La decisión final es de Alberto Fernández. Pese a los condicionamientos que puedan existir por parte de Cristina y Máximo Kirchner, o el complejo contexto económico que vuelve a la gestión un desafío permanente de supervivencia. Es el Presidente el que tiene la última palabra sobre el rumbo que quiere para el tramo final de su gobierno.
Es el responsable de la decisión. Por eso los reclamos nacen desde la base militante y atraviesan un largo camino que los deposita en la Casa Rosada. En el Frente de Todos las preguntas se multiplican cada día, pero las respuestas no llegan. Necesitan respuestas. Y las necesitan con cierta urgencia para saber cómo moverse en la antesala de un año donde el Poder Ejecutivo se somete a elecciones.
El peronismo, como el Gobierno, está partido en dos. De un lado están quienes le piden al Jefe de Estado que dé por termina la interna y se siente a sellar una tregua con la Vicepresidenta. Del otro se acomodan los que asumen que no romperá su alianza con el kirchnerismo, pero le piden una señal contundente de autoridad, como podría ser un recambio de Gabinete que se lleve puesto a varios nombres propios del ala K.
“Hay que rencausar el rumbo de la coalición. Los dos tienen que aportar lo más brillante que tengan para dar porque si no, el Frente de Todos se va a diluir. La gente votó una coalición y no va a permitir que no haya diálogo”, reflexionó un importante funcionario nacional con acceso directo y frecuente al despacho del Presidente.
Fernández no está inquieto por reunirse con Cristina Kirchner. No le desespera. Está convencido de la opción que tomó de gestionar solo, con los aliados y alineados que tiene. Cree que tanto la Vicepresidenta como sus leales se hundirán en el tiempo junto a sus cuestionamientos incesantes y que él podrá salir a flote si el plan económico de Guzmán da resultados.
Mientras tanto se zambulle en explicaciones sobre su relación con la Vicepresidenta que van desde que Cristina tiene una mirada parcial de la gestión hasta que si tiene la necesidad de hablar con ella, lo hará. Recorre un espinel de contradicciones y excusas que buscan reducir el impacto de la interna sobre su autoridad y credibilidad.
“Acordar con Cristina es someterse. Es atrasar tarifas y tipo de cambio, es subir retenciones y dar rinda suelta a la emisión monetaria. Es entregarse a su decisión”, sostuvo un dirigente albertista que forma parte del círculo político de Fernández y que está disgustado con los vaivenes del Presidente.
En su entorno no piden que rompa la coalición, sino que imponga las reglas del juego. Lo asumen y lo explicitan. “Ni Alberto va a echar al kirchnerismo, ni ellos se van a ir. En ese contexto, armar una construcción política para la reelección es muy difícil”, resumió un albertista al que le quedan cada vez menos esperanzas de que el Jefe de Estado concentre poder.
Alberto Fernández no cree en la concentración de poder. En tenerlo en un puño y utilizarlo con la ferocidad de un líder peronista clásico. No le convence la idea del látigo y la chequera. O, en una versión más light, del látigo y la lapicera. Asume que el poder se debe ejercer convenciendo al otro, no imponiendo su decisión por sobre la del resto. Su teoría no le ha dado buenos resultados en la práctica.
La foto que quedó del acto realizado en Esteban Echeverría es la de la debilidad. Paradójicamente. La idea era mostrar un importante respaldo político al Presidente en el medio de la interna con el kirchnerismo, y revindicar la gestión de Martín Guzmán en el ministerio de Economía, marcando el crecimiento y la recuperación de puestos de trabajo.
Pero lo que sucedió fue bastante diferente a lo que se pensó. Pese al pedido de Juan Manzur de que se hicieran presentes en el acto, solo asistieron los ministros más leales a Fernández y el titular del ministerio de Justicia, Martín Soria, un kirchnerista tardío. Pese a que el evento se realizó en el conurbano, no hubo ningún intendente de la provincia de Buenos Aires. Tampoco estuvo el gobernador Axel Kicillof.
