El término “guerra” elegido por Alberto Fernández para prometer un plan drástico contra la inflación es un error grave en materia de comunicación: expresa falta de consideración -en todo su sentido- sobre la tragedia de la guerra a la vista de todos con la invasión de Rusia a Ucrania. Además, genera expectativas fuera de toda lógica y, a la vez, interrogantes ácidos sobre lo hecho o no hecho hasta ahora por el Gobierno. Con todo, el mayor problema es la falta de un plan político para enfrentar, en medio de la fractura interna, el agravado cuadro de la crisis económica y social.
Un ejemplo destacado de los problemas para jugar las piezas en un tablero difícil acaba de ser dado por las idas y vueltas con el tema de las retenciones. El domingo se conoció la decisión de cerrar las exportaciones de harina y aceite de soja, mientras se dejaba circular la posibilidad aumentar las retenciones a esos productos y al maíz, el trigo y la soja en general. Dos gobernadores, con más o menos cuidado, expresaron su rechazo de inmediato, ese mismo día y por Twitter: Juan Schiaretti y Omar Perotti.
Olivos pudo anotar esos mensajes, además de la carga opositora y el creciente clima de conflicto que expresaban las principales entidades agropecuarias. Visto con cristal peronista, mala señal para las aspiraciones “albertistas” que intentan alimentar en el círculo de Olivos. El gobernador cordobés es un peronista no alineado, pero siempre ambicionado como socio o aliado en el supuesto de una ruptura con el kirchnerismo duro. Y el jefe provincial santafesino es la expresión de mayor peso territorial entre los respaldos al Presidente, aunque a veces diferenciado, del PJ tradicional.
En muy reducido cálculo, el aliento a una suba de retenciones fue explicado en algunos medios oficialistas como un posible gesto a la franja que se identifica con Cristina Fernández de Kirchner y La Cámpora. Todo en el ámbito del oficialismo está impregnado por la fractura cristalizada con el tratamiento legislativo del acuerdo con el FMI.
Un tercio de los diputados del Frente de Todos votó en contra o se abstuvo a la hora de tratar el proyecto de aval al entendimiento con el FMI, pero no a sus políticas concretas. En rigor, el rechazo anticipado por Máximo Kirchner y el silencio de CFK determinó o al menos profundizó la necesidad de un acuerdo con la oposición. El texto del Ejecutivo fue podado para garantizar el apoyo de Juntos por el Cambio y otros interbloques. Es posible que el cuadro doméstico se repita el jueves en el Senado.
El malestar por la cuestión de las retenciones amenazó con complicar el trámite en la Cámara que preside CFK, cuya actuación en la sesión del jueves próximo sigue generando especulaciones. Desde JxC hubo advertencias extremas, aunque dominan las posiciones basadas en un punto mínimo: no hacer nada que pueda arrimar el país al default. No parece que el último mensaje del Presidente cambie el estado de cosas.
Alberto Fernández encabezó ayer en un acto oficial, en Malvinas Argentinas. Intentó instalar un discurso duro, con reparto de culpas externas -la gestión macrista, la pandemia y los efectos económicos de la guerra provocada por Moscú- y un tono que pareció orientado a disimular la disputa abierta con el kirchnerismo. Pero sobre todo, expuso a un gobierno dominado por la coyuntura y que, a la vez, no articula una plan político frente a la gravedad de la crisis. La inflación y su efecto corrosivo son las expresiones más destacadas.
Todas las encuestas, las públicas y las que consume el oficialismo, muestran dos resultados cualitativos que encienden una misma luz de alerta. La inflación encabeza desde hace rato las preocupaciones sociales y es significativo el escepticismo sobre el futuro económico. El Presidente ensayó una respuesta llamativa: anunció una “guerra contra la inflación” y le puso fecha de inicio: el viernes.
Con ese argumento fueron vestidas desde oficinas del Gobierno las versiones sobre una suba de retenciones. Luego de la primera y previsible reacción -política y sectorial- se aclaró que no afectaría en conjunto a la soja, el maíz y el trigo. Quedó abierta la franja de los derivados de soja. Se verá en un par de días.
Por lo pronto, el diagnóstico hecho por el Presidente en el acto de ayer asomó como una pieza inquietante porque supone medidas que no contemplarían en ningún caso una revisión de sus propias políticas. Lo dicho: resumió otra vez los problemas como fruto de la herencia y la pandemia del coronavirus, y le sumó los efectos económicos -a nivel internacional- de la guerra desatada con la invasión de Rusia a Ucrania.
Alberto Fernández hizo una extraña explicación sobre las “guerras actuales” para explicar el nuevo contexto. Una consideración más que discutible. Pero además, le atribuyó la escalada de precios a esa coyuntura, algo que se desviste con la propia información de ayer: el anuncio del IPC de febrero, antes de la guerra.
Es cierto, según afirman especialistas e indica el sentido común, que las consecuencias de la guerra impactarán en la economía local, aunque no es único condicionante de lo que se espera para el cierre de marzo. La evolución del costo de vida expresa que el problema local es por sí sólo más grave, de arrastre y no de coyuntura.
El IPC viene registrado una trepada en los últimos tres meses: diciembre, con 3,8%; enero, con 3,9, y febrero, con 4,7. El año pasado tuvo momentos que alimentaron el discurso oficial sobre un quiebre de tendencia. Después de los picos de marzo y abril, con más de 4 puntos porcentuales, sobrevino una línea descendente hasta agosto, que anotó 2,5%. Volvió a subir en septiembre y octubre, con marcas por encima de los 3 puntos, y bajó nuevamente en noviembre (2,5%). Después, arrancó una escalada que continuaría este mes.
Con ese cortinado de fondo, el anuncio agendado por el Presidente para el viernes sólo se explicaría por la necesidad de no alterar el curso legislativo del acuerdo con el FMI y de intentar negociaciones con algunos sectores formadores de precios, según se sugería en las últimas horas.
Vuelta entonces al discurso del Presidente en su acto de ayer. Además de las señales referidas sobre la inflación y las causas de la crisis, dejó la impresión de que el acuerdo con la oposición en el Congreso es accidental, forzado por la fractura en el oficialismo que terminó de exponer el trato con el FMI. No sería una línea para establecer consensos. Tampoco predominaría la búsqueda de sostén en los jefes del PJ más tradicional: el tema de las retenciones fue una expresión. ¿Recomponer el frente interno después de frenar al borde del default, cada uno haciendo su papel? Es una lectura liviana frente a la crisis. Y en todo caso, un juego de riesgo: la inflación está señalando los límites.
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