“Para Perón, volver, ponerse el uniforme y ser presidente era un solo deseo”: anticipo del libro de Juan Manuel Abal Medina

A poco de cumplirse 50 años de la vuelta del líder exiliado a la Argentina, el entonces secretario general del Movimiento Peronista publica “Conocer a Perón. Destierro y regreso” (Planeta) donde relata los avatares de ese proceso y las negociaciones con los protagonistas y factores de poder de la época

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El libro de Juan Manuel
El libro de Juan Manuel Abal Medina

[Lo que sigue es un adelanto del libro de Juan Manuel Abal Medina “Conocer a Perón. Destierro y regreso”, Planeta, 2022]

En definitiva, la idea era dejar rodar esa bola e ir armando el regreso de otra manera. Fue un momento a partir del cual empecé a viajar con mucha frecuencia, porque me convocaba el General todo el tiempo para reuniones. Entre todas ellas, hubo una, nada menos que el día del cumpleaños del General el 8 de octubre, en la cual dio a entender que no sabía si su regreso sería posible.

Inmediatamente después de esa reunión, en la confitería del Aeropuerto de Barajas, después de que nos marcaran los pasajes, los que regresábamos a Buenos Aires esperábamos para abordar. Entre nosotros, estaba el cantor Carlos Acuña, que era amigo del General, pero también alguien a quien los sindicalistas le daban siempre algunos pesos, sobre todo [Rogelio] Coria, que también aguardaba ahí con el Chango Funes. Entonces Coria le hizo cantar a Acuña el tango Caminito, una y otra vez. Y eso ocurría porque Coria volvía feliz, ya que el General le había asegurado que no volvería. Ese era el mensaje que tenía para Lanusse.

Cuando llegaba la parte del tango en el que se dice: “Desde que se fue, nunca más volvió”, Coria, el Chango Funes y Acuña cantaban a coro burlándose de nosotros. El General les había vendido un buzón. Era tan divertido ese asunto que cuando llegué a Buenos Aires ya me estaban buscando varios generales. El primero que me vio fue (Manuel) Pomar, que me dijo: “¿Qué te pasó? ¿Te ganaron? ¿Estás seguro de que no vuelve?”

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Coria le transmitió a Lanusse: “Tranquilos, que Perón no vuelve”. Entonces, ganaba Lanusse. Si Perón no volvía, probablemente hubiera seguido el proceso hacia las elecciones, pero en el marco del Gran Acuerdo Nacional. En todo caso, no exactamente así, pero íbamos a elecciones. Y nosotros, sin el regreso del General, si obteníamos el 40% de los votos, era un milagro, por lo que no teníamos cómo ganar. Sin regreso, no había victoria. Para el General, su victoria era el regreso, y yo pensaba lo mismo.

Abal Medina, Héctor Cámpora y
Abal Medina, Héctor Cámpora y Perón en conferencia de prensa

La alternativa del regreso negociado era lo que le contaban todo el tiempo a la Embajada de Estados Unidos. Existen los cables de los embajadores en los que comentan que Perón no iba a venir si no era con un acuerdo con la Junta Militar. Hasta los “Diez puntos” inicialmente forman parte de los sectores que querían el acuerdo del General con la Junta Militar antes de volver. Dentro del marco de ese acuerdo, estaba la intención de Lanusse de ser él el candidato para esa transición, y después, si eso no podía ser, al menos que el acuerdo fuera sobre la base de una condena explícita a la acción armada.

El otro carril, que es el que de alguna manera encarnan Cámpora, Rucci, Lorenzo Miguel, Galimberti y yo mismo, era el de un regreso en paz, pero como victoria del peronismo. Sin eso, iba a haber una continuidad. Porque, por la información con la que yo contaba desde adentro del sector militar, estaba claro que ellos jugaban a que pasaran los años para que el General no pudiera volver, lo que significaba que no iba a ser posible una victoria del peronismo.

Al principio, a Cámpora le disgustaban los contenidos de los “Diez puntos”. Yo le decía: “Don Héctor, todo ayuda”. Él afirmaba que nos desviaban del objetivo. Era muy esquemático don Héctor. No nos desviaban nada. Les enredaba la vida a los militares y a Lanusse. Porque entre los “Diez puntos” estaba la amnistía. Fue fruto de un tironeo que eso estuviera. Pero sin la amnistía el General jamás hubiera avalado los “Diez puntos”. Era perder la carta ganadora.

En 1972, el proceso era ese. Comenzamos a venderle al Gobierno la idea de que el regreso del General estaba en duda para no darle mucha oportunidad de prepararse. Mientras tanto, avanzábamos con el proceso del regreso.

Juan Manuel Abal Medina, Héctor
Juan Manuel Abal Medina, Héctor Cámpora y José Ignacio Rucci

Entonces Cámpora comenzó a crecer. Primero dio una aproximación de cuándo se produciría el regreso y, después, dio la fecha. Así se generó un clima de gran euforia. Yo lo acompañé a todos los lugares que pude, sin descuidar la relación con los milicos y los sindicalistas.

El sindicalismo participó dentro de lo posible. Cuando eso ocurrió, me encargué de evitar los enfrentamientos con la JP. Yo era un intocable para la JP. Si bien se sabía que yo no era montonero, era el hermano de Fernando. Era un mito, digamos. En el libro de Marcelo Larraquy y Roberto Caballero sobre Galimberti, se reproduce un diálogo que a mí me contaron varios de los que estaban allí adelante. Sucedió en el bar Nebraska, de la Gran Vía de Madrid, entre Lorenzo Miguel, Rucci, Coria, López Rega y Muñiz Barreto, quienes discutían acerca de quién iba a ser el nuevo secretario general del movimiento para manejar el tema del regreso. A esa altura, el General ya tenía decidido que fuera yo. De hecho, ya lo era.

