No fue la decisión más difícil de su vida. Sí la más dolorosa. Así resumen los amigos de Martín Guzmán su salida del Ministerio de Economía. Pasaron sólo 96 horas desde el momento en que puso send en el tuit con el que hizo pública su dimisión y el discípulo de Joseph Stiglitz ya reparte sus horas planificando dónde instalará sus nuevas oficinas privadas —porque piensa seguir viviendo y trabajando en la Argentina— y hablando con inversores internacionales o locales que ya lo toman de consultor preguntándole cómo ve el futuro de la Argentina. Como le prometió a su sucesora, Silvina Batakis, cada una de esas charlas apuntan a calmar el tembladeral que, paradójicamente, él mismo provocó ese fatídico sábado en el que, como si fuera un guión cinematográfico merecedor del Óscar, logró eclipsar —como nunca nadie— un discurso de Cristina Kirchner.
Ninguna crónica detalló hasta hoy cómo se desató la decisión final de Guzmán. Infobae reconstruyó hablando con cuatro fuentes (algunas de la Casa Rosada y otras que se fueron con el ex ministro) el minuto a minuto de sus últimos tres días en funciones.
Las anécdotas bien leídas muchas veces revelan más que cualquier tratado político. Y después de recorrer todo el espinel hay tres conclusiones tajantes:
1) Guzmán no quería renunciar. Usó el recurso de la renuncia como ultimátum para que el Presidente echara al secretario de Energía, Darío Martínez, tal como Alberto Fernandez le prometió —dicen sus allegados— el jueves 30 de junio en su despacho.
2) Entre esa promesa y la renuncia mediaron 30 horas en las que el Presidente no sólo no cumplió su supuesta promesa sino que no respondió ningún mensaje del ministro, ni siquiera el del texto de la renuncia. Ese silencio fue leído por Guzmán casi como una invitación a irse.
3) Guzmán estaba dispuesto a negociar su salida o su permanencia. Pero no sólo no le respondió el Presidente sino que no hubo anillo de contención a su alrededor. El texto de renuncia llegó también al celular de otro colaborador íntimo del Presidente que tampoco reaccionó para evitar, al menos, que trascendiera la renuncia hasta que tuvieran el sucesor designado del Ministro.
Los hechos son contundentemente trágicos. Porque la disección hora por hora indica que con un anillo de protección al Presidente, con un secretario privado 24x7 y con una mesa de crisis en funcionamiento, el recambio habría podido hacerse de manera mucho más profesional y con mucho menos daño para el país. Hasta podría haber sido promocionado como el relanzamiento del Gobierno.
Pero no. Todo salió mal. Mejor dicho: todo se hizo mal.
La renuncia que estalló el sábado 2 de julio empezó a gestarse el jueves 30. Ese día, Guzmán se sentía recargado. Venía de obtener $248.078 millones - $4.378 millones más de lo que necesitaba- para cubrir vencimientos. Había superado con holgado éxito lo que todos habían augurado como la semana trágica.
Con ese ímpetu, y a punto de viajar a Francia para discutir la deuda con el Club de París, Guzmán se cruzó a la Casa de Gobierno como cientos de veces a lo largo de los últimos 30 meses sin saber que esa sería la última vez que entraría al despacho presidencial en esta gestión.
El aún ministro hizo un frío diagnóstico de la situación. Y puso un ultimátum en el que exigía, al menos, controlar toda el área energética. En buen romance, pidió sin clemencia la cabeza no ya del subsecretario Federico Basualdo sino la del secretario Darío Martínez.
Guzmán no era el mismo que a principios de 2021 viajó a El Calafate a reunirse con la vicepresidenta, Cristina Kirchner. En ese entonces, tenía 37 años y era virgen en esto de tragarse sapos.
El primero que tuvo que digerir sin siquiera meterlo al horno fue la no renuncia de Basualdo. Pero ya habían pasado 14 meses desde ese día en que perdió la virginidad política. Guzmán sintió que ahora tenía otra estatura y que el Presidente había entendido cabalmente el porqué ahora sí merecía, pero, básicamente, necesitaba más poder.
Jueves 30
En la cabeza de Guzmán del 30 de abril del 2021 al 30 de junio del 2022 no sólo habían pasado 14 meses. Todo había cambiado en la interna del Gobierno, pero también la Argentina ya tenía acordada la refinanciación de su deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Claro que no a cualquier precio: una de las condiciones era reducir los subsidios a la energía para bajar el déficit fiscal. Por eso, ese jueves 30 de junio volvió a reclamarle al Presidente que haga renunciar a Darío Martínez. Se quería ir a París con esta cuestión resuelta.
