El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Oscar Ojea, compartió una reflexión por la celebración del Domingo de Pascua, en la que no escatimó advertencias al conjunto de la dirigencia política y el Gobierno, entre las que reclamó “no distraerse en posicionamientos hacia el futuro”, en una referencia con connotaciones electorales.
“Vivimos momentos muy difíciles en nuestro país, asistimos a una cierta descomposición de los vínculos entre actores sociales, reina la profunda desconfianza, se usa un lenguaje agresivo, muchas veces se maltrata. Todo esto entretiene en un sentido y hace perder de vista el problema fundamental: cómo atender las necesidades de nuestro pueblo, especialmente las necesidades más urgentes”, sostuvo
Ojea, una de las máximas autoridades de la Iglesia Católica en el país, insistió en el marco de la celebración religiosa de la Pascua que hay que “pedirle al Señor poder poner por encima de todo las necesidades más urgentes” del prójimo.
En su mensaje, el obispo de la Dióscesis de San Isidro recordó el derrotero que atravesó Jesús de Nazareth, el Dios de los cristianos, en el periplo litúrgico que lo lleva a ser crucificado en la cruz y que, según el credo, con ese acto expió los pecados de la humanidad.
“Leyendo en estos días la Pasión de San Juan, podemos recorrer los distintos actores que intervienen en la pasión de Jesús y nosotros podemos identificarnos de alguna manera con ellos; las negaciones de Pedro, la cobardía de Pedro, el lavado de manos de Pilato, la deslealtad, la traición de Judas, los saduceos y fariseos que son dos partidos adversos y que se unen todos para dejar solo a Jesús”, comenzó Ojea su reflexión.
“El resultado es el abandono de Jesús —continuó—. Jesús queda solo de todos sus amigos, no queda nadie y sin embargo hay alguien que lo ha ido siguiendo continuamente y que responde a la fidelidad, es la Virgen”. Y agregó: “En el corazón de la Virgen aguarda toda la esperanza de la Iglesia; cuando muere Jesús toda la Iglesia se toma de la mano de María para pedirle que la sostenga en la fe”.
“La fe de María anticipa la resurrección. Yo querría proponerles en esta Pascua que nos encomendemos muy especialmente a nuestra Madre, ella es la madre de nuestra esperanza, virtud que necesitamos tanto, ella ha acompañado continuamente a su hijo de pie, le ha sido fiel”, siguió en un mensaje grabado difundido públicamente.
Tras ese comentario de contenido religioso, Ojea se explayó en reflexiones de índole política y social: “No podemos negar que el tema de la alimentación pasa a ser un tema fundamental, como el tema del cubrir todas las necesidades primarias. Al mismo tiempo también tenemos que decir que para la creación de nuevas fuentes de trabajo se necesita mucha creatividad y mucho entendimiento entre la dirigencia”.
Y prosiguió: “Pidámosle al Señor poder poner por encima de todo las necesidades de nuestro pueblo, que no nos distraigamos en posicionamientos hacia el futuro que nos distraigan y nos quiten la atención de las necesidades fundamentales”.
“Estamos al servicio de nuestro pueblo y a él tenemos que atender. Que la Virgen nos conceda ocuparnos de lo esencial, somos responsables todos, unos de otros, en mayor o en menor medida y no podemos mirar para otro lado”, agregó.
Y cerró: “Muy felices Pascuas de la mano de la Virgen que de alguna manera la anticipa porque es la madre de la esperanza. Que Dios los bendiga”.
La Semana Santa es la fecha más importante de la liturgia de la Iglesia Católica. Ayer, cientos de personas asistieron en el marco del “Viernes Santo” al tradicional Viacrucis de la Ciudad que, tras dos años de restricciones por la pandemia, volvió a concretarse a lo largo de la Avenida de Mayo con el lema “Cristo quiere la paz”.
Familias, jóvenes, adultos mayores, scouts, religiosas y sacerdotes salieron pasadas las 20 de la intersección de Avenida de Mayo y Bernardo de Irigoyen. Desde allí, caminaron por la tradicional arteria porteña precedidos por la cruz penitencial llevada por el obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor José María Baliña, y escoltado por el cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires, y otro de los auxiliares, monseñor Enrique Eguía Seguí.
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