El Gobierno encaró el mes de septiembre con tres objetivos más o menos claros.
El primero, el más importante, reencauzar el programa con el FMI para asegurar el desembolso de octubre, y evitar una interrupción del acuerdo que podría haber llevado a una crisis terminal.
El segundo, recuperar algo de las alicaídas reservas del Banco Central, de manera de alejar las expectativas de un salto devaluatorio y su inmediato traslado a la inflación esperada.
Finalmente, el tercer objetivo, ligado de alguna manera con el segundo, consistía en interrumpir la aceleración de la tasa de inflación, dado el nuevo régimen inflacionario en el que entró la economía argentina a partir de julio pasado.
El primer objetivo, conseguir el visto bueno del staff del Fondo, podría decirse que se cumplió. Efectivamente, mostrando un buen “relato” en torno al ajuste fiscal -anuncio no muy claro en los números de baja de subsidios económicos, freno de partidas presupuestarias, y licuación inflacionaria-.
Con las trampas al solitario que significa la no emisión para financiar el déficit fiscal -Recordar que el inexistente “mercado local de capitales” resulta en la práctica devolución de leliqs, que es emisión, para que los inversores compren deuda del Tesoro-.
Con los canjes de deuda de cortísimo plazo, por deuda que vence el año que viene.
Con la reciente devaluación sectorial y temporal, para adelantar liquidaciones de los exportadores de soja, y cerrando más el cepo a las importaciones, para acumular algo de reservas, el gobierno argentino brindó los elementos mínimos para que, entrecerrando los ojos, los muchachos del Fondo puedan, en los próximos días, poner el gancho y elevar al Board el informe que permita liberar el dinero comprometido en el acuerdo, y reponer lo que se ha pagado esta semana.
El segundo objetivo, recomponer las reservas del Banco Central, más allá del Fondo, se ha cumplido muy parcialmente.
En primer lugar, porque, como mencionara más arriba, la devaluación sectorial y aparentemente con vencimiento a fin de mes logró, efectivamente, incentivar la liquidación de productores y exportadores. Pero se trata de un adelanto de liquidaciones de los próximos meses.
Según el último informe de coyuntura del IERAL de la Fundación Mediterránea, si la devaluación “vence” a fin de mes, en el último trimestre del año, sumado, se liquidará menos que lo liquidado en septiembre. En números muy redondos, las ventas mensuales de octubre a diciembre caen a más de un tercio respecto del corriente mes.
En segundo lugar, el objetivo de mejorar el stock de reservas se cumplió muy parcialmente, porque se han seguido frenando pagos de importaciones que en algún momento habrá que liberar, si se pretende evitar una paralización generalizada de la economía, o una devaluación implícita, obligando a cada vez más empresas a financiarse con dólares propios o comprados en el mercado libre.
Por último, en este punto, y no menos importante, las expectativas de un salto devaluatorio, por todo lo anterior, se mantienen, no se han despejado totalmente.
Respecto del tercer objetivo, evitar una aceleración aún mayor de la tasa de inflación, la respuesta es mixta. Es cierto que la inflación argentina se ha estabilizado en una velocidad de crucero del 6-7% mensual, pero todavía es temprano para asegurar que este número no pueda ser superado en los próximos meses, y mucho menos que pueda reducirse a un valor más tolerable del 4-5% mensual.
En ese sentido, septiembre ha repetido la experiencia monetaria de junio-julio.
Me explico. La demanda de dinero, es decir la “voluntad” de los argentinos de quedarse con pesos, en lugar de pasarse a bienes o dólares, está cada vez más débil.
Es cierto que con cepo no es posible correr contra los depósitos, y también es cierto que el Banco Central intenta absorber la liquidez excedente colocando cada vez más leliqs.
Pero lo que sucede es que toda inyección de pesos, antes de ser “retirada” parcialmente, con deuda del Banco Central, se da una vuelta por el precio de los bienes y por el precio de los dólares libres.
Eso pasó con el shock de emisión de junio-julio, cuando el Banco Central tuvo que comprar la deuda del Tesoro que el mercado rechazó.
Y pasó en septiembre, en menor medida, cuando el Banco Central salió a comprar a razón de 200 pesos por dólar, la superliquidación de la soja.
Dicho sea de paso. El Banco Central cambió las reglas de juego sobre la marcha con el objetivo de quitarle demanda a los mercados libres, prohibiéndoles a los que recibieron pesos por la liquidación de soja al tipo de cambio de 200, comprar dólares en los mercados libres.
Pero la brecha siguió aumentando, porque los pesos de más que ingresaron al sistema, no sólo los recibieron los “chacareros”, sino que también los recibieron todos aquéllos con los que los productores se relacionan económicamente. Por ejemplo, quién le vendió insumos del campo. Quién le vendió un automóvil. Quién le vendió un corte pelo. Quién le vendió una pizza. Y esa gente, tampoco quiere pesos, quiere dólares. Y lo mismo pasa con el resto de los argentinos. Esa es la caída de la demanda de dinero.
Es el desequilibrio monetario el que genera la demanda excedente de bienes y dólares. Y ese desequilibrio monetario, no importa si proviene de la emisión para financiar el déficit, para comprar títulos públicos, para comprar dólares o para una partida especial destinada a comprar figuritas y repartirlas entre todos y todas (Por favor, es un chiste, no una sugerencia).
Pero si la brecha se mantiene en torno al 90-100%, no hay forma de recomponer las reservas del Banco Central. Sólo se puede apretar más el cepo. Pero apretar el cepo, paraliza la economía o “empuja” demanda a los mercados libres, sin que aumente la oferta, con lo cual el efecto sigue siendo perverso.
El uso de la tasa de interés para alentar la demanda de pesos puede ayudar pero poco, porque respecto de la tasa de inflación esperada y dado que nadie mira la “tasa efectiva anual” porque no se depositan pesos a un año, la tasa mensual sigue siendo negativa. Y porque como contrapartida se incrementa la emisión para pagar los intereses de las leliqs, y aumenta el déficit fiscal total por el mayor costo de la deuda. Y porque aún se mantiene la expectativa de un salto devaluatorio.
A estas alturas, tendría que quedar claro que el plan septiembre se agotó cumpliendo sólo un objetivo, mantener vivo el acuerdo con el Fondo, no es poco, pero no alcanza.
¿Y entonces? Entonces, habrá que esperar el plan octubre que tiene que ir a buscar los dos objetivos pendientes (reservas e inflación) sin perjudicar el primero (mantener vivo el acuerdo con el Fondo) y no puede repetir los mismos instrumentos. Porque ya agotó el dólar soja, en particular dado el cambio en las reglas. Porque el ajuste fiscal anunciado hasta acá le puede alcanzar al Fondo pero no a la economía. Porque recuperar la demanda de dinero para hacerla compatible con la oferta, luce complicado, sin confianza, sin respaldo político, sin alejar la expectativa de mayor devaluación y con esta brecha. Y porque la aceleración de la inflación no puede ser descartada, en un contexto de restricciones a las importaciones, suba de precios de los servicios públicos y mayor tasa mensual de devaluación.
En síntesis, los problemas de octubre siguen siendo casi los mismos que los de septiembre, pero las respuestas de política económica tendrán que ser diferentes.
De pronto recordé un cuentito atribuido a Einstein.
Se dice que, siendo profesor, repitió en dos años seguidos las mismas preguntas de examen. Cuando su asistente le llamó la atención sobre este hecho don Albert replicó “las preguntas son las mismas, pero ahora cambiaron las respuestas”.
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