Durante toda la entrevista con Infobae, Juan Manuel Abal Medina (77) se refiere a Juan Domingo Perón como “el General”. Su libro Conocer a Perón (Planeta) acaba de salir a la venta. El título refleja el privilegio que para Abal Medina constituyó el haber trabajado junto al líder justicialista en esa coyuntura histórica de 1972/3 y con una cercanía que, como él mismo dice, no sabe “de otro que la haya tenido”.
Con evidente admiración y cariño evoca ese tiempo en el que fue testigo y protagonista de un acontecimiento histórico extraordinario y probablemente inédito: el regreso de un líder desterrado y proscripto al país y al poder por la vía democrática, después de 17 años de exilio forzoso.
De su relato se desprenden también los elementos que ya estaban en germen en esa coyuntura y que, muerto Perón, frustraron una oportunidad histórica para el país. La generosidad y apertura del General hacia sus históricos adversarios radicales y su frustración por la falta de correspondencia a ese gesto es uno de los temas que atraviesan el libro de Abal Medina. Y el hoy no tan recordado boicot de Raúl Alfonsín a la propuesta de Perón de un gobierno de unidad entre peronismo y radicalismo.
Abal Medina tenía 27 años cuando Perón lo eligió para conducir en el país la política que haría posible su retorno. De origen nacionalista católico, se había acercado muy poco antes al peronismo. En esta entrevista, evoca a las figuras que fueron clave en su formación.
Su hermano Fernando, dos años menor que él, fue uno de los fundadores de la organización Montoneros y también uno de sus primeros caídos: murió en un enfrentamiento con la policía el 7 de septiembre de 1970. Había participado del secuestro y muerte de Pedro Eugenio Aramburu y tenía orden de captura.
Aunque Juan Manuel Abal Medina tomó una dirección política muy distinta a la de Fernando, el libro también le está dedicado a ese hermano a quien despega de la evolución posterior de Montoneros. Junto con la llegada de José Ignacio Rucci a la conducción de la CGT y el papel de Héctor Cámpora en La Hora del Pueblo, el llamado levantamiento montonero del año 70 fue otro de los elementos que cambiaron la realidad, dice Abal Medina, más allá de las desviaciones que siguieron. Al respecto, recuerda que Arturo Jauretche, poco antes de morir, muy apesadumbrado por la distancia que los jóvenes estaban tomando de Perón, le dijo que Fernando no hubiera avalado ese desafío a la autoridad del General.
El 24 de marzo de 1976, los militares allanaron la casa de Abal Medina y le robaron el archivo del Movimiento, que Perón le había confiado. (Más tarde, a través de un funcionario radical, lograría recuperar algunas piezas, cuenta en esta charla). Tras pasar un mes oculto, se refugió en la embajada de México, donde permaneció hasta 1982, porque la dictadura le negaba el salvoconducto para abandonar el país. Desde entonces, ha vivido mayormente en México, pero regresó al país hace diez años.
En su libro y en esta entrevista, Abal Medina busca hacer justicia con quienes tuvieron un rol decisivo en aquella etapa. Dice que Perón hablaba de sus “tres alfiles”, que eran Cámpora, a cargo del diálogo con los otros partidos en La Hora del Pueblo, Rucci, como secretario general de la CGT, y Rodolfo Galimberti, como referente de la creciente movilización juvenil.
Apunta contra la fusión de Montoneros con las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), organización marxista guevarista, que incidió en la radicalización de esa guerrilla y su desafío a Perón.
“Perón no engañó a nadie. Se engañó el que quería ser engañado. El socialismo nacional era para él el Justicialismo”, sostiene, a modo de réplica a cierto relato de una generación supuestamente manipulada.
— En su libro usted destaca al General como estratega y lo exculpa de cosas que pretenden achacarle hoy. A lo largo de los últimos años, esto ha recrudecido y es casi como si estuviéramos de nuevo en el 55. Cierta oposición dice que Perón trajo todos a los nazis del mundo a la Argentina, hizo la Triple A y es responsable de todo lo malo de los últimos 70 años. Lo inentendible es que los peronistas, los que se dicen peronistas, no defiendan la memoria de Perón y vayan dejando que se instalen estos relatos. ¿Cómo se explica esto?
