“Si a Alberto le va bien, el candidato a presidente del 2023 es Alberto. Si a Alberto le va mal, el gobierno es de Rodríguez Larreta y Macri. Si a nuestro gobierno le va mal es muy difícil que gane un peronista”. Un legislador, de muy buena sintonía con el Presidente, asumió en los últimos días lo que en el peronismo ya es un tema instalado: el futuro en el poder está absolutamente comprometido.
Si bien dejó de hablar del tema en público, Fernández mantiene su idea de buscar la reelección el próximo año. El problema es que la dirigencia que debe llevar adelante el armado político de su proyecto está cada día más desanimada y resignada con su conducción política.
En verdad, los cuestionamientos internos apuntan directamente a la autoridad de Fernández, su falta de conducción, las debilidades de una gestión económica que no toma vuelo, en paralelo al logro que implicó el acuerdo con el FMI, y la imposibilidad de reencauzar el camino de la coalición, ya sea por un nuevo acuerdo con Cristina Kirchner o por la decisión de marcarle un rumbo más claro a la gestión.
“No hay reacción. No muestra conducción ni una dirección en la gestión. Si esto sigue así, el proceso es una lenta agonía que nos lleva a la derrota pero, sobre todo, a un punto preocupante de la gestión”, reflexionó un senador del interior que lleva tiempo esperando que el Presidente dé una muestra de poder.
En el peronismo albertista están cansados de la postura híbrida de Fernández. No creen, con absoluta convicción, que el Presidente pueda continuar una gestión ignorando a la Vicepresidenta y a La Cámpora. Sería muy difícil gestionar en esos términos con una inflación creciente y un conflicto en puerta, que podría recrudecerse si a los movimientos sociales más duros no les conforman las respuestas del Gobierno.
Además, aparecen en el horizonte discusiones de gestión que es necesario resolverlas en un mesa en la que participe el kirchnerismo. Por ejemplo, el aumento de tarifas. Si el camporismo bloquea las proyecciones acordadas con el FMI, Fernández sumará un nudo difícil de desatar en la gestión. Entonces, negocia o desplaza a los funcionarios. “Ignorar” no parece ser un camino posible.
¿En dónde ven la falta de autoridad? Hay hechos puntuales que crearon un halo de debilidad alrededor de Fernández. Su reacción frente a la crisis post PASO, la decisión de no echar a Luana Volnovich después de irse al Caribe y de no correr a nadie de La Cámpora de los puestos importantes del Gobierno, luego de que la agrupación ultra K votara en contra el acuerdo con el FMI.
También la determinación de mantener como director del Banco Nación a Claudio Lozano, luego de que presentara una cautelar para frenar el pago de la deuda al Fondo, y tolerar los desplantes del Secretario de Comercio, Roberto Feletti, que en pocos días resumió la “guerra” contra la inflación en dos frases preocupantes: “No hago milagros” y “Esto se va a poner feo”.
Feletti también responsabilizó al ministro de Economía, Martín Guzmán, por el resultado de la lucha contra el aumento de precios. “El ministerio de Economía tiene que bajar líneas claras de política económica que reduzcan la volatilidad y preserven ingresos populares, si no esto se va poner feo”, declaró.
El kirchnerismo quiere la salida de todo el equipo económico que son ministros que responden directamente a Fernández. Además de Guzmán, los apuntados son el ministro de Producción, Matías Kulfas, y el de Trabajo, Claudio Moroni.
“No tiene autoridad ni para sacar a un secretario”, asumió un funcionario con resignación después de escuchar al Secretario de Comercio. Otro, que camina la Casa Rosada todos los días, ensayó una defensa: “Está gestionando, coordinó medidas con la UIA y la CGT. y la macroeconomía se está ordenando. Pero todos los días buscan desgastarlo”.
El peronismo albertista está capturado por la desilusión. Queda muy poco del entusiasmo que se había generado el 17 de noviembre, cuando Fernández brindó un discurso en la Plaza de Mayo y tomó centralidad en la gestión, como parte de un movimiento para contrarrestar la presión de Cristina y Máximo Kirchner sobre la conducción del Gobierno.
“No hay esperanza si el año termina con una inflación cercana al 60%. Hay mucha gente desinflada. Nadie sabe bien si Alberto va a hacer algo. Cuesta creerle. El clima es muy derrotista en todas las reuniones del peronismo”, resumió un ministro que ya no espera nada de Fernández.
Cree, al igual que otros integrantes del peronismo, que la crisis interna instaló un statu quo en la gestión política y que el Presidente está dispuesto a vivir así, pese al desgaste que la guerra fría con los K genera sobre la investidura presidencial y el Gobierno.
Asumen que no romperá su alianza con Cristina Kirchner, pero que tampoco le marcará la cancha al kirchnerismo con alguna decisión precisa y certera, que termine siendo una muestra de poder hacia dentro del espacio político. La idea de la ruptura se deshilachó en el tiempo. No le piden que quiebre la coalición, sino que se empodere y ponga un freno a los embates K.
Un diputado que comulga con el albertismo consideró en los últimos días que “la sociedad percibe lo mismo que percibimos muchos de los que estamos adentro, que no hay conducción ni futuro”. En las arterias peronistas sienten que las cartas están echadas y que el Frente de Todos parece no tener arreglo. Es parte del pesimismo reinante.
Los únicos que pueden cambiar la ecuación no se hablan entre sí y parecen estar dispuestos a mantener el silencio. Con la crisis en punto de ebullición, el peronismo comenzó a moverse. La espera de una reconciliación en la cúpula del poder empezó a agotarse. La paciencia se derrite con mayor rapidez porque ni Alberto Fernández ni Cristina Kirchner dan señales concretas de hacia donde va la alianza política.
