Ricardo Fernández Núñez tiene 75 años. Es un exitoso empresario argentino. Tiene bodegas y fábricas de alimentos en Italia, España, Polonia, Estados Unidos, Hungría, República Checa y Ucrania. Desde hace varios años vive en Ucrania, el país invadido por las tropas de Vladimir Putin. Su último proyecto es producir vino con uva autóctona en Odesa, una ciudad ubicada en el sur del país en guerra. La crueldad rusa contra la población civil de ciudades como Mariupol lo sorprendió en Francia durante la exposición vitivinícola. Cordobés de nacimiento, habla con Infobae desde Varsovia. Lo hizo horas antes de viajar a España para coordinar la ayuda humanitaria para los refugiados. Desde territorio español ya están en viaje 50.000 latas de alimentos autocalentables elaborados en una fábrica de su propiedad. Con Pedro Lylyk, el presidente del Centro Ucraniano de la Argentina, y con la gobernación de Mendoza, provincia dónde tiene su bodega Vinos de la Luz, también concentran los movimientos de ayuda para trasportar la ayuda humanitaria hacia los países fronterizos de la nación asediada por los bombardeos de la aviación rusa.
Dos de sus empleados combaten junto al ejército regular ucraniano. Tatiana, otra trabajadora de su fábrica, vive asediada por los bombardeos. “Los hombres piden proteger a la familia, a las mujeres les tuvimos que pedir por favor que salgan de Kiev”, revela y describe que el tercer ejército ucraniano es el de “las casas”. En las viviendas, los civiles preparan bombas molotov que por televisión el gobierno de Volodímir Zelenskiles les enseño a armar. Miles de botellas vacías de los vinos que produce en sus plantas, y en la de otros bodegueros, se podrían estar utilizando para intentan frenar el avance los carros de asalto y tanques del ejército invasor.
—¿Hace cuánto instaló su empresa en Ucrania?
—Vine a Europa en el año 1989, después de que se cayó la Cortina de Hierro. El día que se cayó la Cortina de Hierro comencé a pensar que podía venir para acá. Para acá es Polonia, lugar desde dónde le estoy hablando. Ahora estoy en Varsovia. En Argentina desarrollaba los Planes de Ahorro Previos. Trabajaba en gran escala. Me pareció que era un negocio que podía funcionar en los países del Este, y eso hice. La primera empresa la armé en Polonia, después en República Checa, Hungría y en 1998 llegué a Ucrania. Seguimos con ese negocio durante mucho tiempo, hasta que la Comunidad Económica Europea hizo que mutáramos el perfil del negocio. Nos modernizamos, compramos fábricas, por ejemplo, de alimentos y además somos productores de vinos en Mendoza, Italia, España, California y vamos a producir, Dios mediante, en Ucrania, en los viñedos de Odesa, en los viñedos del sur del país.
—¿Cuántos empleados tiene trabajando en Ucrania?
—Cuarenta y seis. Tendría que decirte muchos más porque hay mucha gente por maternidad que pueden estar de licencia hasta dos años. Hay muchas madres que no las cuento como trabajadores prácticas.
—¿Le han pedido salir de Ucrania por la guerra, por la invasión Rusa?
—No. No. Lo que han pedido los hombres es proteger a la familia. A las mujeres se le ha tenido que pedir por favor que salgan de ahí. Algunas quisieron y las ayudamos económicamente y con todo lo necesario para que se vayan. Pero muchas no quieren. La gente no quiere salir de Ucrania. Los hombres no pueden, las mujeres tampoco quieren. Por esa razón son pocos los empleados que vinieron a Polonia, los otros están esperando en sus casas, en sus casas.
—Debe haber situaciones dramáticas.
—Tatiana, una empleada muy identificada para mí que está sitiada en su casa. Tatiana está cerca de Kiev, hace una semana que no tienen agua ni electricidad, no tienen nada, pero están ahí aguantando.
—Las noticias que llegan no son muy alentadoras. El ejército Ruso bombardea hasta hospitales maternales. Y los Ucranianos, como usted dice, resisten.
—Para que la gente entienda. En Ucrania hay tres ejércitos. El ejército regular. Es muy profesional y ha estado en muchísimas campañas. Ese ejército fue reducido poco a poco por los gobernantes pro rusos que tuvo Ucrania. Pero es muy bueno, muy profesional y mucho armamento moderno llegado de varios países occidentales. El segundo ejército es el de los Comité de Autodefensas. Son los que están defendiendo los pueblos. Es la gente que sabe manejar un arma, que tiene armas o que le han dado armas y hasta uniformes para que defiendan las ciudades. También están en ciudades grandes, y no son pocos. En Ucrania hay cientos de miles de soldados reservistas porque Ucrania está en guerra desde hace ocho años con las repúblicas separatistas. Hay miles y miles de soldados muy entrenados en la reserva.
—¿Y cual es el tercer ejército?
—Lo voy a decir de manera naif. El tercer ejército, que es el ejército de las casas. Los ucranianos han aprendido por lecciones del Gobierno en la televisión a armar bombas molotov para defenderse de los tanques rusos.
—Hemos visto imágenes de civiles preparando esas bombas molotov.
—Sí, sí, hay muchas botellas vacías que antes tenían los vinos que se venden en Ucrania .
