¿Se puede ser fanático de la moderación? Parece una contradicción, pero la definición encaja perfectamente en el pensamiento de Jorge Telerman, uno de los políticos más experimentados del país que, proveniente del peronismo, hoy adhiere al proyecto de Horacio Rodríguez Larreta. No sólo adhiere: el actual director del Teatro Colón justifica y argumenta por qué la Argentina necesita un líder que “sepa escuchar, que sepa unir lo que está desunido porque, por abajo del discurso gritón de la famosa grieta, hay una base social que tiene muchísimos más acuerdos que desacuerdos”.
El ex jefe de Gobierno porteño tiene una extensa trayectoria que es en sí misma un ejemplo de convivencia democrática: desde que dejó el periodismo, su primera pasión, hizo política asociado con peronistas en sus distintivas variantes, radicales y representantes de la centroizquierda.
Nunca dejó la política, aunque es cierto que hace bastante que Telerman está dedicado a la gestión cultural y no hablaba en forma directa sobre temas de la coyuntura. Ahora, como uno de los funcionarios a los que más escucha Rodríguez Larreta, en la entrevista con Infobae analiza la realidad desde una mirada en la que pesan su militancia en los virulentos años 70 y la experiencia de aliarse (y escuchar) a otros para gobernar lejos de los extremos y más cerca de la gente.
“Para ser moderado hay que tener una fuerza increíble, infinitamente más que para gritar, que para ser extremista. El que se para en los extremos no necesita ser fuerte sino que, por el contrario, necesita camuflarse con ese griterío y aparentar fortaleza”, sostuvo Telerman, quien apuntó sin anestesia contra los “halcones” de cualquier espacio: “La Argentina que queremos necesita una serie de reformas y de cambios muy profundos que hay que hacerlos no a los panzazos y a los chancletazos, sino convenciendo, argumentando”.
— ¿Cómo caracteriza este momento del gobierno nacional?
— Me parece que es una especie de crónica anunciada. Yo nunca tuve muchas expectativas, siempre he sido muy crítico del Presidente, por trayectoria y por visión, así que no me sorprende. Sí, en todo caso, uno puede decir que lamenta que, más allá de las circunstancias fortuitas que le acontecieron a la Argentina y al mundo con pandemia y guerra, este gobierno ha demostrado una gran insolvencia. Si no, no podrían explicarse estos magros resultados en todos los sentidos, económicos, sociales. No hay aspecto de la realidad argentina que a uno no le duela. Ni siquiera me quiero encarnizar mucho porque mi opinión sobre el Gobierno es, por lo que veo en las encuestas, lo mismo que opina el 80% de las personas con independencia de a quién van a votar. Pero, sin embargo, aunque la dirigencia tiene esa obligación a veces de remar contracorriente, creo que paradójicamente, a pesar de esta descripción, hay muy buenas condiciones en Argentina para que las cosas cambien, y cambien para bien. Y no es por tozudez de optimista empedernido sino porque veo desde condiciones subjetivas hasta objetivas.
— Me interesa que desarrolle esa visión optimista.
— Primero, las subjetivas, que son las que nos generan el ánimo, las ganas o las posibilidades de producir cambios y después las objetivas, las herramientas con las que una sociedad cuenta. Las subjetivas en parte tienen que ver con eso. La mirada crítica que tenemos sobre el actual estado de las cosas es masiva, aun por una parte importantísima de quienes votaron este experimento rarísimo del Frente de Todos. Muchos lo dijimos desde el principio: eso está contra natura. Generar una estructura donde el número uno no sea quien mande en serio, ni por poder real ni por carácter, no auguraba nada bueno. Pero hacia el futuro hay una opinión generalizada de que la cosa está mal pero hay una cosa más importante, que es por qué están mal. Se está generando un consenso bastante ancho en épocas de grieta acerca de qué cosas no se pueden hacer más y qué cosas sí hay que hacer.
— ¿Por ejemplo?
