Después de meses de hostigamiento incesante, esta tarde Cristina Kirchner dejó en evidencia el giro de timón que forzó en los últimos días para mejorar el rumbo de la relación con Alberto Fernández. Menos de una semana después de la expresión máxima de su encono, con la renuncia de Martín Guzmán mediante, la vicepresidenta brindó un discurso moderado desde El Calafate, donde restringió el alcance de sus las críticas al -ahora- ex ministro de Economía, ponderó algunas de las medidas del Presidente y hasta se mostró compasiva. En lugar de apuntar a la interna, puso el énfasis en una idea que venía esbozando desde el año pasado: la necesidad de un acuerdo con la oposición y el empresariado para lidiar con el problema de la “economía bimonetaria”.
La muestra de apaciguamiento del enojo de la vicepresidenta no fue sorpresivo, sino el resultado de la seguidilla de diálogos que tuvo desde la renuncia de Guzmán con Alberto Fernández, a las que se sumó Sergio Massa anteayer. El domingo llegaron al primer acuerdo, por teléfono, en torno a la designación de Silvina Batakis en lugar de Guzmán. Y desde entonces acercaron posiciones, personalmente, sobre la lista de temas económicos que los alejan: desde los términos de la continuidad del acuerdo con el FMI, a la falta de reservas, a las erogaciones a las provincias y a los movimientos sociales, entre otros puntos.
Esta tarde, en el acto que empezó cerca de las 17 en la ciudad santacruceña que considera su “lugar en el mundo”, Cristina Kirchner no sólo evitó criticar a Alberto Fernández -se limitó a cuestionar la “irresponsabilidad” de Guzmán- sino que también se mostró indulgente, al señalar la “ingratitud” del ex ministro con el Presidente que lo había defendido (no recordó, sin embargo, que la necesidad de respaldarlo había derivado únicamente del hostigamiento que ella misma perpetró sostenidamente). En la misma línea, al referirse a la cartera de Desarrollo Social que conduce el albertista Juan Zabaleta, aclaró que no tenía planeado “revolear a ningún ministro”.
No fueron las únicas señales. La vicepresidenta dedicó algunos minutos, también, a encomiar una de las políticas económicas impulsadas por Alberto Fernández, el Previaje, aunque evitó nombrar a Matías Lammens, el ministro de Turismo, que la ejecutó con alto perfil, pero tiene una historia de roces con La Cámpora y siempre tomó distancia del kirchnerismo en la Ciudad. La elección no fue aleatoria: el financiamiento estatal del turismo post-pandemia es una medida que, según Cristina Kirchner, respalda sus ideas sobre la política monetaria, porque es “expansiva” y “emisiva en términos monetarios”.
Ayer, su hijo y el líder camporista, Máximo Kirchner, había dado un adelanto de los aires que se respiran en el oficialismo por la incipiente tregua con Alberto Fernández, durante un micro acto en Escobar donde también apuntó únicamente contra Guzmán.
Con las críticas a la Casa de Gobierno tamizadas a partir de la preocupación por la crisis económica tras el triunfo mayor del kirchnerismo -la eyección de Guzmán- en la serie de desplazamientos de funcionarios del riñón del Alberto Fernández, el eje del discurso de Cristina Kirchner dejó de ser la interna y se refirió, en cambio, sobre el diagnóstico sobre la necesidad de llegar a un acuerdo con la oposición.
No es la primera vez que expresa ese tipo de ideas, que basa en su evaluación sobre el problema de la “economía bimonetaria”. De hecho, la obligación de llegar a un consenso fue los planteos que hizo durante la incendiaria presentación del sábado pasado, que fue coronada con la renuncia de Guzmán, vía Twitter. Pero hasta ahora, la propuesta, cuyo devenir es todavía incierto, habían quedado eclipsadas por la interna. Además, era impensable que el kirchnerismo pudiera llevarlas a cabo sin apoyo del ala moderada del Gobierno.
“En el año 2017 hablé de la economía bimonetaria (como causante de la) inflación. Al otro dia, el 28 de diciembre, fue la conferencia de prensa con funcionarios del Banco Central y Economía que terminó a mediados de 2018 en (el acuerdo por el endeudamiento con) el FMI”, dijo, para introducir el tema, sobre el segundo tramo de su discurso ante un auditorio acotado, conformado casi exclusivamente por dirigentes peronistas y kirchneristas, junto a la gobernadora Alicia Kirchner y el ministro de Educación, Jaime Perzcyc.
