Cristina Kirchner es, sin lugar a dudas, la dirigente política más influyente de la última década. Lo volvió a demostrar el jueves cuando copó el centro de la escena en el estadio Diego Armando Maradona, en La Plata, para hablar, durante poco más de una hora, frente a una multitud motorizada por el sueño de volver a verla competir por la presidencia de la Argentina.
Esa influencia está lejos de ser absoluta. La Vicepresidenta la ejerce sobre una porción importante del peronismo, que no llega a ser un porcentaje mayoritario. Lejos está de ser la totalidad. En el acto no hubo, salvo Axel Kicillof, ningún gobernador del PJ. Tampoco la parte más grande de la CGT. No hubo massistas de primer orden, ni albertistas que aún conservan lealtad hacia el Presidente.
La presencia del ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, no puede ser referenciada en el albertismo. Si bien es uno de los ministros más cercanos al Presidente, siempre se caracterizó por mantener un fino equilibrio en los vínculos que lo unen a Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa.
En cambio, tuvo un impacto real la presencia de los dos movimientos sociales más cercanos al Jefe de Estado. Dirigentes de primera línea del Movimiento Evita y Barrios de Pie escucharon el discurso crítico de la Vicepresidenta, en el que apuntó, sin nombrarlos, contra Alberto y Aníbal Fernández, por la falta de Gendarmes en el conurbano, la tierra que gobierna su protegido político. Una señal de tregua y un interrogante: ¿Cómo seguirá ese sinuoso y conflictivo vínculo político?
El acto, y la influencia de la Vicepresidenta, estuvo circunscripta a la provincia de Buenos Aires. Fue una particularidad distintiva. CFK es la líder más fuerte que tiene el peronismo pero le cuesta, cada vez más, traspasar las márgenes del territorio bonaerense, ese lugar del país donde la letra K sigue cotizando en bolsa.
En La Plata, Cristina Kirchner jugó el mismo juego que en Pilar hace quince días. Emitió una frase ambigua que le permite estirar, durante largos meses, la idea de que puede ser candidata a presidenta. Mantenerla viva para que la militancia y la dirigencia fiel la alimenten. En definitiva, es la esperanza que mantiene activos a muchos kirchneristas desahuciados por la gestión de Alberto Fernández.
En aquel entonces, durante un acto de la UOM, dijo: “Voy a hacer todo lo que tenga que hacer para que el pueblo recupere la alegría”. Hace dos días respondió al grito “Cristina Presidenta” citando a Juan Domingo Perón: “Todo en su medida y armoniosamente”. Puede ser que sea candidata o puede ser que no lo sea. Ella decidirá hasta cuándo mantiene la incógnita flotando en el aire. Es una jugadora de elite. Entiende de tiempos, suspicacias, presiones y mensajes.
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Un importante dirigente social que forma parte del Frente de Todos, y que hace equilibrio en el universo oficialista, reflexionó con soltura y dureza: “Nuestro espacio político hoy se articula en base a dos mentiras: la candidatura presidencial de Cristina y la reelección de Alberto. Ninguno de los dos tiene futuro en una elección con la oposición. Son dos mentiras para tener centralidad y condicionar al resto del peronismo. Habrá que esperar a marzo para que haya claridad sobre el futuro”.
En las entrañas del poder peronista hay una división concreta ligada al futuro del espacio político. Están los que creen que la ex mandataria tiene alguna posibilidad de competir y, en ese movimiento, alinear a la mayor parte del Frente de Todos. Y también están quienes advierten que una candidatura de ella a la presidencia es una enorme utopía que solo sirve para mantener contenta a la militancia.
Un sector importante del peronismo puede fastidiarse por la omnipresencia de CFK, pero no puede negar su centralidad y su habilidad para seguir concentrando poder en un esquema político donde hay muchos dirigentes de peso que hoy la abrazan, pero que la han querido jubilar desde el 2015 a esta parte. Incluso hay algunos nombres propios que parecen volver a enamorarse del liderazgo de la Vicepresidenta frente a la cercanía de las elecciones.
“Cristina hizo un planteo realista con el tema de la seguridad y la búsqueda de un diálogo con la oposición. Pero ya no es creíble, porque todos saben que cuando está complicada, amplía y cuando está mejor, achica el espacio político”, sostuvo un dirigente del peronismo bonaerense que empezó a preparar la retirada del Frente de Todos.
