¿Todos contra Cristina?

De la ilusión populista a la descomposición social

Cristina Kirchner en su despacho del Senado

Nadie contra nadie, es una magnífica novela de Juan Bonilla (escritor español) protagonizada por Simón Cárdenas, eterno doctorando en Filosofía que sobrevive en Sevilla diseñando la página de crucigramas para un diario local. Un día, en vísperas de la fiesta de Semana Santa recibe una llamada conminándole a introducir, en su próximo crucigrama, una palabra que parece responder a un mensaje en clave. Todo apunta a que está conectado con una serie de actos organizados por la ciudad con el objetivo de sabotear las fiestas y sembrar la histeria en las calles. Su trama tiene cierta semejanza con las versiones que discurren sobre los motivos de los juicios contra Cristina Kirchner y el atentado en su contra, que pasan desde el sobrevuelo de los servicios de inteligencia a la más absoluta incredulidad sobre la realidad del hecho. Preocupada, las alarmas de Cristina están sonando todas juntas.

Como todo ser humano, acercándose a las siete décadas de vida, la vulnerabilidad se hace más presente. La salud no es la misma, la resistencia física tampoco, y ni que hablar de los reflejos. El ocaso es una cita que tenemos en el futuro y, de una manera u otra, todos llegamos al mismo lugar. Pareciera, por lo que se conoce de su intimidad, que la vida de Cristina, tras el reprochable atentado del que fue víctima, ya no es la misma. Se dio cuenta que la vulnerabilidad había entrado para siempre, algo que para una política de fuste y con casi toda su adultez dedicada a la actividad pública, es un problema serio que la enfrenta a nuevos dilemas, que se suman a los viejos, como el de su guerra contra el Poder Judicial, donde va a tratar por todos los medios a su alcance que la Corte Suprema termine siendo sometida al poder político. Intentar no es lo mismo que lograrlo.

Cristina es capaz de realizar cualquier tipo de pirueta política que su estrategia le imponga con tal de sostenerse en el poder. Ya lo hizo con Alberto Fernández y Sergio Massa, tan solo dos de los muchos que están en la lista de indultados. Para CFK solo sirve ganar, y para hacerlo juega a fondo, incluso al punto de permitir que se haga un uso político de su propio intento de homicidio, o poner al Papa Francisco en el medio de su discurso para sentarlo en la mesa sin siquiera tener que invitarlo. En el estado actual de desesperanza generalizada a consecuencia del pésimo gobierno de Cristina, que encabeza formalmente el cada vez más prescindible Alberto Fernández, con la inflación por las nubes y los bolsillos de sus propios votantes erosionados, sabe que se enfrenta una tormenta perfecta de cara a 2023.

Cristina Kirchner y su abogado en el inicio del juicio (Télam)

El alegato de los fiscales Luciani y Mola ha calado hondo en la opinión pública. Con defensas pobres enfrenta acusaciones serias, provocando que CFK sufra el peor de sus miedos: ser condenada por actos de corrupción, en un contexto donde la sociedad argentina está hirviendo a fuego cada vez más fuerte. El atentado a Cristina, las amenazas de vida que reciben los jueces que la juzgan y los fiscales que la acusan, las amenazas de bomba contra canales de televisión, más un sinfín de intimidaciones contra funcionarios y líderes de la oposición ocasionan el tránsito de un país tóxico a uno envenenado. La ilusión populista ha fracasado al mismo tiempo que la descomposición social llegó para quedarse por un largo tiempo.

¿El discurso del odio? En el estado actual de la sociedad el odio es el menor de los problemas, ya que la reina es el fanatismo que rechaza al que piensa diferente. ¿Todos contra Cristina? No, de ninguna manera, CFK hace de la victimización su tarjeta de presentación, cuando en realidad es ella misma la que se ha encargado de fogonear, desde hace mucho tiempo, el relato de la intolerancia. Sus ninguneos públicos fueron repartidos a diestras y siniestras, tanto a propios como ajenos. Victimizarse es su pase sanitario frente al virus de la corrupción de sus gobiernos.