Quizá atenta a la recepción de la dirigencia kirchnerista, se cuidó de marcar, antes de hablar de consensos, un cuestionamiento a la conducción opositora, al recordar que la Ciudad de Buenos Aires es el distrito que menos dólares produce y más gasta. Pero después avanzó, y lees habló, directamente, a Mauricio Macri y a la Unión Industrial Argentina (UIA).
Al ex presidente, el líder con mayor peso electoral de la coalición opositora, le recordó que tanto su gobierno como el de Cambiemos lidiaron con la “formación de activos en el exterior”. “Si no los dejás sacar los dólares, te estallan la economía del país por las malas”. “Sobre esto es que digo que hay que ponerse de acuerdo. Porque así, el año que viene, aunque gane Mandrake, no va a haber solución para haber para este problema estructural”, sostuvo.
Y aclaró que no estaba cuestionando: “Lo observé en el gobierno de Macri. Es hora de que nadie se sienta dueño de la verdad, o piense que tiene la vaca atada. Parece que cuando uno dice estas cosas está criticando (...) Créanme, quiero ayudar, pero ayudar no es callarse la boca y esconder la mugre abajo de la alfombra. Se ayuda diciendo la verdad. Y si estamos equivocados, que me convenzan, pero no a fuerza. Con argumentos me llevan a cualquier lado, a cachetadas a ninguno”.
Luego insistió: “La patria, el país, merecen una discusión en serio de los problemas que tenemos los argentinos, en un mundo donde todo tiende a agravarse. Como argentina, abro la puerta para ver lo que pasa afuera, y siento la necesidad de cerrarla. Está muy feo afuera”, dijo, sin explicar exactamente a qué se refería con “cerrar la puerta”. “No les pido renunciar a sus ideas. Pero les pido que encontremos puntos de coincidencia, comunes, porque no va a haber Argentina para nadie. Esto es lo que pensamos quienes tenemos la convicción y la responsabilidad política. Y pasamos momentos muy difíciles por la política”, dijo.
Al presidente de la UIA, Daniel Funes de Rioja, le recordó que durante su propia gestión, la producción, la inversión, las exportaciones y el empleo y la cantidad de empresas industriales registraban los “mejores porcentajes históricos”, citando un balance de la propia central empresaria, llamado “Libro blanco”.
Mientras Cristina Kirchner habla de acuerdos, uno de sus dirigentes más fieles, Eduardo de Pedro, viene llevando a cabo un minucioso trabajo de acercamiento al empresariado, a través de reuniones, visitas, diálogos telefónicos y chats con las cámaras provinciales y nacionales, muchas veces en privado, otras con difusión. De hecho, el jueves “Wado” fue el invitado estrella del último almuerzo del Consejo Interamericano del Comercio y la Producción (CICyP), donde en las últimas semanas había estado Horacio Rodríguez Larreta y Martín Guzmán, y donde recibió elogios de la dirigencia.
Hoy, como si hiciera falta, la vicepresidenta dejó en claro que ese tejido de relaciones con el establishment, que se apartan del camino histórico del cristinismo, no sólo tiene su aval, sino que es parte de su estrategia de poder de cara a los próximos años. “Me gustó mucho su intervención, porque llevó un ejemplo que esto que estamos diciendo, que no hay que discutir personas, sino políticas”, dijo. Ese día, De Pedro llamó a Larreta, directamente, a integrar un acuerdo para el desarrollo productivo.
Cristina Kirchner cerró su discurso con un tiro por elevación a las organizaciones que protestan en las calles, aunque sin nombrar a ningún partido o movimiento social: “Debemos autoconvocarnos. No como otros, para la violencia, sino para la construcción de una Argentina en paz, que presupone una argentina, también, con paz social”, dijo. Pero no dejó en claro si discutió estas ideas con Alberto Fernández cuando retomaron el diálogo. Tampoco si se están diseñando políticas para empezar a acercar posiciones con Juntos por el Cambio, que hasta ahora evita opinar sobre los repetidos, aunque hasta ahora menos claros llamados de la vicepresidenta, su principal enemiga política desde 2007, a ponerse de acuerdo.
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