Entonces, discutían sobre ese tema. Algunos decían que el secretario general tenía que ser Santiago Díaz Ortiz, y otros, que tenía que ser Galimberti. Entonces, López Rega, sabiendo que yo ya estaba definido por Perón, dijo: “Galimberti es un hombre destructivo. Juan Manuel, en cambio, es la reencarnación de un príncipe”. Esto demuestra un poco cómo era el trato conmigo en un sector muy amplio del peronismo.

En ese momento, Coria era formalmente el secretario general de las 62 Organizaciones. Entonces, tuvo una asamblea de delegados de su sindicato, una reunión enorme, con comida. Me llamó y me invitó. Su intención era mostrarme su poder sobre las bases. Lo pensé dos veces. Pensé en consultarlo con el General, porque si él me decía que fuera y todo salía mal, estaba cubierto. Pero fui directamente. Era un enorme lugar camino a Ezeiza. Llegué y vi a unas mil personas sentadas. Me anunciaron por el micrófono, y se produjo una aclamación. Coria no sabía qué hacer. Entonces, se me pegó y quedé prácticamente presidiendo el lugar.

Yo todavía no era nada. Recién dos meses después, sería secretario general. Lo que pasaba era que para la gente peronista el tema Aramburu había sido tremendo. No paraba de asombrarme del efecto. También ahí ya se sabía que me veía con frecuencia con el General. En el movimiento, esas cosas se sabían. Entonces, ya obtenido el “éxito”, saludé e inventé que llevaba un saludo especial del General.

Juan Domingo Perón asume la
Juan Domingo Perón asume la presidencia por tercera vez en 1973

Tendía a moverme con cierta autonomía. Eso fue haciendo que ganara puntos con el General en desmedro de otros que le consultaban todo y lo volvían loco. Quizá la diferencia que yo tenía con la gente de la política, por haber estado en contacto con el mundo militar, era que tenía conocimiento casi instintivo de la diferencia entre lo estratégico y lo táctico. Al jefe estratégico no hay que consultarle lo táctico, porque si él no ordena es que no está en condiciones de discernir sobre lo táctico. Hay que dejar que conduzca lo estratégico. Y si hay un error en lo táctico lo comete el que maneja lo táctico, no el estratega.

En lo estratégico, el General nunca se confundió. Cuando lo conocí, ya la tenía clarísima. Decir que yo le agregué, como se dijo en algún momento, cierta visión de conjunto vinculada a la Juventud es una exageración. Él ya tenía, obviamente, una gran visión de conjunto, y yo coincidí con la que él tenía. Y su estrategia, en el fondo, consistía en volver; nunca dudó. El tema era si llegaba a tiempo, porque era muy consciente de sus problemas físicos. Ahora bien, con Perón en la Argentina, no podía haber un gobierno que no fuera peronista. Era absurdo. Habría tenido que ser una dictadura, pero una dictadura que quedara jaqueada a partir del mismo instante en que él regresara. Entonces, la pregunta que nos hacíamos mientras preparábamos el regreso era quién iba a gobernar.

Era una cuestión de poder. El General era el jefe del gran movimiento nacional. Había sido dos veces presidente; jamás él o sus candidatos habían perdido una elección en democracia; había sido derrocado por la fuerza, y su movimiento había seguido peleando y creciendo. Obviamente, quería volver y ponerse otra vez el uniforme que le habían sacado. Perón era muy militar. Volver, ponerse el uniforme y ser presidente era un solo deseo. Pero, al margen de la voluntad del General, hay que recordar que el regreso fue también el resultado de una resistencia que se realizó durante los diecisiete años previos, y en la que la estructura del movimiento obrero organizado fue crucial.

Perón, en enero de 1974.
Perón, en enero de 1974. Había vuelto a vestir el uniforme militar

En los días previos al regreso del General, Cámpora me dice: “Tenemos que ver a quién dejamos en Buenos Aires”. Él descontaba que yo iba a venir en el avión, pero le dije: “Don Héctor, yo me voy a quedar acá”. Me iba a perder venir con el General, pero ese no era el tema para mí. El tema era que lo pudiéramos hacer. Rucci tampoco pensaba viajar. Obviamente, él era fundamental acá, porque a la primera insinuación del gobierno militar de impedir el regreso Rucci iba a llamar al paro general con movilización, y ya se vería cómo seguiría la película.

Volvió

Se empezó a armar la lista de los que iban a venir en el avión con el General. Había gente que se colaba en el chárter por donde pudiera, y había gente mucho más decorosa. Perón me pidió que tratara de evitar levantamientos, en referencia al aspecto militar. En esos días, se nos salió de libreto la Marina, que levantó a un grupito en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). También me pidió que tratara de evitar declaraciones duras o violentas de algunos de los sectores del movimiento.

En el país, el clima era denso, espeso, alegre, contradictorio, vivaz. El pueblo peronista no terminaba de creer en la posibilidad de que, finalmente, pudiera encontrarse con su conductor. En los ojos de millones y millones de argentinos, todavía estaban presentes los años felices del primer peronismo, con su batería de políticas populares, con redistribución de la riqueza, con su justicia social, con el pleno empleo.

Por aquellos días, millones de peronistas recordaban también los años duros de la resistencia, en los que hasta la palabra «Perón» estaba prohibida; los años de la represión, los fusilamientos, los caños, los sabotajes, las huelgas, los desencuentros, las corridas, los gases, la impotencia, la prepotencia de los dictadores, los asesinatos, la pobreza, la indignidad, las cárceles y las muertes. Para ellos, trabajadores e hijos de trabajadores, clases medias recién arribadas, el peronismo había sido una dulce realidad que en ese momento parecía volver a tener razón de ser.

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