El jaque perpetuo de Cristina Fernández de Kirchner sobre el Presidente ahora está forzando un profundo cambio en la agenda que Alberto Fernández tenía intenciones de desplegar durante su primera reunión bilateral con Joseph Biden en la Casa Blanca.
El jefe de Estado diseñaba un temario tentativo basado en las inversiones vinculadas a la energía y a la participación de Argentina como proveedora mundial de alimentos, pero CFK exige un reforma estructural del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que permita expandir el gasto público, ampliar los niveles de emisión monetaria y reducir los compromisos acerca de las reservas públicas en el Banco Central.
Alberto Fernández se comprometió con Biden y Kristalina Georgieva -directora gerente del FMI- y siempre apoyó las negociaciones de Martín Guzmán cuando era ministro de Economía, mientras que Cristina -por su lado- no dudó en avalar los documentos públicos que presentaron los diputados y senadores kirchneristas criticando el acuerdo con el Fondo.
Guzmán ya no es titular del Palacio de Hacienda, y en DC preguntan acerca de los alineamientos políticos de Silvina Batakis. No cuestionan su formación académica, observan con atención si continuará el programa de Guzmán o jugará al lado de Cristina cuando deba respetar las metas fijadas en el crédito de Facilidades Extendidas.
La respuesta a la incertidumbre del FMI pertenece al Presidente.
CFK demolió al gabinete económico designado por Alberto Fernández y ahora exige un nuevo acuerdo con el FMI que respete su pensamiento ideológico respecto a la distribución del ingreso y al uso del gasto público para enfrentar la inflación anual que deteriora el salario promedio.
El dilema político es fácil de explicar: si Alberto Fernández no plantea a Biden nuevas reglas de juego con el FMI, el Gobierno continuará bajo los embates constantes de la Vicepresidente, el Instituto Patria y La Cámpora.
Y ya se probó que esos embates dan resultados. En 30 días -desde el acto de YPF al Discurso de Ensenada-, Cristina terminó con la carrera pública de Matías Kulfas y de Guzmán.
Las presiones de CFK sobre la agenda de Alberto Fernández en Washington tienen una dificultad estructural. Suponen que Biden aceptará los pedidos del Presidente, cuando en DC se conocen todos los obstáculos que debió superar Georgieva para lograr la adhesión de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, que siempre dudó de las promesas de Balcarce 50.
En esa oportunidad, Georgieva estuvo respaldada por Biden, que tenía más imagen pública y menos inflación anual. La ecuación ahora se invirtió, y el Presidente de los Estados Unidos exhibe poco margen para apoyar a Alberto Fernández y lograr que el board del FMI modifique un acuerdo de Facilidades Extendidas con escasos meses de vigencia.
Las exigencias políticas y económicas de Cristina también impactarán en la agenda que diseña Alberto Fernández para su eventual encuentro con Georgieva.
El Presidente cuestiona los sobrecargos que cobra el FMI a los países que obtuvieron créditos por encima de sus aportes anuales y considera que las naciones ricas deben ceder sus propios Derechos Especiales de Giro (DEG´s) a favor de un fondo de resiliencia destinado a facilitar el desarrollo económico de los estados medios y pobres.
Estas dos iniciativas de Alberto Fernández, que presentó en el G20 de Roma, la Cumbre las Américas y el G7, forman parte de la agenda que llevaría al encuentro bilateral con la directora gerente del FMI. Pero la presión interna de la vicepresidente cambiaría el orden de prelación: el Presidente haría hincapié en la necesidad de modificar las metas del acuerdo que cerró Guzmán, y en segundo lugar insistiría con los sobrecargos y la asignación de los DEG´s.
Durante la ultima cena que compartió con Biden en Los Angeles, Alberto Fernández se encontró con Jake Sullivan, consejero de seguridad del Presidente de los Estados Unidos. Sullivan le confirmó al jefe de Estado que la bilateral con Biden estaba prevista para el próximo 25 de julio. Y Alberto Fernández le adelantó que tenía mucho interés en dialogar sobre las inversiones en energía -Vaca Muerta- y la capacidad de Argentina de proveer alimentos a Europa.
Todavía no le había renunciado Guzmán, ni había cenado con Cristina en Olivos.