Mauricio Macri está activo. Después de protagonizar un áspero choque con el presidente del radicalismo, Gerardo Morales, que quedó circunscripto a una discusión histórica sobre Hipólito Yrigoyen, el ex presidente se mostró con la titular del PRO, Patricia Bullrich, en la presentación de los equipos técnicos y políticos con los que buscará competir en 2023. Como había hecho días atrás con Horacio Rodríguez Larreta, el otro anotado, Macri empieza a dar señales hacia el interior de Juntos por el Cambio, mientras define cuál será su rol.
Se trata de un equilibrio inestable que cualquier gesto podría quebrar. Por eso, en las últimas horas decidió profundizar su discurso que, más allá de los nombres, apunta a sostener la idea de “cambio”. En el acto de ayer dijo con todas las letras y en público lo que viene diciendo en privado: “Si decimos que vamos a hacer un cambio y nos matamos entre nosotros, ¿quién nos va a creer? La gente no es pelotuda”.
Es un mensaje que los últimos dirigentes, militantes y empresarios que lo consultaron y compartieron con él minutos en actos públicos o en sus oficinas de Vicente López vienen escuchando. Sus opiniones vienen apuntando a reforzar su voluntad de incidir como el interlocutor central del 41% que en 2019 votó a Juntos por el Cambio -un porcentaje que estima creció a cerca del 60%- pero también a no descartar todavía una candidatura.
Bullrich, Larreta y Vidal, también
Más allá de las tensiones que se encienden y apagan con los radicales, Macri percibe que en Juntos por el Cambio hay una menor “pulsión parricida” que a principios de año. Es un término que él acuñó en televisión en una entrevista donde habló de los que querían “jubilarlo”. Hoy, ese mismo apetito por “matar al padre” -en términos políticos, claro- tiene para él una tendencia decreciente.
Es una mirada que tiene que ver, según comenta en sus diálogos, con el “aprendizaje” que percibe de una porción de votantes que lo había elegido en 2015, se desilusionó y votó al Frente de Todos, para volver a desilusionarse. Es un electorado que para el ex presidente no está dispuesto a dar un salto al vacío -con opciones como la de Javier Milei- sino que estaría receptivo al mensaje de que no es con la receta populista que Argentina puede salir del círculo vicioso de recuperación fugaz y recesión aguda y prolongada.
En este escenario conceptual es que Macri ubica la polémica con la Unión Cívica Radical, más precisamente con Gerardo Morales, el gobernador de Jujuy, que publicó una carta pública durísima en la que lo acusó de buscar romper Juntos por el Cambio para aliarse con el diputado libertario.
El ex presidente reconoce que no fue feliz haber mencionado a Hipólito Yrigoyen o que se podía haber ahorrado pronunciar ese nombre para plantear su idea sobre el populismo. “Se podía arreglar con un llamado, pedía disculpas y se terminaba todo”, le escucharon decir sus colaboradores. El nombre del prócer radical lo dio en un encuentro de la fundación Liberdade, de Brasil: “No dijo que los radicales le hicieron la vida imposible durante su gobierno. Igual, es cierto que no son lo mismo Yrigoyen que Perón”.
Es consciente que tallan con fuerza en el partido centenario dos líneas que no tienen tanto que ver con las terminales ideológicas que siempre anidaron allí, sino más con un mirada sobre el futuro, moderna, de unos; y más estatistas (populistas, diría), de los otros. Entre estos últimos estaría Morales y ¿también Facundo Manes? Pregunta sin respuesta.
Con esa pulsión parricida en retroceso, Mauricio Macri entiende que tanto Horacio Rodríguez Larreta como Patricia Bullrich son los dos jugadores más fuertes que están en la cancha y que entre ellos y los nombres que pongan los radicales se articularán las futuras PASO. Ante sus interlocutores, elogia a María Eugenia Vidal, aunque identifica que su salida de la provincia de Buenos Aires y el regreso a la ciudad de Buenos Aires le generó un fuerte costo personal que, de a poco, empieza a revertir. Son dos precandidatos y medio.
Insiste con que su rol, todavía, es más el de custodiar un legado, un imperativo que tiene que ver con el “cambio”. Es la reivindicación, a su juicio, del mandato del año 2015 que la sociedad le dio a Cambiemos. El “Juntos”, a su juicio, es posterior, aunque necesario para preservar la competitividad de una coalición apta para llegar a una segunda vuelta y con chances de ser gobierno.
No se ve como candidato presidencial. No está convencido, entre otras cosas, porque todavía falta mucho y no encuentra signos de que se aceleren los tiempos políticos que lo obliguen a tomar una decisión. Mientras tanto, sigue hablando, escuchando y tratando de transmitir la experiencia propia para que, los que vengan después, no agarren los mismos pozos que él. “Espero que me escuchen”, transmite entre sus íntimos.
Pero no es una opción descartada.
