“El 24 de marzo es el día en que más unidos estamos”, dijo Alberto Fernández durante el acto que encabezó ayer, por el Día de la Memoria, rodeado de sus funcionarios leales.
“Es hora de terminar con las divisiones. Ya discutimos mucho, ya nos diferenciamos mucho, ya nos peleamos mucho. Y la verdad es que tanta pelea no le hace más fácil la vida a la gente”, fue el mensaje del Presidente el último miércoles en Paraná.
“No podemos darnos el lujo de desunirnos ya sea por narcisismo o egoísmo. De mi parte no esperen un solo gesto que rompa la unidad”, expresó el martes en una entrevista periodística.
El Jefe de Estado hizo gestos de acercamiento al kirchnerismo durante los últimos tres días. Pedidos de unidad concretos para bajar el nivel de tensión interno y retomar el diálogo. Ayer por la tarde La Cámpora le respondió sin tanta delicadeza y dejando en claro que el Frente de Todos, tal como se concibió, es parte del pasado.
Máximo Kirchner le marcó la cancha con un puñado de mensajes subliminales. “El Gobierno tiene que ser con la gente adentro” y “Uno elige: los estudios de TV o la calle y la gente” fueron frases dedicadas al Presidente. Dardos a los que no hace falta ponerles nombre y apellido.
El Ministro de Desarrollo Social bonaerense y secretario general de La Cámpora, Andrés “Cuervo” Larroque, fue más concreto y más directo. “Fue jefe de campaña de un espacio que sacó 4 puntos en la Provincia de Buenos Aires”, recordó durante una entrevista radial, en la que hizo alusión al rol que ocupó Fernández en la campaña electoral de 2017, junto al entonces candidato a senador Florencio Randazzo.
Además, dejó en claro que el kirchnerismo duro no se irá del Frente de Todos. “No nos podemos ir de algo que nosotros gestamos”, sostuvo. En La Cámpora están convencidos que el Gobierno no tiene futuro sin el kirchnerismo adentro de la coalición. Es con todos o no hay mañana. Es con Cristina Kirchner, no sin ella.
En el fondo creen que es imposible que Alberto Fernández rompa con la Vicepresidenta porque la gestión caería al vacío. Una definición sarcástica de un camporista en el poder sirve para graficar esa creencia: “Nadie entra al cementerio por voluntad propia”.
En el peronismo que respalda al Presidente la mirada es diferente. Hay dos posturas distintas. Los que piden romper con los K y los que creen, al igual que ellos, que el Gobierno es inviable si la ruptura es definitiva. Fernández parece estar decidido a mantener su discurso de unidad, aunque el concepto esté vacío de contenido y solo sirva para titular los capítulos de la inagotable novela peronista.
En el albertismo plantean otra mirada de la realidad. “Después de todo lo que pasó, Alberto tomó la decisión de ignorarlos. Es decir, no confrontar, seguir gobernando y tomar las decisiones que considere. Si se quedan, lo van a ver decidir el rumbo del Gobierno”, aseguró, con confianza ciega, un albertista puro.
“Van a tener que patalear cada vez mas fuerte para que lo que dicen tenga volumen”, sentenció la misma voz.
Detrás de las máscaras hay una verdad distinta. Un vínculo completamente desgastado. Un discurso presidencial de buena voluntad y una respuesta cruda, pero sincera, del camporismo, que no tiene intereses en disimular el malestar. Dentro del Gobierno las distintas facciones se desconfían cada vez más. Ellos y nosotros.. La fractura es expuesta aunque la quieren ocultar.
El Presidente no es el único que manda señales de acercamiento. Ayer la Portavoz del Gobierno, Gabriela Cerrutti, subió a sus redes sociales una foto junto a Máximo Kirchner, y otras tantas con ministros y funcionarios del riñón albertista. Un equilibrio. Un intento por mostrar que no todo está perdido.
El miércoles el canciller Santiago Cafiero también protagonizó una imagen que buscó ser un gesto para intentar una tregua. Se reunió, y lo mostró en una foto, con la senadora nacional Anabel Fernández Sagasti, parte de la mesa chica de La Cámpora y muy cercana a Cristina Kirchner.
El albertismo ha multiplicado los gestos para invitar al kirchnerismo a sellar un pacto de no agresión, pero, por ahora, fueron en vano. En cambio, del otro lado, el camporismo cuestionó al Presidente con dureza y advirtió que no sacarán los pies del plato pese a las tensiones internas.
El Gobierno parece estar destinado a una convivencia tóxica. A ser un matrimonio que prefiere el desgaste de las diferencias diarias a cortar de raíz la indisimulable guerra fría, - aunque cada vez más caliente - que deja a la luz el fracaso de la gestión y del funcionamiento de la coalición que ideó Cristina Kirchner.
En el camporismo estaban contentos con la masiva convocatoria que lograron ayer. Una muestra de fuerza plasmada en la calle, que es una de las formas que tiene el peronismo para discutir el poder. Miles de militantes de la agrupación ultra K unieron los 13 kilómetros que separan a la ex ESMA de la Plaza de Mayo. Las imágenes fueron impresionantes.
En ese camino sobresalieron algunas fotos políticas que aportaron claridad en el mapa peronista. Por ejemplo la presencia del gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, en el principio de la columna de militantes, junto a Máximo Kirchner.
El mandatario bonaerense protagoniza una zigzagueante relación con el hijo de la Vicepresidenta. Ni se llevan tan bien ni son parte de una lucha grecorromana. En el último tiempo, Kicillof parecía estar más alineado al Presidente que a La Cámpora. Pero ayer mostró lo contrario y dejó una frase con final abierto durante una conferencia que brindó junto a la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini.
“Estamos este 24 de marzo para empujar la barrera de lo posible, para pensar para que venimos al Gobierno. No es para no molestar, es para darle de comer a la gente, para dar trabajo, para fomentar la industria y la producción. Al que no le interese pelearse con nadie, que sepa que no lo necesitamos”, señaló el Gobernador
Una parte importante del gabinete de Kicillof estuvo presente en la convocatoria camporista. La vicegobernadora, Verónica Magario; el Jefe de Gabinete, Martín Insaurralde; la ministra de Gobierno, Cristina Álvarez Rodríguez; y el ministro de Infraestructura, Leonardo Nardini estuvieron en la primera fila.
También estuvo el presidente del Grupo Banco Provincia, Gustavo “Tano” Menéndez y un grupo de intendentes del conurbano y el interior del territorio bonaerense. Todos bajo el techo camporista. Imágenes que le sirvieron a Alberto Fernández para saber quiénes tienen los pies dentro de su territorio y quienes juegan con la camiseta kirchnerista.
El Gobierno ingresó en un espiral de discusiones internas que están alejadas de la gestión y que explicitan cada día las diferencias irreconciliables de la coalición. Mientras tanto el Presidente asumió el desafío de la “guerra” contra la inflación sin señales de apoyo de Cristina Kirchner, su hijo y la agrupación que lidera.
“La unidad en la diversidad pasó a ser una sanata. Ya no corre más”, se sinceró un funcionario nacional en el final del 24 de marzo. La historia de la unidad peronista tiene un final, aunque haya esfuerzos y gestiones permanentes para que no lo tenga. O, al menos, para que parezca que ese final es una mala noticia que nunca llegará.
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