En ese contexto, aumentó el desconcierto y cada uno de los actores que forman parte del Frente de Todos iniciaron la búsqueda de un rumbo. O, al menos, el diseño de un plan B, por si el acuerdo político entre el Presidente y la Vicepresidente se rompe definitivamente y para siempre.
Los intendentes del conurbano bonaerense se van alineando rápidamente a la conducción política de Máximo Kirchner. Es una jugada obvia. Cristina Kirchner es la dirigente política que más mide en la provincia de Buenos Aires. Sin su respaldo o la aparición de su cara en la boleta, ganar en los municipios serían muy difícil.
Por su parte, los gobernadores del PJ empezaron a plantearse la necesidad de que la coalición encuentre un rumbo, porque sino la crisis política los pasará por encima en las elecciones provinciales. Ya existen contactos entre ellos en los que empezaron a preguntarse si no es momento de rearmar la Liga de Gobernadores y gestar un nuevo nudo de poder en el peronismo.
Es probable que la mayoría de los mandatarios desdoblen la elección provincial e intenten asegurarse que la lucha por el poder territorial se dé entre las cuatro paredes que gobiernan. Sin embargo, algunos temen que si no hay acuerdo entre Alberto y Cristina, sumado a una inflación incontrolable, empiece a tomar volumen una ola amarilla, similar a la del 2015, y los termine perjudicando.
A esos movimientos, se suman los nombres propios que tienen vocación presidencial o que trabajan en esa dirección. La última semana empezó a circular en redes sociales un spot de Daniel Scioli bajo el título “Incondicional”, una virtud que el ex gobernador siempre buscó resaltar sobre sus pasos al lado del matrimonio Kirchner.
En este contexto, el mensaje podría ser interpretado como un gesto hacia Alberto Fernández, hoy criticado en forma permanente por el kirchnerismo, además de una forma de volver a la escena principal mostrando que quiere jugar sus fichas en el tablero electoral. Desde su entorno aclararon que el video pertenece a la campaña del 2015 y que para Scioli “no es tiempo de candidaturas”.
Lo concreto es que el embajador en Brasil tiene intenciones de volver a competir por la presidencia, pero solo lo hará si Alberto Fernández declina su candidatura. Scioli está dispuesto a ser parte de una PASO amplia en el Frente de Todos. De hecho, mantiene reuniones semanales con dirigentes del peronismo a los que les aclara su vocación y su determinación. La decisión es apoyar a Fernández y solo jugar si él no lo hace.
A la figura de Scioli se suma la de Sergio Massa, quien nunca dejó de ser un presidenciable del peronismo. El titular de la Cámara de Diputados ha hecho equilibrio, con cautela y vocación de diálogo, en la cúpula del poder del Gobierno. Es el menos dañado por la balacera interna.
Antes de la conformación del Frente de Todos en el kirchnerismo no lo querían. Ahora parece ser una opción viable para mantener con vida la coalición en el 2023, aunque la desconfianza sigue existiendo. Dentro del mundo K una cosa es ser “propio” y otra un “aliado”, que puede ser circunstancial. Diferencias sutiles. Massa no habla del tema. Perfil bajo.
Del lado K el nombre que circula es el del ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, que actualmente está de gira por Italia y que pronto se irá a Israel. Las giras parecen ser una metodología de los presidenciables. La titular del PRO, Patricia Bullrich, que no oculta su vocación, también inició una serie de viajes por el exterior.
En el Frente de Todos, donde ya se habla de las elecciones del próximo año, entienden, como un criterio en el que hay acuerdo entre todas las partes, que el movimiento de los que tienen intención de jugar en los próximos comicios ayuda a que la alianza salga del barrial en donde está estancada.
“Que empiecen a jugar todos los que quieran. Hay que generar una posibilidad de construir algo porque si enfrente te ven débil, te creen perdedor y empiezan a asumir su triunfo”, detalló un experimentado e importante dirigente kirchnerista. El problema es que la interna sobrevuela en forma permanente la vida de la coalición y lo degrada todo.
En un campo minado como el que atraviesa el Presidente cada día, sumado a la falta de confianza en él que existe el subsuelo peronista, la idea de su reelección pierda fuerza. “Hay compañeros que creen que el mejor camino para descomprimir la crisis es que él se siente con ella y le asegure que no va a ir por un nuevo mandato”, aseguró un dirigente que base política en el PJ.
Una hipótesis, que gira cada día con más fuerza en las diferentes oficinas del gobierno nacional, es que Fernández, si las encuestas no le devuelven una imagen bella, dé un paso al costado, se convierta en el garante de las PASO y decida despedirse del poder con los laureles de haber cerrado el acuerdo con el FMI, después de la deuda impagable generada por Mauricio Macri, y de haber salido adelante luego de casi dos años de pandemia.
Al día de hoy, el Presidente sigue con su vocación intacta. Por deseo o por necesidad. Admitir que no quiere quedarse cuatro años más sería un autoboicot contra el poder que aún ostenta. Ante tamaña dispersión del Gobierno, la conducción firme de Alberto Fernández se volvió una necesitad.
Quienes conocen a Cristina Kirchner aseguran que una de sus virtudes era sembrar entre sus ministros y funcionarios el convencimiento sobre el relato de la gestión. Además, de manejar con mano de hierro todas las vertientes del heterogéneo universo peronista. Ese proceso no existió, ni existe en este tiempo de Fernández al mando de la presidencia.
SEGUIR LEYENDO: