“Ojalá rompan pronto. Ya estamos hartos. No se aguanta más esto”. La feroz sentencia salió de la boca de un importante dirigente peronista que tiene los pies puestos en uno de los pocos anillos políticos que rodean a Alberto Fernández. La frase tiene dos destinatarios: el cristinismo y La Cámpora. Dos mundos parecidos dentro del planeta K.
La nueva etapa de la crisis interna que padece el gobierno nacional elevó los niveles de hartazgo. Así como la sociedad da señales claras de su cansancio con la política y los políticos, dentro del peronismo, el ida y vuelta de reproches, en forma permanente, ya agotó hasta el más paciente. La interna es cansadora pero, sobre todo, destructiva.
La relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner está completamente deteriorada. No hay confianza y no hay acuerdos por encima de la agenda judicial. Lo complejo de esa foto lo describen varios ministros y funcionarios del Gobierno. Para ordenar la guerra interna del Frente de Todos hacen falta un acuerdo entre el Presidente y la Vicepresidenta. Roles claros y reglas de juego. No hay nada de todo eso.
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Las constantes críticas del kirchnerismo al Presidente mantienen un nivel de tensión alto en la convivencia. El último reclamo lo hizo el secretario general de La Cámpora, Andrés “Cuervo” Larroque, cuando le pidió que arme una mesa política e institucional en la que se sienten representantes de los diferentes sectores que componen el Frente de Todos.
El kirchnerismo entiende que ese mecanismo permitiría reducir el desconcierto que hay respecto al futuro de la gestión y de la coalición, bajar el nivel de confrontación y lograr acuerdos a los que Alberto Fernández le ponga la firma final. En el entorno presidencial creen que ese reclamo no es más que una jugada política para intentar limarlo y quitarle poder.
“Una mesa política no se pide por los medios. Alberto entiende que de esa forma se licuaría el poder que tiene por el rol que ocupa. Además, es raro que un Presidente se tenga que sentar en una mesa con diez personas para discutir que decisión tomar”, reflexionó un funcionario nacional de primera línea. Lo cierto es que Fernández descartó la posibilidad de armar esa mesa. No es una opción para él.
En la gran mayoría de las terminales políticas del Frente de Todos asumen que no hay solución posible que no sea que Fernández y Kirchner se sienten a lograr un acuerdo mínimo. “Cualquier otro intento, no tiene demasiado sentido”, advirtió un importante ministro nacional. La buena voluntad de la dirigencia tiene un límite.
Algunos ministros habían divisado en el discurso de Cristina Kirchner en Pilar, durante un acto de la UOM, una buena señal de convivencia. No direccionó sus críticas contra el Presidente y no hizo cuestionamientos duros a la gestión. Pero esa sensación fue perforada 24 horas después por las dardos venenosos de Máximo Kirchner apuntados directamente a Fernández.
En la Casa Rosada intentan darle cada vez menos entidad a las críticas del líder de La Cámpora. Le restan importancia y trascendencia. Pero, al igual que el kirchnerismo, no pueden salir de la lógica que impone la discusión interna que mantienen hace un año. Un solo hecho lo demuestra con contundencia. Alberto Fernández le respondió a Máximo Kirchner directamente. Sin intermediarios y sin voceros en el medio.
Adentro de la Casa Rosada niegan que el encadenamiento de mensajes al kirchnerismo hecho por tres ministros en los últimos días, hayan sido diagramados. La Portavoz, Gabriela Cerruti; y los ministros de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz, y de Seguridad, Aníbal Fernández, expusieron en público lo que todo el peronismo anti cristinista dice por lo bajo. Que es ilógico que critiquen al Gobierno como si estuvieran afuera y que no han ayudado en nada en la búsqueda de acuerdos internos.
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El kirchnerismo duro busca limar las intenciones de reelección de Fernández y lo trata de egoísta por darle espacio y vuelo a una “aventura personal”. Lo quieren afuera de la cancha electoral porque consideran que no fue capaz de poder gestionar con los lineamientos que ellos hubiesen querido. No lo ven en condiciones de comandar al Gobierno durante la travesía electoral 2023.
“Alberto no respetó la conducción que lo puso ahí. No hizo nada a tiempo, no tomó ninguna medida para bajar la inflación y recuperar los salarios en el momento que lo tenía que hacer”, aseguró un funcionario K. En ese sector de la coalición creen que Fernández tendría que haber direccionado el Gobierno con el rumbo que proponía Cristina Kirchner y que debería haber armado una mesa política para que haya una decisión conjunta. Entienden, claro está, que no hizo nada de eso.
En definitiva, buscaban que su rol esté completamente condicionado a la mirada política de CFK. Un mecanismo ilógico en el sistema político argentino. Solo un esquema extraño como el que gobierna, con una vicepresidenta más poderosa que el Presidente, puede poner en jaque el verticalismo tradicional que ha marcado la historia del peronismo.
En el entorno presidencial advierten que lo que les está molestando a los dirigentes de La Cámpora -cada vez más enfrentados con Fernández -es que el Jefe de Estado les responda, como lo hizo con Máximo Kirchner. “Que les conteste y se ponga por encima de ellos, los hace entrar en crisis. Lo mismo pasa con su decisión de mantener las PASO y decir que va por la reelección. Les molesta”, sostuvo un integrante del Gabinete.
La posibilidad real de que Alberto Fernández compita en las próximas elecciones genera molestia en el kirchnerismo duro. No logran entender cómo puede querer volver a competir, cómo no se da cuenta que no tiene fuerzas para hacerlo ni capacidad de encolumnar al peronismo detrás de su proyecto de reelección.
En las filas del peronismo más tradicional creen que lo que está haciendo Fernández no es más que fortalecerse y generar cierta estabilidad en su rol de Presidente con un objetivo claro: llegar entero al año que viene. El Jefe de Estado quiere ser un protagonista en el proceso electoral. Ya sea para competir o para poder negociar algún lugar para los suyos. No está dispuesto a mirar esa etapa desde el balcón de la Casa Rosada.
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En las últimas semanas el círculo político del Presidente inició movimientos para tejer alianzas que le permitan competir el año que viene. Rosca pura. Acercar posiciones con algunos dirigentes, pedir apoyo, saber dónde está parado cada uno y conocer con qué soldados se podría contar para apoyar a un mandatario débil, desgastado, pero que no deja de ocupar el sillón más importante en la estructura del Estado.
¿La motivación para respaldar ese proyecto? Discutir poder con el kirchnerismo en unas PASO. Unidad con diferencias. ¿Existe la posibilidad de ganarle a Cristina Kirchner en una interna? No. Imposible. Pero la hipótesis que se maneja en algunas oficinas albertistas es que la Vicepresidenta no competirá en las próximas elecciones.
Y, además, empezaron a dudar sobre la posibilidad de que Sergio Massa esté dispuesto a ser candidato a presidente. En los últimos días dio algunas señales sobre su futuro que sembraron dudas sobre si no dejaría pasar esta oportunidad. En caso contrario, el ministro de Economía es el candidato virtual con más apoyo dentro del peronismo.
Para ese sector del Gobierno que aún sostiene a Fernández la moneda está dando vuelta en el aire. No hay sentencias firmes. El peronismo ya está sumergido en el proceso electoral. Con más incertidumbre que certezas. Discutiendo si hay operativo clamor que valga o si se necesita un nombre propio nuevo y fresco. A esta altura del 2022 nadie tiene una respuesta sólida de argumentos.
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