“Está bien. Mañana lo echo. Voy a poner a otro peronista que te responda sólo a vos y a mí. Te lo prometo”. Con esas palabras atesoradas en su memoria, Guzmán volvió a su despacho sintiendo que los planetas empezaban nuevamente a alinearse y que se avecinaba un muy buen fin de semana donde lo esperaba otro partido de fútbol con amigos en La Plata.
Sólo le quedaba ultimar los detalles de la segmentación de las tarifas y terminar de una buena vez por todas con el formulario para acceder al subsidio.
Viernes 1
Llega el viernes 1° de julio. El Presidente habla en el acto de la CGT que conmemora un nuevo aniversario del fallecimiento de Juan Domingo Perón, sucedido ocho años antes de que naciera el propio Martín Guzmán. El clima político estaba enrarecido y la expectativa estaba puesta en lo que diría la Vicepresidenta al día siguiente en Ensenada. Lo cierto es que las horas transcurrieron y el ministro de Economía no tuvo ni noticias de las renuncias pedidas. Supuso, sin chequearlo, que todo pasaría para el día sábado.
Ese día Guzmán optó por esperar. Pero la noche lo hizo empezar a reflexionar. ¿Y si el Presidente se arrepentía? Guzmán empezó a garabatear algo parecido a una carta. Que terminó siendo al otro día su renuncia.
Sábado 2
Transcurre la mañana del sábado y Guzmán sigue sin noticias de su reclamo. Manda un primer WhatsApp al Presidente pidiendo hablar. Silencio de radio. Manda un segundo y tercer aviso. Ninguna respuesta.
Empieza a recordar el fatídico 30 de abril. Cuando después de hablar con Santiago Cafiero pensó que la ida de Federico Basualdo era un hecho. Y terminó tragándose su primer sapo político crudo.
Piensa un poco. Vuelve a posar sus dedos sobre su laptop. Y sigue escribiendo. Ya lleva cinco páginas. Cada vez más convencido de que las renuncias prometidas ya estaban desvanecidas.
Vuelve a escribirle al Presidente. Nada. No quiere equivocarse. Pero tampoco darse por vencido. Usa un nexo. Le manda un WhatsApp a Julio Vitobello, el secretario general de la Presidencia. Le dice que es urgente.
Tampoco hay respuesta.
La espuma empieza a crecer. Percibe que sus palabras advirtiendo que sus condiciones para continuar en el cargo no eran negociables, no habían sido tomadas en serio. ¿O sí habían sido tomadas en serio y en rigor lo que estaba esperando el Presidente era que presentara su renuncia?
Las cinco páginas resumiendo su gestión se convierten en siete carillas. Y el encabezado cambia. Martín Guzmán termina de convertir el texto en un documento de Word. Y se lo reenvía a su propio celular.
Lee, relee y se decide. Un corto texto y un attachment con la renuncia parten primero al WhatsApp presidencial. Guzmán vuelve a ponerse en modo espera.
Decide mandarle el mismo texto a Vitobello. Nada. Nadie reacciona. Espera una respuesta. En su cabeza aún existe la posibilidad de negociar su salida o ir para atrás. Pero, especula, a esa altura —ya habían pasado 45 minutos— imagina que el mensaje le llegó a ambos y que nadie tiene nada para decir.
¿Qué hacía Alberto Fernández a esa hora? Estaba en la zona de Zárate en la casa de un empresario de medios. A la residencia de Olivos llegó pasada las ocho de la noche cuando, con lógica, la crisis ya era un incendio mediático.
Guzmán, a todo esto, y como última instancia, llama a Olivos. Existe la posibilidad de que el Presidente no haya leído el mensaje. Pide comunicarse con él. Lo atiende uno de sus colaboradores de la quinta. Ese que tiene capacidad para decidir qué llamado filtra y cuál no. “Discúlpeme ministro pero el Presidente pidió que no lo molestemos”.
-- ¿Cómo? -responde un azorado Guzmán-- Es urgente.
-- Si, yo lo entiendo pero tengo órdenes de no molestarlo.
Cristina Fernandez ya estaba hablando en Ensenada. Pero no había ningún televisor prendido en el departamento de Guzmán.
El ministro volvió a tomar su celular.
A partir de allí el relato se bifurca de acuerdo a las fuentes. Para los amigos del ex ministro el Presidente nunca contestó. Según otra versión, Alberto mandó un tajante “no lo hagas”. Recordemos que el Presidente estaba en Zarate. Es más, permaneció allí hasta casi las siete de la tarde. No sería insólito pensar en problemas con el WiFi o con la señal.
Con o sin respuesta presidencial, de acuerdo a la versión que cada uno quiera abrazar, el ministro cerró el WhatsApp y abrió Twitter.
Cargó su renuncia y puso send.
Martín Guzmán había dejado de ser ministro de Economía de la República Argentina. El fin de semana más aciago de la historia de gobierno del Frente de Todos ya estaba desatado. Los argentinos, una vez más, nos embarcábamos en una nueva crisis económica.