El sacudón por el registro de la inflación de marzo y la mala perspectiva del cierre de abril terminaron de alterar la interna del oficialismo, un factor que añade sombras a la economía. La repetición de las cargas del kirchnerismo duro sobre Olivos y las respuestas muy medidas -y a veces, los silencios- lograron por algunos días convertir esos cruces en rutina del poder. Un desgaste casi plano. En cambio, lo que acaba de ocurrir ahora gatilla otro sobresalto, expone el conflicto en zona de alto riesgo. Lo que le cuestionan al Presidente es su base de legitimidad. Discurso peligroso.
Las entregas apenas anteriores habían sido hasta previsibles en medio de las tensiones domésticas. Máximo Kirchner con ironías concentradas en Martín Guzmán. Alguna pincelada de Axel Kicillof. Pero fue Andrés Larroque, ministro bonaerense y referente de La Cámpora, el que volvió a ir más a fondo: planteó la crisis que supondría “traicionar” lo que a su juicio es el compromiso con el electorado.
Un rato después, para completar el sentido del mensaje, llegaron los tuits de Cristina Fernández de Kirchner, que con el pretexto de una anécdota personal, advirtió sobre la posibilidad de perder legitimidad en el ejercicio de gestión. En otras palabras: la desgarga sobre el equipo económico ya ponía en discusión la capacidad de decisión del Presidente y ahora se apuntaba a su base de sustento.
El conflicto era previsible en su sentido -a partir del mismo armado de la fórmula en 2019- aunque no en su intensidad. De entrada, lo que estuvo en tensión fue el tipo de liderazgo y la capacidad para definir el reparto de cargos y las líneas centrales de gobierno. Eso, de un modo u otro, remitía a la interpretación sobre el aporte de cada socio de la coalición, en números electorales. Todo se agudizó a partir de la derrota en las PASO y la posterior caída en las elecciones generales.
El acuerdo con el FMI pero sobre todo el efecto corrosivo de la inflación terminaron de tensar la cuerda en el interior del oficialismo. El kirchnerismo fue aumentando la presión sobre los funcionarios del área económica -Guzmán y también Matías Kulfas y Claudio Moroni-, sin asumir responsabilidades propias ni exponer planteos efectivos. La circulación de nombres para ocupar Economía son un síntoma del problema. La defensa de los funcionarios y los ataques enmascaran, apenas, la pulseada con el propio Alberto Fernández.
Eso acaba de exponer de manera abierta el kirchnerismo. No sólo colocando sin vueltas al Presidente en la mira, sino con munición sobre su base. Es un giro potente. Y una movida que, de paso, descoloca la “estrategia” comunicacional armada para salir del círculo agotador de la interna y tratar de sintonizar con las necesidades de la sociedad, abrumada por la trepada de precios, la peor expresión de la crisis.
Larroque puso en discusión el poder con su definición insólita sobre la “propiedad” del Gobierno. Fue la única parte del mensaje que respondió Alberto Fernández, porque naturalmente se trató de una frase menos que poco feliz. El Presidente pareció ir más lejos: si se extrema la lectura, restó representatividad al kirchnerismo. “El Gobierno es del pueblo. Y nosotros representamos al pueblo”, dijo, con el reflejo político que confunde un triunfo electoral -en su caso, el 48 por ciento de los votos- con la representación absoluta de “el pueblo”.
El referente camporista dijo bastante más que eso. Le adjudicó al Presidente la realización de operaciones contra CFK, apuntó directamente contra el equipo económico por los pronósticos electorales de derrota y, lo más duro, dijo que el Presidente adultera y hasta traiciona el “contrato electoral”.
Los tuits de CFK completaron el mensaje. La ex presidente aprovechó un hecho de su vida social para recordar los momentos previos a la llegada de Néstor Kirchner al poder, con poco más del 20 por ciento de los votos y sin balotaje por la renuncia de Carlos Menem a la segunda vuelta. “La pregunta era: ¿cómo íbamos a hacer para gobernar el país después de la crisis de 2001 con apenas el 22% de los votos? Mi respuesta fue única y categórica: nos íbamos a legitimar gobernando… porque se podía ser legítimo y legal de origen y no de gestión”, escribió ahora.
No es difícil proyectar el final de ese texto sobre Alberto Fernández. Asoma como el punto más alto de la confrontación doméstica. Son días en los que desde las cercanías de la ex presidente se repite el rechazo a cualquier hipótesis “destituyente”. Representaría, sí, una jugada al límite para precipitar un cambio en el tablero de los ministros con una ecuación extraña: revertir el desgaste de gestión pero con el poder presidencial muy dañado.
En el cálculo más reducido del día a día, la escalada interna afectó la respuesta decidida en el círculo de Olivos frente a la andana del kirchnerismo. Se impondría responder con actos y medidas de gestión, y cuidar el discurso o, en sentido más amplio, la exposición del Presidente.
Las declaraciones de Larroque y los tuits de CFK desarticularon ese juego. La batalla en la primera línea del oficialismo volvió a concentrar el foco político. La respuesta específica del Presidente se ajustó a la señalada frase sobre la propiedad del Gobierno. En rigor, Larroque estaba ilustrando -con la peor imagen posible- la consideración kirchnerista sobre el armado del Frente de Todos y su liderazgo.
Alberto Fernández habló en La Pampa, nueva escala de actividad junto a sus ministros. Allí, defendió la gestión y reiteró el discurso sobre los “tiempos difíciles” de su gobierno: la deuda, el coronavirus, los efectos internacionales de la guerra provocada por el ataque de Rusia a Ucrania. “Me estoy preparando para la invasión de los platos voladores”, ironizó. No fue el mejor remate en términos comunicacionales.