Alberto Fernández parece estar decidido a comenzar un nuevo tiempo en el tramo final de su gestión. Esta vez las señales de autonomía son más claras que en tiempos donde el discurso no iba de la mano de los hechos concretos. Gobernar con los “alineados” e “ignorando” las presiones de La Cámpora empieza a instalarse como una marca de la gestión.
El hecho trascendente que mejor define el nuevo momento es la decisión del Presidente de respaldar a Martín Guzmán al frente del ministerio de Economía y apoyar el plan económico que diseñó para cumplir con el acuerdo alcanzado con el FMI, e intentar que la inflación descienda con lentitud pero en forma continua.
El llamado de la Secretaría de Energía para que se concreten las audiencias públicas, donde se deben aprobar los aumentos de tarifas acordados con el Fondo, fue una señal consistente del giro que Fernández busca darle a su gestión.
Hasta ahora había sido trabada por el kirchnerismo, lo que llevó a Guzmán a reclamar en público sobre la necesidad de avanzar con la formalidad de la convocatoria. En definitiva, se trata de comenzar con la reducción de subsidios como parte de un sendero de disminución del respaldo estatal para cumplir las metas acordadas con el FMI.
“Tiene agenda programada afuera. Tiene agenda de laburo fuerte. Tiene todas indicaciones para laburar temas pesados. No se va”, aseguró un funcionario nacional al tanto de los próximos pasos que dará el ministro de Economía.
La figura de Guzmán se afirmó en medio de un clima de inestabilidad permanente que atraviesa al Gobierno. No tiene todo el poder. No es el ministro más firme de todos. Pero el kirchnerismo no lo pudo tumbar y logró el apoyo de Fernández. Esos dos hechos le dieron fuerza.
El jefe de Estado entiende que debe relanzar la gestión y utilizar los 6,7% de inflación de marzo, la medición más alta en los últimos 20 años, para bajar la persiana de la crisis política profunda que vive el Frente de Todos, además de dejar atrás el impacto severo en el aumento de precios que se agravó por la invasión de Rusia a Ucrania. Peor no se puede estar.
A partir de ahora, entienden en el corazón del Gobierno, la inflación debería empezar a bajar, aún teniendo valores muy altos, como consecuencia de las medidas que se tomaron. Pero aún falta un hecho sustancial que es el ordenamiento de la política.
El caos interno reduce la estabilidad y condiciona las expectativas. Por eso Guzmán insiste en la necesidad de tener un “apoyo político claro” a su gestión. Ya lo logró de parte de Fernández, pero difícilmente lo obtenga de parte de Cristina Kirchner y Máximo Kirchner, quienes lo quieren afuera del Gobierno.
Tal como anticipó Infobae, el Presidente tiene en su círculo político más chico dos posturas respecto a la permanencia de Guzmán en el Gabinete. Algunos le dicen que lo tiene que sostener y empoderarlo, mientras que otros le recomiendan que lo corra en el próximo cambio de ministros, para evitar que se mantenga la guerra con el kirchnerismo y que ese movimiento colabore en el ordenamiento político de la coalición.
Hasta el momento Fernández se inclinó por mantenerlo y respaldar su plan económico, lo que implicó también una muestra de autonomía y una señal para Cristina Kirchner de que está dispuesto a caminar a la inversa de sus deseos. Al menos es este tema puntual y central.
El Presidente piensa que de la mano del relanzamiento de gestión debe ir un cambio de Gabinete, un progresivo descenso de la inflación y una distribución de fondos en los sectores medios. Guzmán le aseguró que debe ser moderado porque una emisión desmedida es sinónimo de inflación.
La próxima semana autoridades del Gobierno y del FMI se reunirán en Estados Unidos por primera vez desde que se cerró el acuerdo. Allí se espera que vuelvan a discutir las proyecciones inflacionarias que figuran en el acuerdo, que preveían un aumento de precios cercano al 48% anual.
Esa cifra quedará antigua como consecuencia de la fuerte suba que se generó en el primer trimestre del 2022, donde ya se acumuló 16,1%. Esos números, según explicó el Gobierno, fueron empujados por el aumento de precio de los commodities y la influencia de la guerra.
Fernández busca, al mismo ritmo de este tramo de la gestión que diseña, ir empoderándose, afirmado en la autonomía obtenida por los permanentes embates K. Quiere bajar el ruido político porque reconoce que lo único que genera el fuego cruzado es la debilidad de la gestión
Es una línea de acción que comenzó con el pedido hacia sus ministros de evitar la confrontación y no responder al fuego amigo. Aquella orden llegó después de la críticas que Máximo Kirchner y Andrés “Cuervo” Larroque le hicieron durante la masiva movilización de La Cámpora el 24 de marzo.
La gestión de los próximos meses encontrará al Presidente intentando encausar el Gobierno después del fuerte golpe inflacionario, sin romper la coalición, pero con la certeza de que su alianza política con Cristina Kirchner es parte de la historia. Por eso se recostará sobre los suyos y tratará, en base al poder que pueda lograr tener, abrir el camino cuando aparezcan las trabas del kirchnerismo.
