Alberto Fernández tiene un puñado de decisiones tomadas sobre su rumbo político que no cambia desde hace varias semanas y que, en el corto plazo, no tiene vocación de modificarlas. Las sostiene en el tiempo, aunque desde el discurso parezcan una contradicción permanente.
Específicamente, son tres: va a gobernar sin Cristina Kirchner y junto a los funcionarios alineados; no va a romper la unidad del Frente de Todos pese a cualquier embestida que pueda recibir del kirchnerismo; y va a respaldar al ministro de Economía, Martín Guzmán, a quien ha empoderado en los últimos dos meses.
“Habla de unidad, pero no va a llamar a Cristina. Va a gobernar con los propios”, resaltó un dirigente peronista que tiene diálogo fluido con el Presidente. La relación con la Vicepresidenta está congelada desde hace tres meses. Se quedó anclada en el tiempo. Y no hay fecha clara sobre un posible intento de reconciliación.
Fernández no está preocupado por el silencio que atraviesa ese vínculo político. No lo apabulla ni lo condiciona. Como si hubiese aprendido a vivir con la ausencia de su compañera de fórmula, pero sabiendo que en un abrir y cerrar de ojos ella puede concretar un movimiento político que de vuelta el tablero.
Desde hace un tiempo el peronismo está dividido en dos posturas. Un sector le pide que selle una tregua con Cristina Kirchner y le ponga fin a la interna. El otro que haga lo que está haciendo, aunque con mayor rigurosidad. Es decir, marcarle la cancha al kirchnerismo y aferrarse a los propios para llevar adelante la gestión.
¿Qué falta? Para los que tienen una postura más dura lo que queda pendiente es desplazar a un funcionario de La Cámpora importante de alguno de los puestos claves del Estado. Fernández parece no estar dispuesto a hacerlo porque sabe que esa decisión amplificaría la interna. No es su voluntad.
Hasta el momento el Jefe de Estado encontró una salida mediamente elegante a la crisis interna. Hace equilibrio entre los pedidos de unidad, que lo colocan en un lugar de protector de la coalición, y su vocación de gobernar sin las condiciones del kirchnerismo. En gran medida, lo puede hacer porque el ala K ha cedido en su avanzada contra su gestión y la de Guzmán. Nunca se sabe cuanto puede durar esa tregua.
Frente a los reclamos que nacen en el peronismo para que Alberto se reúna con Cristina, un fiel colaborar del Presidente precisó: “Todo se tiene que hacer en su medida y armoniosamente”. Sería un absurdo descartar un encuentro con la Vicepresidenta, pero desde el entorno de Fernández bajan las expectativas de que eso suceda en el corto plazo.
Dentro del Frente de Todos también conviven dos posturas respecto a la unidad del espacio de cara al 2023. Hay quienes siguen considerando que se debe trabajar para que el esquema no se parta, porque sino la elección quedará servida para Juntos por el Cambio, y otros que ya visualizan la fractura expuesta.
“La coalición se va a romper. No es gratis tomar independencia de Cristina”, reflexionó un importante intendente del conurbano, que ya empezó a pensar cómo deberá moverse el próximo año cuando el peronismo deba armar las listas que competirán en los comicios.
No es casualidad que los intendentes peronistas de Buenos Aires no den señales de acercamiento a Alberto Fernández. Los que no se alinearon a Máximo Kirchner en el último tiempo, cultivan el silencio como metodología para esconderse de la interna. Pero nunca sacan los pies afuera del plato. Saben que la Vicepresidenta sigue siendo la que más mide en la primera y tercera sección electoral de la provincia.
Un dirigente del círculo político del Presidente planteó una situación similar a la del intendente que visualiza la ruptura. “Es más viable que Cristina se refugie en la provincia de Buenos Aires a que lo acompañe a Alberto. Ella va a ser todo lo que pueda para bloquearle la gestión económica, que es a lo que él se quiere aferrar”, resumió.
“Abajo hay un reclamo muy grande para que se sienten a hablar. Y también hay un gran hartazgo por esa situación. La realidad es que hay más conversaciones subterráneas que las que salen a la luz. Todas con el fin de acercar posiciones. Pero falta que se sienten ellos”, señaló un importante funcionario del Gobierno sobre los nexos entre el albertismo y el kirchnerismo.
En la última semana el Presidente graficó con sus palabras el equilibrio que intenta demostrar. El martes, durante un encuentro en la sede del PJ, dijo: “Los hechos van a demostrar a aquellos compañeros y compañeras que dudaron, que se equivocaron en dudar”. Fue un mensaje al kirchnerismo crítico. Pero al otro día, en Florencio Varela, sentenció: “Hay que unirnos aunque pensemos distinto”.
Golpea y retrocede, como los boxeadores. Mientras tanto mantiene el respaldo a Guzmán con un ejercicio que también lo empodera a él en un contexto de debilidad absoluta. Esta última semana hubo dos hechos transcendentes que expusieron esa decisión.
Se concretó el anuncio del Régimen de Acceso a Divisas para Producción Incremental de Hidrocarburos, que tanto quería el ministro y se hizo con un grupo de importantes empresarios presentes en la Casa Rosada, con los que Fernández está dispuesto a gestionar lo que le queda de gobierno.
Además, con el fin de no abrir un nuevo frente de batalla interna, pero mantener el respaldo sobre Guzmán, intervino en la discusión entre el titular del Palacio de Hacienda y Sergio Massa sobre el aumento del piso del Impuesto a la Ganancias. Anticipó el anuncio y evitó que la disputa se convierta en una nueva bola de nieve sin destino.
En paralelo a la gestión diaria, Fernández está preso de las especulaciones sobre las elecciones del próximo año y el armado que vaya a tener el peronismo. Sus posibilidades de relección son complejas y en el peronismo lo saben. Huelen la derrota y por eso reina el pesimismo.
Advierten que la inestabilidad de su alianza con la Vicepresidenta y la proyección inflacionaria de más de 60 puntos anuales provocará un fuerte aumento de la incertidumbre dentro del peronismo respecto al futuro electoral. Además, será un limitante para que la sociedad acompañe un nuevo proceso peronista en el poder.
Esa sensación que se dispersa por todos los rincones del Frente de Todos le carcome el poder. Un presidente sin reelección, es un presidente sin futuro. Fernández también hace equilibrio entre decir que quiere ser reelecto y que ese no es un tema en el que esté pensando. Ya dijo las dos cosas.
En los despachos del Estado se habla del 2023 como una consecuencia directa de lo que Alberto Fernández pueda lograr en los próximos 12 meses. La viabilidad de un segundo mandato frente a la imposibilidad de que un frente electoral unido lo acompañe como en el 2019.
La ruptura, la unidad, la posibilidad de que el kirchnerismo juegue la elección con un candidato propio, la figura presidencial de Massa que siempre está presente, la reaparición de Daniel Scioli y el grupo de gobernadores que juegan su propio juego siempre pensando primero en asegurar sus provincias.
Todas esas incógnitas conviven en el Frente de Todos cada día. Por eso que Fernández tenga algunas pocas definiciones políticas tomadas aportan certeza en un mundo peronista donde los niveles de desconfianza y optimismo están cerca del subsuelo.
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