El cambio de Gabinete dejó postales desprolijas, maltratos domésticos y hasta insólitas señales hacia el exterior, no sólo al FMI. También, explicaciones disparatadas sobre el supuesto inicio de una etapa con presidencialismo atenuado y virtual instalación de un primer ministro. En todo caso, se trata de una anomalía riesgosa: confirma el lugar relegado de Alberto Fernández, en buena medida una posición autoinfligida. Sergio Massa concentra casi todo el manejo del tablero económico y Cristina Fernández de Kirchner aprobó la movida. Pero el desenlace es consecuencia de muy ásperas y variadas presiones frente al abismo de la crisis, que no expresan una reformulación de alianzas en la interna. Corren el foco.
Las tres semanas y unos pocos días de Silvina Batakis resultaron un calvario con la mirada puesta en el dólar y la escalada de precios, que proyectan un alarmante IPC de julio alrededor de los 8 puntos porcentuales. Y transcurrieron también, y por eso mismo, con versiones sobre un único punto: la reactivación de la idea abortada en las horas de tensión y de operaciones que siguieron a la renuncia de Martín Guzmán. La carta jugada con Massa tal vez sea la última, según la interpretación difundida con doble sentido -mezcla de mirada realista y de temor jugado como advertencia para disciplinar frente al posible colapso-, pero seguro no es carta blanca.
Primera expresión de eso último es la reacción frente a la etiqueta de “superministro” colocada a Massa, por la concentración de funciones de Economía, Producción y Agricultura. No agrada para nada a la ex presidente y su círculo. Desde ese espacio retacean las definiciones públicas, fuera de hacer trascender el aval de CFK a la movida -es decir, su capacidad de aprobación o veto-y de reiterar que no hay lugar para decisiones unipersonales. Dicho de otra forma: que debe contar con ese visto bueno.
La reestructuración del Gabinete trasciende el plano interno. Genera hechos increíbles y otros por ahora no evaluados. El mal trance provocado a Batakis, cuando embarcaba en Washington luego de haber sido enviada para prometer el compromiso de ajuste, quiso ser enmendado con un mensaje de Alberto Fernández al FMI. Fue difundido como una comunicación directa con Kristalina Georgieva. El Fondo lo desmintió. Tarea complicada la que debe encarar otra vez Jorge Argüello, más allá de los contactos que cultiva Massa.
Otro dato, para nada menor, expone en conjunto un trío de renuncias. Son, por orden cronológico, las de Martín Guzmán, Gustavo Beliz y Julián Domínguez. Los tres eran quizás los mejores puentes de Alberto Fernández con el papa Francisco. El Presidente y sus voceros siempre destacaron la relación con el Papa por su valor específico y por la línea que tendía ese vínculo con Joe Biden y, también, con Kristalina Gerogieva. El tema no pasa inadvertido para políticos experimentados. Se verá qué estribaciones tiene.
Por lo pronto, el Presidente registra otras preocupaciones. Al menos, seguramente, son evaluadas por el círculo cada vez más reducido de Olivos. La dolida renuncia de Beliz escribió el último capítulo. Fue una de las consecuencias. Las otras señales potentes hay que buscarlas en el modo en que se precipitó la nueva crisis doméstica. Y allí se anotan el largo proceso de esmerilamiento motorizado por CFK, el juego propio de Massa, los reclamos de la CGT -de los jefes considerados amigos-, las demandas de movimientos sociales aliados y, como factor interno destacado y ya sin intermediarios, el planteo de los gobernadores del PJ. A eso se sumaron mensajes desde el mundo empresarial, con guiños a la designación de Massa.
Por supuesto, el nuevo “superministro” define en estas horas medidas y designaciones para su llegada al Gabinete. Las mayores expectativas se concentran en el dólar y la inflación, pero existen otros interrogantes y tienen que ve con la política. ¿Se sumará al repetido intento de construir un enemigo destituyente o “golpista”, que vuelve a colocar al sector agropecuario en la mira? ¿Buscará tender puentes con la oposición? ¿Avalará la carga contra la Corte Suprema?
El lunes que viene, apenas antes de que inicie formalmente su gestión en el Ejecutivo, comienza una etapa decisiva en la causa Vialidad, hoy la mayor preocupación de CFK en el frente judicial. La ex presidente, procesada por el direccionamiento de la obra pública, ha sido especialmente dura en la descalificación de este caso. Y lo suma a su ofensiva más amplia. Hace apenas diez días, difundió un texto y un video como última entrega contra la Corte. Alberto Fernández se sumó en la misma línea. No será tema estricto de Massa, pero es un desafío para el discurso que despliegue sobre el marco político de la crisis.
Massa tiene planes políticos propios y por supuesto no era ajeno a la suerte general del Gobierno: todas las encuestas, con diferencias de unos pocos puntos, lo anotan con imagen negativa alta. El manejo del área económica le abre el paño para una apuesta fuerte hacia el 2023, si logra contener la economía. No es el único tema: vuelta a la política.
Esa también es una cuestión evidente para CFK. El recelo ante la definición de “superministro” es una muestra. Más clara es la definición sobre la necesaria aprobación del “rumbo” económico, sin muchas precisiones, pero con carga condicionante después del deterioro causado en continuado al Presidente. De manera efectiva, suena además la confirmación del área de Energía como territorio kirchnerista. Y una pregunta, final: ¿por qué Cristina Kirchner cedería ahora a Massa todo el terreno negado a Alberto Fernández? El temor al abismo de la crisis es un reflejo potente. Se verá cómo opera en la relación con el nuevo ministro.