El jueves pasado, a las 7 de la mañana (hora de Washington), Sergio Massa ingresó a la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI) para escuchar un Informe de Fragmentación elaborado para pronosticar el eventual impacto de la guerra en Ucrania, la seguridad alimentaria y la crisis energética en la economía global de 2023.
Ese Informe presentado bajo condiciones de confidencialidad por Gita Gopinath -subdirectora gerente del FMI-, terminó con una conclusión que enmudeció a un auditorio ya acostumbrado a escuchar malas noticias: predijo que 63 países de ingresos medios caerán en default por su deuda privada durante 2023.
Junto a esa información clasificada, que utilizó en todos sus encuentros en DC, el ministro de Economía planteó que los fondos frescos aportados por los organismos multilaterales de crédito -FMI, Banco Mundial, BID y CAF- no pueden ser computados como gasto público. Massa sostiene -en una posición diseñada en soledad- que esas partidas no deberían impactar en el déficit fiscal y tendrían que ser incorporadas a la cuenta de inversión pública.
Y por último, para demostrar afuera que está al margen de la interna palaciega que enfrenta a Alberto Fernández con Cristina Fernández de Kirchner, el ministro desplegó una hoja de ruta que lo puso como un actor necesario al momento de definir qué país de América Latina se quedará con la Presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Alberto Fernández y Cristina Kirchner tomaron nota de la agenda protagonizada por Massa, y cada uno a su estilo hará su ajuste de cuentas. Una decisión política que -al margen de satisfacer egos personales o resaltar diferencias ideológicas- podría colocar mucho más cerca del abismo a la situación social.
El ministro de Economía se transformó en un referente obligado de la Argentina en el exterior. En los foros globales, Massa aparece como el contraste de CFK en el Gobierno y como una alternativa viable si Alberto Fernández no juega su reelección.
Esta perspectiva política que se observó en Washington, transformó en un blanco móvil al jefe del Palacio de Hacienda.
Alberto Fernández decidió que jugará su agenda de Gobierno ante la condena silenciosa de la vicepresidente. Y exige que sus funcionarios -ministros y secretarios- se ajusten a su inesperada estrategia de poder. Sólo el canciller Santiago Cafiero, el secretario Julio Vitobello y la vocera Gabriela Cerruti aceptaron esa regla de obediencia debida, mientras que el resto de los cercanos -Gabriel Katopodis, Matías Lammens, Vilma Ibarra, Victoria Tolosa Paz y Kelly Olmos- jugarán acorde a las circunstancias y los tiempos políticos.
Massa se puso al margen de la decisión política asumida por el Presidente. No participó en la discusión previa a los cambios de Gabinete, y no le ve mucho sentido aplicar el concepto del Elogio de la Traición cuando la economía está bajo fuego y la vicepresidente prepara una emboscada distópica.
Pero esas diferencias tácticas no implican un enfrentamiento respecto a la mirada estratégica sobre la crisis internacional. Alberto Fernández y su ministro de Economía coinciden acerca del impacto causado por la guerra ilegal de Rusia en Ucrania, la fractura de la seguridad alimentaria y las dificultades que tiene Occidente para preservar sus reservas de energía.
Sin embargo, el jefe de Estado cuestiona en la intimidad que el ministro opera con una autonomía que nadie le habría cedido y ejerciendo atribuciones que asumió como propias y que pertenecerían a la Casa Rosada. Esas quejas llegaron a Washington, cuando Massa promediaba su gira.
La situación es distinta con CFK. La vicepresidente condena el acuerdo con el FMI y no cree necesario profundizar las relaciones diplomáticas con Kristalina Georgieva o el board del organismo multilateral de crédito. Ella considera que los acercamientos profundizan la dependencia política con el establishment de DC, y que Massa debería tener una posición más equidistante con el poder financiero concentrado.
El problema ya es evidente pero aún no tiene suficiente volumen para causar el inicio del asedio kirchnerista al Palacio de Hacienda. Massa considera que está cumpliendo con sus objetivos y que necesita al FMI, al Banco Mundial, a la Casa Blanca y a la Secretaria del Tesoro para ejecutar su plan de estabilización.
Sin estos factores de poder -explica el ministro a sus asesores de cercanía-, no hay posibilidades encontrar una solución plausible que responda a las variables globales descriptas en el Informe de Fragmentación que presento la subdirectora Gopinath.
CFK plantea un juego de suma cero: a favor o en contra del FMI. Massa -apoyado por Alberto Fernández- sostiene que es posible hallar un punto intermedio que permita evitar una nueva crisis económica. Y por eso, el ministro considera que hubo fuego amigo cuando la vicepresidente permitió que su vocero del conurbano bonaerense asegurara que el acuerdo con el FMI ya era letra muerta.
Alberto Fernández y Massa creen que la peculiar mirada de Cristina sobre el actual FMI va más allá de su formación ideológica. En Gobierno y el Palacio de Hacienda asumen que la vicepresidenta hace mucho que no participa de foros internacionales y que eso le ha quitado perspectiva global al momento de entender qué esta sucediendo afuera de la Argentina.
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