“Para nosotros la interna ya pasó. Y la institucionalización del Frente de Todos es un coletazo de esa interna. Por el momento no está en los planes”, advirtió un importante funcionario con despacho en la Casa Rosada durante la última semana. Una respuesta a los pedidos de Sergio Massa y Jorge Capitanich que buscaban armar una mesa de definiciones. Esa postura es el primer ladrillo de la nueva identidad que moldea Fernández.
Lo que resta ver es si podrá terminar de construirla y, sobre todo, si la podrá mantener en el tiempo. Fernández es un presidente débil. O, como lo definió un ministro del Gabinete, “no es el presidente de todos”. Entonces cada paso le cuesta el doble.
Ese es un motivo por lo que en algunos sectores del peronismo no descartan que el jefe de Estado acepte competir en unas PASO el año que viene, pese a que parecería extraño que en el peronismo aparezcan candidatos decididos a realizarle una interna a un Presidente.
Esa limitación lo obliga a construir poder territorial y político para subsistir y tener soporte en sus decisiones. Sino es solo un Presidente defendido por los leales y apedreado por los que lo consideran un traidor. La mejor definición de lo que piensan en el mundo K sobre él la dio Cristina Kirchner esta semana: “Que te pongan una banda y que te den el bastón no significa que tengas el poder”.
El próximo paso para lograr esa transición es el cambio de Gabinete. Son dos modificaciones: nombres y diseño de la estructura ministerial. Hay muchos ministerios “intocables”, por lo que el margen de acción no es tan grande y, además, según reconocen en la Casa Rosada, tampoco hay tantos nombres posibles que se estén barajando y que puedan generar un cambio importante.
El gran desafío de Fernández es cómo generar un nuevo tiempo político si la renovación del Gabinete no incluye a los tres principales ministerios del Gobierno: la Jefatura de Gabinete, el ministerio del Interior y el de Economía. Ni Juan Manzur, ni Eduardo “Wado” de Pedro, ni Martín Guzmán están en la lista de los cambios.
En lo que respecta a la estructura, en el oficialismo advierten sobre la posibilidad de que algunos ministerios pasen a ser secretarías o que se construya un ministerio nuevo que abarque a otros bajo el mismo techo. ¿El objetivo? Dinamizar la gestión y achicar la estructura de ministros.
En ese camino al Presidente se le está complicando para conseguirle un lugar a Agustín Rossi, quien aparece cada tanto surfeando sobre los rumores de un regreso al Gabinete. Fernández no puede mandar al “Chivo” a lo que podría considerarse un ministerio menor, pero no va a sacar los nombres que ocupan los principales. Es un dilema que aún no está resuelto.
Durante mucho tiempo brotaron de Balcarce 50 los rumores sobren un posible desembarco en la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), un lugar donde el santafecino no tiene demasiadas ganas de arribar. Tal como pasó con Julián Domínguez, que sonó muchas veces para el Gabinete y, finalmente, llegó para ocupar el ministerio de Agricultura, el regreso de Rossi a la estructura de ministros pareciera tener un final anunciado.
En ese universo desordenado que es el gobierno nacional se multiplicó la incertidumbre sobre qué rol jugará Cristina Kirchner en los próximos meses y, sobre todo, de cara al 2023. ¿Qué hará el kirchnerismo frente a la decisión de Alberto Fernández de llevar adelante la gestión sin negociar con la Vicepresidenta? ¿Cómo reaccionará?
“A Máximo lo único que le importa es mantener su organización alineada y controlada. No le interesa la gestión de este gobierno, que también es el suyo”, fue la sentencia de un alto funcionario del gobierno nacional para definir el camino que está transitando el líder de La Cámpora y que creen que recorrerá en los próximos meses con olor electoral.
El Gobierno está partido. En el peronismo esperan con ansias que Fernández, en el corto plazo, marque el nuevo rumbo de la gestión. El cambio de Gabinete, que tendría modificaciones en áreas específicas que controla el kirchnerismo y en segundas líneas, es parte de ese destino.
Durante los días de Semana Santa el círculo chico de ministros y funcionarios estará en contacto con el Presidente para avanzar en el nuevo plan de acción. Realizar un cambio de Gabinete sin consultarlo con Cristina Kirchner será una prueba de fuego para el Presidente.
Es el momento en que tendrá que mostrar, hacia adentro y hacia afuera del oficialismo, si está dispuesto a conducir el Gobierno con el puño cerrado y mayor firmeza. O, en el caso contrario, tropezando con las limitaciones de poder y de gestión que encontró en el camino desde que la pandemia empezó a diluirse en el tiempo.
Alberto Fernández no solo debe mostrar si está decidido a hacerlo, sino también si tiene el poder para concretarlo. Su autoridad y credibilidad están girando como un trompo.
SEGUIR LEYENDO: