El diálogo entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri, líderes excluyentes de las coaliciones que dominan la política argentina, parece encaminarse a la larga lista de iniciativas que terminaron en nada en las últimas décadas.
De la serie de conversaciones sigilosas, de las versiones periodísticas y las confirmaciones públicas, este fin de semana quedaron virtualmente agotadas las especulaciones sobre eventuales formatos, días, horas o lugares de un potencial encuentro entre ambos.
Después de las declaraciones con tonos místicos del jueves pasado -a dos semanas exactas del momento en que la pistola cargada de Fernando Sabag Montiel apuntar su cara- la vicepresidenta volvió a la carga con el tema que más preocupada la tiene: la de la causa Vialidad, por la cual le pidieron 12 años de prisión e inhabilitación perpetua.
“A partir de las 8hs, el Dr. Alberto Beraldi comienza el alegato de mi defensa en el juicio conocido como “Vialidad”. Escuchá atentamente cómo desnuda la farsa guionada de los fiscales Luciani y Mola. ¿Lo transmitirá Clarín y La Nación?”. En el mismo tuit, volvió con los dos temas que generaron mayor rechazo en la oposición: el ataque a la Justicia y a los medios.
Fue la definición que confirmó el regreso de la vicepresidenta a la dinámica que tenía antes de que apareciera el asesino en potencia y su presunta instigadora, Brenda Uliarte, en Uruguay y Juncal, en Recoleta. Antes de la irrupción del complot de “la banda de los copitos”, CFK enfrentaba lo que, a su juicio, era un caso típico de lawfare.
Ese giro ocurrió después de varios días donde la cuestión judicial había quedado en un segundo plano y las voluntades desde lo más alto del kirchnerismo eran tender puentes de diálogo, aunque fueran precarios, con dirigentes de la oposición que permitiera recomponer el clima de convivencia democrática.
Pero no sólo Cristina Kirchner regresó a su agenda. Mauricio Macri, el destinatario del operativo para conseguir un gesto que ablandara la polarización, hizo, a su modo, lo mismo.
Después de unas medias palabras que pronunció el viernes en Junín -donde condicionó cualquier encuentro a que fuera con la Constitución arriba de la mesa- anoche en el programa de Luis Majul, de LN+, dejó los eufemismos y aclaró que no tiene mucho sentido una conversación con Cristina Kirchner.
“No entiendo en base a qué. No quiero generar expectativas en cosas que no han sucedido. La mayoría de discusiones que hemos tenido han sido frustrantes. Ojalá haya diálogo, Dios lo permita. Pero que la base de ese diálogo no sea hablar de un lawfare que nunca existió”, decía anoche.
“Esa reunión no va a ocurrir”, decían en su entorno. Mientras que otro dirigente que lo vio en la semana en sus oficinas de Olivos, subrayaba que si a él lo llama directo la vicepresidenta “no le cortaría el teléfono”.
Las definiciones de ambos líderes de las coaliciones dominantes de la política argentina confirman que, más allá de las especulaciones de los que estaban alrededor suyo, el “operativo diálogo político” quedó casi al borde del archivo.
Tanto Cristina Kirchner como Mauricio Macri coinciden en algo que pocas veces es subrayado: no dicen en público cosas muy distintas a las que plantean en privado. De hecho, la vicepresidenta dijo en un acto cuando todavía Martín Guzmán era ministro (casi la prehistoria) que ella “no habla en off”.
De todos modos, tanto la vicepresidente como el ex presidente recelan de las intenciones de su contraparte. Una y el otro se achacan la mentira como arma política y se adjudican mutuamente la responsabilidad por el estado de situación de crisis en que se encuentra la Argentina.
El contexto
El inédito atentado ocurrió en un país que les da planes sociales a los jóvenes antes que un trabajo y un futuro posible, un sueño, un proyecto de vida. Que espera un milagro antes que el resultado de diseñar un plan y aplicarlo. En el que la Vicepresidenta le reza a Dios y la Virgen en vez de exigir a las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia que cumplan su rol de prevención. Que deja de respirar humo -como en estos días en Rosario- por el capricho bienhechor de la lluvia y no por brigadistas adiestrados para combatir un incendio forestal.
En ese contexto, entre muchos otros déficit de atención de todos los gobiernos, es que aparece “la banda de los copitos”. El propio abogado de CFK, José Manuel Ubeira, reconocía anoche el “fracaso” del proyecto de inclusión que impulsó el oficialismo las últimas dos décadas, tanto por las edades -la mayoría de los involucrados tienen veintitantos- como por su extracción social y por el lugar donde vivían, el Conurbano bonaerense, donde el peronismo se ufana de tener todas las llaves y secretos.
Las encuestas muestran un enorme nivel de insatisfacción, con un récord nunca visto de la desaprobación del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner -el 73,8%, según Management & Fit- y una enorme incredulidad sobre el impactante intento de asesinato.
Como anticipamos en esta columna la semana pasada, el descreimiento sobre lo ocurrido tiene niveles altos: cuatro de cada diez mencionan dudas o sospechas de lo acontecido, de acuerdo con el relevamiento elaborado por esa consultora.
