Matías Kulfas extendió sombras sobre el manejo del kirchnerismo en las licitaciones del gasoducto Néstor Kirchner, un proyecto estratégico y millonario. El kirchnerismo le respondió con números sobre la agudización de la crisis, que le adjudican al ex ministro, aunque involucra a toda el área económica. Surge así desde el interior del propio oficialismo una descripción de su gobierno que combina sospechas de irregularidades en la obra pública y cifras impactantes de deterioro económico y social. Por primera vez, la interna permanente no sólo genera un grave desgaste sino que, además, lo describe.
Es curiosa, como casi siempre, la reacción de los días posteriores a picos de tensión en el interior del oficialismo. “Caso cerrado” o “tema superado” fueron los giros elegidos para tratar de mostrar control de daños desde Olivos. Referían a que quedaba saldado el tema con la incorporación de Daniel Scioli, junto a la expectativa por un rápido deshilachado de la causa judicial abierta a raíz de las denuncias basadas en los dichos de Kulfas y en el off desde sus cercanías. Reflejo endeble, frente a una agenda pública que no suele coincidir con el temario oficial.
En rigor, el episodio del ex ministro tiene múltiples estribaciones, entre ellas las prevenciones que realimenta en términos de inversiones y la posibilidad de que Scioli amplíe en lugar de cerrar la interna, con competencias asociadas al 2023. Pero antes que ese punto, la caída de Kulfas expone la profundidad de la grieta doméstica, en lugar de alentar un freno ante la perspectiva de sus costos.
El Presidente debió ceder una pieza propia, que expresaba desde hace rato disgusto por las cargas del kirchnerismo. Kulfas estaba apuntado por Cristina Fernández de Kirchner no únicamente por su desempeño en el ministerio de Desarrollo Productivo, sino también y especialmente por dos razones: su mirada crítica sobre la gestión 2011-2015 y su condición de integrante del núcleo presidencial.
La versión de Olivos prefiere poner el acento en el último capítulo, es decir, en la decisión precipitada por Kulfas con sus declaraciones públicas y el off the record difundido por su entorno. No se contemplaría el desarrollo previo y tampoco el impacto en el circuito más cercano a Olivos. Más que el desenlace en sí mismo -inevitable, considerado el detonante de manera aislada- importan los capítulos previos y los que se temen por delante.
Alberto Fernández había generado de manera creciente un clima de desánimo entre los más allegados por frustradas respuestas más firmes -no necesariamente más sonoras- que tendieran a construir una mínima base política de sostén frente a la ofensiva en continuado del kirchnerismo. El proceso se dilató de manera difícil de sobrellevar durante los últimos meses, sin comunicación directa con CFK. Hasta que llegó el acto por el centenario de YPF.
La recomendación sobre el uso de la lapicera que le hizo CFK a Alberto Fernández y, más aún, la respuesta presidencial marcaron un punto que ya nadie podía ni siquiera sugerir como foto de compromiso por la unidad. El posterior movimiento de Kulfas no se explica por esa puesta en escena, pero el contexto es ineludible.
El kirchnerismo, por supuesto, celebra la caída del ministro. No significa precisamente la paz doméstica. En la otra vereda, la baja -aún considerada ineludible y hasta forzada- se suma al recuerdo de las salidas de Marcela Losardo o Juan Pablo Biondi. La difusión del texto de la renuncia por parte de Kulfas agrega un elemento novedoso: enojo abierto y ácido con el kirchnerismo, y mensaje implícito al Presidente.
El otro ingrediente inquietante para el Gobierno es la derivación judicial. La primera impresión es que las denuncias basadas en los dichos de Kulfas no tendrían demasiado sustento. Se verá. Pero el impacto ya tiene registro público y en el ámbito empresarial. Resulta claro también en ese último terreno que las batallas domésticas no tendrían límites.
El Gobierno buscó fijar posición pública incluso después de su primera reacción, que fue la decisión de precipitar la salida del ministro. Conocidos los términos de la renuncia, llegó el mensaje de la portavoz Gabriela Cerruti, para expresar el “rechazo a las acusaciones vertidas” por Kulfas. Podría haber quedado allí, pero el Presidente agregó un día después que no le gustó ni comparte lo que piensa y dijo su ex funcionario. Podría haber remitido al previo mensaje oficial cuando fue consultado sobre el tema, pero prefirió abundar. Pareció pensado para el interior del oficialismo, quizá para su propio círculo.
Todo el capítulo representa un desgaste de factura propia, hasta en cuestiones prácticas. Alberto Fernández decidió hacer el anuncio sobre el proyecto de impuesto a la “renta inesperada” antes de viajar a Estados Unidos. Un gesto para mostrar gestión y renovada apuesta a Martín Guzmán. Quedó algo opacado porque el foco continuaba puesto en las estribaciones del caso Kulfas.
Con todo, la más expresiva dimensión del costo autoprovocado fue dada por lo que cada parte jugó en este nuevo cruce. Kulfas apuntó directamente a los funcionarios que responden a CFK y tienen algún grado de responsabilidad en el proceso para iniciar las obras del gasoducto Néstor Kirchner. Deberá declarar como testigo el viernes, en el juzgado federal de Daniel Rafecas. La causa es por supuestas irregularidades. Además, en su renuncia, el saliente ministro criticó con dureza el “internismo” y la política kirchnerista en materia de subsidios.
El kirchnerismo, con comunicado de Enarsa, salió a responderle y no ahorró en la adjudicación de responsabilidades. Además de reivindicar su propia gestión y el criterio y manejo de subsidios en energía, le cargaron a Kulfas los altos registros de inflación en la canasta básica, los niveles de pobreza y la caída del consumo, especialmente en los sectores de menores recursos.
Sospechas de maniobras irregulares. Agravamiento de la situación social. La crisis interna exhibe fragmentos como si no fueran parte de un mismo deterioro.
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