— Hace un rato mencionaron hablar de la intención de mi libro. Ese era el principal objetivo. Pero primero, por qué ahora. Porque estuve muy mal de salud. Muy mal. Y pensé que no la contaba y yo me sentía en deuda con el General principalmente y también con mi hermano Fernando. Por lo que después fue Montoneros, yo quería contar, más allá del juicio sobre lo otro, quién fue Fernando y qué hizo. Pero el tema central era el General. Porque se han dado visiones de él que son absolutamente falsas. Por motivos que están contados en el libro, tuve una relación con el General de una cercanía que no sé de otro que la haya tenido.
— En esa etapa seguro que no.
— No. Y fue por una circunstancia muy clara: yo no quería ser nada, ni iba a ser nada en el gobierno. Eso me daba una autonomía muy grande y al General, confianza en el trato conmigo. Y puedo decir realmente, sin segundas intenciones de ninguna naturaleza, quién fue realmente el General. El que yo conocí y no hay nada que me indique que antes hubiera sido distinto. Luego conocí estrechamente a personas que fueron sus colaboradores del primer gobierno y después también. La honestidad tremenda de esos compañeros… He leído algunas notas en Infobae sobre eso. Compañeros secretarios generales de la CGT que volvían a vivir en sus barrios de siempre… Y yo, por el cargo que el general antes de tener oportunidades políticas, revisé los juicios pendientes del General. Puedo dar fe de su honestidad absoluta y de lo grotescas que eran las acusaciones en su contra.
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— Eso da para otro libro, ¿no?
— Sí. Además me ayudaron en eso abogados que eran antiperonistas pero que eran mis amigos personales. Ellos dieron fe de lo que estoy diciendo. Esto yo lo conservo. A mí el Golpe (del 24 de marzo de 1976) me robó muchísimas cosas. El archivo del Movimiento, que yo conservé por indicación expresa del General, me fue robado en la noche del Golpe. Algunas piezas sueltas recuperamos gracias a Facundo Suárez, cuando fue jefe de la SIDE en el gobierno de Alfonsín.
— A quien usted ya conocía por su rol de intermediario entre Perón y el entonces jefe del radicalismo, Ricardo Balbín.
— Sí. Facundo Suárez fue el primer radical en ir a ver al General a Madrid oficialmente. Con conocimiento del doctor Balbín. Ese es otro de los temas. Y en cuanto al General, a ver, su patriotismo, la claridad absoluta de su ideología. La forma en que enunciaba posiciones ante coyunturas políticas, tanto nacionales como internacionales. La forma en la cual asimilaba la óptica justicialista a los procesos que se vivían en el Tercer Mundo. Estos nunca cambiaron la esencia de su pensamiento. Y no engañó a nadie en esta materia. Se engañó el que quería ser engañado. Leyendo o escuchando sin prejuicios los textos o las filmaciones que más se utilizan para decir que dijo una cosa y después dijo otra, se ve que siempre dijo exactamente lo mismo. El socialismo nacional del que hablaba el General era el justicialismo. Siempre fue claro. Con evidente mala intención estas cosas se han deformado totalmente.
— Otro tema debatido es el rol de Cámpora.
— Es otro tema que se ha deformado insólitamente y que yo cuento con bastante detalle en el libro: la supuesta existencia de una conspiración para derrocar a Cámpora. Lo cual es un despropósito solamente pensarlo. Y que le hace mal a Cámpora porque éste tuvo alguna confusión pero nada más. Fue un agente leal al General. La lógica absoluta de ese proceso era: regreso, uniforme, presidencia. No tenía sentido pensar ese proceso de otra manera. Un gobierno peronista con el General ¿haciendo qué? Dedicado, decían, a Latinoamérica. ¿Qué significa? Nada. Siempre estuvo claro que Perón volvería para ser presidente. Esto lo puedo afirmar porque ese proceso, como secretario general del Movimiento, lo dirigí yo. No lo dirigió Cámpora, que era el delegado de Perón. Lo dirigí yo. Y lo que digo estaba explícito. La parte del regreso la dirigí en compañía de José Rucci, secretario general de la CGT, y con el respaldo muy fuerte y también decisivo de Rodolfo Galimberti. Esto es lo otro que quería decir en el libro y creo que está logrado. Porque Galimberti después fue tal o tal cosa, pero el Galimberti político de aquel entonces fue el que cuento en el libro. Cuando hacemos a solas con el General el balance de fuerzas antes de definir los términos del regreso -imposible olvidarme porque fue el 7 de octubre, víspera del cumpleaños de Perón-, textualmente el General hablaba de sus tres alfiles: Cámpora, en el manejo con los partidos políticos, de la Hora del Pueblo, que eso lo hacía muy bien; Rucci y Galimberti.
