El registro de septiembre consolidará un nivel inflacionario mensual por encima del 6 por ciento, según cálculos que circulan incluso en despachos oficiales. Noviembre ya anota en su lista el impacto de la reducción de subsidios en tarifas de luz y gas, además de otros aumentos en servicios y de la persistente alza en alimentos. La política, frente a ese panorama, expone un cuadro dominado por microclimas y disociado de la realidad. El oficialismo y la oposición llevan días con picos de tensión interna. Y hasta el resultado de la elección en Brasil genera lecturas forzadas, insólitas, dedicadas a plateas domésticas reducidas y agrietadas.
El oficialismo muestra síntomas variados de la preocupación creciente por el posible efecto de la crisis en sus chances electorales. Ese explica, en paralelo con las presiones del kirchnerismo y también de los “jefes territoriales” del PJ, la recreación de fórmulas sobre controles de precios, esta vez en el imaginario de una contención que arranque en el último mes de este año y se mantenga durante el primer trimestre del 2023. Es decir, en el umbral de la campaña.
Con todo, y de manera previsible, los síntomas más notorios son políticos. La intención de anular las PASO y los adelantos de comicios en varias provincias van de la mano, con una novedad: Sergio Massa dio su primera señal política pública desde que juega su futuro en Economía. Mostró su carta como tercer socio del frente oficialista y, de hecho, añadió presión interna con su reclamo de una decisión clara sobre la derogación de las elecciones primarias.
Alberto Fernández, con sostén reducido, debería resolver si se mantiene en el rechazo a esa movida o se sienta a negociar una salida de compromiso. No se trata ya sólo del terreno cedido frente a las oleadas de presión impulsadas por Cristina Fernández de Kirchner. Ahora, se suma el reclamo de Massa para que el tema sea discutido cara a cara y a puertas cerradas en la primera línea del oficialismo. El cuarto socio de peso -el conjunto de gobernadores peronistas, tomados como liga- fue el impulsor inicial del fin de las PASO.
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El triunfo de Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro, por margen estrecho pero gravitante en el plano regional, gatilló un nuevo capítulo, también de bajo vuelo, en el oficialismo y en una franja de la oposición. No sólo por el modo de pararse o tratar de explotar el resultado de la elección brasileña, sino a la vez por el reduccionismo en la lectura de los comicios -del proceso electoral- y el forzado intento de asimilarlo al cuadro local. “Un espejo roto”, sintetiza un político de los pocos con estudio y mirada sobre lo que ocurre más allá de las fronteras.
Alberto Fernández se apuró a viajar a San Pablo para mostrarse con Lula. Y el kirchnerismo disfrutó la gorra con la leyenda CFK 2023. El círculo de Olivos evaluó el viaje presidencial como oxígeno para recuperar espacio en el frente doméstico. Y cerca de la ex presidente, lo consideraron combustible para sostener las expectativas sobre la candidatura del año que viene, tema con el que juegan aún sin coronar la ficha. Lo llamativo es que resultan gestos para la propia platea, irreales en la proyección mecánica de realidades.
Al margen de enormes diferencias económicas, sociales y de peso internacional, el proceso electoral expone al menos dos puntos llamativamente eludidos. El primero: Lula compitió como principal candidato opositor, mientras que el kirchnerismo es parte decisiva del oficialismo local. El segundo: Lula dio diversas señales de moderación -empezando por la constitución de su fórmula con un hombre de la derecha y ex rival- y en esa línea jugó su discurso, sobre todo después de la primera vuelta, mientras acá el núcleo K cree que el remedio es radicalizar el discurso y endurecer posiciones con base rudimentariamente ideológica.
El presidente electo ha colocado precisamente a su vice, Geraldo Alckmin, como encargado de manejar el difícil y largo proceso de transición. No resultó un mensaje sorpresivo. Los gestos en materia económica, a través de su compañero de fórmula, fueron similares. Ahora deberá enfrentar un Congreso complicado. Y allí circulan un par de fantasmas, el nuevo -con el bolsonarismo en contra- y el más viejo, los favores y corrupciones como sistema para sostener proyectos legislativos.
En otra escala, un año antes, tampoco se comprendió el fenómeno de Gabriel Boric en Chile. Boric corrió contra un candidato de ultraderecha, José Antonio Kast, y se impuso en segunda vuelta, con clara diferencia. A su compromiso democrático, le agregó con inteligencia un discurso que le permitió sumar franjas de centro. Lo hizo también apenas asumió, con distintas medidas y con señales potentes en el área económica. Tuvo que asimilar además el resultado del referéndum por la reforma de la Constitución.
Aquí, poco de todo esto es leído por buena parte de la dirigencia política. Los triunfos y derrotas, los manejos de gestión, son desfigurados en clave local y, a veces, con letra de lo más elemental de la grieta. Un ejemplo en la principal fuerza opositora: la increíble discusión para definir un documento unificado -que no fue- sobre el triunfo de Lula.
Hubo mensajes individuales -desde Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta a las conducciones de la UCR y la CC-, pero algunos integrantes de la coalición -Miguel Angel Pichetto y Patricia Bullrich, los más notables- cuestionaron la idea y finalmente el documento no pasó la etapa de borrador. Pésima señal. Se trata de una consideración que proyectada a la posibilidad de un triunfo electoral abre interrogantes sobre la mala práctica de relegar la relación con otro Estado a la categoría de gustos o sintonías políticas. En el mismo sentido, pero respecto de Bolsonaro, se anota el oficialismo desde el primer día.
Esa diferencia interna en JxC no es un dato aislado. En estas horas, se apilan disputas, entre ellas, el último y sonoro round entre Patricia Bullrich y Felipe Miguel, pieza significativa en el armado de Rodríguez Larreta. El PRO arrastra sus conflictos de candidaturas y sobre todo, de liderazgo, razón por la cual tiene también en plano destacado a Macri. Hubo cruces además con la UCR, que acaba de realizar un acto para exponer peso propio frente a los otros socios de la coalición.
Esta vez, seguramente por la magnitud de las peleas y por su posible efecto externo, los radicales y hasta Macri buscaron bajar la temperatura. Elisa Carrió también volvió a los micrófonos para advertir sobre la gravedad y el bajo nivel de las discusiones y batallas. Todos sostienen que no hay fractura y que no está en juego la continuidad de JxC. Con todo, está clara la imposibilidad de procesar orgánicamente estas cuestiones. Es un mensaje inquietante frente a las chances de volver a ser gobierno.
Resulta clara la aceleración de los tiempos electorales en la cabeza del grueso de la dirigencia política. Parecen no advertir los crujidos de una realidad social que acumula crisis y fatigas.
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