Esos malos datos que entregan las encuestas, que para la política es la cruel imagen que devuelve el espejo, están jalonados por una inflación por ahora fuera de control, con precios de los alimentos en aumento y su producción en caída, y salarios que corren de atrás, pesados y lentos, a remarcaciones cada vez más veloces.
“No me obliguen”
Mauricio Macri venía diciendo en privado lo mismo que acaba de confirmar en público. No está dispuesto a tomar ninguna decisión sobre su candidatura obligado por nadie. No quiere presiones ni de adentro ni de afuera para tomar una resolución en la que solamente permite una influencia, que es y será decisiva: Juliana Awada, su esposa y soporte emocional.
Habló también del concepto de “jaula de oro” que representa para él la Presidencia y a la que, según afirma, hay que estar dispuesto a entrar por cuatro años. Él no está seguro de hacerlo. Pero tampoco dice de manera taxativa -ni lo hará en el corto plazo- que no lo hará, que no será candidato.
Con ese paraguas, esa imprecisa definición, es que Macri actúa políticamente. Recorre distritos, se reúne con gente, habla de proyectos, planes de gobierno, plantea lo que hay que hacer y confirma que en las próximas semanas presentará “¿Para qué?”, su nuevo libro que sucede a “Primer Tiempo”. Son todas acciones de un candidato. O de un político que está dispuesto a ser candidato.
Pero él lo niega. Y se dedica a juntarse con dirigentes, empresarios, políticos, legisladores y hasta tuiteros. De hecho, esta mañana hará un fuerte gesto de reunir a 50 dirigentes de la provincia de Buenos Aires, algunos que son intendentes y otros que quieren serlo, para dar un seminario presencial de “liderazgo y gestión”.
Estarán dirigentes que están alineados con todos los “presidenciables” y, según pudo saber Infobae, no estarán en principio ninguno de los que están lanzados para gobernador: Diego Santilli, Cristian Ritondo, Néstor Grindetti, Joaquín De la Torre, Javier Iguacel, entre otros.
Allí hablará como un consejero -un conferencista al estilo ex presidente de EEUU- sobre los desafíos que tendrán los que asuman en la provincia de Buenos Aires si Juntos por el Cambio derrota al Frente de Todos en la gobernación que hoy ejerce Axel Kicillof y las múltiples municipalidades que controla el peronismo.
Es el juego, éste último, que más le gusta y con el que se siente cómodo. El de quien está “por arriba” de Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, los tres anotados para la Presidencia. En la entrevista televisiva de anoche con Luis Majul fungió de eso.
Ya mañana emprenderá un viaje que lo llevará República Dominicana y a Estados Unidos, donde dará clases, conferencias y cumplirá compromisos vinculados a su agenda externa. Como informó Infobae el jueves pasado, tendrá el 27 de septiembre un evento clave: su participación en la ceremonias fúnebres en Japón del ex primer ministro Shinzo Abe, asesinado por un alienado con un arma de fuego casera que le disparó en la calle, en medio de un acto.
En el Congreso
La oposición también enfrenta un complejo escenario en el Congreso. La semana pasada tuvo una prueba de que es vulnerable por desinteligencias internas pero también por la acción sigilosa que el Frente de Todos puede ejercer sobre aquellos representantes de provincias con apremios presupuestarios.
En su primera prueba de fuego, la presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, consiguió la media sanción de dos leyes claves que son la antesala del Presupuesto. Con la aprobación de la prórroga de impuestos y el Consenso Fiscal la sucesora de Sergio Massa tuvo el reconocimiento en el oficialismo de que cuenta con buen diálogo con los diversos sectores del Frente de Todos, pero también con actores clave de Juntos por el Cambio.
Para el futuro próximo, Moreau deberá contar con al menos las mismas adhesiones para aprobar el presupuesto 2023, una herramienta central para la economía que la oposición le negó el año pasado. En la conducción del radicalismo, según pudo saber Infobae de fuentes calificadas, está la convicción que “hay que darle los votos, con las condiciones para que se respete el federalismo”. Es decir, que esté la plata de los gobernadores.
Ya en ambos proyectos que fueron girados al Senado para su debate, los tres gobernadores de la UCR “pusieron” cada uno un voto, mientras que otros se abstuvieron o se ausentaron. Los legisladores de la Coalición Cívica también se desmarcaron del rechazo del PRO y eligieron la calculada abstención.
Los radicales intuyen que la lógica interna del PRO -cruzada por la proliferación de precandidatos que se codean por el premio mayor o un suculento premio consuelo- los empuja cada vez más al rol de espectadores. Por eso empiezan a hacer valer cada espacio de poder, chiquito o grande. Con el peronismo marchando a una reunificación forzada por la amenaza de la derrota, 5 votos de la UCR pueden darle al oficialismo o la oposición la victoria o la derrota.
Y allí, en esa debilidad, creen en la UCR radicará su fortaleza. Como planteaba el mítico Giulio Andreotti, siete veces primer ministro de Italia: “El poder desgasta.. al que no lo tiene”.
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