— El durísimo ajuste, tarde y mal, pero que tiene que hacer y que está haciendo hoy el gobierno nacional por insolvencia, por haber gastado de más, por no haber hecho bien las cosas. Primer punto: hay una fortísima conciencia por primera vez antes de pegarnos la piña. Y ojalá que no nos la peguemos, aunque en un punto ya no nos la pegamos porque estamos viviendo en condiciones muy feas, con un 50% de los argentinos en la pobreza. Sin embargo, va creciendo ese consenso de no podemos gastar más de lo que producimos. Tenemos que tener un Estado eficiente, pero austero. La dirigencia tiene que dar no solamente el primer gran gesto sino una acción concreta, contundente, de saber también de qué manera vivir y desempeñarse en forma eficaz y austera. En esto hay una aceptación masiva, habrá diferencias sobre qué sector tiene que hacer el mayor aporte, sin dudas aquel que lo pueda hacer. Por supuesto, seguiremos dando una mano de la forma que fuere a los sectores más postergados, pero encaminándolos hacia la consecución del trabajo: hay mucho consenso en que los planes pueden ser una medida momentánea para alguien que está cayéndose y sin dudas hay que acudir en su ayuda, pero tiene que ser transitorio.
— ¿Qué otras cuestiones ya no están en discusión?
— Un relacionamiento racional, moderno e inteligente con el mundo. Fortalecer nuestra alianza del Mercosur pero tener con el Occidente desarrollado la mejor relación posible. Estas visitas de los funcionarios del gobierno a Estados Unidos y las fotos en la residencia de muchas personas que habían hecho un folclore insustancial, pero folklore machacón e insulso de antiamericanismo pour la galerie que antes no tenían sentido y que están poniendo en el centro una discusión muy importante. Estado sí, pero aquel que mira con inteligencia que se cumplan las leyes. Que no haya monopolios, pero que haya claramente condiciones para el desarrollo de la empresa. Lo vemos en la actitud de muchos sindicatos frente al endurecimiento del conflicto social. Un sector del sindicalismo tiene decisión de defender a los trabajadores desde una perspectiva de diálogo y no de extorsión. No más un folclore tardío de un izquierdismo menor que ni siquiera además tiene mucho que ver con la historia del peronismo. Es decir, hay una mayoría social que más o menos quiere ir para el mismo lado por primera vez en mucho tiempo. Hacía mucho que no se dan esas coincidencias. Por eso hace falta esa llama sagrada de un buen dirigente que sepa escuchar, que sepa unir lo que está desunido porque, por abajo del discurso gritón de la famosa grieta, hay una base social que tiene muchísimos más acuerdos que desacuerdos y que dice “che, pongámonos de acuerdo, cada uno con su identidad, pero pensemos unos planes y políticas a mediano y largo plazo porque nuevamente a la Argentina se le presenta un panorama muy interesante”. Si el tren pasa y no estás bien preparado no vas a poder subirte.
— ¿Qué impide que se llegue a este tipo de acuerdos obvios en cualquier democracia?
— Los malos dirigentes.
— Más allá de la mala dirigencia, es un momento de la Argentina donde todo está más polarizado y vuelven a aparecer en los extremos como Cristina Kirchner y Mauricio Macri. ¿No es esta suerte de duelo personal el que impide que por abajo se llegue a acuerdos?
