El último cambio en el Gabinete resultó ser el de menor interés público e impacto político. Tal vez por eso mismo, desde Olivos intentaron darle un sentido interno inverso al de las crisis anteriores y vestirlo de algún atractivo externo. De manera informal, se habló de un gesto presidencial de autonomía -tardía- y por medio de un comunicado, se destacó la incorporación de mujeres al equipo de ministros como dato de “amplitud de miradas”. La decisión tomada por Alberto Fernández terminó exponiendo una situación precipitada por los acontecimientos, no una expresión de iniciativa. Un síntoma de desgaste e intereses cruzados que asoma en la preparación de los actos por el 17 de Octubre.
Es cierto que esta vez el trámite de los cambios ministeriales fue más rápido y menos tenso. Pero la alusión a un renovado oxígeno, por una cuestión de género y cierta sorpresa por los nombres, carece de sustento. En rigor, además de la ahora reemplazada Elizabeth Gómez Alcorta, ya dejaron sus cargos María Eugenia Bielsa, Marcela Losardo y Sabina Frederic. Fueron reemplazadas por varones. Eso también desarma el módico intento de la comunicación oficial. El punto en común sería el juego desgastante de las presiones internas, aunque en otra escala.
El hecho de que Alberto Fernández no haya consultado nada con Cristina Fernández de Kirchner ni hablado con Sergio Massa describe el estado de cosas y le da sentido real -diferente al difundido desde la Casa Rosada- a una decisión tomada en soledad. El Presidente actúa desde un lugar relegado como consecuencia del cimbronazo por la salida de Martín Guzmán y la increíble apuesta, breve pero grave, por Silvina Batakis, antes de jugar la carta de Massa.
No es la única muestra de las diferencias con las anteriores crisis de Gabinete. Esa vez, el detonante fue la renuncia de Gómez Alcorta. Aceleró otras dos salidas, que el Presidente trataba de frenar o, en rigor, de postergar. Claudio Moroni ya había dado señales de agotamiento personal, castigado desde muchos meses antes por el kirchnerismo duro y por el sindicalismo más próximo a CFK. Y Juan Zabaleta ya había expresado su intención del volver lo antes posible a la disputa territorial, en Hurlingham.
En todo caso, lo que fastidia al kirchnerismo no es la falta de consulta para decidir cambios que, además, fueron provocados por sucesivas cargas del espacio que conduce CFK, en la estrategia curiosa de afirmarse como poder interno y, a la vez, mostrarse ajena o crítica de la gestión. La reacción, medida hasta ahora, sería por el uso que busca darle Olivos como gesto de autoridad presidencial. Lo expresó en estas horas Andrés Larroque.
Las incorporaciones al Gabinete serán formalizadas mañana. Victoria Tolosa Paz (Desarrollo Social), Kelly Olmos (Trabajo) y Ayelén Mazzina (Mujeres, Géneros y Diversidad) no parecen dar un mensaje fuerte de novedad en la gestión, más allá de su mucho o poco kilometraje político. Proyectan una señal de tránsito en el camino hacia las elecciones. Y eso se relejaría incluso en escasas modificaciones en los ministerios.
El caso más notable es el de Desarrollo Social. La nueva ministra se encuentra con un esquema de organización parcelado. Cada organización social alienada con el oficialismo tiene manejo de alguna de las secretarías. Y eso, según se deja trascender, sería intocable. Tolosa Paz y Kelly Olmos tienen un punto en común: el nivel de demandas y tensiones que genera el deterioro de ingresos frente a la escalada de precios.
Esta semana será difundido el IPC de septiembre, que rondaría el 7%. Los datos de lo que va de octubre son también alarmantes. Kelly Olmos deberá lidiar con reapertura de paritarias en continuado, mientras tira las primeras líneas para tejer una relación con los jefes sindicales. El ministro saliente -y algunos manejos presidenciales- exponen los riesgos de quedar atrapados en la lógica de las pulseadas entre la sociedad mayoritaria de la CGT (gordos, independientes y barrionuevistas) y el frente de Pablo Moyano y la franja más kirchnerista.
Tolosa Paz ya tiene escritos en su agenda dos renglones, además de los compromisos con los movimientos sociales que ocupan despachos en su ministerio. Se trata de los reclamos de los grupos piqueteros conducidos por el PO y otras agrupaciones de izquierda, y de la demanda de un bono para los sectores indigentes. Esto último involucra también a Massa.
El caso de Zabaleta encendió otra alarma: tiene que ver con el futuro de “jefes territoriales” que dejaron sus distritos para asumir cargos en el Gobierno. Algunos funcionarios se quejan porque consideran que circulan “versiones malevolentes” sobre futuras emigraciones que debilitarían más al Gabinete. De todos modos, son casos diferentes. Gabriel Katopodis no tendría en su cabeza volver a San Martín, municipio que gobernó durante ocho años, sino competir en listas provinciales o nacionales. En cambio, Zabaleta había dejado el municipio con licencia, lo mismo que hizo Jorge Ferraresi en Avellaneda.
Los movimientos para encarar el 2023 anotan también el armado de los actos por el 17 de Octubre. Máximo Kirchner acaba de confirmar lo que ya se manejaba como construcción lejosdel reducido circuito presidencial. Junto a la estructura del PJ bonaerense -y los intendentes que muestran un juego de acuerdos y competencia con La Cámpora- participará de la concentración en Plaza de Mayo convocada por Pablo Moyano y las CTA en primera línea.
La conducción de la CGT, sin el dirigente camionero, realizará su propio acto, en Obras Sanitarias, para exhibir un espacio político-sindical en medio de los reacomodamientos que se aceleran en el interior del oficialismo. Algo similar exhibirá el encuentro convocado por el Movimiento Evita, Somos Barrios de Pie y la CCC en La Matanza.
Según cada caso, los planteos serán sectoriales, incluirán advertencias sobre la inflación y, seguramente en Plaza de Mayo, algún pronunciamiento sobre el ataque contra CFK y también, su frente judicial. En conjunto, intereses cruzados, lejos del cálculo de Olivos.
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