— ¿Y Lorenzo Miguel?
— Lorenzo fue un hermano, un apoyo central. Lo que pasa es que era mucho menos extrovertido que el petiso. Rucci ocupaba todo el panorama en los sindicatos. Pero el poder de atrás que le daba fuerza, el poder consolidado, era Lorenzo. Y fue de un peronismo lineal. Rucci y Lorenzo alinearon al sindicalismo que estaba operado con muchísimo dinero por el gobierno. Con (Rogelio) Coria. Con (Estanislao) Rosales. Y ellos, Rucci y Lorenzo, consiguieron finalmente alinearlo de la forma que lo alinearon. Por eso el General les tenía un enorme cariño. Lo que pasa es que a Rucci y a Galimberti, el General los quería-quería. Como si fueran chicos. A ambos les decía “m’hijo”. A Galimba y a Rucci. Las dos únicas personas a las que yo he visto hacerle bromas al General fueron Galimba y Rucci. Y también eran las únicas personas que yo vi llegar tarde a una cita con el General. El General, que tres minutos antes de la hora prevista, se paraba en la puerta de su casa de Puerta de Hierro a esperar al que llegaba. O sea, llegarle tarde a ese General era…
— Hay que tener en cuenta que Galimberti inicialmente no estaba todavía encuadrado, como se decía, en la organización Montoneros. Tenía vínculos, estaba con un pie en un lado y otro…
— No, no, sus dos pies estaban dentro del peronismo. A ver, existía Montoneros, por supuesto, pero por ejemplo toda una regional [N. de la R: varias provincias] de Montoneros no superaba la veintena de integrantes. Y acá estamos hablando de una movilización masiva de la juventud y esa movilización masiva la supo encauzar Galimberti. En determinado momento le critiqué un espíritu un poquitito faccioso. Yo hubiera dejado más integrados a otros sectores. Y yo integré en lo posible a esos otros sectores. Pero nada más. Aquello fue masivo y fue Galimberti. Y el General intentó de todas las maneras posibles que no se encuadrara. Hasta el último momento me encargaba: “No lo suelte, doctor, no lo suelte”. Con el enorme cariño que le tuve al General y la cercanía, siempre tuvimos un trato de una tremenda formalidad.
— Perón no lo tuteaba a usted.
— No, era “no lo suelte a Galimberti”. El General fue cristalino en todo este proceso. La victoria era su regreso. A nivel dirigencia, los que pensábamos esto centralmente éramos Rucci y yo. Y Galimba. Lo que pasa es que Galimba, al que siempre se le iba la boca en algún tema, tenía a cada rato una orden de captura, con lo cual no podía estar físicamente presente en las actividades públicas. Esto fue un problemón porque él hubiera tenido muchísima más presencia. Entonces, como era buscado, empezaba a disfrazarse de Galimberti, como yo le decía, y cuando se disfrazaba parecía más Galimberti que nunca… (Ríe). Genio y figura. Pero el caso es que no podía estar.
— Decía entonces que la victoria era el regreso.
— Lo reitero: la victoria era el regreso. Porque el peronismo había luchado durante 17 años por el regreso del General. Esa era la victoria. Yo estaba seguro de que el proceso electoral no se iba a interrumpir. Si se daba el regreso del General el proceso electoral yo lo veía asegurado. No porque se fuera a levantar la cláusula proscriptiva. Yo intenté disuadir a Cámpora de hacer de eso un objetivo; nunca lo íbamos a conseguir porque el proceso electoral era posible justamente porque existían esas proscripciones. Porque existía la posibilidad, en la cabeza de los militares y del radicalismo, de que Perón no ganara. ¿Cómo evitar que ganara el peronismo?: evitando que Perón fuera candidato y con la cláusula del 50 por ciento.
— El ballottage.