— Es una responsabilidad de la dirigencia. Ellos son dos personalidades muy fuertes, a esta altura del partido difícilmente cambien, más allá de las enormes diferencias que hay entre uno y otro, pero nunca un país se mueve exclusivamente en una dirección por una o dos personas. Hay una acción o una omisión de cierto sector de la dirigencia, y no solamente política, a la que le cuesta generar esos consensos. Por eso miro con mucho interés a otro sector de la dirigencia que sí está dispuesta. En ese sentido yo trabajo hace bastante y tengo un vínculo personal y de amistad con Horacio Rodríguez Larreta, a quien veo como el mejor representante de esa dirigencia que, conservando sus principios, tiene claro y dice en forma clara qué es lo que quiere hacer, cuál es su visión del mundo, cuál es su visión de la Argentina, qué es lo que necesitaría el país para desarrollarse bien, de una manera equitativa y próspera. Pero, además, con el mismo énfasis ve de qué forma unir lo que está artificialmente roto, porque coincido plenamente en que hay discursos cada vez más fuertes que se oyen en la superficie, pero yo llamaría a aquellos responsables de esos discursos para que tomen conciencia de que en la base está pasando todo lo contrario, cada vez se ensancha más la gente que dice basta de confrontaciones que huelen mucho más a cosa personal, a defensa de intereses personales. Quienes creen que se hacen fuertes con discursos a todo o nada no solamente que eso es pésimo para cualquier sociedad sino es muy poco conducente aun para esas mismas estrategias. Por abajo lo que está creciendo es una molestia porque ese tipo de discursos lo único que logran es romper más las cosas y no dar soluciones a las reales necesidades que tiene el país de cómo combatir la pobreza, cómo pensar un crecimiento sostenido. Si no existen acuerdos mínimos, ese famoso 70% del que habla mi amigo Rodríguez Larreta, ninguna sociedad lo logra.
— Parece que Rodríguez Larreta siempre tuviera que sacar patente de duro porque está bajo examen su estilo conciliador. Ante una crisis como la de hoy, ¿no son mayoría los dirigentes más duros antes que los moderados?
— Probablemente no sea ni siquiera conducente medir qué cantidad está a favor o en contra de los discursos duros o más conciliadores. Podemos estar todos de acuerdo si miramos un poquitín la historia, la nuestra y la del mundo: cada vez que se endurecieron las posiciones, esas sociedades cayeron en catástrofes. Inevitablemente. No hay una sola prueba de que en la Argentina o en el mundo la escalada de los discursos duros no termine en catástrofes siniestras. El siglo XX está lleno de esas catástrofes. El siglo que tuvo los mejores avances tecnológicos, los mejores momentos de encuentro, los grandes premios Nobel de la Paz, vivió sus horas más oscuras cuando no supo parar a tiempo, cuando no supo poner límites, cuando no hubo dirigentes con temple, con lo que hay que tener.
— Al revés de muchos políticos, usted reivindica al dirigente moderado.
— Es que para ser moderado hay que tener una fuerza increíble, infinitamente más que para gritar, para ser extremista. El que se para en los extremos no necesita ser fuerte sino que, por el contrario, necesita camuflarse con ese griterío y aparentar fortaleza. El que necesita fuerza es el Mandela, el Gandhi, son los grandes transformadores. Los que dieron la vida por eso. Y la mayoría mostró el triunfo de sus sociedades. Quienes tuvieron la templanza de decidir hacer un acuerdo mayoritario en lugar de tener razón en todo son los que le dieron los muy buenos momentos a sus países. En los 70 también tenía muy mala prensa el discurso moderado. Soy de esa generación y muy crítico de lo que pensábamos muchos de nosotros. Nunca pertenecí a ningún sector de pensamiento de ultra pero sí con una sensibilidad de alta militancia. Y en los 70 tenía pésima prensa el moderado.
— Así nos fue.
— Claro, así nos fue. El discurso para la tribuna es estupendo, pero llevás a tu grupo y luego a la sociedad a pegarse una piña fuerte. Mirá dónde terminamos en los 70 por pensar con desdén hacia la moderación. Estoy en un lugar que reivindica permanentemente la soberanía de Malvinas, pero mirá adónde nos llevó la locura de hacernos los duros, “que venga el principito”, de una guerra donde murieron miles de nuestros chicos y la Argentina dio 200 pasos atrás en la comunidad internacional. Mirá dónde nos llevó la falta de moderación en la crisis del 2000. No hay ninguna fórmula para que al país le vaya bien, pero sí hay una fórmula para que al país le vaya mal, que es seguir peleándose por todo, gritándose por todo y sin anteponer el interés general al interés particular. Después es difícil armonizar todo para tener una sociedad que vuelva a crecer al 4% anual sostenidamente durante 20 años. Que se desarrolle equitativamente. Que empiece a distribuir su población de una manera más racional y no el 40% en el área metropolitana. Todo eso es una enorme dificultad. ¿Lo podemos hacer? Sí, con esfuerzo, inteligencia y unión. La desunión te lleva a pegarte una piña.