Si hay una sentencia que quedó expuesta en La Plata es que en el 2023 el proyecto político es con Cristina o sin ella, pero, si el camino elegido es el segundo, probablemente tenga que ser por afuera de la coalición oficialista. No hay lugar para librar una lucha, de igual a igual, en el seno del Frente de Todos. No la van a poder empujar por el balcón. Es probable que muchos terminen agachando la cabeza y aceptando las reglas de juego de la biblia kirchnerista.
La propia Vicepresidenta lo planteó durante su discurso. “Sin Cristina, hay peronismo posiblemente dividido, fracturado, enfrentado, inocuo e inutilizado para cualquier proceso de cambio”, indicó. El mensaje fue claro. Quien tenga pretensiones de competir el año que viene con el sello del Frente de Todos, o alguno nuevo que se invente para la ocasión, tendrá que sentarse a negociar con ella.
“Está decidida a desconocer al actual gobierno. Y Alberto no dice nada. Todos los que dudan sobre estar con CFK, terminan alineados o se van. Del otro lado, no hay nada”, aseguró un nombre propio que supo estar cerca del Presidente, pero que ya perdió las esperanzas respecto a su accionar. El momento de las definiciones se acerca a un ritmo veloz.
La distancia que tomó Cristina Kirchner del Gobierno es poco creíble. Es un argumento difícil de aceptar para cualquier votante medio que esté por fuera del núcleo duro K. El kirchnerismo es parte importante de este gobierno. Como lo ha sido siempre. El socio mayoritario. Motivo por el cual siempre consideraron que el Presidente debía responder al rumbo que quería imprimir CFK en la gestión. Es difícil, hasta absurdo, intentar desmarcarse.
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Fernández retomará su agenda el lunes y será el momento de dar una señal sobre qué juego está dispuesto a jugar. Hasta ahora amortigua golpes, responde algunos dardos venesos y camina a unos cuantos metros de distancia de su compañera de fórmula. Dice en la intimidad que está dispuesto a competir, pero en la intemperie del mundo peronista nadie cree que esa voluntad se pueda concretar. Creen que lo hacen solo por la necesidad de mantener el poder institucional que guarda en su puño.
Hace un año, el 17 de noviembre del 2021, Alberto Fernández asumió la centralidad en el Gobierno durante un acto multitudinario en la Plaza de Mayo. En esa oportunidad dijo que el peronismo tenía que decidir el candidato del 2023 en una PASO y que él estaba dispuesto a competir. Se plantó ante la avanzada K que le había tirado por la cabeza un puñado de renuncias de ministros dos días antes.
En ese tiempo empezaron algunos movimientos para armar una estructura política que sostenga al Presidente. Un albertismo pero sin ese nombre que Fernández nunca avaló. Con el paso del tiempo todas las intenciones quedaron truncas y el kirchnerismo fue ganando terreno, al mismo ritmo en que condicionaba la gestión. En este presente complejo el Jefe de Estado tiene un círculo político más chico que hace un año atrás. No pudo expandirse en el camino espinoso de la resistencia.
La foto del presente es totalmente diferente. Cristina Kirchner volvió a ocupar el centro de la escena. Fue un proceso que empezó el día del alegato del fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad, donde le pidió 12 años de prisión, y que se agigantó como consecuencia directa del atentado que sufrió en la puerta de su casa.
En el acto del último jueves CFK no tuvo presente, en su siempre basto diccionario, el nombre y el apellido del Jefe de Estado. Hizo como si no existiera. Alberto Fernández en ese momento ya estaba regresando hacia al país luego de una gira que incluyó paradas en Francia, Indonesia y España. Otra agenda. Otro perfil. Una relación rota que se mantiene en el tiempo con treguas esporádicas.
La vicepresidenta de un gobierno peronista no nombró al presidente con el que comparte la fórmula. Y no lo hizo en un día destacado para el peronismo, como fue el aniversario número 50 del regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina luego de 17 de exilio. Definirlo como raro es demasiado poco. Es el retrato de un gobierno que sobrevive, como puede, a un proceso de autodestrucción.
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