La foto fue más expresiva que el discurso. El kirchnerismo y sus aliados montaron el escenario en Plaza de Mayo de espaldas a la Casa Rosada: ese fue su mensaje del 17 de Octubre. Fuerte, pero no el más novedoso. El otro dato saliente resultó ser, finalmente, el reagrupamiento de fuerzas de lo que pudo haber sido un conglomerado con etiqueta de “albertismo”. Después de amagues y malestares de arrastre por el papel del Presidente, quedó claro que el sindicalismo tradicional, las organizaciones sociales alineadas con el Gobierno y muchos de los “jefes territoriales” no tienen mucho tiempo que perder lamentando lo que no fue. El almanaque y la ofensiva K aceleran el juego.
La contracara de tales movimientos es expuesta por el propio Alberto Fernández. Acaba de producir un nuevo recambio de ministros que apenas movió las aguas internas. Sin participación en los principales actos por el 17 de Octubre, realizó una reivindicación de su gestión durante una actividad oficial. Y en el coloquio de Idea, añadió un mensaje ácido a Cristina Fernández de Kirchner, con sugerencias de corrupción en la obra pública. Justo eso, en los umbrales de la condena en el caso Vialidad. En otro momento, habría provocado una conmoción. No ocurrió ahora.
Precisamente, algunos de los actores centrales en el imaginario del “albertismo” movieron decididamente sus piezas en el tablero doméstico. No se trata de enfrentar al Presidente, relegado en el poder de la coalición gobernante, sino de afirmar espacios propios en la perspectiva del 2023. De eso hablan las demostraciones del sector mayoritario de la CGT y los movimientos sociales que expusieron su decisión de dar batalla con un encuentro en La Matanza. Otra postal simbólica. Se suman, de manera individual, gobernadores jugados a preservar sus distritos y las señales del Gabinete. La próxima partida anunciada es la de Juan Manzur.
El otro actor en escena es Sergio Massa. Empieza a registrar también una aceleración de los tiempos de la interna. Ocurre tempranamente, en relación con sus días en Economía, y de forma desgastante frente a las consecuencias sociales de la crisis. Alberto Fernández ha sumado malestar por el protagonismo del ministro -en especial por su primer viaje a Washington- y de a ratos asoma una especie de competencia, insólita, por los anuncios. Acaba de ocurrir con Ganancias, el demorado bono para indigentes y el renovado intento de listado de precios.
Massa también escuchó los reclamos de los distintos actos del lunes. Unos fueron acompañados por aval político: con sus más y sus menos, los jefes cegetistas y las organizaciones sociales -que ocupan buena parte de la estructura del Ministerio de Desarrollo Social- demandan que el ajuste no afecta a sus “bases” o al menos, que sea amortiguado. Es un doble gesto de disputa de poder en el frente compartido.
La sociedad mayoritaria en la conducción de la CGT (gordos, independientes y barrionuevistas) plantó su demanda política. El encuentro en Obras sirvió para mostrar disposición a la pelea. Demandan espacios de gestión y lugar en las listas. Y esta vez lo hacen sin demoras, frente a los movimientos ya evidentes de aceleración política. Ese reclamo, más que cualquier otro, impactó de inmediato. Máximo Kirchner salió a responder con dureza.
No es el único nuevo frente afirmado en estas horas. El Movimiento Evita, Somos Barrios de Pie y la CCC, en primera fila, también resolvieron dar batalla pensando en el año electoral que ya llega. Se mantienen firmes en los cargos que ocupan en el Gobierno. Lo sabe también Alberto Fernández: la ministra Victoria Tolosa Paz comprobó de entrada lo que se suponía, es decir, que la estructura ministerial no será modificada de modo sustancial. Esos movimientos, además, defienden la realización de las PASO. Dejaron el aviso precisamente en La Matanza.
La reacción del kirchnerismo -uno de los síntomas de su decisión de cerrar filas- no se limita entonces a Olivos, sino también a los movimientos sociales, a la CGT y a los jefes locales. Con todo, el punto destacado es su cuestionamiento al núcleo de la gestión económica. Así lo expuso el acto en Plaza de Mayo, con algunas tensiones propias, que mostró la convergencia “táctica” de La Cámpora, otras agrupaciones kirchneristas, el sector de la CGT encabezado por Pablo Moyano y las dos CTA.
El discurso y las declaraciones pusieron en la mira dos aspectos sensibles para Economía: la escalada de precios y el acuerdo con el FMI. Incluyeron duros cuestionamientos al anterior gobierno, condena a los “poderes corporativos” y reflotadas ideas como la ley de medios. Más potente, visto aquí y en el frente externo, fue el cuestionamiento abierto a los compromisos con el FMI y la demanda de controles, de precios y en comercio exterior.
El kirchnerismo intenta así afirmarse como el espacio más fuerte y gravitante en el juego de poder interno -con CFK por encima de los otros socios del frente gobernante-, pero ajeno al rumbo y los efectos de la gestión. No parece muy convincente en términos sociales, pero sobra para provocar inquietud. Este último mensaje se produce en la antesala de la votación del Presupuesto 2023. ¿Lo apoyará el kirchnerismo a libro cerrado?
En este contexto precipitado, las necesidades territoriales del peronismo se traducen en un horizonte con adelantos de elecciones provinciales. Uno de esos distritos sería Tucumán. Y explica en parte la decisión de Juan Manzur, que dejará la jefatura de Gabinete hacia fines de diciembre o principios de enero para volver a su provincia. Los plazos pueden cambiar, reducirse, pero difícilmente lo haga el malestar.
Son síntomas, como antes fue la decisión de volver al municipio que motorizó la salida de Juan Zabaleta. Preparativos para la disputa que en plena crisis ya toma a todo el oficialismo.
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