— Hay una grieta en Juntos por el Cambio y en gran parte gira alrededor de Macri y el rol que debe desempeñar ahora y en el futuro, como un dirigente que reivindica las posiciones duras.
— Tiene su personalidad, sin dudas.
— ¿Cree que quiere condicionar a los candidatos presidenciales con una línea muy intransigente?
— Hay que reconocer el lugar de cada uno. Macri ha mostrado una virtud: parecía imposible que existiera una tercera fuerza porque estaba muy consolidado el bipartidismo, pero lo demostró en la Ciudad de Buenos Aires y luego en la Nación, constituyó una fuerza política y lo más importante es que la mantuvo. Porque a veces tenés esos 15 minutos de gloria, pero después te falta la inteligencia, la perseverancia, la capacidad de sostenerla. Macri la mostró, perdió la Ciudad de Buenos Aires, mostró resiliencia y ganó la Ciudad de Buenos Aires. Se presentó a la Presidencia, ganó, luego la perdió y cuando todo el mundo decía “esto se disuelve porque está todo armado alrededor de Macri” se mantuvo y retuvo la centralidad. Hay que reconocerle esas capacidades. Se dijo hasta el hartazgo pero hay que repetirlo: fue el primer presidente no peronista que termina el mandato y perdió con un porcentaje más que interesante, más del 40% de votos, y mantuvo la fuerza política unida y muy competitiva. Todo indica que Juntos por el Cambio es la fuerza política que gobernará la Argentina.
— También es cierto que Macri le marca la cancha a la oposición hasta el punto de cuestionar la postura dialoguista de Rodríguez Larreta que usted está defendiendo.
— Me parece un error. Dialogar no solamente marca fuerza y temple sino imperioso sentido común. Uno no tiene que abandonar las convicciones y cambiar para dialogar con el otro, pero es una obligación. Si te querés dedicar a la actividad política, que es la actividad colectiva por excelencia, no solamente se hace con los que piensan como vos sino con los otros. Esa es la polis, ir a la plaza pública. La política es eso, tratar de convencer al que no piensa como vos y, aun si no lo convencés, entender que está involucrado, que es otro argentino que no piensa como vos, pero para quien también tenés que gobernar. Presentar como una virtud a la intransigencia me parece un delirio.
— A veces pareciera que dialogar es traicionar los principios de una fuerza política.
— El diálogo no solamente es bueno sino que es imprescindible. Miren los libros de historia y miren los diarios del mundo y de la Argentina: países que no dialogan, países que sucumben. No hay otra posibilidad. No sabés gobernar. Porque lo tenés que pasar. Yo fui jefe de Gobierno y en un momento durísimo, en una transición con la destitución de un jefe de gobierno hasta las otras elecciones. Y francamente me fue muy bien pero porque si tuve una virtud fue el haber convocado a todas las fuerzas políticas. Es decir, hice un gobierno de crisis, llamé a las fuerzas políticas y dije “sugiéranme un representante de uno de ustedes para formar parte de mi gobierno”. Hice, en ese sentido, un gobierno ejemplar. Mantuvimos una adhesión muy grande, casi ganamos las elecciones, tuvimos una elección muy grande de alguien como yo que no representaba a una fuerza política. Me tuve que bancar cosas absolutamente injustas, aunque el otro también tiene sus ambiciones. Pero si se generan condiciones, cómo no voy a dialogar. Una cosa es dialogar y otra cosa es hacer lo que el otro quiere. Pero tengo que tratar de ponerme de acuerdo porque después tengo que gobernar.
— ¿Para ganar las elecciones hay que mostrarse más duro?
