Atrapado y sin salida, el sindicalismo peronista celebra el 17 de Octubre siendo fiel a su tradicional ruptura

Habrá actos por separado de los dos sectores en que se divide la CGT. La mayoría cegetista lanza un movimiento para presionar por lugares en las listas de candidatos. El moyanismo se abraza a Cristina Kirchner. Los desafíos de Kelly Olmos

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Carlos Acuña, Héctor Daer y
Carlos Acuña, Héctor Daer y Pablo Moyano, con el consejo directivo de la CGT

El sindicalismo que tardó años en unificarse se pasó las últimas semanas confirmando que de hecho está fracturado. Ahora, avanzará un paso más cuando este lunes celebre por separado el 17 de Octubre. La mayoría de la CGT hará un acto en el estadio Obras Sanitarias, mientras que el moyanismo y el gremialismo kirchnerista se abrazarán a La Cámpora para marchar a la Plaza de Mayo.

Una forma curiosa de festejar el Día de la Lealtad Peronista. O quizá no tanto: después de todo, parafraseando a Woody Allen cuando se refería a los vaivenes del corazón, el peronismo es un músculo muy elástico en el que los reflejos tienden siempre a la división más que a la unidad.

La novedad será la ratificación de que ambos sectores ya tomaron distancia de Alberto Fernández, sobre todo luego de que, en un tardío gesto de autonomía política, decidió sin consultar a nadie la designación de Kelly Olmos en el Ministerio de Trabajo. La bronca es indisimulable: hasta un albertista a ultranza como Héctor Daer (Sanidad) quedó molesto por la forma en que el Presidente definió la sucesión de Claudio Moroni sin darle a la CGT el lugar aunque sea simbólico de factor de poder.

”Cuando decidió reemplazar al fallecido (Eugenio) Zanarini en la Superintendencia (de Servicios de Salud) tampoco nos dio bola, pero al menos nos convocó a Olivos y nos explicó que iba a elegir a un candidato de él, Daniel López, y no al nuestro. Ahora, ni nos llamó”, bramó un directivo cegetista.

Alberto Fernández le toma juramento
Alberto Fernández le toma juramento a la ministra Kelly Olmos

Como se sabe, en la política son tan importantes los rituales que rodean a las decisiones como las decisiones mismas. La CGT siempre exige alfombra roja para llegar a la Casa Rosada y mantener un trato privilegiado con el poder. Los desaires son interpretados como gestos imperdonables, sobre todo si surgen de un presidente como Alberto Fernández, que les ha dado más promesas que resoluciones a medida del sindicalismo. El primer mandatario recibió hace dos semanas a la dirigencia cegetista liderada por Daer y Carlos Acuña (estaciones de servicio) en Olivos, pero al día siguiente los dejó mal parados cuando quiso compensar el gesto invitando a cenar a Pablo Moyano (Camioneros). Así, en realidad, no quedó bien con ninguno. Le pasa lo mismo desde que asumió.

La mayoría que conduce la CGT (”Gordos”, independientes y barrionuevistas) considera que Fernández es un caso perdido. Por eso aprovechará la excusa de festejar el Día de la Lealtad para lanzar el Movimiento Nacional Sindical Peronista, una estructura similar a las 62 Organizaciones, el histórico brazo político del movimiento obrero, desde la cual una parte del gremialismo distanciado del kirchnerismo se propone negociar lugares en las listas de candidatos en todo el país.

Aún no están definidos sus oradores porque dependerá de una negociación que mantendrán este fin de semana. Están anotados Daer, Acuña, Andrés Rodríguez (UPCN), Gerardo Martínez (UOCRA) y José Luis Lingeri (Obras Sanitarias), en su carácter de anfitrión. Parece difícil que se resigne a no hablar Luis Barrionuevo (gastronómicos): promociona esta iniciativa como si fuera el dueño.

Pablo Moyano y Máximo Kirchner
Pablo Moyano y Máximo Kirchner

Los impulsores de esta nueva agrupación político-sindical esperan la presencia de unos 5000 dirigentes, para lo cual invitaron a las seccionales de cada uno de los gremios que la integran en las provincias. Sin presencia de políticos ni funcionarios, será la más clara escenificación del intento sindical de recuperar poder político a través de un gesto de autonomía. Por ahora, en el Frente de Todos no preocupa la creación de este movimiento. Hasta ahora, sin agruparse con nadie, basándose sólo en su fidelidad a Cristina Kirchner, dirigentes como Sergio Palazzo (bancarios) o Walter Correa (curtidores) han conseguido una banca antes que colegas de gremios más poderosos.

En la vereda de enfrente, Pablo Moyano se consolida como el eje de un sindicalismo alineado con la Vicepresidenta y que le hará frente -aunque sea verbalmente- al ajuste de Sergio Massa (que es avalado en silencio por los otros dos líderes del Frente de Todos): también necesita mostrarse combativo para la interna de Camioneros. ¿Será el dedo de Cristina Kirchner el que defina los candidatos? Es la apuesta de este sector, que hará campaña para que la mandamás del kirchnerismo sea candidata. Así de roto está el sindicalismo y nada permite suponer que habrá acuerdo.

