Hay pocas señales que muestren el ocaso del poder como el brillo de las ausencias. Es la pregunta que debió hacerse Alberto Fernández este miércoles, cuando inició la celebración amarga de sus tres años de gestión con las peores ausencias que podía tener. La de sus tres aliados más importantes en el Frente de Todos: no estuvo Cristina Kirchner, con la excusa perfecta del Covid. No estuvo su ministro más kirchnerista, Wado de Pedro. Y tampoco se dejó ver Sergio Massa, ocupado en gobernar, según el mensaje que les pidió a sus colaboradores que transmitieran.
La crueldad de las ausencias en la Plaza Colón, la que se encuentra a espaldas de la Casa Rosada, no se agotó en los aliados imprescindibles. El kirchnerismo retaceó lo poco que le queda para mostrar. No fueron Máximo ni Alicia Kirchner. Ni las chicas de la acción social, Luana Volnuovich (PAMI) y Fernanda Raverta (Anses). Ni los sindicalistas de Cristina, Pablo Moyano, y Hugo Yasky (CTA). Ni el piquetero Juan Grabois. “Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta”, decía Borges en el poema.
Pero eso no es todo. De los 18 mandatarios que componen la Liga de Gobernadores peronistas solo asistió uno. El tucumano Osvaldo Jaldo, quien gobierna en tándem la provincia con el jefe de gabinete, Juan Manzur. Nadie quería escuchar las cifras que pronunció el Presidente para ocultar los números verdaderos del espanto que envuelve su gestión: la inflación, que superará el 100% cuando finalice este año. Y la pobreza, que sobrepasó el 43,1% en el tercer trimestre, y que ya rompió la barrera del 50% si no se cuentan los planes sociales.
Hay que decir que Alberto Fernández lo intentó. Infló el pecho y trató de insuflarle aires de épica a sus palabras. “Me voy a poner al frente para que en diciembre de 2023 el presidente o la presidenta que asuma sea uno de nosotros”, prometió. Pero jamás fue suficiente para entusiasmarlos. Quizá si se hubieran prolongado aquellos días del encierro en pandemia y los discursos televisados con gráficos y comparaciones disparatadas. Pero el Presidente malgastó rápido aquel crédito para su imagen.
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“Muchos dicen que soy un presidente timorato”, prosiguió Fernández, interpretando a la perfección el pensamiento de quienes lo escuchaban. “Los liderazgos no se ejercen ni gritando, ni golpeando la mesa”, describió, y hubo en la Casa Rosada quienes creyeron que iba a hacer una alusión al revitalizado liderazgo de Lionel Messi, justo en la previa tensa de la final con Francia. Pero Alberto no se atrevió a tanto, afortunadamente.
El Presidente no sabía, o quizás lo sabía pero ya no le importaba. El lunes, en las oficinas del CFI, los gobernadores peronistas se habían reunido con los gremialistas de la CGT para encontrar un rumbo ahora que Cristina Kirchner los amenazaba con no ser candidata a nada después de la condena judicial a seis años de prisión que le impuso el Tribunal Oral Federal 2 por maniobras de corrupción en la Causa Vialidad. El fraude al Estado con Lázaro Báez y José López en los contratos de obra pública en Santa Cruz.
Durante el encuentro, los gobernadores peronistas llegaron a una conclusión que no escribirán en ningún documento. No tienen candidato presidencial. La mayoría ya se había resignado a que Cristina fuera por su revancha a lo Lula para que volviera a ser presidenta, o para que fuera derrotada definitivamente y poder iniciar así una renovación verdadera del movimiento. El modo elegante de decir que así podrían sacársela de encima.
Uno a uno, fueron descartando a todos los proyectos de candidatos. Ni Wado (De Pedro), ni Jorge Capitanich (Jorge), ni Sergio Uñac (Sergio) ni Axel Kicillof, quien desespera por intentar su reelección como gobernador bonaerense. Todos ellos son postulantes poco conocidos o con nulas chances de ganar.
La postura de la mayoría de los gobernadores peronistas comenzó a consolidarse sobre una misma idea. “No tenemos otro candidato que Sergio; hay que prenderle una vela para que no le explote la economía”, fue la frase que resumió el espíritu del encuentro. Si Massa consigue el milagro de bajar la inflación, aunque sea unos pocos puntos, no tendrá rivales para convertirse en el postulante del Frente de Todos el año próximo.
Los frentes de tormenta para el ministro de Economía son múltiples. Pero hay tres complicaciones que se destacan.