— Y también con maniobras políticas para sacar partes de lo que era el frente inicial. Por izquierda, digamos así, lo sacan a Oscar Alende, con el Partido Intransigente. Y eso seguro lo arreglaron directamente con la Unión Soviética por el tema del comercio de granos. Nos sacan todo ese pedazo que fueron 800 mil votos; era todo un tema. Nos dejan sin el General candidato y teníamos que llegar al 50 por ciento. Pero aun con todos estos condicionamientos íbamos a llegar a las elecciones. Llegando a las elecciones, yo estaba seguro que de una u otra manera las íbamos a ganar. Y en esas circunstancias, Perón necesariamente iba a ser presidente. Porque era impensable un gobierno peronista con otro presidente. Absolutamente impensable. Así que no existió eso.
— Usted señala que la campaña electoral se radicaliza. ¿Cómo sucede eso?
— Sobre todo se radicaliza en un sentido que complicaba las cosas. Es la aparición de un nuevo tipo de militantes, muy orgánicos pero muy de última hornada en el acercamiento al justicialismo y que son los que inventan esas consignas como “Montoneros y Perón, conducción, conducción”. Ahí hay una falla política que empieza en (Vicente) Solano Lima y continúa en Cámpora. Y es cosa de viejo político el querer congraciarse con el auditorio. Con el público al cual estás hablando. Entonces Solano rescata un bisabuelo montonero, tema muy gracioso, una vez le saqué las cuentas y le dije “no te hagas el joven, porque como mucho sería abuelo tuyo”.
— ¿Y Cámpora?
— Cámpora tenía un guion que repetía y estaba perfecto pero a veces agregaba algunas frases también demasiado radicalizadas. En la campaña estaba todo pautado, la campaña estaba organizada. No saben lo que eran las instrucciones del General. Perón era un conductor absoluto. El malo en la campaña tenía que ser yo pero yo terminaba hablando bien de las Fuerzas Armadas en los actos. Era el reino del revés. A Galimba no lo teníamos en la campaña y entonces empiezan a hablar dirigentes juveniles de las zonas. Y esos dirigentes juveniles sí estaban ya encuadrados en Montoneros. El problema fue este proceso de radicalización por un lado y, por el otro, la salud del General.
— Un tema quizás no tan conocido es el de todos los esfuerzos que hizo Perón para conciliar con esa juventud radicalizada y frenar la violencia. Las muchas gestiones que hizo. Incluso después del asesinato de Rucci por Montoneros. Porque el relato actual es que Perón los echó de la plaza y ahí se terminó la cosa.
— Eso iba a decir, aun después de que mataron a Rucci. Soy totalmente sincero, yo ahí ya no tengo más nada que ver. Fue el fin para mí, después de que mataron a Rucci.
— ¿El fin del vínculo con Montoneros?
— Sí, yo no podía moralmente, políticamente, afectivamente, tener nada que ver con eso. Pero el General hizo reiterados intentos. Primero con Jorge Taiana [padre] y con Solano Lima. No conozco tanto el detalle. Sí lo del Chango porque él venía y me informaba. Y después largamente con José Gelbard, y con Carlos “Chango” Funes…
— Y a través de Duilio Brunello también.
— Brunello era un dirigente de primer nivel. Tanto es así que en el último Congreso del partido en vida del General, éste lo hace vicepresidente primero. O sea, después de él y la Señora (Isabel), Brunello era la principal autoridad del partido. Y ellos son los que van haciendo este acercamiento. Por instrucciones del General y teniéndome totalmente informado y para que les diera alguna idea. Yo eso sí lo hacía. Lo que no quería era encargarme yo.
— ¿Y qué respuesta hubo del otro lado? ¿O no hubo respuesta?
— Sí hubo. El último acercamiento estuvo muy cerca de...
— Pero nunca depusieron las armas.
— No, no, pero se estaba cerca del primer paso. Esto lo cuenta con bastante detalle el Chango Funes en su libro [Perón y la guerra sucia] y sobre todo en unas cartas que incorpora al final. El Chango inicialmente -esto lo oculta en el libro- lo que buscaba era que el General apoyase el GAN, a Lanusse. Que es lo mismo que buscaba Gelbard, por eso Antonio Cafiero lo bautizó como el Kissinger criollo. Y hasta el mismo 17 de noviembre Gelbard intenta convencer a Lanusse de que fuese con él a Ezeiza y se comprometía a juntarlo con el General y el abrazo histórico y qué sé yo. Y, contaba Gelbard, que era muy gracioso, que Lanusse le dijo que no, porque si hacía eso tendría un 50 por ciento de peligro de vida. Entonces Gelbard le dice bueno, pero usted es un gran jugador. Sí, sí, sí, pero a ver 50 por ciento de que los peronistas me maten si llego ahí. Y 50 por ciento de que me maten los míos cuando vuelva. No era el 50, era el 100.