— Tengo que ganar las elecciones, pero después tengo que generar, como mínimo, la neutralidad o, como deseable, la masa crítica que me acompañe. Vamos a estar de acuerdo si decimos que la Argentina que queremos necesita una serie de reformas y de cambios muy profundos que hay que hacerlos no a los panzazos y a los chancletazos, sino convenciendo, argumentando. Diciéndole a la gente: “Mire, vamos a hacer esto que al principio es duro, pero que en el corto plazo va a empezar a mostrar sus beneficios y para eso necesito que nos acompañen empresarios, trabajadores, sectores de la industria, del pensamiento, de la cultura. Yo necesito conversar. Explicar por qué lo tengo que hacer”.
— Macri y Patricia Bullrich creen que si Juntos por el Cambio gana las elecciones hay que hacer una política de shock, las reformas más profundas al costo que sea, mientras que Rodríguez Larreta apuesta al esquema del 70% de los apoyos una vez que triunfe para llegar a esas reformas dialogando, negociando, y eso se asocia a una posición de debilidad.
— Desde una posición de fuerza. Mirá lo que ha hecho en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Cuántas veces en la Justicia le frenan una obra, va, la pelea, pero no desoye la Justicia? Va y la pelea. El parque lineal en la avenida Honorio Pueyrredón. Bueno, y al final la ganás y la hacés. ¿Y cuál es el resultado? ¿Cuál es tu aspiración, quedar bien, tener razón y quedar bien o que las cosas sucedan? Si sos un buen gobernante, querés que las cosas sucedan. Bueno, Horacio sabe hacer que las cosas sucedan. ¿Te va tomar unas semanas más hacer el parque lineal de la avenida Honorio Pueyrredón en Caballito? Te va a tomar una semanas más, pero lo hacés. La otra es: “Ay, no me dejan hacer”. No, si vos sentís que no te van a dejar hacer, no te presentes. Gobernar no es fácil. No es para cualquiera. No es sólo saber ganar.
— ¿Se puede superar la grieta en estas condiciones? ¿De quién es la culpa de que se mantenga?
— El kirchnerismo ha sido el máximo responsable de la grieta, pero hoy todos tenemos que trabajar para disolverla. El asunto es no solamente ganar, es después gobernar bien. Y gobernar bien requiere eso, firmeza, hacer esas reformas muy profundas, pero explicando, contando. No diciendo “las hacemos porque a mí se me da la gana y yo te llevo por delante”. No solamente porque eso es feo y porque te genera mal ambiente y vivir bien también requiere vivir amorosamente. Tener relaciones interpersonales. No vivir en un clima de crispación. Lograr las cosas, pero en medio de la crispación es terrible. Un buen gobernante sabe generar buenos estados de ánimo. Con dificultades, con tristezas, pero buenos estados de ánimo. Sentir que la población aun si no lo vota siente que este tipo, este hombre, esta mujer, está haciendo lo posible para que las cosas vayan bien.
— ¿Está hablando de alguien en particular?
— Ahí me parece que está el secreto de la diferencia favorable que tiene Horacio. Cualquiera de los aspirantes de Juntos por el Cambio para ser presidente puede ganar, pero no solamente necesitás que te voten sino que después necesitás que una gran parte te acompañe o te dé un compás de espera a ver hacia dónde lo estás llevando. Un presidente necesita estar apoyado por sus votantes y acompañado por el resto. Y ahí sí la diferencia entre Horacio y los otros aspirantes es abismal. Horacio tiene hoy en la Ciudad de Buenos Aires un 70 y pico por ciento de aprobación de su gestión y una intención de voto la última vez de alrededor del 50 por ciento. Quiere decir que tiene un veintipico por ciento más que no lo vota y dice “este hombre gobierna bien, no le pongo palos en la rueda”.
— ¿Cómo define a Cristina Kirchner, una figura política que domina la escena política desde hace mucho tiempo y que parece la contracara perfecta de Macri?
