Alberto Fernández criticó la exclusión de Cuba y Venezuela dispuesta por Estados Unidos en el armado de la Cumbre de las Américas, que acaba de concluir sin mucho relieve. Y casi de inmediato, se encargó de destacar que no hubo reproches de Joe Biden y que, además, su posición era conocida por Washington. Con esas dos expresiones, el Presidente resume el sueño de ser protagonista de una nueva articulación política a escala regional. Y en función de ese imaginario, no importaría dilapidar el lugar de la Argentina en materia de derechos humanos.
Ese lugar, afirmado especialmente con los juicios que siguieron y afianzaron la recuperación democrática, viene siendo afectado desde hace tiempo. Y el deterioro expone sobre todo el juego en la relación con el régimen de Nicolás Maduro. Las omisiones de Alberto Fernández en la cita de Los Angeles no constituyen un dato aislado. Fue tan notorio que algunos integrantes de la delegación argentina se lo señalaron al Presidente, sin mucho éxito.
En abril último, Alberto Fernández dio la primera señal concreta para mejorar los vínculos diplomáticos -y antes, políticos- con Venezuela, algo que empezaba a eliminar algunas sinuosidades y contradicciones en ese frente externo, y que operaba en sintonía con el reclamo kirchnerista. “Muchos de esos problemas se han ido disipando con el tiempo”, dijo aquella vez en referencia a las violaciones de los derechos humanos por el régimen venezolano.
En rigor, no se trata de “problemas” sino de un sistema. El Gobierno tomó de manera parcial una actualización del último informe de Michele Bachelet, como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. En rigor, la ex presidente de Chile había marcado algunos compromisos de las autoridades de Venezuela considerados positivos, pero también había ratificado la preocupación por la persistencia del cuadro represivo.
Esos informes fueron registrando denuncias sobre presos políticos, detenciones ilegales, persecuciones y ejecuciones “extrajudiciales”, es decir, represión paraestatal. Lo que expuso Bachelet no significaba un sensible giro democrático. Diversas organizaciones no gubernamentales siguen denunciando situaciones más graves. En cualquier caso, por combinación de distintos elementos de la desgastante crisis de arrastre, podría tratarse de un punto para alentar una apertura democrática, pero no podría representar el fin de los reclamos sobre derechos humanos.
Hubo otro capítulo expresivo de que aquella no fue una frase presidencial malhadada, sino parte de lo que supone una línea en la política del Gobierno. El jueves último, casi al mismo tiempo que sucedía la exposición de Alberto Fernández en la Cumbre de las Américas, el Senado aprobó la designación de Oscar Laborde como embajador en Venezuela. De largo recorrido personal, Laborde está alineado con el kirchnerismo, tiene un trato razonable con Olivos y mantiene una sólida relación con Caracas.
En su presentación ante los senadores, y en respuesta a preguntas ásperas de la oposición -en especial, de Luis Naidenoff y de Carolina Losada-, el nuevo embajador desplegó la misma línea argumental. Tomó de modo parcial el informe referido de Bachelet para afirmar que fue registrada una “evolución” respecto de las presentaciones iniciales de la Alta Comisionada. Asomaron como rodeos, más de respaldo cerrado que de cuidado diplomático.
Esta vez, Alberto Fernández no aludió a los cambios o mejoras expuestas cuando anunció la decisión recrear las relaciones con Venezuela. El foco, en este tramo, estuvo colocado en las críticas a los bloqueos -en realidad, más bien embargos económicos- aplicados por Estados Unidos a Cuba y Venezuela, cuestionables por diversas cuestiones políticas y sociales, además de la escasa efectividad.
El Presidente también apuntó contra la OEA. Incluyó un planteo raro para ese ámbito y también inesperado por su condición de representante de una comunidad regional -la Celac-, referido a la deuda argentina: habló con dureza del papel de Donald Trump y del trato del FMI con la gestión macrista. No parecían parte del punteo hecho especialmente con Jorge Argüello, Gustavo Beliz y Santiago Cafiero.
La asistencia a la Cumbre de las Américas vino bastante conversada. Argüello, Beliz y también Sergio Massa, de diferente modo, suelen desplegar gestiones que hacen a la relación con Washington. La confirmación del viaje a Los Angeles llegó en simultáneo con la confirmación de la bilateral con Biden.
Ese gesto fue destacado especialmente por los voceros de Olivos. Del mismo modo, apuntaban que el Presidente respondía también a las conversaciones sostenidas con Andrés Manuel López Obrador, para definir la presencia en la Cumbre. En la misma línea, aunque en otro escalón, referían a los contactos con Maduro.
Con cierto entusiasmo, unían esos elementos para dar señales en dos direcciones: sintonía con Washington y mejor relación con Caracas. Señal también para el frente interno. Y algo así como una movida para articular intereses de la región y de Estados Unidos, en el contexto internacional de necesidades energéticas provocadas por la guerra que desató Rusia con la invasión a Ucrania.
Visto así, el giro “estratégico” explicaría el silencio sobre los derechos humanos. Algo inexplicable por su dimensión. Una pésima señal para la política exterior del país.
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