— Volviendo al Chango Funes y los intentos del General por frenar la violencia interna…
— En ese último intento, conociendo un poco mis posiciones -el General era más práctico que yo en muchos temas, si no en todos-, me dice, ya estando muy enfermo, en cama: “Doctor, ayude a que esos queden dentro de la estructura, lo importante es que queden dentro de la estructura, no me haga cuestiones ideológicas ahora”. Para mí fue altamente negativa la fusión con las FAR, que eran cuadros sin mayor formación política, y llega un grupo de marxistas, algunos de ellos más…
— Más formados. Eso está explicado en el libro de José Amorín, “Montoneros, la buena historia”.
— Sí, sí, a Amorín lo traté mucho allá en México. Cuando yo vivía en México fue uno de los argentinos que más se me acercaron. Médico, muy buena persona.
— Amorín explica esa evolución del primer grupo de Montoneros, que era más peronista, hacia posiciones más marxistas. Por una serie de incidentes, como la muerte de su hermano, o la de Sabino Navarro, fue cambiando el carácter del grupo. Usted dice que alguien le aseguró que si Fernando no hubiera muerto en aquel enfrentamiento la historia de Montoneros hubiera sido otra.
— Eso me lo dijo Jauretche la última vez que estuve con él. Estaba muy, muy, muy caído por el distanciamiento de los jóvenes del peronismo. Estaba muy afectado por eso. Él lo sentía especialmente porque había conocido a varios.
— Jauretche muere en mayo del 74.
— Sí. En mayo del 74.
— ¿Comparte esa idea de que con Fernando Montoneros no se hubiera radicalizado como lo hizo?
— Sí, seguro, porque sé lo que pensaba. Fernando era un nacionalista, un peronista nacionalista digamos. La ida a Cuba no lo cambió. El entrenamiento en Cuba, Fernando se lo tomó totalmente en joda. Los habían hecho cruzar una montaña con tres tarados que discutían todo el tiempo. Tres tarados que fueron después tres FAR. Esto está contado en el libro de Laura Alcoba. Fernando dijo textualmente que fueron “conversaciones más aburridas que las de los bolches del colegio”. Él no tenía nada que ver con ese mundo. Después de la salida de Cámpora, mi relación con Montoneros, que nunca había sido demasiado estrecha, queda reducida al vínculo personal con Norma (Arrostito), a la cual yo quería mucho, En una de las pocas conversaciones que tengo con la conducción de la organización, yo les reprocho muy gravemente un documento en el que decían “nosotros pensamos distinto”. ¿Son una organización peronista o no son una organización peronista? Si son una organización peronista ustedes piensan lo que el General dice. Si no, digan que no son peronistas.
— Es lo que varias veces dijo Perón públicamente, sáquense la camiseta.
— En distintos tonos pero… porque, seamos serios, había un proceso de radicalización internacional pero que ya estaba pinchado en el momento que estamos hablando. Pero el crecimiento aluvional de la Tendencia, por llamarlo de alguna manera, es porque Perón apoya. Es un juego de ida y vuelta. Sin el apoyo del General eso no hubiera crecido aluvionalmente. Él no iba a dejar de apoyarlos porque eran un instrumento del dispositivo general para… No entender esto, no entender que el general nunca engañó; desde el primer día las llamó “formaciones especiales”. Cualquiera sabe qué significa eso militarmente hablando. Y desde el primer día les dijo que estaba de acuerdo con el socialismo nacional pero que el socialismo nacional era el justicialismo. En Argentina era el Justicialismo. Dejar en claro estas cosas era mi objetivo en cuanto al libro.
— Otro aspecto poco recordado de esta historia es que una de las razones por las que se frustró el acercamiento de Perón con Balbín fue la oposición de Raúl Alfonsín.
— Pero eso fue explícito. Esto lo cuenta el General. Además me lo cuentan algunos de los radicales que participaban de las conversaciones, como Facundo Suárez y Ramón J. Vázquez. Alfonsín impugnaba ostensiblemente. El radicalismo estaba en un proceso electoral interno en el cual la lista encabezada por Alfonsín saca el 36, 37 por ciento. Y ese grupo era absolutamente enemigo del acercamiento al peronismo.
