La disputa doméstica en torno a las retenciones tiene una dimensión internacional que es tan imperceptible como gravitante para la única viga maestra que todavía sigue en pie en la economía: el acuerdo con el Fondo. La interna en el seno de la coalición de gobierno, que por momentos adquiere ribetes de discusión familiar, oculta la fragilidad conceptual con la que se abordan dos problemas cruciales: la inflación y la cuestión fiscal.
En esta controversia, se combinan la política exterior con la realidad del que entra al supermercado y sale espantado. Conecta el poder, por un lado, con el nervio más sensible: el bolsillo. Con una inflación piso del 65% para el año y los alimentos corriendo varios puntos por encima, la receta para frenar ese desbande adquiere un importancia capital. Con otra magnitud, es un fenómeno sin solución que se repite en el mundo.
Alberto Fernández tendrá la oportunidad, el miércoles de la semana que viene, de comprobar la proporción de esta preocupación de escala global. En la Cumbre de las Américas de Los Ángeles, el presidente argentino podrá escuchar de primer mano la opinión de Estados Unidos y Canadá -dos de los integrantes del G7- sobre el drama que representa para los países más poderosos del mundo garantizar la provisión de alimentos a precios razonables. Y cómo, esa cuestión puede reordenar alineamientos estratégicos.
Es que la invasión que ejecutó Putin a Ucrania no sólo desbarató el equilibrio geopolítico sino que alteró a tal punto los mercados internacionales de alimentos que los riesgos de hambrunas empiezan a tocar las puertas de todos. Dos expertos argentinos que saben descifrar aquello que hay en la esquina donde se encuentran la diplomacia y la economía global alertan que tanto el G7 como el G20 -donde pisan fuerte China y Arabia Saudita- pusieron al tope de sus agendas el fortalecimiento de sus proveedores de alimentos. Tanto Daniel Marx como Claudio Loser entienden que, con la estrangulación de la oferta ucraniana, el granero de Europa, la mirada está puesta en países como Brasil y Argentina. Más, cuando India mostró su juego: cerró la exportación de trigo.
En las últimas semanas, el presidente del Banco Mundial, David Malpass; el premier británico Boris Johnson, y la ministra de Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, pronunciaron declaraciones de alto impacto para advertir sobre las causas y consecuencias de este flagelo.
Las economías más poderosas suelen reaccionar a una retracción de la oferta con diversas estrategias para aumentar los bienes disponibles, como sea. PxQ: precio por cantidad, economía básica. Es la contracara del modelo kirchnerista que, ante un aumento de la demanda, pisa la oferta, en vez de fomentarla. En su caja de herramientas hay cepos, subsidios e impuestos. Que en, alimentos, equivalen a retenciones. Criticar ese acto reflejo puede ser injusto. Mauricio Macri, cuando tuvo alguna urgencia fiscal, también echó mano al campo.
Sin embargo, la discusión por los derechos de exportación a la soja, el maíz, trigo y girasol en el Frente de Todos se entremezcla con la fractura expuesta entre el presidente y su vice, que lo contamina todo. En esa lógica se inscribe que algunos “medios amigos y compañeros”, como describió Gabriela Cerruti, presionen para que se aumenten las retenciones o, directamente, se cierren las exportaciones. Y que Hernán Letcher, el “brillante economista” que mencionó Cristina, insista con esas recetas para garantizar la seguridad alimentaria, primero al mercado interno. Caído Roberto Feletti, el vicario de ese discurso dentro del Gabinete, no quedan voces que disputen esa narrativa.
Tampoco lo necesita. El propio Alberto Fernández titubea: dice que quiere pero no puede. Que las retenciones son una “solución” para bajar los precios pero que no la impulsa porque la oposición lo derrotaría. Un descuido: como ocurrió con el acuerdo con el FMI, el Gobierno confirma que no controla los resortes principales de su política económica.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, y el de Agricultura, Julián Domínguez, se encargaron de “corregirlo”. No sólo no está previsto, sino que temen que aumentar las retenciones provoque, en primer lugar, una rebelión inmediata del interior de consecuencias imprevisibles, y al mismo tiempo, un mínimo a casi nulo impacto en las góndolas. “La producción está casi toda vendida, de hecho estas son las semanas de liquidación de la cosecha pasada. El impacto real de tocar las retenciones, para el fisco y los precios, es casi nulo”, explican en el Gobierno.
Según las estimaciones del mercado, de una producción total de 57 millones de toneladas de maíz, fueron volcadas al mercado interno 22 millones, las exportaciones ascienden a 35 millones y sólo quedarían 5 a ser alcanzadas por un cambio en el régimen de los derechos de exportación. En el caso del aceite de girasol, las estimaciones hablan de 60 mil toneladas por sobre 1,3 millón.
La dimensión internacional
Pero en esas discusiones está ausente el rol que pueden tener los países que apoyaron el acuerdo con el Fondo. “En un contexto de guerra, los países del G7 y China pueden plantear como argumento que no se pongan límites ni se comprometan los excedentes. Hoy no se pone como condición para aprobar las revisiones no tocar las retenciones, pero si se agrava la crisis alimentaria, nadie puede descartarlo”, explica uno de los analistas consultados.
Dentro del acuerdo con el FMI, que para el kirchnerismo y una parte importante de la academia es letra muerta, se incluyeron criterios vinculados al comercio exterior que pueden ser esgrimidos para poner condiciones. El destino de los ingresos extraordinarios -acumular reservas o achicar pasivos- y el sostenimiento de políticas que promuevan el desarrollo de sectores que generan divisas para que la falta de dólares no frene el crecimiento.
“No se aumentan las retenciones porque es una decisión del Gobierno. El Fondo Monetario no vería mal que sí se aumenten. De hecho, algunos técnicos nos lo dijeron, porque garantizaría más recaudación para pagarles. La decisión de no tocarlas no cambió. Por más que lo pida el FMI o La Cámpora”, respondió una calificada fuente oficial.
Al mismo tiempo, subraya la ineficacia de esa estrategia para frenar los aumentos de precios. Sólo como ejemplos, mencionan cálculos del sector privado que fueron revisados por funcionarios que advierten que un salto del 12% al 33% de las retenciones al maíz tendría un impacto mínimo en cerdos y leches, alimentos que están “hechos” de ese insumo: la incidencia en el precio final pasaría del 8,4% al 6,6% y del 4,8 al 3,8%, respectivamente.
Con el mismo “impuestazo” al campo, en carne y pollo se pasaría del 13% a 10,3% y del 13,2 al 10,4%, en cada caso. Y en la harina, subir 21 puntos porcentuales las retenciones, equivaldría a bajar $ 24 de los casi 300 que el INDEC establece que cuesta el kilo de pan. Así, según esas estimaciones que le acercaron al presidente, con un aumento de las proporciones que pide el kirchnerismo -pasando del 12% al 33%- se estaría hablando de un ahorro marginal.
Con destreza y genialidad, Jorge Luis Borges describió en El Aleph al personaje Carlos Argentino como “autoritario, pero también ineficaz”. Una definición que viene a cuento.
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