La noticia del agravamiento de la ruptura del grermialismo no es buena para Massa, quien debe pilotear una economía en estado crítico con sectores sindicales que ahora piensan más en el posicionamiento político en 2023 que en encarrilar unas paritarias desbocadas que el Gobierno debería intentar serenar. La interna oficialista no ayuda. Los números de la inflación, tampoco. Mucho menos la presión de las bases sobre los sindicalistas para que los salarios no se sigan diluyendo.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner,
Alberto Fernández y Cristina Kirchner, con dirigentes como Hugo y Pablo Moyano, Sergio Palazzo, Hugo Yasky, Roberto Baradel y Abel Furlán

¿Podrá hacerlo Kelly Olmos, la flamante ministra de Trabajo? Claudio Moroni se fue por efecto del fuerte hostigamiento recibido por el kirchnerismo, que se redobló durante el conflicto del neumático y que incluso se extendió a otros sectores del Frente de Todos. La salida se precipitó porque el amigo del Presidente empezó a sentir en su salud el peso de la gestión y su familia lo presionaba para que dejara el puesto cuanto antes. Era uno de los “funcionarios que no funcionan” apuntado por Cristina Kirchner, pese a los gestos de buena voluntad que dio hacia el planeta K: su secretario de Trabajo, Marcelo Bellotti, fue designado justamente como un puente hacia el kirchnerismo.

Pese a su origen, Bellotti forjó una buena relación con todos los sectores sindicales y en la fracción no kirchnerista le tenían tanta confianza que hasta hubieran estado dispuestos a aceptarlo como sucesor de Moroni. Fue la apuesta final del kirchnerismo, casi en sintonía con algunos dirigentes de la CGT. Pero Alberto Fernández pateó el tablero y, sin escuchar a nadie, decidió el encumbramiento de su candidata. Aun así, el Presidente le pidió a Olmos que mantuviera a todo el gabinete de Trabajo, empezando por Bellotti. La decisión le alargará la carrera a Gabriela Marcelló, la directora de Relaciones Laborales que había sido designada durante el gobierno de Cambiemos y que Moroni ratificó en su cargo porque demostró eficacia en la resolución de conflictos. Su permanencia fue otro de los motivos de ataques permanentes del kirchnerismo contra el saliente ministro de Trabajo.

Olmos llega empoderada por el Presidente, pero debilitada por la falta de consenso sobre su figura. Todos los sectores sindicales se quejaron en off porque Alberto Fernández no consultó a nadie para ocupar el lugar de Moroni, pero finalmente la CGT terminó apoyando a la nueva ministra: Lingeri y Sergio Romero (UDA) fueron de los primeros en llamarla para felicitarla. Después de todo, la reconocen como una militante del PJ y, sobre todo, muchos suspiran de alivio porque no proviene del kirchnerismo. El resto del sindicalismo se alineó en contra, empezando por Pablo Moyano, cada vez más cerca del camporismo, quien le recordó a Olmos su militancia menemista. Fueron obvios los rechazos de expresiones K como la CTA de Hugo Yasky y la Corriente Federal de Trabajadores y expresiones combativas como la CTA Autónoma, que preside Hugo “Cachorro” Godoy.

Los principales dirigentes de la
Los principales dirigentes de la CGT marcharon en 2021 por el 17 de octubre

Olmos deberá conseguir el apoyo de todo el sindicalismo, la confianza del empresariado y de demostrar que su “defecto de origen” no le impedirá pilotear un Ministerio de Trabajo condicionado por una economía en crisis, con una inflación superior al 100%, y una pelea sin fin en el Frente de Todos que se agravará en la medida en que se acentúe el ajuste y se aproximen las elecciones.

Sus primeras definiciones, muy cuidadosas, fueron en contra de otorgar el aumento de suma fija generalizado que impulsa el kirchnerismo. Una postura en sintonía con la que asumió el sector que maneja la CGT, que resiste esa alternativa porque “achata las categorías salariales” y les quita poder de negociación (y réditos políticos) a los dirigentes sindicales. Así, sin quererlo (¿o sí?), reforzó la desconfianza hacia ella por parte de los gremialistas más cercanos a Cristina Kirchner.

Si el destino de Moroni quedó signado por el laberinto impuesto por el Sindicato del Neumático, Olmos tendrá un debut demasiado intrincado: su primer desafío será encaminar la paritaria de los Camioneros, que se empantanó de manera inquietante con un reclamo sindical del 130%.

Luego del 17 de Octubre, Kelly Olmos espera tener contactos oficiales con la CGT. Ya hubo llamadas y algunos cafés. La ministra de Trabajo recibirá a la central obrera sin que algo esté en claro: ¿podrá reunirse con los dos sectores cegetistas en simultáneo o deberá rendirse ante la evidencia de una fractura imposible de superar? La respuesta parece obvia, pero el sindicalismo es una caja de sorpresas de donde últimamente no salen muchas noticias alentadoras para recuperar su poder. Y la profundización de la ruptura desde el 17 de octubre, más la pelea declarada por las candidaturas para 2023, no hacen más que afianzar la postal de un gremialismo peronista atrapado y sin salida.

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