentada desde Olivos, sobre un saludo desde la Casa Rosada. La Policía Federal encabezaba el operativo, con colaboración de la Bonaerense en la provincia y la posta de la policía porteña cuando empalmaran con Lugones. El recorrido terminó mucho antes.
Pero los problemas de planificación de la seguridad y el riesgo potencial de la incertidumbre con millones de personas esperando el paso de los jugadores no ocuparon ni parece que vayan a ocupar alguna evaluación autocrítica sobre lo ocurrido. Sí, en cambio, el pase de facturas -algunas viejas- y un efecto increíble que sólo la grieta es capaz de construir: la tensión por el sentido de un saludo protocolar de la Selección y el Presidente.
Esa tensión política, precisamente, espantaba a la mayoría de los jugadores. Era visible el cortinado de fondo en el sinuoso movimiento de la AFA y hasta el rastro que dejaba el kirchnerismo duro, sin entusiasmo por una posible postal dentro de la Casa Rosada. Eso, más el ácido contrapunto en redes sociales, binario, sobre costos o beneficios para el oficialismo o la oposición.
Cruzado desde la época en que Olivos suponía contar con poder para imponer nuevos jefes de la AFA, Tapia sumó su cuenta personal a las prevenciones de los jugadores por el tóxico nivel de la política local. El enojo no alcanza a todo el oficialismo. Tapia mantiene puentes, bastante transitados, con La Cámpora y obtuvo, por ejemplo, apoyo singular de YPF. Eso mismo alimentó las prevenciones del Gobierno, que a la vez agitó la posibilidad de una celebración en la Casa Rosada leída con malestar en la vereda kirchnerista.
El Gobierno dejó trascender que la “invitación” a los jugadores y el equipo técnico tenía “garantía” de no aprovechamiento político. El último en insistir con el tema habría sido el propio ministro Fernández ante el titular de la AFA. La invitación se apoyaba en el compromiso de repetir la imagen del 86: balcón de la casa Rosada sólo para la selección y papel presidencial medido, como fue cuidado por Raúl Alfonsín. Era una manera de saltear o descalificar el capítulo de Cristina Fernández de Kirchner.
La letra impulsada desde Olivos aludía así al sentido casi protocolar o institucional, con la Casa Rosada como sede del Ejecutivo y no como escenario del oficialismo. Voceros formales e informales de esa línea sostuvieron durante todo el día que estaba abierta la posibilidad de un saludo de los jugadores con vista a la Plaza de Mayo. La especulación incluyó al final la alternativa de que los helicópteros trasladaran hacia allí a la Selección. O, más módico, que fuera parte del sobrevuelo.
La disociación entre esas movidas en el tablero político y el estado de festejo -y desahogo- colectivo resultó brutal. Una imagen increíble de la capacidad para desnaturalizar todo.