Versiones envenenadas, frases hirientes, incertidumbre. Todo se mezcla en la disputa interna del oficialismo, que por momentos transita a centímetros de la ruptura real. El freno parece estar dado por el vértigo y el cálculo sobre los costos individuales de semejante desenlace. Pero el juego sigue, hasta con contrapunto de escenografías básicas. Alberto Fernández difunde una conversación con la directora gerente del FMI, en el marco de varias declaraciones que buscan exponer autoridad. Y Cristina Fernández de Kirchner agrega a su silencio ácido una foto con Madres de Plaza de Mayo, en la antesala de otra jornada de repudio al golpe del 76. Es una tensión en continuado que produce enorme daño, con proyección inquietante sobre la gobernabilidad.
Es llamativo pero propio del encierro en la interna. Cada uno busca mostrar su blindaje, a pesar de los reclamos para bajar la tensión que llegan desde sectores con base territorial: algunos gobernadores, intendentes, referentes de organizaciones sociales. El Presidente alterna reuniones con algunos asesores externos y conversaciones con el círculo de Olivos, más reducido incluso que la estructura de ministros. Son difundidos los reclamos de posiciones duras para poner en caja al kirchnerismo, es decir, dejarlo sin cargos.
Hay cuestiones de gestión que impone la coyuntura, en especial la economía. Son repetidas las conversaciones con Martín Guzmán, una necesidad y un modo de exponer apoyo al ministro más cuestionado en el circuito del oficialismo y no sólo desde las cercanías de CFK. Las charlas políticas tienen escasos interlocutores. Santiago Cafiero, Juan Manuel Olmos, Vilma Ibarra, en primera fila. Gabriela Cerruti y por momentos Aníbal Fernández exponen públicamente. Otros funcionarios de primer nivel se mantienen, algunos por decisión propia, con bajo perfil.
Desde las cercanías de la ex presidente se deja trascender un mal pronóstico sobre la economía en el mediano plazo. El rechazo al acuerdo con el FMI fue expreso. Las consideraciones sobre el escenario que imaginan son graves, en medio de la profundizada crisis social. Lo más alarmante, con todo, es que lo hagan circular.
La batalla doméstica esteriliza hasta los hechos imaginados en Olivos como posible base para recrear la gestión. Es una lista corta, con el acuerdo por la deuda a la cabeza. Era sabido que el entendimiento con el FMI -incluida su proyección en las tratativas con el Club de París- difícilmente generara un acceso significativo al crédito y menos, un flujo de inversión extranjera directa. El cuadro externo fue agravado por la guerra que desató la invasión de Rusia a Ucrania, pero está claro que las condiciones locales jugaban en contra.
En cambio, y a pesar del contexto exterior, en el Gobierno había mayor expectativa al menos por el impacto inicial del entendimiento con el Fondo, nada menor, que significa evitar el default. La crisis interna juega en contra. La movida hecha ayer mismo por el Presidente exhibe el estado de cosas. El Gobierno difundió que la conversación de Alberto Fernández con Kristalina Georgieva sirvió para reafirmar el compromiso político con el programa de medidas económicas que supone el acuerdo. ¿Haría falta ese gesto en condiciones más normales?
Por lo pronto, está claro que resultó necesario frente a los interrogantes que provoca la pelea con CFK y el espacio que ella lidera dentro de la coalición de Gobierno. El mensaje a la interna es apenas otro dato en el intento de recomponer la autoridad presidencial.
Alberto Fernández hizo declaraciones que apuntaron, en el discurso, a reafirmar la lógica elemental de un gobierno: su lugar como presidente y, como tal, la responsabilidad en la toma de decisiones. En sí mismo, otro signo de la anormalidad del poder. Insistió con que no hará nada en contra de la unidad. Y en esa línea, algunos destacaron como un hecho político la foto de un acto oficial, ya programado y referido a políticas medioambientales, que lo mostró junto a funcionarios de su círculo, algunos kirchneristas y gobernadores del PJ y también de la oposición.
Uno de los presentes en ese acto fue Martín Soria. El ministro de Justicia asistió después al plenario de comisiones del Senado que comenzó a tratar el proyecto de reforma al Consejo de la Magistratura. Estuvo acompañado por Juan Martín Mena, viceministro y de hecho, principal pieza de CFK en ese ámbito. Soria embistió contra la Corte Suprema. Y destacó que en este punto, no hay diferencias entre Alberto Fernández y CFK.
El Presidente debe resolver cómo moverá sus piezas en el tablero oficialista. En cualquier caso -la unidad o la agudización de la fractura-, la pregunta es cuál es su plan político. Y en cualquier caso, los elementos centrales son la competencia dura del kirchnerismo, la menor gravitación del Ejecutivo en el Congreso, y la capacidad para generar una convivencia razonable con la oposición, especialmente con Juntos por el Cambio, entre otros rubros.
La fractura interna quedó expuesta en el tratamiento legislativo del acuerdo con el Fondo. Pero lo que discuten unos y otros no es sólo eso. Está en el centro la interpretación de la doble derrota electoral del año pasado -las causas y los culpables-, como base para enfrentar la crisis y el 2023.
Algo de eso, con escasa profundidad, quedó expresado en el cruce de declaraciones entre lo que se presenta como “intelectuales albertistas” versus “intelectuales kirchneristas”. Los primeros quedaron como “moderados” que entienden el trato con el FMI como un paso necesario para recomponer las expectativas propias camino a las elecciones del año que viene. Los otros, cuestionan abiertamente al Presidente, creen que la moderación enmascara impotencia y que las derrotas del año pasado son atribuibles a un abandono de las políticas prometidas en 2019. Pocos reparan en el riesgo de la disputa frente a la crisis. Pero ese es el tema en estas horas.