Alberto Fernández siempre pensó que Cristina Fernández de Kirchner era autoritaria y que su fortuna personal tenía forma de acertijo. CFK siempre creyó que la capacidad de análisis del Presidente era binaria y que su voluntad personal se podía administrar con un palo y una zanahoria.
Hace tres años, Cristina posteó un video que anunciaba su fórmula personal para regresar al poder: Alberto Fernández era su candidato a Presidente, y ella la garantía ideológica de la nueva variable peronista.
Una obra maestra de la simulación política que ahora tiene un final impredecible.
En los entornos, cuando el Gobierno ya estaba asumido, Alberto Fernández y CFK escuchaban juicios similares. Pero el Presidente y la Vicepresidente apostaban a un proyecto político larguísimo y relativizaban las opiniones de sus alfiles en el poder.
“Alberto: Cristina te va a cagar. Haceme caso. No confíes. Ya sabés como es”, repetía Juan Pablo Biondi, por entonces vocero del jefe de Estado.
“Yo nunca te lo compre. No le creo nada. Sólo juega la de él”, aseguraba -una y otra vez- Máximo Kirchner frente a la Vicepresidente.
La sintonía programática que exhibían hacia afuera Alberto Fernández y Cristina se transformaba en papel picado detrás del cortinado político. Los dos dejaban hacer a sus coroneles, y marcaban la cancha cuando una determinada operación palaciega podía poner en riesgo la relación de poder que intentaban construir.
Esos gestos hacia adentro también formaban parte de la simulación política que el presidente y la vicepresidente protagonizaban todos los días.
CFK operaba contra Santiago Cafiero, Marcela Losardo, Matías Kulfas, Julio Vitobello, Vilma Ibarra y Biondi. Trataba de capturar a Martín Guzmán, y soltaba a Sergio Berni y Oscar Parrilli para explicitar sus cuestionamientos al Presidente. Era una secuencia de garrote constante que Cristina atenuaba -zanahorias- con su silencio político o una foto de ocasión en cierto acto oficial.
Alberto Fernández pasaba sus días maldiciendo a Berni y Parrilli, simulando confianza con Kicillof y asumiendo que Máximo Kirchner jugaba en las sombras contra su núcleo duro en el Gobierno.
El Presidente sabía que Máximo descalificaba a Cafiero (jefe de Gabinete), Losardo (ministra de Justicia) y Kulfas (ministro de la Producción), maltrataba a Biondi (vocero presidencial), y andaba con cuidado con Ibarra (secretaria Legal y Técnica) por su formación política y jurídica.
Eran tiempos complejos: la pandemia del COVID-19 y la negociación con los acreedores privados definían la agenda cotidiana del gobierno. Alberto Fernández tenía un prestigio inesperado en la opinión pública, y Guzmán estaba a cargo de cerrar un deal con los bonistas que preocupaba a CFK por su demora y su volumen financiero.
La pandemia empoderó al Presidente y fortaleció su relación con Horacio Rodríguez Larreta. Cristina era opacada por Alberto Fernández y sus causas judiciales avanzaban sin pausa en Comodoro Py. El jefe de Estado se concentraba en la ola de COVID-19 mientras que la vicepresidente masticaba su odio ante una coyuntura política que era inédita para sus cálculos personales.
Cristina decidió revertir esta situación política. Imaginaba una alianza táctica del Presidente con Rodríguez Larreta que podía implicar su final junto a Mauricio Macri. Y apeló a su poder interno e influencia personal para convencer a Alberto Fernández.
El Presidente y la Vicepresidente se encontraron a solas en la quinta de Olivos. Como siempre sucedió en estos encuentros, CFK no paraba de hablar y criticar a los ministros y secretarios de Estado que integraban el núcleo duro de Alberto Fernández. Era la parte del cónclave que siempre odió el anfitrión: cuando Cristina avanzaba sin mordaza contra sus amigos de toda la vida y sus aliados en el Gabinete Nacional.
El jefe de Estado escuchó con paciencia a CFK, y después se sorprendió con el planteo. La Vicepresidente alegaba que la cercanía con Rodríguez Larreta causa interrogantes adentro del Frente de Todos, y que él podía ejercer un liderazgo nacional sin necesidad del apoyo del principal líder de la oposición.
Los argumentos de Cristina dieron resultados.
Alberto Fernández dinamitó su relación política con Rodríguez Larreta, el COVID-19 dejó paso a la crisis económica y CFK profundizó su estrategia para recuperar una centralidad que había perdido a mediados de 2020.
La bancada oficialista en el Senado trababa los proyectos del Poder Ejecutivo -por ejemplo la designación de Daniel Rafecas como Procurador- y sólo avanzaba con las iniciativas que tenían el aval de CFK.
La dinámica de la Cámara Alta fue el antecedente político inmediato del trato que dispensaría Cristina con Alberto Fernández cuando la simulación política hubiera terminado. Ella caracterizó con una frase, la dinámica que ahora se observa sin maquillaje: “Ni un vaso con agua”.
Los encuentros en Olivos se hicieron más espaciados. Y la relación se terminó de hundir con los resultados en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), dos años después del posteó de CFK anunciado que Alberto Fernández era su diagonal hacia la Casa Rosada.
La ferocidad del combate interno fue asimétrico. Cristina rompió el círculo interno del Presidente, ocupó nuevos cargos en el Gabinete, liberó a Maximo Kirchner en Diputados, cargó -una y otra vez- contra Guzmán, sonrió sin disimulo ante el escándalo de la Fiesta de Olivos, se regodeó con su entorno cuando anunció el libro que le regalaría a Alberto Fernández por su cumpleaños, y clavó una estocada profunda -con su ausencia- durante el debate del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Alberto Fernández no quiere terminar como Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. El jefe de Estado entiende la dinámica del poder y apuesta a una alianza con los gobernadores peronistas para jugar su destino político en 2023.
“Yo no voy a ser un Pato Cojo”, comenta Alberto Fernández en la intimidad de Olivos.
En la quinta presidencial ya no están todos los que solían escucharlo al comienzo de la gestión. Los ausentes cuestionan su falta decisión cuando CFK presionó adentro del Gobierno, y prometen volver si juega el resto durante 2023.
Hay desánimo en su propio círculo interno, y las dudas aumentan cuando cambia el paso sin avisar.
La gira por Europa era un respiro ante la ofensiva kirchnerista, y todo terminó en potenciar las internas en Balcarce 50 y achicar la agenda internacional que se había trazado a los apurones.
Alberto Fernández sueña con la reelección, y CFK con reducirlo a una pequeña anécdota de la historia nacional. Esa es la dinámica de poder que hoy influye en todos los actos del Gobierno: un Presidente que solo busca su destino, y una Vicepresidente que cree en la reencarnación política.
Todo inició con un video relatado por Cristina, hace tres años.
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