— Como estoy mucho más interesado en colaborar a generar condiciones de entendimiento, prefiero no ahondar en miradas críticas. Cristina es alguien que ya ha demostrado tener tantas capacidades para consolidar una base importante e inconmovible. Fue dos veces presidenta. Hoy es vicepresidenta, o presidenta nuevamente. Tiene un sector importante que la apoya y la va a seguir apoyando. No le sirve para ganar, pero tiene una base que todo el mundo reconoce. Una mujer que ha demostrado su inteligencia, su capacidad de resiliencia, es una lástima que no dé una vuelta de tuerca y se ponga por encima para aportar a un clima de convivencia mucho más amoroso. Me gustan las ideas de Horacio porque sé cómo trabaja, pero hay algo que me gusta más: esa convicción de que se hace en unión. Aspiro a que tengamos dirigentes a los que aun si no los votaste querés que les vaya bien. Después la próxima elección le voy a tratar de ganar, pero mientras tanto vivimos todos en el mismo país. Piensa distinto a mí, pero no es mi enemigo. Y si le va bien me va a beneficiar también a mí.
— La mirada destructiva no es sólo propia del oficialismo sino que se suele dar en Juntos por el Cambio, con las críticas duras de Bullrich contra Larreta o de Elisa Carrió contra otros dirigentes.
— No está concentrada en el oficialismo, pero las cosas que hemos escuchado dentro del oficialismo muestran obscenamente las internas y evidencian las cosas terribles que se dijeron unos y otros.
— ¿La gente común no está en otra frecuencia, lejos de esas peleas?
— Está en otra. En todo caso, ya lo saben demasiado: cuánto más hay que decir qué mal se llevan, “éste decía esto de Cristina y ahora está ahí al lado”, si ya lo saben todos. Basta, ya está. No agrego nada recordando lo que decía Alberto Fernández de Cristina. Ojalá esas cosas cambien.
— ¿Cree que habrá tolerancia social para los cambios profundos que hay que hacer en el país?
— Ojalá ese cambio sea con temple, dialógico, con capacidad de conducir un proceso que va a ser muy complejo, muy duro, que va a requerir grandes reformas, pero por eso mismo se lo tiene que hacer entendiendo al otro, que muchas veces no va a estar de acuerdo con lo que hacés y hay que entender los motivos. No hablo de aquel al que le sacás una prerrogativa que no se merecía. Hablo de esas reformas que tenés que hacer y que al principio van a crujir un poco. El asunto es que las hagas equitativamente. El empresariado, los trabajadores y todos los sectores para que todo el mundo vea, y la política, sobre todo, que tiene mucho. Soy crítico de esos discursos antipolítica que son siniestros, pero sin dudas la política tiene tantísimo que reformarse, que cambiar, que mejorar en su austeridad. Para no hablar de su ética porque eso va de suyo.
— ¿Le preocupa el ascenso de Javier Milei?
— No, son síntomas. Al contrario, es una fiebre. En ese sentido, tengo una visión también de la medicina muy holística: no hay que volverse loco cuando a uno le aparece un síntoma. Hay que escuchar el cuerpo por qué te apareció ese síntoma. Ocuparte, no preocuparte.
— ¿La dirigencia política se está ocupando para que no suba esa fiebre?
— Algunos sí, otros no. Algunos responden mejor que otros, no echando leña al fuego, siendo firmes cuando hay que serlo. Una cosa es cuando un grupo de chicos, para hacer campaña para el kirchnerismo, toma las escuelas de manera frívola, pero lo que es terrible es cuando hay adultos que festejan esa frivolidad. Eso es terrible. Por eso me parece bien ir también fuerte hacia allí. Desentumecer, decir: “Che, como padre sé responsable”. Pero fuera de esas situaciones, no echar más leña al fuego, no decir “hay que romper todo, hay que quemar las escuelas o el Banco Central”. Los discursos incendiarios, provengan de donde provengan, los tenemos que rechazar y los tenemos que entender como síntomas. Cuando aparecen personajes muy antipolítica con alta adhesión, acá o en cualquier parte del mundo, no vale rasgarnos las vestiduras y acusarlos.
— ¿Y qué habría que hacer?
— Es ver que tu cuerpo acaba de manifestar un síntoma con fiebre. El primer punto es prestarle atención a ver qué hiciste. ¿Tomaste demasiado anoche que te está doliendo el hígado? ¿No te abrigaste bien o no te diste la antigripal? Bueno, tomá esos recaudos. No empieces a culpar a tu cuerpo porque reacciona. Hoy no culpes a una sociedad que elige adherir a alguien, mucho menos por los contenidos económicos. Es un sector muy pequeño el que puede entrar en la discusión sobre (John Maynard) Keynes o (Adam) Smith. Hay una manifestación de adhesión a un hartazgo. Entonces hay un porcentaje, no es tan tremendo, un 15% de la población, que está manifestando algo. Como dirigente, entendé que tu cuerpo está reaccionando. A ver qué hiciste mal para que esas cosas sucedan. Sobre todo porque hay muchos antecedentes en la historia donde si no le prestas atención sí pueden devenir en algo más jorobado. Por lo pronto, que las cosas anden mal no nos debería permitir decir que hay que acabar con el sistema democrático o que hay que meter bala, ese tipo de locuras. Pero sí prestarles atención en su justa medida. No rasgarse las vestiduras sino actuar.
— Usted tiene una trayectoria muy amplia en la política y me imagino que tiene en mente su futuro: ¿qué le gustaría ser cuando sea grande?
—(Risas) Ojalá el próximo gobierno vaya en dirección de lo que estoy diciendo y que tengamos un presidente como Horacio y pueda colaborar con él.
— ¿Se ve en el área de cultura?
— Eso no lo voy a dejar, mi vida pública y privada involucra eso. Cada vez que tengo recursos hago un museo, un teatro, y en mi vida privada también: sigo teniendo uno de los clubes de jazz más lindos de la Ciudad. Mi vida tiene que ver con eso y estoy en pareja con una gran artista plástica. Pero cuando estoy en un aeropuerto y tengo que completar un formulario donde te preguntan por la profesión, me sale seguir poniendo periodista, aunque hace 25 años que no hago más periodismo. Así que cuando termine todo esto, ¿qué tengo ganas de hacer cuando sea grande? Volver al periodismo. Pero dentro de mucho. Por ahora espero seguir involucrado en la política. Son pasiones que no se pueden dejar.
— ¿Qué representa haber llegado a la dirección del Teatro Colón?
— El Colón es la institución cultural y artística más importante que tiene Argentina y la región. Todo el mundo lo sabe y cuando estás ahí adentro lo corroborás de una manera maravillosa y emocionante. Además, por lo que representa. Porque es un despliegue simbólico. Dirigir el Colón es dirigir aquella institución que no solamente da cuenta de las maravillas que pudimos hacer sino da cuenta de las maravillas que aún podemos hacer. Tiene una fuerza de mostrar los logros, de que somos todavía capaces si volvemos a poner la vara alta. Si hay algo que necesitamos es volver a poner la vara alta en la Argentina, bien alta en su producción económica, alimentaria, artística y cultural. El Colón ilumina eso, los grandes desafíos artísticos, esos que compiten de igual a igual con las mejores y más elegantes creaciones artísticas del mundo. El Colón una de las instituciones que nos sirven para marcar el camino y hacia dónde tenemos que ir como nación, como sociedad. Aspirando cada vez a algo más alto.
— A poco de empezar su gestión, se destacó el éxito de un programa creado por usted para que los más jóvenes puedan comprar entradas a un precio bajo. ¿Qué se propuso con esto?
