Cristina Fernández de Kirchner decidió extremar su mensaje como reacción inmediata a la condena por la causa Vialidad. Habló como si se hubieran agotado los tiempos, a pesar del largo trecho que resta hasta una sentencia firme. La respuesta, naturalmente, no fue jurídica sino política, muy elaborada en la mayoría de los tramos y desarmada en otros. Quedó claro, en cualquier caso, que no existía voluntad alguna de hablarle a otro público que no fuera el suyo. Hundió su discurso en la grieta, transitó largamente por la ilegalidad y buscó sacudir la interna para testear desde ahora los alineamientos.
El kirchnerismo orgánico, no los grupos a esta altura marginales, evitó jugar su carta a una amplia movilización de sus estructuras. Eso fue explicado de manera fragmentada y de diversas formas, desde una movida para dejar el foco sólo en la exposición de CFK hasta una evaluación del estado del humor social, con el Mundial a pleno y el agotamiento de otro fin de año difícil. El largo monólogo de la ex presidente dio alguna pista. Sería una prueba revulsiva para el oficialismo: cómo jugar si desiste realmente de ocupar un lugar en las listas y utiliza su capital, sólido pero insuficiente, para otra apuesta.
Desde ayer, ese es sin dudas el principal centro de especulaciones en el interior del frente gobernante. Los nombres son repetidos -Sergio Massa, Axel Kicillof, Eduardo “Wado” de Pedro y hasta Alberto Fernández- aunque, en rigor, la lectura de los dichos de CFK abre el juego más allá de nombres. Genera interrogantes sobre una movida aún mayor alrededor del gastado concepto de “operativo clamor”, que en el imaginario de algunos sigue pensado con pinceladas del 17 de Octubre. Y añade un desafío central sobre el sello político para el 2023: ¿será el suyo, dominante, otra vez cerrado en su núcleo y lejos de la tintura moderada del 2019?
Por lo pronto, la ex presidente terminó así de armar la letra frente a la condena, finalmente -y como se esperaba- por seis años y con el agregado de la inhabilitación para ejercer cargos públicos. El Tribunal Oral Federal no consideró la acusación por asociación ilícita y se limitó a la figura de administración fraudulenta. Entro otros puntos de diferenciación, la condena no corrió para algunos como Julio De Vido. El veredicto será apelado, se sabe. Quedó en la nada la idea de que los jueces iban a copiar el punto de vista de los fiscales. Habrá que esperar a marzo para conocer los argumentos.
El discurso de CFK escaló respecto de descalificaciones anteriores de este juicio y, en general, de los casos por corrupción que enfrenta. Sostuvo estar en la mira de operaciones armadas por sectores económicos y mediáticos -poderes fácticos, pero no todos- y habló directamente del funcionamiento de “Estado paralelo” y “mafia judicial”. Una situación de arrastre.
No se trató de una referencia razonable -que podría hacer cualquiera sobre algunos núcleos del Poder Judicial-, sino de una generalización peligrosa. La ex presidente no advirtió la contradicción que sugería en el marco de su reivindicación de las cuatro gestiones con sello K, incluida la actual. Nada cambió y, por el contrario, se agravaron cuadros de deterioro o descomposición en algunos ámbitos de la justicia y en el manejo de servicios de inteligencia.
Más visiblemente llamativo resultaron las alusiones a ese estado de operaciones oscuras mientras utilizaba mensajes obtenidos de manera ilegal y tal vez en parte editados, que involucran a jueces, funcionarios y empresarios que compartieron un denunciado viaje al Sur. Eso también fue utilizado por Alberto Fernández en su reciente cadena nacional. Buena parte de la entrega de la ex presidente estuvo dedicada a la lectura y exposición de esos textos. Impactante.
El discurso completó así un giro que, en rigor, comenzó a tomar forma con los ácidos ataques a Olivos. Más que la letra, en ese caso importaba el desgaste del elemento que había sido trabajado, con éxito, en 2019: la presentación del Frente de Todos como la confluencia equilibrada de espacios diferentes. Su máxima expresión fue el lugar de Alberto Fernández en la fórmula. Esa puesta entró en crisis tempranamente y consumió casi todo el tiempo de esta gestión en la tarea de esmerilar el poder presidencial.
El temblor y la cercanía del precipicio luego de la salida de Martín Guzmán y del incomprensible paso de Silvina Batakis provocaron un freno público, acompañado por la llegada de Massa al reforzado ministerio de Economía. La ex presidente dio su aval, en general silencioso pero a la par de declaraciones explícitas del kirchnerismo. Además, y en paralelo, reforzó o retomó relaciones para un tejido interno -con gobernadores, intendentes, jefes sindicales y movimientos sociales- que terminaban de relegar a Alberto Fernández y sugerían negociaciones más firmes en la perspectiva de las elecciones que vienen.
A todos ellos, CFK acaba de enviarles señales potentes. El endurecimiento y cerrazón del discurso está dirigido al público propio, a la vez que demandaría acompañamiento amplio y efectivo en el interior del oficialismo. Lo dicho: genera incertidumbre el sentido del final de su discurso. ¿Renuncia realmente a cualquier candidatura? ¿Cuál sería su lugar en la estrategia 2023? ¿Descuidaría los espacios de poder que el kirchnerismo tiene como principal objetivo, con la provincia de Buenos Aires en primera línea?
Los tiempos de la Justicia son largos y la respuesta no fue agotada ayer. El final de la extensa exposición de CFK tuvo la carga del impacto de la primera condena judicial. Se verá cómo acomoda las piezas en las próximas semanas. Es una prueba para la interna y al mismo tiempo, la comprobación de moverse en un paño que no domina por completo.
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