- El Banco Central está con reservas mínimas de u$s 4.000 millones y la sequía del verano amenaza con arruinar la cosecha de granos y el ingreso de los dólares del campo.
- La recesión se está profundizando en varios de los sectores de la economía. La baja del crecimiento en el mundo y el impacto en la Argentina se harán sentir el año próximo.
- La inflación de noviembre, que se conocerá este jueves, rondará el 6% y consolidará el escenario de suba de precios de tres dígitos, cifra que no se alcanzaba desde 1991.
Entre los gobernadores peronistas, hay alguno que define a Massa como “el Lacunza del kirchnerismo”. Se refieren así a la gestión de Hernán Lacunza, el ministro de Economía de María Eugenia Vidal en la Provincia que reemplazó a Nicolás Dujovne en la Nación cuando la aplastante derrota en las PASO de agosto de 2019 puso la gestión de Mauricio Macri al borde del colapso. Es el mismo al que Horacio Rodríguez Larreta acaba de nombrar al frente de sus equipos económicos. “Un comando probado en combate”, como lo definen varios dirigentes de la oposición.
Lacunza logró frenar la crisis del dólar posterior a la derrota electoral, y postergó el pago de los títulos en pesos para esterilizar una deuda que se había convertido en una bola de nieve. En sus tres meses de gestión hasta diciembre, estabilizó las variables para entregar una economía bastante más calmada que la que había tomado. El problema de Massa es que todavía tiene para sufrir un año por delante. Demasiado tiempo para ser Lacunza y timonear el Titanic hasta las aguas de diciembre.
Para el caso de que la postulación presidencial de Massa se derrumbe por el fracaso de sus medidas económicas, la Liga de Gobernadores tiene en consideración dos nombres, aunque con menos expectativas por supuesto: el del embajador en Brasilia, Daniel Scioli (el candidato preferido de Alberto Fernández); y el del jefe de gabinete, Juan Manzur, quien nunca resigna su proyecto de levantar la bandera que otros dejen en el piso.
Massa cuenta con el apoyo de EE.UU., como se vio en la firma del acuerdo de intercambio de información fiscal con ese país. Y suma también la laxitud del Fondo Monetario Internacional (FMI), que ha aprobado (y aprobará) las etapas del acuerdo firmado por Martín Guzmán sin tener como contraprestación algunas reformas estructurales. El FMI le cargará la cuenta a la próxima gestión. Lo saben todos los economistas de Juntos por el Cambio.
Claro que su Talón de Aquiles es político. La centralidad de Cristina Kirchner en el peronismo, reafirmada cuando comenzó a ser posible su condena judicial en la causa Vialidad, es la tenaza que bloquea todos los movimientos de independencia que Massa pueda intentar en estos tiempos. Esa fricción es la amenaza más grave para una gestión con ritmo cardíaco.
Quizás el aval discreto de los gobernadores peronistas y el fastidio navideño de Cristina por la condena judicial le otorguen a Massa un respiro para transitar el océano agitado del verano.
El anuncio del Grupo de Puebla, postergando para marzo el encuentro de desagravio a Cristina por sus escándalos de corrupción que le iban a hacer algunos dirigentes regionales, pone de manifiesto el momento de desorientación que vive el kirchnerismo. El inesperado brote de Covid que tuvo la Vicepresidenta hizo que lo pasaran del 12 de diciembre al próximo domingo 19. La movilización de gobernadores, intendentes y piqueteros a la ballena azul del CCK se había puesto en marcha. Hasta que alguien recordó lo esencial.
Una vez que la Selección Argentina superó a Croacia y se ganó el derecho a disputar la final del Mundial de Fútbol en Qatar, bastó que alguien tuviera un minuto de lucidez para entender que este lunes las vicisitudes judiciales de Cristina podrían no llegar a interesarles a nadie. Si la fortuna le sonríe a Lionel Messi, y la felicidad vuelve colorear el cielo de los argentinos, nadie querrá escuchar palabras tan exóticas como lawfare o proscripción.
El equipo moldeado por Lionel Scaloni tiene la virtud de la solidaridad como nervio potencial de su funcionamiento. Y muestra a Messi como líder positivo, que no precisa del escándalo ni del abuso antirreglamentario para buscar la victoria.
A eso se suma una sociedad agobiada por la crisis y la pobreza que solo anhela unas horas de catarsis y de festejo, sin el hilo de confrontación que atraviesa a la política. Si logran salir por un instante de la burbuja del poder, los hombres y mujeres que conducen la Argentina tal vez puedan captar el mensaje que los simples ciudadanos les están enviando. O quizás la historia los congele entre los desperdicios de una nueva oportunidad.
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