No hay un sólo indicio o evidencia que ponga en jaque la línea de investigación que abrieron en simultáneo la justicia federal y las fuerzas de seguridad: Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte intentaron asesinar a Cristina Fernández de Kirchner a través de un plan diseñado por una organización criminal que aún no fue desmontada en su totalidad.
La precariedad intelectual de sus implicados y el sesgo ideológico que detentan Sabag Montiel y Uliarte no deberían condicionar el volumen probatorio que han acumulado la jueza federal Eugenia Capuchetti y el fiscal federal Carlos Rívolo.
Con la excepción del intento de asesinato de Ronald Reagan -ejecutado por un demente que alegó como móvil buscar la atención de Jodie Foster-, todas los ataques con impacto global -JFK, Bobby Kennedy, Juan Pablo II e Isaac Rabin, por ejemplo- tuvieron una estructura de inteligencia y logística.
Alberto Fernández quedó impactado por las imágenes de televisión que se repetían una y otra vez en la intimidad de la quinta de Olivos. Cristina aparecía gatillada por Sabag Montiel, mientras la custodia permanecía inmóvil e impasible. Si el fallido autor hubiera sabido cargar el arma, su tiempo de tirador le habría permitido vaciar todo el cargador sobre el cuerpo de la vicepresidenta.
El jefe de Estado puso entre paréntesis su encono personal y político contra CFK y recordó a Antonio Cafiero en tiempos de Raúl Alfonsín y la Semana Santa de 1987. El abuelo diputado peronista del actual canciller Santiago Cafiero puso en juego su perfil opositor para respaldar al presidente radical acechado por una conspiración carapintada.
Ese espíritu conciliador protagonizado por Alfonsín y Cafiero cruzó por un instante la intimidad política de Olivos. Después pesó la influencia de la interna en el Frente de Todos y la desconfianza con cálculo electoral de Juntos por el Cambio. Y al final, Alberto Fernández hizo un discurso endógeno que terminó en un acto partidario sin brillo y relativa concurrencia.
El ataque fallido conmocionó a la Vicepresidente, pero esa sacudida psicológica no implicó un acercamiento político con el Presidente ni sosegó sus críticas puntuales a la gestión del gobierno.
Al contrario, el ataque fallido actuó como un beneficio colateral frente a sus adversarios de la Casa Rosada, que optaron por el silencio misericordioso cuando se enteraban de un cuestionamiento directo que caía como un rayo desde el Senado, el Instituto Patria y La Cámpora.
Alberto Fernández hizo la cadena nacional y después fue hasta el departamento de CFK en la avenida Juncal. Fue un encuentro frío. Y ella actuó respondiendo a su naturaleza personal: no hubo foto conjunta para las redes sociales, ni tampoco un posteo en Twitter agradeciendo el respaldo institucional del jefe de Estado.
Esa lejanía política aparece nítida cuando se observa la relación cotidiana que une a Cristina con Sergio Massa. En ese vórtice de poder que crearon la vicepresidente con el ministro de Economía, el presidente aparece relativizado en su rol institucional. Massa atraviesa las dos trincheras: como el protagonista de la película 1917.
La centralidad de CFK se tornó un suceso agrio durante la visita de Alberto Fernández a New York. El jefe de Estado mantuvo contacto diario con Massa y pasó muchas horas de su tiempo afinando el discurso que pronunciaría ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. El presidente buscaba la forma perfecta para condenar en un escenario global, el fallido intento de asesinato de la vicepresidente.
Alberto Fernández abrió su discurso en la ONU haciendo alusión a Cristina. Y cuando partió del edificio de acero y vidrio rumbo al consulado francés en New York, pensó que CFK usaría su cuenta de Telegram para agradecer un gesto político que ya tenía dimensión internacional.
El presidente esperó en vano: ella ignoró su presentación y optó por usar el tiempo para ajustar su alegato final de la causa Vialidad.
Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa tienen una coincidencia básica sobre Mauricio Macri. Cada uno con sus argumentos políticos y personales, los tres exhiben una mirada crítica respecto al ex presidente de Juntos por el Cambio.
Macri se ajustó a las circunstancias y condenó el intento fallido de Sabag Montiel. Pero con el correr de los días giró en su discurso y relativizó la organización del acto delictivo que conmocionó a la Argentina. “Fue un grupito de loquitos”, opinó el expresidente sin haber leído la causa.
Esa declaración de Macri, sumada al silencio deliberado de Patricia Bullrich, obligó a otros referentes de Juntos por el Cambio a tomar distancia y evitar las muestra públicas de condena al magnicidio. La noche del ataque a la vicepresidenta, Horacio Rodríguez Larreta llamó a la quinta de Olivos para expresar su solidaridad personal. Ese gesto fue un hecho unilateral que quedó en manifiesta soledad.
A un mes del atentado, Cristina robusteció su centralidad política y su influencia al interior de la Casa Rosada. Dos hechos políticos que condicionan al Presidente y a la oposición. El ataque de Sabag Montiel probó la fragilidad del sistema institucional.
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