Lo alienta esa percepción sobre el cambio de clima social que detecta cuando ve que una encuesta que antes señalaba que el 75% de los consultados creía que Aerolíneas Argentinas debía ser del Estado y ahora ese porcentaje se redujo al 50 por ciento. Ese dato es interpretado como un signo, para Macri, del abandono del paternalismo estatal, que propone dar todo gratis. “Es el valor del esfuerzo, de que las cosas se consiguen con trabajo, con responsabilidad, que las instituciones son fundamentales, que no se puede pretender no pagar la energía con lo que cuesta la energía en el mundo”, suele repetir.
Dos factores le impiden todavía tomar una decisión sobre ser o no candidato. Como ya dijo en las últimas entrevistas que dio en televisión, Juliana Awada se opone. Se trata de una voz decisiva en el entorno más íntimo del ex presidente y que podría hacer torcer cualquier cálculo. Pero, sobre todo, la falta de convencimiento sobre el rumbo a tomar es lo que domina en su ánimo: “No lo siento acá”, dice ante sus colaboradores, y señala su estómago. Las tripas.
Las encuestas y el índice “Florida”
Aunque le llegan encuestas y trabajos de opinión pública, en el último tiempo le dedica atención al contacto con vecinos y a hombres y mujeres que tienen sus vidas desconectadas de las estructuras de poder y los intereses que suelen rodear a los políticos. No se desconecta del “círculo rojo”, pero revela a los que lo hablan con él que hay un registro más artesanal al que le empieza a dar importancia.
En ese sentido, compartió días atrás con la profesora Gabriela Ricardes -ex directora del Complejo Teatral Buenos Aires y ligada a Hernán Lombardi, de gravitación decisiva en el mundo Macri- la idea del “índice Florida”. Es la opinión que le llega de esa localidad bien de clase media de Vicente López, de comerciantes barriales, del verdulero, el carnicero, el florista. “Ellos decían que en las PASO perdíamos mal y así fue. Perdimos mal. Ahora, como está el país, empiezan a darse cuenta que eran ciertas muchas cosas que decíamos y que no se entendían”.
Pero también recibió al nuevo consultor estrella de la constelación del PRO, Guillermo Raffo. En esas conversaciones se mencionó al factor Bolsonaro como un prisma desde el que es posible leer la actualidad política argentina. Similitudes y diferencias entre el proceso histórico que vivió Brasil y que terminó con el ex capitán del Ejército al mando del gigante de Sudamérica. ¿Puede Javier Milei cumplir un rol equivalente? Es otro gran signo de interrogación si podrá convertirse en catalizador de la bronca y la frustración contenida de millones que hace años que no tuvieron del sistema democrático y de los partidos tradicionales más que crisis y deterioro de la calidad de vida.
Escuchó a Milei elogiarlo y hasta invitarlo a competir en una interna. El líder libertario -el factor capaz de disolver la unidad de Juntos por el Cambio- le confesó alguna vez el origen de su simpatía, desligada de la política, la economía o la ideología: la presidencia de Boca Juniors. Es el fútbol la otra “religión” de pueblos como el argentino, pero no más que eso.
En cada conversación con aliados y militantes repite que, de ningún modo, ve un camino electoral compartido: “Él ya dijo que no quiere venir a Juntos por el Cambio, no entiendo por qué discuten el tema”.
La situación del país
El ex presidente compartió en los últimas días una preocupación creciente por el estado de la coyuntura. Sobre todo por la combinación de una economía con desequilibrios profundos y un gobierno sin conducción política. Hay dos termómetros que cree que pueden torcer el rumbo de la administración en los próximos meses: la inflación y las reservas menguantes. Sobre todo la falta de dólares, en medio de un mundo en guerra, donde la energía -que el país importa- cada vez más cara y los precios de los commodities en alza que terminan impactando en las góndolas.
Desde el viernes pasado, vino observando con desconcierto y comenta con su equipo el “caso Matías Kulfas”. Le sorprendió cómo funcionarios se tiran por la cabeza cartas públicas que critican a distintas áreas del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner como un elemento extraño, ajeno.
Entiende que por ahora no hay peligro de un desenlace irreversible en la crisis política por el despido del ministro de Desarrollo Productivo, ni que se desate una deriva que comprometa la estabilidad del Gobierno. Pero prevé que la ruptura expuesta del Frente de Todos no tiene retorno y que el futuro electoral tendrá, en veredas distintas, el peronismo en algún formato que aún no mostró su nuevo rostro y el núcleo duro del kirchnerismo que se encolumna detrás de la vicepresidente Cristina Kirchner.
No obstante, sus críticas hacia Alberto Fernández son cada vez más duras. Suele hablar de ineptitud, maldad y mendacidad. Con el escándalo Techint, ahora le agregó la palabra corrupción. Pero subraya que en el discurso público está ausente el tema de los 50 mil muertos que, según su opinión, son adjudicables a la demora en la llegada de la vacuna Pfizer. “No me puedo imaginar qué hubiera pasado si el presidente era yo”, dijo hace poco en TV.
De todos modos, es un ejercicio que empezó a hacer: si llegara a volver sabe, como escribió un destacado periodista días atrás, que “algunos ya están preparando las piedras”.
Son cálculos, miradas e hipótesis de un ex presidente que medita sus próximos pasos.
SEGUIR LEYENDO: