La represión policial en La Plata, en el arranque del Gimnasia-Boca, alteró por completo el cuadro imaginado en el inicio de un fin de semana largo. Y en medio del estupor, disparó en el oficialismo un vertiginoso pase de facturas domésticas, además de alimentar versiones conspirativas. Agregó así un capítulo a la sucesión que en pocos días expuso otra vez cargas sobre el ministro Claudio Moroni y la salida de la ministra Elizabeth Gómez Alcorta. Peleas y deterioro que marcan el fin de la paz y el alineamiento impuestos después del ataque sufrido por Cristina Fernández de Kirchner, hace poco más de un mes.
El episodio, que coloca nuevamente a Sergio Berni en el ojo de la tormenta, se produce en un clima de tensión apenas disimulado en la primera línea del oficialismo. Alberto Fernández, en lugar relegado, y CFK prácticamente no se hablan. El Presidente ha sumado malestar con Sergio Massa, sobre todo luego de su viaje a Washington. Y el ministro de Economía acaba de registrar el primer mensaje inquietante de la ex presidente -por el impacto de los índices de pobreza e indigencia- y señales más ásperas del kirchnerismo duro.
El nuevo sacudón en el Gabinete tiene varias lecturas. En primer lugar, el deterioro del valor de los cargos ministeriales como resultado y a la vez agravante del desgaste de gestión. Y, a la par, la sensación extendida de que todo acto de Gobierno puede generar crisis y astillamientos, como acaba de ocurrir frente al conflicto del gremio de los neumáticos o a raíz del desalojo de tierras ocupadas por grupos violentos que se reivindican representantes de los mapuches.
El caso de La Plata expone otro origen, pero en términos políticos tiene resultados parecidos: reaviva las disputas en el interior del oficialismo. Berni recibe facturas nacionales y bonaerenses, previsibles y casi todas como fruto de viejas batallas. Axel Kicillof pareció dejarlo en soledad. Queda claro, otra vez, que su futuro como ministro bonaerense depende sin vueltas de CFK.
Berni enfrenta su momento más crítico, dentro y fuera del oficialismo. Y seguramente tendrá estribaciones en la Legislatura. Juntos por el Cambio, inmerso en sus propias disputas nacionales -y también, duras, con foco en la Provincia-, unificó posiciones y coloca al Frente de Todos en situación de definir hasta qué punto busca avanzar con el tema. Dependerá de cómo resuelva la situación en el plano doméstico.
Por lo pronto, funcionarios del Gobierno nacional recuerdan con acidez sus peleas con Sabina Frederic y después con Aníbal Fernández. No pasaron inadvertidas algunos repudios a la represión desde el reducido entorno de Olivos. La Cámpora, el Movimiento Evita y algunos intendentes también expresaron o dejaron trascender sus cuestionamientos. El gobernador busca colocar el límite de las responsabilidades políticas en el terreno funcional, es decir, en el Ministerio de Seguridad, mientras la Justicia investiga lo ocurrido. Y Berni apunta a los responsables directos del operativo.
¿Existe otro trasfondo? Las especulaciones sobre una disputa de poder en la policía llevada a este terreno surgieron de inmediato en el circuito político, aunque aún en medios opositores se vuelcan más a considerar una pésima organización de prevención y control en el lugar. No se trataría, dicen, de un hecho aislado: sería consecuencia de la política de seguridad y del tipo de gestión. Se verá qué surge de la investigación judicial.
El agravante, en sentido político, es la saga que expone la interna del oficialismo. La renuncia de la ministra Gómez Alcorta potenció la imagen de devaluación del Gabinete. La funcionaria se fue cuestionando los operativos y las detenciones en tierras que permanecían ocupadas en Villa Mascardi. El mensaje descalificó al Presidente porque superó el nivel de Aníbal Fernández. Las posibles estribaciones de esa salida abren interrogantes sobre los próximos pasos en ese terreno.
La decisión de Gómez Alcorta no resultó sorpresiva por su propia historia y porque había hecho pública su posición. El Presidente tal vez pensó que podía agotarse el tema en esa crítica. Pero no pudo evitar el desenlace. Hasta ese momento, tenía la atención puesta en aguantar la última ofensiva kirchnerista sobre Claudio Moroni, también en la mira de Pablo Moyano y de otros jefes del sindicalismo duro.
Alberto Fernández alimentó y quedó en medio de las peleas en la CGT. Complicó su relación al cenar con Héctor Daer, Carlos Acuña y el conglomerado mayoritario que integran gordos, independientes y el más reducido espacio de Luis Barrionuevo. Optó por enmendarlo recibiendo a Pablo Moyano, que terminó siendo pieza central para cerrar la larga e inquietante batalla en el gremio de los neumáticos.
Moroni quedó así doblemente debilitado. La superación de ese conflicto lo colocó en lugar secundario luego de 35 audiencias en el ámbito de Trabajo -una decena con participación personal- y la llave quedó en manos del dirigente camionero, es decir, del sector sindical que lo tiene en la mira. El ministro cuenta hasta ahora con respaldo del sector mayoritario de la CGT y de entidades empresariales. Dicen que no está enamorado del cargo -más bien al contrario- y que se mantiene en funciones por su vínculo personal con el Presidente.
Esa imagen de precariedad en el Gabinete había tenido otra expresión en las señales dadas por el ministro Juan Zabaleta. Quiere volver a la pelea en su distrito, Hurlingham, con la intención de recuperar poder territorial para las elecciones del año que viene. El Presidente busca retenerlo, por cuestiones prácticas: maneja un área especialmente sensible y códigos políticos. Con todo, su futuro político no depende de la gestión ministerial.
Es apenas una muestra del clima que vuelve a dominar al Gobierno, pero hay otras datos ilustrativos.
El 17 de Octubre dejó de ser el acto imaginado como único y consagrado a la estrategia de CFK en el frente judicial. Los sectores mayoritarios de la conducción cegetista anunciaron cita propia. Moyano, los sectores de la CGT duros o encolumnados con el kirchnerismo, las CTA y las agrupaciones K marcharán a Plaza de Mayo. Se agrega una convocatoria propia de los movimientos sociales oficialistas. Y hay idas y vueltas con alguna celebración de gobernadores. Esa es la agenda, por ahora. Todo, con un mismo telón de fondo: el 2023.
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