¿Qué es ser progresista en la Argentina? Hay casi tantas respuestas como dirigentes que aseguran representar ese pensamiento. Uno de ellos es Roy Cortina, reconocido referente de la centroizquierda, legislador porteño del Partido Socialista y un socio de Juntos por el Cambio en la Ciudad de Buenos Aires para quien “ser progresista es estar a la altura de la responsabilidad de lo que necesita la Argentina, y la Argentina necesita ocho años de un gobierno de unidad nacional para resolver los grandes problemas que tiene una parte importantísima de la sociedad”.
En medio del debate del socialismo argentino acerca de su política de alianzas para llevar adelante en el siglo XXI las ideas de Alicia Moreau de Justo o Alfredo Palacios, el vicepresidente tercero de la Legislatura porteña no duda: “El progresismo hoy tiene que dejar de dudar, de estar en posiciones intermedias que son testimoniales, y mucho menos comerse el verso del populismo kirchnerista o del peronismo”. Y toma distancia de los “halcones” sobre las políticas que debería aplicar el próximo gobierno: “Las ideas duras de Macri no se van a poder aplicar, pero hay que ordenar la Argentina”, afirma.
Para Cortina, “si se hiciera un gran focus group y participaran los 45 millones de argentinos, el pedido sería “ordename y solucioname esto, pero sin peleas y tratá de que sea lo más pacífico posible”. Por eso en la entrevista con Infobae consideró que el mejor candidato presidencial es Horacio Rodríguez Larreta, su aliado en la Ciudad, porque “refleja un proyecto político no estridente, no confrontador, y que además probó que gestionó bien y que está obsesionado con el trabajo”.
— ¿Cuál es su mirada sobre este momento político y económico?
— El país tiene una crisis económica de características devastadoras desde el punto de vista social. Todos los indicadores económicos son muy malos. La inflación. El desempleo. La productividad también. Y la política está haciendo todo lo contrario de lo que el país necesitaría. La política debería bajar los decibeles, encarar un proceso de diálogo en serio, sin trampas. Bajar el conflicto que ha generado la Vicepresidenta con respecto a la Justicia. Este es un momento para pacificar la Argentina. Es muy difícil, podría ser una expresión de deseos ingenua antes de una elección, pero la Argentina todavía no ha llegado a tocar fondo y los países nunca tocan fondo: siempre se puede estar peor.
— ¿Hay consenso en la dirigencia política para pacificar la Argentina?
— La crisis es de una magnitud tan grande que condiciona y le va a poner un límite a la política en la próxima campaña y en la próxima gestión presidencial. No da para más que la política teorice acerca de la diferencia entre el Estado, el gobierno, los partidos, bajar línea acerca de la importancia de generar políticas públicas que vayan más allá de un gobierno. Hay que dejar de hablar y hacerlo en serio. Se van a enfrentar dos grandes coaliciones con distintos candidatos que se van a disputar el liderazgo de esas dos coaliciones en los próximos meses y después se va a ver mucha inestabilidad política. Con la fragilidad del sistema de partidos políticos en la Argentina y las aspiraciones legítimas que tienen todos los candidatos de ambas coaliciones es inevitable que haya mucha turbulencia.
— ¿Esa turbulencia terminará?
— Durará por lo menos los próximos siete, ocho meses, pero finalmente va a haber un gran enfrentamiento entre dos coaliciones que van a llegar con heterogeneidad en su construcción, y el momento clave es en el que asume. Es decir, si tienen la voluntad de construir lo único que se puede hacer y es lo único que necesita la Argentina en términos políticos, que es un gobierno de unidad nacional, aun con las distintas maneras de llamarlo: Horacio habla del 70% de los apoyos, otros lo llamarán de otra manera, pero hay que lograr un gran consenso nacional y en los próximos cuatro años abocarse a buscar las coincidencias para resolver los temas fundamentales en el país. El sentido de la Argentina en el mundo. La inflación. Las distintas asimetrías y problemas del sistema económico y el funcionamiento del Estado. Y el gran problema que es la desigualdad social y la pobreza.
— Todas las señales apuntan a que se están fortaleciendo las opciones más duras de cada coalición y parecen muy lejos de cualquier opción de diálogo.
— En la política, pero hay que ver lo que pasa en la sociedad.
— ¿No acompaña la sociedad ese endurecimiento?
