Ni siquiera el recuerdo del líder histórico quedó a salvo de la disputa sin límites que expone en estas horas la coalición peronista. Alberto Fernández resultó atrapado en el desconcierto provocado por algún paso en falso de su equipo y las disputas o resquemores entre jefes sindicales. El deterioro provocado por la interna terminaba así por teñir también el acto programado para recordar a Perón, en la CGT, al cumplirse 48 años de su muerte. Toda una señal, más que inquietante.
Esta nueva entrega mezcla intereses variados. Podría resumirse así: de un lado, la necesidad presidencial de recuperar aire en medio del combate con CFK y la toma de distancia de supuestos aliados; y del otro, un conflicto en la central sindical, que mezcla malestar con el Presidente, juego propio de algunos dirigentes, presión de los sectores duros -moyanistas y cercanos al kirchnerismo- y olfato sobre el deterioro en el poder.
El acto en cuestión, programado para el viernes próximo por la tarde, había sido motorizado y en velocidad por la Casa Rosada, con invitaciones más allá de las filas de funcionarios y descontando la presencia cegetista. La lista incluyó también a dirigentes de movimientos sociales aliados, gobernadores e intendentes. Una movida obvia: una foto que reúna a sectores que, en rigor, ya juegan por su cuenta. Las tensiones en la propia CGT pusieron en duda el encuentro recordatorio y Olivos advirtió la gravedad del caso. Pasó de la organización de la cita a las presiones para evitar el fracaso de la convocatoria.
Ese sería el resumen. Pero lo más grave es el implícito. Nadie podría imaginar algo parecido con un liderazgo presidencial indiscutido y sólido. Por el contrario, el episodio de la CGT se suma a un cuadro en el que ya no alcanza analizar el día a día de las cargas de Cristina Fernández de Kirchner sobre Alberto Fernández. El foco de la interna ya no se limita a las batallas entre CFK y el Presidente. El resto de los integrantes del Frente de Todos también juega no necesariamente alineado en una de esas orillas.
Dentro del entramado sindical, precisamente, se registran varios datos sobre los desalineamientos o, en rigor, sobre la precariedad del tablero. El malestar con el Presidente creció entre los sectores tradicionales, gordos y otros, que aparecían como uno de los soportes para el armado del “albertismo”, sumado eso a la presión de los gremios “duros”. Y algunos puentes tendidos por el kirchnerismo son más visibles.
El encuentro de Héctor Daer con CFK es atribuido a gestiones para contener la disputa en el máximo nivel del oficialismo, aunque trasciende de hecho ese intento. Aparece en línea con los contactos que despliega la ex presidente con sentido doméstico y cada vez más, para trabajar otra vez una imagen de “amplitud”. Mensaje difícil pero no nuevo. El 2023 gravita en ese imaginario.
Hay más que eso en el escenario. Por arrastre, parecía proyectarse la imagen repetida de los meses sin diálogo entre el Presidente y la vicepresidente. Es decir, las fotos de los actos por separado. CFK encabezará su acto el sábado, en Ensenada, junto a dirigentes y organizaciones de su círculo. Se había dejado trascender que fue organizado el sábado 2 y no el viernes 1°, aniversario de la muerte de Perón, para no “competir” con la convocatoria presidencial. Los crujidos en la CGT expresaron la dimensión amplia de la pelea en el interior del oficialismo.
Tampoco se trata de un episodio aislado. A su regreso del breve viaje para asistir a la cumbre del G7, el Presidente pudo advertir los mismos síntomas de la profundidad de la interna. Su partida hacia Alemania había sido precedida para la presentación formal de la Liga de Gobernadores. Una quincena de jefes provinciales del PJ, además de algunos aliados, reclamó al Gobierno nacional medidas concretas para contener la inflación y, conflicto increíble, resolver el abastecimiento de gasoil.
Los gobernadores peronistas también eran anotados como sostén del proyecto presidencial. El desgaste fue progresivo. Y el documento fundacional de la Liga fue notable como mensaje: expresa demandas al Gobierno como si no fuera propio. Habla abiertamente de los efectos negativos de la inflación en las economías provinciales. El reclamo “federal” al poder central asoma como el traje para la toma de distancia.
El capítulo previo había estado a cargo de CFK, con el reclamo sobre el pase de los programas sociales a manos de los gobernadores. Los jefes provinciales expresan acuerdo con ese planteo. El guiño de la ex presidente no habría llegado sin intercambios previos. Los intendentes, en especial los de Buenos Aires, también se muestran en esa línea. Y los movimientos sociales apuntados en este caso se pusieron en guardia. Ya lo estaban: preparan su organización como estructura partidaria para jugar en las próximas elecciones. Son aliados del Gobierno, pero descreen del alineamiento automático y sin base propia.
La interna se aceleró notablemente con la profundización de la crisis. No se trata de definir qué ocurre en primera instancia: está claro el impacto político sobre ese cuadro, alterado por la escalada del dólar y por el mensaje negativo de la sucesión de medidas para tratar de calmar las aguas. Martín Guzmán quedó con el total manejo del área económica, luego de absorber Comercio Interior y después de la salida forzada de Matías Kulfas. Es apuntado por CFK y motoriza el distanciamiento de otros sectores. Ese poder se asemeja a soledad.
Un experimentado economista opositor señalaba la aparente contradicción entre el cuadro económico actual y algunos hechos como el acuerdo con los acreedores privados extranjeros, en 2020, y el más reciente trato con el FMI. Nada de eso mejoró la consideración externa sobre el país. Y la crisis es profunda. El factor político sigue siendo determinante. Está claro que La disputa en el oficialismo, entonces, trasciende por mucho la frontera de la interna.
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