Cristina hoy, electoralmente hablando, está cada vez más cerca del libertario Javier Milei que lo que su ego le permite admitir, a punto de igualar el tercer lugar en las encuestas de cara al 2023. Sabe que el derrotero es cuesta abajo y solo un milagro podría sacarla del destino llamado “fracaso”. Entre Cristina y una gran parte del electorado “algo” se rompió. Que el atentado del que fuera víctima ni siquiera sea considerado como algo importante por un sector de la sociedad es un indicador muy preocupante. Con la economía retrocediendo hasta los niveles del 2011, al mismo tiempo que la inflación no deja de subir, cualquier cosa puede pasar, incluso un estallido de la sociedad harta de tanta hipocresía.

Desde el Gobierno, más ocupados en los problemas de Cristina que en los de los votantes, dejan muchas preguntas sin respuestas: ¿Vaca Muerta? ¿Los faltantes de productos? ¿La inflación? ¿Y la seguridad? ¿Alguien se está ocupando de combatir a los narcos? El gobierno de Cristina se muestra impotente para encontrar un camino de salida a tantas preguntas sin respuestas y más preocupado en “eliminar” las PASO porque no le resultan convenientes. En manos de ese tipo de gobernantes nos encontramos con Santa Cristina a la cabeza (solo interesada en su martirio legal y en someter al Poder Judicial), y de funcionarios que tratan la falta de “figuritas” del mundial de fútbol como si fuere un problema de Estado. Esa es la ya insoportable realidad que nos atrapa en un presente tóxico.

El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner

En el extenso y aburrido soliloquio del pasado viernes frente al Tribunal que la juzga por actos de corrupción, CFK cometió la torpeza de evidenciar que de Derecho sabe poco y nada. Sus yerros conceptuales no hicieron más que enmascarar medias verdades con grandes mentiras. Puso un sinfín de argumentos en una trituradora y sacó un jugo agrio con más sabor político que legal. Son solo relatos para la feligresía. Como siempre, se mostró más preocupada en su pelea contra el Poder Judicial y los medios, que en la solución de los problemas para los que fue votada. Por eso llegamos de la ilusión populista a la putrefacción social en 2 años, 9 meses, y 15 días del peor gobierno de la democracia argentina, que, además ha cometido el peor de los pecados: dividir aún más a la sociedad, pasando del odio a la intolerancia del fanatismo. De ahí a la violencia social, hay un paso. La descomposición es grave. La mayor responsable es Cristina -que con sus políticas populistas fracasadas- terminó arruinando la cultura que caracterizaba al pueblo argentino, donde se hacía culto al trabajo, a la educación y el acceso a un sistema de salud digno. Cambiamos todo eso por una cultura planera, ventajista y prebendaria. Esa es la descomposición del populismo cristinista.

CFK tiene sobre sus hombros el peso de una oportunidad perdida, arruinó el país, además de hipotecar nuestro futuro. Va a costar, y mucho, cambiar la cultura planera y del abuso de los recursos públicos, que son de todos, pero los aprovechan unos pocos elegidos -los allegados al círculo áulico de la Santa de la Recoleta-. El estado de pesadumbre y desolación que padece el ciudadano de a pie, cansado y sin esperanza, es una consecuencia directa del desastroso gobierno que tiene a Cristina como dueña absoluta del espacio.

En el país de la incertidumbre reina la desesperanza. Se suma en este nuevo escenario de descomposición social -que podemos marcar a partir del atentado a CFK- el regreso a la escena pública de Vaca Narvaja y Firmenich, evidenciando el retorno de un pasado preocupante y violento. La penosa realidad argentina hace que todo se mezcle con todo de una forma casi cómica.

Eso nos muestra lo bajo que nos ha llevado este gobierno, donde el absurdo y el ridículo es tan frecuente, que, como la rana que se hierve a fuego lento, nos terminamos acostumbrando. El invierno ha quedado atrás, estamos arrancando la primavera, el gasoducto inconcluso de Vaca Muerta del que tanto se habló dejó paso a la discusión de las “figuritas” del mundial (hasta tenemos un ¡mercado blue de figuritas!), entremezclado con un absurdo y caprichoso proyecto cristinista para reformar la Corte Suprema, la causa vialidad, la inflación por las nubes y el mayor endeudamiento en pesos que registra nuestra historia.

Una vez más el “Cambalache” de Discépolo vuelve a sonar en nuestros oídos.

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