— Por distintos estudios que he visto, y además por intuición, no se ven solamente fanáticos. Los sectores más fanatizados de la grieta son los hacen más ruido, pero son minoritarios. Esos dos sectores de ambos lados de la polarización no expresan cuantitativamente lo que piensa la sociedad. La sociedad quiere que le resuelvan los problemas. ¿Cuánto tiempo duró en la cabeza de la gente algo gravísimo como el intento de asesinato de la vicepresidenta de la Nación? Dos días. Vos medís al segundo día y la gente está pensando en la inseguridad que vive en el Conurbano. Está pensando en cómo un jubilado hace para vivir con 40.000 pesos. Los sectores más fanáticos son los que hacen ruido y eso obviamente es atractivo porque la prensa tiene la obligación de escuchar el ruido. Yo no le voy a pedir a un reportero gráfico que se transforme en un sociólogo o en un antropólogo.
— Los medios no hacen más que reflejar lo que está pasando a nivel de la dirigencia, aunque es cierto es que hay una agenda de los políticos que parece ser sólo de ellos.
— Ahí está la pregunta. La dirigencia política, con la crisis que tiene este país, ¿refleja lo que piensa la sociedad? Creo que no. O no refleja lo que piensa esa gran porción de la sociedad que está en el medio y que tiene preferencias por Juntos por el Cambio, pero que también hay muchísimos peronistas y hasta potenciales votantes de Milei. Porque hoy la si la dirigencia política está confundida y no puede resolver los problemas gravísimos que tiene el país, ¿por qué uno no va a pensar que la gente está aturdida, confundida, angustiada, enojada? Y cuando la gente tiene todas esas características a veces piensa en tomar atajos, le atrae el que más grita. Creo que si existe una propuesta de un candidato que refleje un proyecto político no estridente, no confrontador, y que además haya probado que gestionó bien y que está obsesionado con el trabajo, la gente lo elegiría.
— Ya sé a quién se refiere: usted es un aliado de Rodríguez Larreta.
— El mejor dirigente para la época en la que vive la Argentina y que podría encarnar ese proyecto es Horacio. No por casualidad los socialistas de la Ciudad y de la provincia de Buenos Aires nos hemos incorporado a Juntos por el Cambio: vimos la gestión en la Ciudad y una forma de hacer política bastante distinta a los que están del otro lado de la grieta, con un nivel de coincidencias con otros actores de Juntos por el Cambio. Hace poco, en una nota que le hicieron a Facundo Manes en Clarín, una parte importante del reportaje era una crítica feroz a Larreta y también me nombraba a mí. Decía: “Larreta piensa que todos son Roy Cortina”.
— Manes se ha convertido en un crítico implacable del PRO y también de usted, por lo visto.
— Le tengo un gran respeto a Manes. Me parece un profesional importante. La gente lo respeta, lo quiere. Él dio un paso muy importante porque siempre decía que era radical, pero nunca quería meter la pata en el barro. Se metió en el radicalismo, se sumó a Juntos por el Cambio, hizo una muy buena desde la administración del Estado criticamos la grieta. Esta es la diferencia: nunca he escuchado de Larreta una critica a Manes. Ni en la intimidad. Manes es un dirigente muy individualista, muy personalista, se tiene mucha fe, que es un condimento que necesita cualquier político tener una autoestima alta. Él piensa que en la Ciudad no hemos armado un proyecto político y que todo el mundo se fue con Larreta por el cargo. Quiere decir que (Martín) Lousteau y el radicalismo hicieron eso. Lousteau pregonó durante mucho tiempo la necesidad de evolucionar en la Ciudad y la sumatoria del radicalismo, de la Coalición Cívica, de Ocaña, del socialismo, le sumó a Juntos por el Cambio y al gobierno de Larreta. Y todos sumamos. Es la política entendida como un trabajo en equipo, como algo colectivo. A dirigentes tan prestigiosos como Manes les cuesta entender eso. Esa es la cultura que hay que transformar y romper. La consigna de él es la empatía. Empatía es ponerse en el lugar del otro y tratar de comprender por qué tomó la decisión que tomó. Nunca me preguntó por qué el socialismo, el radicalismo, con el que él ahora está haciendo campaña, está sumado a esta gestión de gobierno.
— Por lo visto, usted cree que Manes no fue muy empático con sus colegas de coalición.