El único gobernador que asistió fue el sanjuanino Sergio Uñac. El resto, estuvo ausente. Incluso la movilización, para un acto que buscaba respaldar al Presidente, fue acotada, teniendo en cuenta que la primera línea de la CGT estuvo presente. La Cámpora ni asomó la cabeza. Faltó respaldo político. Esa imagen profundizó la desesperanza que hay en el peronismo.
Alrededor de Fernández hay absoluta resignación. A esa sensación se le agregó, en las últimas semanas, la preocupación. En la política es normal que un año antes de las elecciones se comience a proyectar los posibles caminos a transitar. Opciones, hipótesis y escenarios posibles.
Un ejemplo. Quienes rodean al Presidente, como es el caso de dos ex intendentes como Gabriel Katopodis y Juan Zabaleta, deben comenzar a decidir dónde estarán parados cuando tengan que cuidar sus distritos en el conurbano. Ambos son armadores de Fernández, pero no encuentran respuestas claras de su parte. Han intentando armar el albertismo sin la ayuda del propio Alberto.
Katopodis es uno de los ministros más cercanos al Jefe de Estado. La última semana explicitó su voluntad. “No estamos para escuchar la opinión de Cristina Kirchner sino para que participe activamente de toda las decisiones con Alberto Fernández”, aseguró. La lectura que se hizo en el Gobierno fue que se trató de un pedido para que se sienten a hablar. En el kirchnerismo cayeron bien sus palabras.
El ex intendente de San Martín es uno de los ministros más pragmáticos del Gobierno. Con vocación de diálogo y posturas moderadas, no es de los que cree que Fernández debe romper la coalición para fortalecerse. A la inversa. Entiende que, pese a las enormes dificultades que tiene la convivencia con el kirchnerismo, el futuro es con ellos. No sin ellos.
“Alberto no construye política. Un día dice que la va a echar a Luana (Vulnovich) del PAMI y otro día se saca una foto sonriente junto a ella. Hay muchos que lo apoyaron en su camino y quedaron pedaleando en el aire”, analizó un funcionario del Gobierno en los últimos días.
En la Casa Rosada la decepción por la conducción política de Fernández avanza a pasos agigantados. Lo mismo sucede entre los gobernadores del PJ y los sindicalistas. ¿Cuál es la queja? Entre otras cosas, sostienen que necesitan un jefe político, un rol central en el peronismo que Fernández no cumplió nunca. Alguien que los alinee y los conduzca.
En el comienzo del gobierno ambos actores creían que Fernández iba construir poder con rapidez y que se iba a recostar sobre ellos - todos distanciados de Cristina Kirchner - para poder solidificar una nueva estructura de un peronismo de centro derecha, con rasgos de moderación y diálogo con la oposición. No sucedió.
Entienden, entonces, que el Presidente perdió una oportunidad histórica para encabezar una renovación del peronismo sin Cristina a la cabeza. Esa idea quedó sepultada en el pasado. En la actualidad, y frente a tantas críticas del kirchnerismo, acompañadas de movimientos políticos que debilitaron al Presidente o le condicionaron la gestión, esperan una señal de autoridad que nunca llega.
Con el paso del tiempo, y el avance de la desilusión en las filas albertistas, la decisión que tome el Presidente debería ser contundente como para colmar expectativas. La mayoría coincide en la necesidad de marcarle la cancha al kirchnerismo desplazando un funcionario del riñón K.
Los que están en la primera línea parecen seguir a salvo porque Fernández no tiene ningún tipo de voluntad de sacarlos de su lugar. Por eso en el peronismo ponen un ejemplo conflictivo como opción: el subsecretario de Energía, Federico Basualdo. El rival interno de Martín Guzmán y el funcionario que ha puesto trabas para que el aumento de tarifas no se concrete tiempo atrás.
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