La renuncia de Martín Guzmán había concedido a Alberto Fernández la posibilidad de establecer un nuevo de diseño de poder interno con Sergio Massa como jefe de Gabinete y Cristina Fernández de Kirchner en silencio a la espera de resultados económicos, sociales y financieros. Pero el Presidente vaciló frente a sus consejeros más cercanos, rechazó la hoja de ruta que proponía Massa y al final aceptó el ultimátum palaciego de la Vicepresidenta.
CFK pretendía que el jefe de Estado llamara a su celular para preguntarle sobre el futuro ministro de Economía, y Alberto Fernández resistió ese gesto interno durante horas. Le parecía una capitulación política, tras el raid de la Vicepresidente que en un mes forzó la renuncia de Matías Kulfas y de Martín Guzmán.
El sábado a la tarde, con la renuncia de Guzmán consumada, Alberto Fernández explicó a su círculo más cercano -Santiago Cafiero, Julio Vitobello y Juan Manuel Olmos, por citar funcionarios paradigmáticos- que se trataba de reemplazar a un ministro de Economía por otro.
Y nada más.
El Presidente se negaba a un cambio sistémico del Gobierno, pese a sus constantes conversaciones con el canciller Cafiero y Sergio Massa, titular de la Cámara de Diputados. Massa y Cafiero -durante los viajes a la Cumbre de las Américas y al G7- plantearon y debatieron con Alberto Fernández acerca de las causas de la crisis política que habían puesto a Cristina en otra trinchera.
El jefe de Estado ha roto para siempre con la Vicepresidente y se niega a jugar a la diplomacia política para atemperar una situación palaciega que engulle toda la agenda pública del Gobierno. En este contexto, Alberto Fernández pretende mantener la centralidad política y limitar la influencia in crescendo de CFK.
Massa y Cafiero explicaron -una y otra vez- al Presidente que no hay manera de aplacar las consecuencias de la crisis política y social sin pactar una tregua con Cristina Fernández de Kirchner. Pero Alberto Fernández se resistía a adoptar esa táctica de sobrevivencia y en las últimas 36 horas giró en círculo para evitar la llamada de rigor al celular de la Vicepresidente.
Y cuando lo hizo, CFK habilitó la designación de Batakis. Fue una charla que ella no desaprovechó para exhibir su influencia política, y en el tono y en los adjetivos que más irritan al jefe de Estado.
En definitiva, no se trata de Batakis: sus conocimientos técnicos son sólidos y además tiene fluidas relaciones de poder con todos los gobernadores peronistas. Se trata de la decisión de aceptar a Batakis sin otros cambios en la dinámica del Gabinete, que permite a Cristina avanzar sobre la Casa Rosada en cada acto público que protagoniza.
La postura personal de Alberto Fernández astilló al circulo presidencial y condicionó la voluntad política de Massa frente a la posibilidad de otra crisis que combine la situación en Palacio y la vida cotidiana afuera de Balcarce 50. El Presidente de la Cámara de Diputados se había presentado como un articulador (fixer) entre Alberto Fernández y Cristina, y tenía un proyecto de gobierno que podría haber empezado hoy.
Massa había propuesto suceder a Juan Manzur en la jefatura de Gabinete, y controlar todos los resortes del Ministerio de Economía, la AFIP y el Banco Central. CFK estuvo de acuerdo, y Alberto Fernández pidió tiempo. Sus asesores de confianza -ministros y secretarios que van a todos sus actos públicos- pensaron que el Presidente diría que sí.
Pero Alberto Fernández llevó sus dudas hasta el final. Y en ese momento, optó por preservar el status quo del Gabinete, aceptar que la Vicepresidente avale a Batakis y descartar la oferta política de Massa.
El Presidente está convencido de su perspectiva política y cree que Batakis se adecuará al programa económico que hereda del Fondo Monetario Internacional (FMI) y Guzmán. Alberto Fernández asume que habrá horas complejas, pero que al final todo se encarrilará.
Al margen de Cristina y la decepción que atragantaba a Massa cuando anoche abandonó la quinta de Olivos.
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