— Claro. Por eso me resultan atractivos los proyectos políticos en donde los dirigentes no son tan agresivos y tan estridentes.
— De todas formas, predominan los dirigentes agresivos y estridentes. ¿Por qué sucede eso?
— La Argentina tiene una crisis dirigencial. Los que son muy economicistas analizan un proceso político y dicen “no había más margen para hacer lo que hicimos porque la economía, la situación internacional, cómo estaba estructurada la sociedad en ese momento, no daba”. Hay otros que dicen que cuando hay voluntad de la dirigencia política se puede hacer lo que hay que hacer. Hay que buscar un equilibrio. Hay veces que tenés la posibilidad porque te acompaña una ola económica, aunque una dirigencia política pésima. Son combinaciones. Pero hay veces que tenés lo peor: una gran crisis económica y social, guerras en el mundo, pandemia, y encima, una pésima dirigencia.
— ¿Eso es lo que está pasando ahora?
— Sí, igual hablo en forma general. Hay buenos dirigentes en los dos campamentos, aunque hay mejores dirigentes de nuestro lado para esta etapa que viene y por eso los socialistas estamos en Juntos por el Cambio. Ahora, la dirigencia es muy mala: no puedo entender que si la gente está pidiendo que no nos peleemos, si tenés un país devastado, si uno de cada dos pibes es pobre, si tenés una inflación del 100% y tenés un mundo en guerra, lo primero que habría que hacer es ponernos de acuerdo para ver cómo podemos sacar este barco porque está en una tempestad y no sabemos ni a qué puerto vamos y estamos en el medio del océano. ¿Cómo eso no lo puede hacer la dirigencia?
— No lo puede hacer el Frente de Todos, pero tampoco Juntos por el Cambio.
— Diferencio las peleas en una y otra coalición porque el Frente de Todos ganó las elecciones y la sociedad le dio una responsabilidad que es administrar el Estado. Entonces no podés tener una Vicepresidenta que le envía cartitas al presidente para decirle lo enojada que está, Máximo renuncia al bloque y se va, y después viene Massa y asume en Economía… Se están matando todos. El conflicto del Frente de Todos es irresponsable porque están administrando el Estado, pero, además, es un conflicto de retroceso, de retirada y de debilitamiento. En cambio, los conflictos de Juntos por el Cambio no son para ponerse contentos, pero, al fin y al cabo, es una fuerza opositora.
— Cualquiera podría pensar que este tipo de diferencias que tienen ahora y que no pueden resolver serían muy riesgosas si Juntos por el Cambio volviera al poder en 2023.
— Los conflictos dentro de Juntos por el Cambio son típicos de una fuerza política que está a un año meses de competir por el poder político y que tiene candidatos muy competitivos. Acá se da con la fragilidad del sistema de partidos políticos y en Estados Unidos o en Europa todo es más civilizado, pero en vísperas de una elección en Estados Unidos se presentan siete candidatos y cuando hay un debate se masacran. Y ni te cuento ahora en la era Trump, donde no hay códigos de nada. Entonces, ¿por qué en la Argentina no puede haber competencia entre tres o cuatro candidatos a presidente todos competitivos, con un gobierno que está en retirada? No con los modales europeos, pero están compitiendo. Además, conjeturar sobre lo que va a pasar en el futuro no tiene mucho sentido. Lo concreto es que el Frente de Todos se unió casi por televisión, si creemos la mentira de Cristina de que Alberto Fernández se enteró de esa forma. A todos nos pareció que eso era endeble. Pensé que iban a ser inteligentes, que les habían dado una segunda oportunidad, pero se cumplió lo que la mayoría pensábamos: se terminaron peleando. Bueno, en cada caso político se rompe el molde.
— ¿En Juntos por el Cambio se rompe el molde, pero no la coalición?
— Juntos por el Cambio ya gobernó con Macri y no creo que se haya destartalado. Se unió, gobernó y terminó su mandato. La inestabilidad va a continuar hasta que se defina el candidato por consenso o por las PASO. Y va a haber que manejarse con frialdad, con la profesionalidad que tiene que tener un político. Hay que bajar los decibeles. Nadie en Juntos por el Cambio va a poner en riesgo la posibilidad de ganarle a este gobierno para que se vaya democráticamente. El conflicto llegará hasta que se armen las listas. Habrá algún enojo, alguna palabra de más, pero después a esos dirigentes los va a dejar solos la gente porque hoy hay una amplia mayoría que quiere reemplazar a este gobierno en la próxima elección. Eso, tarde o temprano, hasta el dirigente más cabrón lo va a escuchar.
