“Esta es la última carta del Gobierno en un contexto muy difícil. Massa se juega todo en esto. Si le sala bien es la gloria, si le sale mal, puede ser su final”. Terminante y preocupado, un importante dirigente social afín a la Casa Rosada emitió esa reflexión minutos después de ver en su teléfono que el presidente de la Cámara de Diputados se había convertido en un súper ministro de Economía.
Ese nombre propio con trayectoria histórica en las filas del peronismo es una voz que bien podría representar la de tantos otros que conviven en el Frente de Todos y que creen que el arribo de Sergio Massa al Gabinete es la última oportunidad que tendrá el gobierno nacional para enderezar el rumbo de la desgastada gestión que tiene.
Héroe o demonio. Blanco o negro. Así es el juego del poder y la gestión al que quedó sometido el líder del Frente Renovador cuando aceptó embarcarse en uno de los desafíos más trascendentes de su carrera. Desde ayer tiene el control de la economía argentina. También la botonera y el apoyo político para manejarla. Es ahora o nunca, sienten en muchos campamentos del peronismo.
Aunque también algunos creen que los últimos veinte días se perdieron sin sentido. ¿Qué quiere decir? Que Massa tendría que haber ingresado al Gabinete para reemplazar a Martín Guzmán y, en ese momento, restructurar parte del organigrama de ministros. El tiempo que pasó consumió a Silvina Batakis sin piedad y desgastó la imagen del Gobierno, que ingresó en un espiral de rumores incesantes.
Todas las fichas están puestas sobre Massa y el impacto que puedan generar las medidas que vaya a llevar a cabo en los próximos días. Sean cuales sean esas medidas. Incluso la de llevar adelante una posible devaluación. Porque en el peronismo sienten que ya no hay margen de error. Deben apoyar el plan Massa porque ya no hay un plan Alberto en el que crean.
Los dólares se escapan a una velocidad inusitada del Banco Central y no ingresan al mismo ritmo; la brecha cambiaria es amplia y preocupante; el campo no avanza en la liquidación de los granos y la inflación de julio parece que será una nueva, y dura, cachetada al bolsillo de los argentinos. No hay certidumbre. No hay confianza. Hay una clase media agotada que todos los días cree menos en la dirigencia política.
“Hay que cambiar el clima. Massa le da volumen al Gabinete y fortalece la pata económica del Gobierno en medio de la debilidad actual. Donde hay una necesidad, nace una obligación. Nuestra obligación es tirar todos para el mismo lado”, reflexionó un importante senador del interior.
Cambiar el clima implica tratar de dejar atrás el pesimismo que reina en todo el peronismo desde hace largos meses, que estuvieron atravesados por el desencuentro entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, y la falta de conducción política del Presidente.
Ahora hay alguna esperanza, pero también racionalidad. Nadie se sube al viaje de la felicidad rumbo al poder 2023. Lo que cambió es que hasta hace una semana era mayoritaria la idea de que el peronismo ya tenía perdida la elección del año que viene. La inyección anímica se tiene que traducir en resultados. Esa es la realidad detrás de la ilusión.
La misma sensación de cambio de aire sucedió cuando Daniel Scioli arribó al Poder Ejecutivo. En ese entonces, casi cuarenta días atrás, la figura del ex motonauta apareció en la escena política como la de un dirigente que le daba volumen al Gabinete y que se anotaba, en forma automática, en la carrera presidencial del 2023.
Similar es lo que está sucediendo en esas horas convulsionadas por tantos movimientos políticos. Massa es, desde ayer, el peronista con más posibilidades de proyectar una candidatura 2023. Es el sentimiento que atraviesa a todo el peronismo.
Es, en definitiva, la última moneda al aire para quienes apoyaron la dupla Fernández-Kirchner y se sienten defraudados por la grieta que los terminó dividiendo. Massa se transformó en la apuesta de un importante sector del peronismo que veía que la gestión estaba cayendo en un pozo ciego.
Ahora el reparo que existe tiene que ver con el apoyo público de Cristina Kirchner. La Vicepresidenta no se expresó sobre el desembarco del presidente de la Cámara de Diputados y en el oficialismo siempre miran de reojo sus acciones. Hay mucha desconfianza sobre los pasos que ella dé. Sobre todo, después del enfrentamiento abierto que tuvo con el Presidente.
Una señal fuerte sería que la Vicepresidenta esté presente el día que Massa jure como súper ministro de Economía, Producción y Agricultura. La política son gestos. Y en la cambiante vida del Frente de Todos los gestos toman siempre una importante dimensión.
El futuro del Presidente también inquieta a muchos dirigentes oficialistas. Temen que quede desdibujado frente al poder que conserva Cristina Kirchner y al que ha logrado capturar Sergio Massa. Pero, al mismo tiempo, le perdieron la confianza. Esperaron, durante largos meses, que conduzca al peronismo. No sucedió. Los resultados de esa decisión presidencial están a la vista.
“Alberto perdió totalmente la credibilidad. Todos ya lo veían débil. Desde el jueves, un poco más. Pero todos van a apoyar”, sentenció un importante legislador, que apostaba a la construcción del albertismo y se quedó a mitad de camino ante la falta de decisión del Presidente. Ni los gobernadores ni los intendentes van a generarle un vacío de poder a Fernández. Saben con claridad las reglas del juego en un país con tantas crisis como Argentina.
Pero lo cierto es que en el Frente de Todos preocupa, y mucho, la debilidad en la que quedó sumergido Alberto Fernández. Uno ministro lo puso en palabras: “Me preocupa que la debilidad de Alberto se incrementa día a día y todavía falta un año y medio de gestión”. Queda mucho tiempo. Mucho camino por recorrer.
Si bien aceptan que la llegada de Massa es una inyección de optimismo para el oficialismo, también advierten que la figura presidencial debe mantenerse firme hasta el último día y que la crisis interna solo está detenida en el tiempo. Puede volver a estallar si el rumbo del Gobierno y de las decisiones de Massa no es compartido entre los socios.
“La política es dinámica. Igual lo que importa es generar expectativas para encauzar el desmadre económico”, explicó un importante funcionario de la Casa Rosada. Ese dinamismo al que se refiere es el que hoy lo lleva a Fernández a ceder una parte importante del poder a Massa. Lo describe como si el Presidente pudiera recuperar protagonismo en un tiempo. Parece difícil.
Fernández terminó encerrado dejando en el camino a dos ministros cercanos como Julián Domínguez y Daniel Scioli para empoderar la figura de Massa. Dejó ir a Gustavo Beliz y sigue sosteniendo a Miguel Pesce en el Banco Central. En el juego de poder, perdió más de lo que ganó. Ese resultado lo advierten todos en el peronismo.
La llegada de Massa al Gabinete es la última carta de la gestión del Frente de Todos. La última oportunidad de reflotar la economía y renovar las expectativas para seguir gobernando el país por cuatro años más. Así lo sienten en todos los sectores de la coalición. Sale bien o sale mal. No hay grises ni avenidas del medio. Ya no hay margen.
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