El Gobierno se esmeró durante días en gestiones para lograr una visita de Alberto Fernández a Emmanuel Macron. El Presidente voló a Europa mientras se ajustaban detalles y finalmente sus voceros informaron que había sido extendida la agenda oficial para sumar la escala en París, como coronación de las reuniones previas con los líderes de los gobiernos de España y de Alemania. Todo iba a ser como se había imaginado: sin anuncios fuertes de inversiones, un buen balance político. Un objetivo, según se dejaba trascender, con mensaje de despegue o desintoxicación de la interna, colocada en segundo plano frente al oxígeno internacional. Ocurrió lo contrario, al menos de entrada.
Nada de lo que sucedía en Buenos Aires podría ser señalado como detonador del giro inicial de la breve gira europea. En Madrid, primer destino, el Presidente dedicó a la disputa con Cristina Fernández de Kirchner el núcleo de sus declaraciones a medios españoles. No fueron respuestas de compromiso, sino párrafos enteros cuando el kirchnerismo ya expuso que comienza a moverse no sólo en el terreno del discurso. El Gobierno acaba de responder con apuro a una de esas movidas: resolvió adelantar los aumentos del salario mínimo, después de que Máximo Kirchner hiciera ese planteo antes que el resto.
Alberto Fernández fue recibido ayer por Pedro Sánchez. La conversación con el presidente del gobierno español giró, según la breve información difundida, alrededor de un punto previsible: la guerra desatada por la invasión de Rusia a Ucrania y su impacto económico, especialmente en materia energética. Las declaraciones públicas no abundaron en ese punto, fuera de trascendidos sobre genéricas referencias a potenciales oportunidades para la Argentina.
En la previa a la partida rumbo a Madrid, desde Olivos se dejaba trascender una primera “estrategia” después de la andanada de CFK en el Chaco. En primer lugar, colocaban el viaje presidencial como una expresión de las tareas que ocupan al Presidente en contraposición a los ataques en continuado desde el kirchnerismo. En segundo término, destacaban la decisión de impulsar la respuesta a la ex presidente por parte de los funcionarios más apuntados, empezando por Martín Guzmán. Y, como suele repetirse, “mostrar gestión” y no dejar que los otros impongan la “agenda pública”.
La más alta exposición de Guzmán y -en menor medida- de Matías Kulfas insinuaron en el arranque de la semana una puesta en escena ordenada. El ministro de Economía pegó sobre la segunda gestión de CFK y sostuvo la imposibilidad de avanzar ahora sin modificar políticas en materia de subsidios y déficit, como eje a la vez para encarar la inflación. Fue extraño, porque habló sin asumir responsabilidades propias de su gestión en más de dos años.
Resultaba llamativo, en materia de “estrategia” y comunicación, que el ministro de Economía fuera expuesto en la batalla interna, cuando, en realidad, la ex presidente no discute números ni categorías económicas, sino política y poder. La crisis es el telón de fondo de esa carga y es una mochila también de esta gestión. Menos aún se explica cuando ya no se trata sólo de esgrima entre representantes de uno y otro espacio en el interior del oficialismo, es decir, Andrés Larroque o Axel Kicillof contra Aníbal Fernández o Juan Zabaleta.
En Madrid, el Presidente tiñó con los colores de la interna el inicio de la gira. Este miércoles será el turno de la visita al canciller de Alemania, Olaf Scholz. Y el viernes, en principio, la reunión con Macron. El debut del viaje desarmó la idea de salir de la disputa doméstica, evitar costos autoinfligidos y dar imagen de gestión frente a una sociedad agobiada por la crisis.
Alberto Fernández decidió responder a la ex presidente con un repetido aval a Guzmán. Dijo que CFK tiene una mirada “parcial” sobre el andar del Gobierno, basada sólo en la economía, y sugirió responsabilidades en la otra vereda interna por el desgaste que causaría el efecto de la ofensiva del kirchnerismo: una “obstrucción” de la gestión. Para completar, también insistió con el imaginario de su batalla por la reelección.
El kirchnerismo ya viene dando señales en los terrenos señalados por el Presidente. Decidió sumarle al discurso algunas movidas -que no serían las únicas- para marcar agenda económica. En el Congreso, anunció proyectos que implican decisiones de política económica y no sólo discusión presupuestaria. Y en ningún caso consultó antes con el Presidente o sus ministros.
En sus jugadas, el kirchnerismo duro suele arrastrar al conjunto de los bloques oficialistas. Fue claro en la propuesta anunciada en el Senado que declararía una moratoria previsional para personas en edad de jubilarse. Menos ambiciosa desde el punto de vista legislativo -un proyecto de resolución- pero más efectiva, produjo inmediato impacto una iniciativa encabezada por Máximo Kirchner para adelantar los aumentos del Salario Mínimo, Vital y Móvil.
La reacción del Gobierno habría sido precedida por contactos desde la Casa Rosada con Diputados para sondear los apoyos con que podría sumar el proyecto y la velocidad del trámite. El Gobierno decidió entonces adelantarse y resolver el anticipo de los incrementos del mínimo salarial -acordados en marzo-, además de discutir una nueva suba. Resultó una salida motorizada por las tensiones domésticas y la inflación.
Las batallas internas reavivan la ilusión oficialista de colocar la discusión política exclusivamente en su propio ámbito. CFK se presenta ajena a la toma de decisiones y rumbos del Gobierno, como juego para afirmar posiciones con vistas a las elecciones del año que viene. Alberto Fernández confronta a veces para evitar el asedio, aunque considera que es vital la unidad, por razones de gestión y como condición básica para cualquier apuesta en el 2023.
Nada está por encima de eso. El costo puede ser, como en este caso, la devaluación del viaje a Madrid, Berlín y París, en medio del cuadro internacional más delicado desde los finales de la guerra fría. A la vuelta, lo espera la áspera realidad.
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