— Ya que hablamos de peleas, ¿cómo están hoy las que mantienen en el socialismo entre quienes aliarse al Frente de Todos y lo que prefieren unirse a Juntos por el Cambio?
— No está resuelto, pero sí se pueden ver tendencias que nos dan la razón a quienes integramos la corriente Pluralismo Federal, que ganamos las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Buenos Aires. En Santa Fe y en otras provincias veo una tendencia a dialogar y a tratar de confluir con Juntos por el Cambio. Algunos dirigentes dirán: “Sí, pero es un Juntos por el Cambio local”. Pero si muerde, te mueve la cola y tiene cuatro patas y ladra es un perro. Si vos estás haciendo una alianza con el radicalismo santafesino, con la Coalición Cívica santafesina, con el PRO santafesino, ponele el nombre que vos quieras, pero eso es Juntos por el Cambio. Después podrás competir, irás en otra lista que no sea la del PRO o con el radicalismo, pero estás en Juntos por el Cambio. Cualquier organización política que tenga un conjunto de ideas no debe dejar nunca de pelear en los intentos por transmitir esos valores y esa ideología. En la medida de las posibilidades, plasmarlos. Eso no lo puede dejar de hacer nunca un partido, pero lo que no puede dejar de hacer una organización política que tiene una doctrina, valores, ideas, es pensar que las puede plasmar por fuera de la realidad.
— ¿Cuál es la realidad para el Partido Socialista?
— Es la Argentina. El problema es que los socialistas tienen que decidir si lo que les interesa es mostrar algunas ideas para decir “nosotros somos distintos” y ser una minoría testimonial de un 3 o un 4% y ser siempre eso. Se puede hacer. Hace dos siglos que se fundó el Partido Socialista y se puede ser tres siglos más así sin ser gravitante en la política argentina. La otra opción es, con tus valores y tus ideas, decidir hacer política en la realidad argentina. Y la realidad argentina es que hoy estamos en una crisis tan grande que las terceras posiciones no tienen lugar. Acá va a haber una gran polarización para resolver dos cosas: primero para ponerle un freno a las ideas populistas, vagas, que le han hecho mucho daño al país. Y esto no es un planteo antiperonista, al contrario, estoy hablando del populismo como algo más general, como la idea del atajo. Lo contrario es el mejor sistema que hay hasta el momento y puede mejorar más aún que es la democracia, la república, la alternancia en el poder. Eso es muy difícil construirlo desde el populismo en cualquier lugar del mundo y, sobre todo, en la Argentina. El lugar del Partido Socialista es como el de otros partidos de los que siempre hemos sido primos hermanos, el radicalismo, la centroizquierda no tan metida en proyectos políticos que hunden las raíces hace mucho tiempo. Y tengo una visión de Juntos por el Cambio: así como el Partido Socialista evolucionó, y en su manifiesto escrito hace 200 años plantea ser el partido de clase de la clase trabajadora y creía en la revolución social, y 110 años después eso no fue (Hermes) Binner. Es decir, hubo una evolución en el Partido Socialista, Juntos por el Cambio tiene la moneda tirada al aire y el que puede hacer evolucionar mucho la coalición es el proyecto que lidera Larreta.
— ¿Por qué Larreta?
