Desde que asumió, el Gobierno se vio forzado a hacer varios cambios en el Gabinete. Pero esta vez, en medio de la crisis cambiaria y de las presiones de prácticamente todos los sectores políticos y económicos sobre un Alberto Fernández muy debilitado, se espera una sacudida más profunda, que, como publicó Infobae, tendría como protagonista a Sergio Massa.
Para explicar la envergadura del cambio, en la Casa Rosada hablan, de manera simbólica, de un “cambio de régimen”, donde el nuevo jefe de Gabinete actuaría como si fuera el Primer Ministro de un sistema parlamentario. Ese análisis deriva de las pretensiones del tigrense, que sigue presentando como condición para su desembarco que le “otorguen” Energía, el Banco Central, y la AFIP, así como un manejo de las principales áreas del Ministerio de Economía.
Son exigencias similares a las que planteó hace tres semanas, al presentarse como salvador del Gobierno post renuncia de Martín Guzmán. En ese momento terminó rechazando la oferta de Alberto Fernández porque no alcanzaba sus expectativas. En el Frente Renovador repiten que, para desembarcar, Massa necesita tener margen de maniobra.
Su pretensión, “gobernar”, choca con los deseos de la Casa Rosada y el cristinismo, que más bien buscan que se dedique a “administrar”. Sin embargo, la situación política es distinta en comparación con los primeros días de julio, especialmente para el Presidente. Tras el cimbronazo cambiario que se perpetúa desde hace dos semanas, su poder de decisión se acotó en medio de las presiones de los mercados, del FMI, de los movimientos sociales, de la CGT, de los gobernadores y de los intendentes del conurbano, que se sumaron a las que ya venía ejerciendo el kirchnerismo. Desde la semana pasada, hasta los dirigentes más fieles de su entorno le piden, incluso contra sus propios deseos, que acuda al “plan Massa” para “salvar” el Gobierno.
Como en un juego de mesa, cada movimiento de las piezas tiene consecuencias en el resto del sistema. En este caso, Massa busca avanzar en el tablero, mientras Alberto Fernández y Cristina Kirchner se encuentran a la defensiva, aunque en distinta medida. Por eso las negociaciones se demoran y el Presidente aún no fijó una fecha para anunciar los cambios.
Se espera que la agonía demore varios días. Algunos hablan del viernes como límite. Otros del lunes próximo. Si así fuera, la redistribución ministerial coincidiría con el comienzo de agosto, el mes que en todas las áreas vienen proponiendo como “bisagra económica” entre el invierno y la primavera. Para septiembre, en Hacienda esperan que la situación económica sea un poco más holgada, por la mayor disponibilidad de dólares que permitiría la merma estacional en el gasto en importación de energía para consumo particular.
Mientras la cúpula del Frente de Todos negocia, en los respectivos entornos de los líderes repiten que, en el orden de prioridades de los cambios, privilegian la salud de la gestión “por sobre los nombres”. Pero en la práctica, cada actor busca preservar los espacios que ya ostenta, o avanzar sobre nuevos casilleros.
Los diálogos en el Ejecutivo, por estas horas, giran en torno al origen político de los dirigentes que ocupará cada puesto. A diferencia de 2019, cuando buscaron repartir los lugares de manera equitativa, hoy la aspiración de máxima en Balcarce 50 es que sea lo menos traumática posible para el “albertismo”.
En medio de las deliberaciones, abundan los rumores. Lo poco que se sabe con cierta certeza es que, al ocupar Massa la Jefatura de Gabinete, Juan Manzur saldrá eyectado. Si volviera a Tucumán a hacerse cargo de la gobernación, su salida sólo sería un problema para -quien sigue siendo- su sucesor provisorio, Osvaldo Jaldo. Pero también se habla de un salto a otra dependencia nacional, la Cancillería. Una versión que anoche, tanto en la Casa Rosada como en el propio Palacio San Martín, descartaron de plano. Santiago Cafiero, que fue desplazado de la coordinación ministerial a Relaciones Exteriores por el cimbronazo de la derrota legislativa a instancias de Cristina Kirchner, no estaría dispuesto a ceder nuevamente.
Del otro lado del espectro ideológico de la coalición, en el Ministerio del Interior aseguran que Eduardo “Wado” de Pedro, el protegido de Cristina Kirchner en la Casa Rosada, es intocable, y que no siquiera “lo pidieron”. Pero Massa sí tiene puesta la mira en Energía, por largos meses el sector más caliente del Gobierno, y un botín clave. Manejado por tres soldados del kirchnerismo, se cree que hay pocas posibilidades de que Cristina Kirchner lo entregue, lo cual podría traer un nuevo conflicto sobre el área.
Distinto sería el caso de la AFIP y el Banco Central, manejados respectivamente por Mercedes Marcó del Pont y Miguel Pesce, dos cuadros de perfil más técnico que político, pero que responden a Alberto Fernández. Esas dependencias estarían entre las que Massa no estaría dispuesto a renunciar, a lo cual se suma que ambos funcionarios están en la mira de la vicepresidenta desde hace meses.
También hay especulaciones en torno a la tríada de ministros “con territorio”, léase, Juan Zabaleta, Gabriel Katopodis y Jorge Ferraresi. En la Casa Rosada dicen que los tres ya venían avisando que partirían del Gobierno antes del Mundial, que empieza a finales de noviembre, para regresar a Hurlingham, a San Martín y Avellaneda y pelear la continuidad del PJ. Con los cambios que, supuestamente, se aproximan, hay quienes plantearon la posibilidad de que esos movimientos se precipiten para que sea el último cambio ministerial del mandato. Pero en sus respectivos entornos niegan ambas posibilidades a rajatabla y aseguran que continúan en sus cargos como siempre.
En paralelo a las evaluaciones políticas, Alberto Fernández, Massa y CFK siguieron de cerca los diálogos de Silvina Batakis en Washington con autoridades del FMI, del Banco Mundial y de la Secretaría del Tesoro de EE.UU., empresarios y lobbistas. La ministra de Economía regresará con novedades y seguirá evaluando nuevas medidas para frenar la corrida, mejorar la disponibilidad de dólares para los importadores y afianzar las reservas del Banco Central. Ayer, en su ausencia, el Gobierno avanzó con una de las más polémicas, que se evaluó durante toda la semana pasada: la creación de un tipo de cambio diferencial para incentivar al agro a que liquide los granos que mantenía acopiados a la espera de mejores condiciones.
Mientras los tiempos de la crisis política se alargan, desde hace algunos meses varios ministros con buena sintonía suelen juntarse a almorzar o a tomar café. Esos encuentros, más que para resolver la gestión, giran en torno a 2023. Pero no con la mira en un triunfo, sino todo lo contrario: piensan en el armado de la resistencia para el regreso de Juntos por el Cambio al poder. Y, como dijo uno de ellos, “hacen catarsis” en el caos. Si en estos días cumplen con el ritual, tendrán mucho para hablar. Pero probablemente ninguno tenga certezas sobre cómo quedará distribuido el poder. Mientras los popes del FDT negocian, la incertidumbre se impone hasta para los miembros más poderosos del Gabinete.
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