— Mi estandarte es el Colón es para todos porque es un teatro público y tiene que ser para todos. Pero no para todo sino para lo de más alta excelencia. Aquello que se logra con esfuerzo, con dedicación, con esos fanáticos artesanos, esas mujeres y hombres que trabajan en el Colón que hacen todo, desde el calzado hasta las pelucas, los decorados, los vestuarios. Con esos artistas maravillosos, esos músicos, esos bailarines. Con eso que tenemos acá y que nos permite hablar de igual a igual en cualquier escenario del mundo y que hoy, además de ser importante por eso, tiene un potencial de desarrollo económico: el gran Jacques Attali, quizás una de las mentes más lúcidas que todavía tiene el mundo, dice que la producción de contenidos es una de las tres o cuatro grandes industrias que van a sobrevivir y que están llamadas a generar la nueva riqueza de las naciones. Y en esto la Argentina compite de igual a igual. Así que dirigir el Colón es dirigir la nave insignia de una cultura, de un arte argentino que te muestra lo que puede hacer en la medida que llegue a todos. Y esa convicción me llevó a desarrollar un programa que superó nuestra mejor expectativa, el “Ultimo minuto”, donde si tenés menos de 35 años sacás una entrada híperpopular por nada, por el precio de un café.
— ¿Pero los jóvenes, en general, no rechazan la programación tradicional del Colón?
— No. Siempre decimos “ah, los jóvenes no leen, los jóvenes no van a ver”, y es mentira. Generales buenos puentes a esos jóvenes. Hablales de igual a igual. Porque de lo que están cansados los jóvenes es que les hables desde una altura que no tiene dónde sostenerse porque si las cosas están como están es más responsabilidad nuestra que de los jóvenes. Entonces, bajate del pedestal.
— ¿Cuántos jóvenes pudieron aprovechar ese programa?
— Hasta ahora fueron unos 5000 y pico de chicas y de chicos que vinieron y que se van a hacer habitués. La inmensa mayoría quiere seguir viniendo. Nunca habían entrado al Colón y tenemos un teatro público maravilloso: ¿cómo no les vamos a ofrecer eso a nuestros jóvenes? Nosotros queremos que nuestros jóvenes se eduquen, entonces busquemos las herramientas para facilitárselas. Con esto vengo a demostrar que es mentira que solamente les gusta tomar escuelas. No, no, dales cosas de ese nivel, complejas, desafiantes, porque es lo que ellos quieren. No quieren que vos les des el Colón para escuchar un buen concierto de rock. Me encantan, pero hay otro lugar para escuchar eso. Quieren ir a ese lugar donde hay sectores de creaciones mucho más sofisticadas. Se ponen a la venta 1000 y pico de entradas y se agotan inmediatamente, en dos o tres horas. El 80% de los chicos y de las chicas que ya vinieron, miles y miles, es la primera vez que llegaban al Teatro Colón y se quedan maravillados. Son los mismos chicos que después escuchan trap y esas cosas muy divertidas, pero no para el Colón. Cada uno tiene su mejor lugar de desarrollo. Vinieron a escuchar, y no las más conocidas, las más silbables, vinieron a escuchar sonatas de Schubert para las que tenés que tener unos poros muy abiertos.
— Si abren los poros y las cabezas se pueden convertir en personas más dialoguistas. Quizá estas generaciones puedan crecer sin tanta grieta como nosotros.
— Absolutamente. No hay herramienta que facilite mejor el diálogo y el encuentro que la herramienta artística. Diste en la clave: la intolerancia, la grieta, no es sinónimo de odio sino de miedo. “Uy, si viene este me va a matar” o “me va a sacar todo”. Quienes combatimos eso lo que tenemos que llevar es tranquilidad. Es decir, no se asusten. No hay que tener miedo. Aun si gana el otro vamos a vivir en libertad, en la medida en que el otro se comprometa, y dentro de cuatro años vamos a poder elegir a otro. Y si tenemos una hoja de ruta acordada sensatamente sabemos que por más que gane el otro es imposible que el país se convierta en China o en Venezuela. Argentina va a ser esto, pero tenemos que ser la mejor Argentina del mundo, no el mejor país del mundo, y está en nuestras manos hacerlo.
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