— Si es un modelo cerrado para tener sólo capilaridad social con un segmento que lo hizo nacer en la Ciudad de Buenos Aires, como el PRO, y no está dispuesta a dialogar con otras fuerzas políticas y a sumar, es un Juntos por el Cambio que no me interesa mucho. Pero la fuerza que tiene lo mejor del viejo Cambiemos y del viejo Juntos por el Cambio, pero que está dispuesta a ser un modelo político abierto, que dialoga, que suma y que sabe trabajar en equipo es una gran posibilidad para el Partido Socialista y eso lo representa Larreta. A los socialistas nos lo demostró en la Ciudad. No es la simplificación que plantea Manes. Nos sumamos porque hay un proyecto, porque aportamos nuestro sesgo. Vemos que el presidente del bloque no es del PRO, muchas veces quienes encabezan la lista no son del PRO, el radicalismo tiene funcionarios en el gobierno y decide un montón de cosas en un pie de igualdad con el PRO. Nosotros también formamos parte del gabinete y tenemos funcionarios. Acá en la Legislatura hemos constituido un interbloque en donde decidimos todo colectivamente. Nos sumamos a eso. Y, además, a la buena gestión. No hay gestión perfecta, pero es claramente una gestión que tiene muchos más logros y cosas positivas que cosas que no ha resuelto. Me pareció muy seductora la gestión en la Ciudad. Es lo mismo que finalmente terminaron decidiendo Lousteau o Carrió. Es gente muy dispar y, sin embargo, ¿qué es lo que vieron en el proyecto? ¿Se enamoraron de Larreta? No es esa cosa superficial que plantea Manes. ¿A Carrió vos la llevas así de las narices? No. Vimos un proyecto que es atractivo, de diálogo, de construcción.
— ¿Qué pasaría con el Partido Socialistas y otras fuerzas aliadas de Larreta si en el PRO finalmente se impone la candidatura de “halcones” como Mauricio Macri o Patricia Bullrich?
— No puedo hacer conjeturas sobre eso. Es muy difícil. Lo que sé es que Macri lo que dice que va a hacer ahora será finalmente al revés. ¿Viste que Menem dijo que si hubiera contado lo que iba a hacer no lo habrían votado? Todas las cosas que insinúa Macri que puede hacer… (hace una pausa).
— ¿No las va a hacer?
— Estoy tan convencido de que el proyecto es pacificar el país, dialogar, ceder, buscar puntos intermedios, y que no significa bajar banderas, ideas, valores, pero tenemos que focalizarnos en cuatro o cinco cosas en donde pueda haber un común denominador. Ningún presidente que quiera durar cuatro años y quiera ser bien recordado de 2023 a 2027 puede desconocer esto que estoy diciendo. Aquel que no lo haga va a tener los primeros tres o cuatro meses para darse cuenta de que le va a estallar un polvorín y va a cambiar. Si no cambia, vamos a tener una crisis muy grande en la Argentina.
— Macri dice que durante su gobierno practicaron el “buenismo” y que ahora aplicaría medidas duras, como cerrar Aerolíneas, por ejemplo.
— No creo que eso se pueda hacer. La gente razonable, que está en el medio, sabe que eso no se puede aplicar, pero, al mismo tiempo, hay que ordenar la Argentina: no podemos sostener una situación en la que el Estado no funcione. En la Argentina pasan cosas en el Estado que son únicas, que no pasan en ninguna parte del mundo. Acá están naturalizadas. Entonces la gente quiere que eso se ordene, pero esa mayoría quiere que se ordene sin represión. ¿Por qué es buen candidato Larreta? Si se hiciera un gran focus group y participaran los 45 millones de argentinos, el pedido sería “ordename y solucioname esto pero sin peleas y tratá de que sea lo más pacífico posible”.
— Hay un telón de fondo en esta charla que tiene que ver con algo muy volátil y que apunta al corazón del Partido Socialista: ¿qué es hoy ser progresista?
— Hay que separar la idea del socialismo y del progresismo con el armado y el funcionamiento de una organización política progresista o socialista. Eso a veces es un gran problema que tenemos los socialistas, incluso cuando el partido llega al gobierno, como pasó en Santa Fe. Hay tres dimensiones para resolverlo: la cuestión ideológica, es decir, qué hace el partido mientras está en el poder y lo que hacen los funcionarios, en qué asamblea del partido se decidió. Esa es una discusión típica en todos los partidos de izquierda y socialdemócratas del mundo. Resolver ese intríngulis es lo que define qué es el progresismo para un socialista. El socialismo es una manera de ver, interpretar o diagnosticar la realidad, es una idea utópica que ha movilizado a millones de personas y de proyectos en el mundo, que tomó los valores heredados de la Revolución Francesa y también es un proyecto político que, en términos concretos, cuando gobierna puede cumplir roles de transformación evolutiva, no disruptiva. Soy socialdemócrata para mejorar la sociedad y para que sea más igual, más justa, y para que la democracia sea más profunda. Todo esto está en el plano ideal. Cuando lo llevás al terreno de la realidad muchas veces requerís llegar al gobierno porque si no, no transformás la realidad. Además, tenés que alinearte con la sociedad donde estás inserto. Hoy, por ejemplo, ¿qué necesita hoy el país?