— Era lo que después fue la Coordinadora.
— Era eso, sí. Y nosotros tuvimos la generosidad en la persona de Cafiero de hacer las cosas que hicimos. Nosotros por el peronismo [N. de la R: alude al apoyo de Cafiero al gobierno de Alfonsín durante el levantamiento carapintada].
— En cuanto al argumento de que Perón creó la Triple A… ¿Cómo alguien que tenía todo el poder político y militar en ese momento…?
— A ver, obviamente, no. Es un disparate. El General nunca estuvo en nada de eso, ni toleró esas cosas. En algunas ocasiones, cuando vio que las cosas podían pasar a mayores actuó claramente parando la mano. Inmediatamente después del discurso del 1° de Mayo, aun con toda la bronca y la mar en coche, dijo “cuidado con los que se van, que no pase nada”. Dio esa instrucción. El General no tuvo absolutamente nada que ver con ninguno de esos temas. Absolutamente nada que ver. Esos temas se han mitificado totalmente, además. A ver, hubo enfrentamientos entre sectores del movimiento que se transforman después en temas de la Triple A.
— Era el enfrentamiento interno del peronismo de aquellos años.
— Que se nos va de las manos después… Se nos va totalmente de las manos, desgraciadamente. Es decir, las cosas se fueron de las manos desde el 25 de mayo (del 73, asunción de Cámpora). Es la realidad. También lo cuento esto con cuidado porque no quiero herir a la familia de gente que fue valiosa y honesta pero que no estuvo a la altura de las circunstancias. Yo no comparto y lo digo en el libro con todas las letras, el concepto de que hubo una primavera camporista.
— Es una lectura contra Perón.
— Se nos fue de las manos. Yo no estaba en el gobierno, pero obviamente se les fue de las manos a todos en el gobierno. Yo tuve que intervenir esa noche en el tema de Devoto [N. de la R: la salida de los presos]. Lo hice por indicación directa del General, lo cuento con detalle en el libro, pero además ya lo había contado Taiana. Ya se habían ido las cosas de las manos. Nunca debió haberse manejado eso así. Yo nunca estuve de acuerdo con la amnistía general e indiscriminada. Me parecía un absurdo, y en esto me quedé solo. Esa noche en Devoto vi cuánta razón tenía, a mí me parecía un absurdo soltar a gente que proclamaba que iba a continuar la guerra. ¿qué estábamos haciendo? Y me refiero en especial al ERP. Pero esa noche tuve que sacarlos porque si no, lo hacían por la fuerza, estaban en la puerta concentrados, la volteaban y entraban. Salieron formados en escuadras, sin saludar, cantando la Internacional. Esto no me lo contó nadie. Soltamos a la gente que al día siguiente nos iba a seguir atacando.
— Como de hecho pasó.
— Como de hecho sucedió. El Congreso entero, sin una sola abstención, votó la salida de los presos.
— Cuando se lee en su libro cómo se formaban ustedes, yendo a conversar con Jauretche, con el padre Leonardo Castellani, con Leopoldo Marechal, John William Cooke, es inevitable pensar en los militantes de hoy para los que la formación política no parece un problema ni una aspiración. Y si lo fuese, ¿a quién podrían ir a ver estos jóvenes?
— No hay duda de que nosotros fuimos especialmente privilegiados porque tuvimos por arriba, con muchos años de diferencia, a los que estamos mencionando. Por orden, en lo que hace a mí y a mi hermano Fernando: el padre Leonardo Castellani, que con la gran generosidad que tenía, nos fue remitiendo a distintos intelectuales. El origen común de todos estos sectores del nacionalismo peronista y no peronista eran los cursos de Cultura Católica. Jauretche no venía de esos cursos, pero el grueso sí. Pero Castellani nos remite primero con Jauretche y por otro lado con el cura Julio Meinvielle. Con Jauretche nos reuníamos en el Castelar, en la esquina de Córdoba y Esmeralda, siempre en la misma mesa. Comentaba los sucesos cotidianos de un modo muy atractivo para chicos. Porque éramos chicos, no jóvenes. Yo tenía 13 años.
— Sería a principios de los 60.
