El oficialismo se mueve en estas horas alrededor de un único tema. Se trata del renunciamiento a cualquier candidatura anunciado por Cristina Fernández de Kirchner apenas conocida la sentencia en la causa Vialidad. Ronda un interrogante acerca del alcance real de esa jugada, que le agrega dramatismo a la interna. Y, de todos modos, asoma una certeza: necesita mantener su poder y dará batalla para conservarlo. Por lo pronto, el kirchnerismo ya viene trabajando para lograr amplio aval doméstico a su líder. Los cuidados por un cuadro de Covid de la ex presidente sólo demoraron una semana, del 12 al 19 de diciembre, la movilización general.
Ese acto, según el círculo más cercano a CFK, debería ser mucho más que la demostración en las calles. Tiene que exponer el despliegue de las principales estructuras del oficialismo, es decir, La Cámpora, las otras organizaciones K, una franja del sindicalismo, los intendentes bonaerenses del PJ, los movimientos sociales. Y expresar un alineamiento general, con los gobernadores peronistas y todos los socios del Frente de Todos en lugar destacado. Cada uno en su estilo, desde Alberto Fernández a Sergio Massa.
Con matices, se sucedieron los pronunciamientos. Hubo cuestionamiento a esta causa específica sobre el manejo de la obra pública -en base a interpretaciones sobre niveles de responsabilidad directa en la cadena de la administración pública- y también, la mayoría, descalificaciones de la causa y de la Justicia en general. La Vicepresidente marcó la línea. Habló de la existencia de un “Estado paralelo” y de “mafia judicial”.
El punto es si el frente judicial y, más precisamente, la estrategia de CFK dominarán o no toda la política del oficialismo en la perspectiva del 2023. La decisión de no competir electoralmente abre un primer interrogante sobre su destino efectivo y final. Y la convocatoria a la marcha en su apoyo expone el sentido de reafirmación del poder interno. Para algunos, se trata de una jugada a la defensiva que abre el juego a un rearmado del peronismo. Para otros, resulta imposible que abandone la batalla, por naturaleza y necesidad.
Lo concreto, en estas horas, es el despliegue del kirchnerismo para asegurar un respaldo sin fisuras a la ex presidente. Es notable, a escala nacional, la movida para garantizar el respaldo colectivo de los gobernadores del PJ. Es un dato significativo, porque desde hace rato son visibles los síntomas individuales de muchos de ellos para asegurar sus distritos. En Buenos Aires, es vital para sostener la provincia como base territorial considerada propia.
Por supuesto, ninguna hipótesis puede ser lineal. Quedan por delante al menos cuatro o cinco meses para que el tablero de las candidaturas esté resuelto. Y la principal pregunta está abierta a pesar del énfasis de CFK al anunciar que no será candidata a presidente y tampoco en la lista de Buenos Aires, que renueva senadores nacionales. ¿Es definitiva? Después, se encadenan otras dudas. ¿Busca disparar un operativo clamor sostenido, en la interna? ¿Se corre para manejar como jefa política el armado de una propuesta electoral con chances de éxito? ¿Juega al límite apostando a los larguísimos tiempos judiciales para volver al Congreso dos años después? Eso último supone lo menos atractivo por el espejo con Carlos Menem.
Todos esos interrogantes se asocian, de manera paradójica, a una certeza: nada indica que la ex presidente esté dispuesta a dejar su lugar como pieza gravitante, central, del oficialismo. Tiene, además de lo dicho en cuanto a su personalidad, un capital electoral propio que no desatienden ni siquiera posibles beneficiarios de un paso al costado. Pero, además, necesita fortalecer su poder frente a la posible aceleración de causas judiciales.
Existe un principio repetido como básico, y no sólo en el kirchnerismo, que asocia ritmos y decisiones judiciales -en especial, del fuero federal- con la fortaleza o debilidad del poder político. Eso está presente en los reproches kirchneristas a Alberto Fernández: creen que no cumplió los compromisos con CFK en el plano judicial y que, más allá del discurso, no jugó a fondo en los mejores momentos de su gestión. Es una historia aún abierta.
Hacia adelante, la cuestión central para el oficialismo no se reduce a los posibles candidatos. Por el contrario, se trata además y en primera línea del sello que imprimirá a su política en la perspectiva del año electoral. En esa dirección, el giro alrededor de CFK, con la dureza creciente de su mensaje, supone bastante más que las expresiones de solidaridad de estas horas. Se juega la sectarización o amplitud que será puesta a consideración del electorado, al menos en el discurso.
Ocurre ya en la práctica. La escalada de tensión política en torno de la integración del Consejo de la Magistratura paraliza virtualmente al Congreso. La pelea mayor está planteada ahora en Diputados, porque se quebraron los puentes con Juntos por el Cambio y otros espacios. En su batalla, el kirchnerismo puso en crisis la base de mínimo consenso en esa Cámara y volvió a la carga contra la Corte Suprema. De un modo u otro, están involucrados los tres poderes del Estado.
Eso mismo tiene efectos concretos para la gestión. En Diputados, están pendientes proyectos reclamados por el Ejecutivo, entre ellos una norma sobre lavado de activos y otra destinada al sector agroindustrial. Ahora, a la lista de iniciativas empantanadas se agrega la intención de avanzar con un nuevo blanqueo. Es una necesidad atada al acuerdo de intercambio de información fiscal con Estados Unidos.
Diputados asoma así como la última expresión de un funcionamiento sujeto a las prioridades que genera la batalla en el frente judicial. Parece difícil recomponer en el Congreso un marco mínimo de convivencia antes de que concluya diciembre. No valen mucho las apuestas sobre el clima mundialista, en ningún sentido. Un día después de la final en Qatar, será el acto de respaldo a CFK. Consecuencia inesperada del Covid.