— ¿Qué necesita?
— La Argentina necesita paz, serenidad, un reordenamiento democrático para evitar una guerra civil, para que no termine habiendo 60 millones de pobres y para impedir que este país explote. Entonces, ¿qué hace en esa época el Partido Socialista? ¿Se recluye y dice: “Todo esto pasa porque esto es sinónimo de capitalismo y nosotros, que somos los herederos de Alicia Moreau, de Juan B. Justo y Alfredo Bravo, representamos al 3% pero algún día vamos a crecer? ¿O colaborás en los proyectos más cercanos y posibles que haya de transformación de la realidad para poner un freno a los que te pueden llevar a un barranco sin salida? Creo que tiene que ser la segunda opción. Si no armamos coaliciones amplias es muy difícil. Acá no hay centroizquierda, hay individualidades, hay runflas y hay microemprendedores personales. Entonces ser progresista es estar a la altura de la responsabilidad de lo que necesita la Argentina, y la Argentina necesita ocho años de un gobierno de unidad nacional para resolver los grandes problemas que tiene una parte importantísima de la sociedad argentina, que son justamente los más vulnerables, los que producen, gran parte de la clase media, sectores que deberían ser destinatarios de nuestros objetivos y de nuestras aspiraciones como partido.
— Algunos socialistas creen que para llegar a eso hay que aliarse al peronismo.
— El progresismo hoy tiene que dejar de dudar, de estar en posiciones intermedias que son testimoniales, y mucho menos comerse el verso del populismo kirchnerista o del peronismo. Eso de que el peronismo es la clase trabajadora y tenemos que estar con la clase trabajadora es un verso que no me cierra para nada. Es preferible construir un espacio y ayudar a que evolucione, a que sea un espacio de centro y algún día el socialismo dentro de ese espacio crezca para ofrecer una alternativa más socialdemócrata en la Argentina. Esa es la misión.
— ¿Qué sintió cuando Macri dijo durante la presentación de su libro que “ningún progre nos puede correr, ese discurso cínico no lo banco más”?
— No me espantan esas declaraciones. Son frases que tienen que ver más con los posicionamientos dentro del PRO que con lo que piensa realmente. Además, hay que tener en cuenta que en Argentina el populismo se disfraza de progresismo y hay una tendencia a simplificar el significado de estas dos ideas y fusionarlas. Concibo la idea de progresismo como una idea más afín a la socialdemocracia. La mitad del mundo occidental es gobernado por gobiernos progresistas moderados o por gobiernos de centroderecha, y eso Macri lo sabe. Más que por esas etiquetas, a la hora de gobernar se los valora o rechaza de acuerdo con la percepción de la gente de si están o no la altura de las circunstancias para acompañar a las ciudadanías en la resolución de los grandes problemas de la época. Este Juntos por el Cambio no es el mismo del 2015, ni el del 2015 es el que gobernó la ciudad del 2007 al 2015. Eso es naturalmente bueno: las organizaciones cambian, evolucionan, se adaptan. Juntos por el Cambio está en constante evolución y está es una etapa para que el progresismo forme parte de esa evolución desde adentro y abandone cierto testimonialismo que le ha hecho perder peso en la política argentina.
— ¿Cómo analiza un socialista como usted un momento de crisis socioeconómica, con inflación en alza y malestar entre los trabajadores? ¿Puede haber más conflictos como el del neumático, con el trotskismo tratando de sacar provecho político de la situación?
— A veces hay que elegir la opción menos mala dentro de todas las opciones malas y, además, no empeorar lo que ya está muy mal. Por lo tanto no hay que sumar conflictos a los que ya tiene la Argentina. Tengo respeto por los trabajadores y por la lucha contra los salarios y jubilaciones de miseria, pero una cosa es ese padecimiento que tienen los trabajadores y otra es la espiralización de los conflictos que llevan adelante determinadas cúpulas sindicales. Acá se habla de la burocracia sindical despectivamente, pero también hay cúpulas de la izquierda dura que creen que cuanto peor, mejor, y radicalizan el conflicto. En la Argentina de hoy, incluso para los propios trabajadores, no es buena la radicalización del conflicto. Ir a blanco y negro, a todo o nada, no le sirve a los trabajadores.
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