— Sí, y la primera vez que voy con Fernando a ver a Castellani, Fernando va de pantalones cortos. En lo de Castellani conocimos a Alicia Eguren, poeta nacionalista en su juventud, luego esposa de Cooke. Ella nos lleva a la toma del frigorífico Lisandro de la Torre, el primer contacto que tenemos con algún episodio del peronismo. Por Jauretche fuimos presentados a varios. Con los dos que hicimos más sintonía fue con (los historiadores) José María “Pepe” Rosa y con Ernesto Palacio. Ernesto era sencillamente brillante. Por él conocí a su hijo, Juan Manuel Palacio, que es el padrino de mi hijo Santiago. Un buen día Jauretche dice “¿cómo?, ¿ustedes todavía no conocen a Marechal?” Entonces se para, va al teléfono público, lo llama y nos dice que fuésemos la semana siguiente, el miércoles. Esa fue una relación importante para nuestra formación. Tanto Castellani como Marechal mencionan encomiásticamente a Marcelo Sánchez Sorondo. Al cual finalmente conocí y con quien hice una amistad muy cercana y cuando en el 66 aparece Azul y Blanco Castellani nos dijo que nos sumáramos.
— Usted también destaca su vínculo con Cafiero.
— Bueno, del peronismo, los principales, por su influencia sobre los jóvenes, fueron Gómez Morales y Cafiero. Yo inicio una relación con Antonio que llegó hasta su muerte. Fuimos realmente muy amigos. Por el lado de los radicales, el primero fue Leopoldo Suárez, luego Facundo Suárez, Ramón J. Vázquez, vicecanciller de (Miguel Angel) Zavala Ortiz en el gobierno de Illia, con sus hermanos, abogados. Ese grupo se va ampliando con más sectores del peronismo. Allí conocimos a (Jerónimo) Remorino [ex ministro de Relaciones Exteriores de Perón] que entonces era una especie de subsecretario del movimiento. Esto es un poco para darles una idea, y omití mencionar otra gran cantidad de gente. Los hermanos Irazusta, por ejemplo, talentosísimos ambos, Rodolfo y Julio. El uruguayo Alberto Methol Ferré, un tipo excepcional. Espectacular. Tuvo también sobre nosotros una influencia marcada. Esto en lo que hace a la formación política. Pero sería injusto no mencionar que en paralelo teníamos en el colegio, en el Nacional Buenos Aires, una formación muy especial. Ahí tuve grandes, grandes profesores que tuvieron influencia sobre mí también. En Lengua Española, Ángel J. Battistessa, principal traductor argentino y latinoamericano del Dante. Y un gran profesor de francés y de literatura francesa que fue Juan Valmaggia, que era el subdirector de La Nación. Con él seguimos la polémica de Sartre con Camus. La experiencia cultural de nuestra generación es absolutamente irrepetible.
— Es lo que se siente al leer esa parte del libro. Los jóvenes que hoy militan en espacios, hoy se los llama así, no tienen clara la identidad ni la doctrina. No tienen en quién referenciarse para formarse.
— Sí, y estoy omitiendo decir nada menos que Marechal sobre todo y Pepe Rosa también fueron insisten en que leyera a Perón y bueno, yo leía a Perón antes de ser peronista. La Comunidad organizada siempre me resultó un texto sumamente atractivo. Antes de transformarlo casi en una Biblia, antes de ser peronista…
— Justamente, hoy no se lee a Perón. Ni los militantes. En la Universidad debería leerse a Perón. Para criticarlo o para adherir. Pero hoy lo que hay es desconocimiento.
— Hay tres o cuatro obras del General que son clásicos que deberían obviamente leerse. La Universidad, esa universidad del peronismo, tan criticada, tenía un nivel, al menos en lo que yo puedo decir, que es la Facultad de Derecho y la parte de Letras, de Filosofía y Letras, tenía un nivel superlativo. Muy superior al posterior. Y la violencia con que el gorilaje liquidó esa Universidad es infinitamente superior a la famosa Noche de los Bastones Largos que fueron cuatro bastonazos en una Facultad. No digo que eso estuviera bien, desde ya. Pero han quedado cosas como que la Universidad reformista era… no, no, no, la Universidad peronista era infinitamente mejor. Entre otras cosas, había hecho gratuita la Universidad, algo que a la Reforma no se le había ocurrido. Se le había ocurrido ser autárquica, o sea, separarse del país en definitiva. El peronismo la hace gratuita.
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