—Se refiere a las botellas que utiliza en su bodega para envasar el vino.
—SI, pero no solo mías. Hay cientos de miles de botellas vacías que han tenido vinos míos o de otros colegas productores o importadores.
Fernández Núñez lanza la frase y sonríe. Pero no dice más. Hay que repreguntar e insistir para que vuelva al tema.
—¿Está orgulloso, si se puede usar esa palabra, que botellas de su empresa sean utilizadas para, si esto es posible, parar el avance de los tanques rusos?
Antes de responder, el empresario de 75 años niega una y otra vez con la cabeza. Aprieta los labios. Se pone serio.
—No, no, no. De ninguna manera. No se si se van a usar las mías, las de mis colegas. Pero no, estoy muy triste por eso. Estoy muy triste: primero porque soy incapaz de armar a nadie. Segundo porque ¿cómo es posible que la gente en las casas tenga que armar bombas molotov para defender su vivienda frente a una agresión? Ojalá que hasta ahora no hayan usado ninguna de mis botellas para fabricar una bomba molotov, pero si las tienen que usar, que las usen.
Los empleados combatientes
Fernández Núñez es enfático al analizar las acciones de las fuerzas de Vladimir Putin sobre territorio ucraniano. “Los rusos están asesinando a los civiles. Los rusos matan a las personas dentro de los corredores humanitario. Los rusos evitan la confrontación directa. La guerra de contacto. Se han encontrado con un ejército muy bravo, muy duro, muy peleador que les sacó muchas cosas que las creían ganadas. Los están destrozando, pero Putin no está ganando la guerra que él pensó que iba a ganar. Putin invadió Ucrania con una excusa ridícula. Creyó que en dos días se terminaba toda las historia. Llevamos más de dos semanas y si miramos en el mapa, han llegado a ciudades determinadas, pero todavía queda un gran abanico de territorio dónde los ucranianos se hacen fuertes y les van a dar una dura batalla”.
—¿Se imaginó que la invasión rusa continuaría por tanto tiempo?
—Cuando Putin invadió, ya también pensé que esto podía terminar rápido. Eran más de 150 mil soldados rusos, era, y es, la maquinaria brutal de Rusia y todo lo que significa Rusia. Pero ninguno, ninguno de los ucranianos que me rodeaban pensaban lo mismo. No me decían “cállate” porque soy el dueño de la empresa; pero me decían que estaba equivocado, y así sucedió. Los ucranianos tienen un gran espíritu de combate, los ucranianos no se entregan. Rusia ahora está tratando de minarle la moral, y tampoco lo consigue.
—¿Cuántos hombre ucranianos tiene trabajando en su empresa ubicada en Kiev?
—Es una empresa prácticamente de mujeres. Hay doce hombres trabajando.
—¿A alguno de ellos los llamaron para combatir?
—Dos de ellos sí. Ya los han llamado. Están combatiendo con el ejército regular. En Ucrania esto es normal. No es la primera vez que me pasa. Ucrania hace ocho años que está en guerra con los supuestos Estados separatistas. Nosotros todos los meses pagamos el impuesto a la guerra. Es el 1,5 por ciento de los salarios que pagamos.
—¿Tuvo contacto con estas dos personas que están combatiendo en algún lugar de Ucrania?
—No lo puedo decir. Están Bien.
En el rostro surcado por los años se percibe que quiere decir más, pero obligaciones impuestas bajo los secretos de la guerra se lo impiden.
Ricardo Fernández Núñez, cordobés de nacimiento, egresó de la Universidad de Buenos Aires como abogado en 1973. Casi de inmediato se dedicó con sus propios emprendimientos, los famosos Planes de Ahorro Previo que las clases menos acomodadas utilizaban para comprar desde un televisor o llegar al primer automóvil.
Treinta y tres años después creyó que las oportunidades estaban en los países que formaban parte de la ex Cortina de Hierro que se abrían al mundo capitalista. Su visión era correcta. Hoy su grupo vitivinícola Vinos de La Luz cuenta con bodegas productoras en Valle de Uco, en la provincia argentina de Mendoza; en Ribera del Duero, en España; en la localidad de Siena, en Italia y entre otros países en Estados Unidos, en la localidad de Santa María, en California. También tiene fábricas de alimentos líquidos, y distribuidoras de sus propios productos y de etiquetas mundiales. Vive en Ucrania país donde tiene afincadas tres sociedades: Auto Fond, Big Wines y Wine Gallery.
Por un momento, solo por un momento, el empresario acepta, por invitación de Infobae, hablar de sus bodegas. Asegura que los ucranianos consumen principalmente vinos de Georgia y Moldavia y después vienen los internacionales. “Hace muchos años que, con otros negocios, trabajo fuera de la Argentina y eso nos llevó a producir nuestros vinos en otros lugares, además de exportar”, explica. En España, la bodega se llama La Luz del Duero y en Italia, Luce de La Luz. Una de sus etiquetas más galardonadas es Iluminado, vino de la luz.
De Hitler a Putin
Fernández Núñez no permite nuevos caminos de diálogo. Los padecimientos de los ucranianos demandan atención y urgencia. “Esta es una guerra motivada por el odio”. “Tengo mi corazón del lado ucraniano”. “Putin habla con el odio de Hitler en el año 1939″. “Mis empleados me preguntaban por qué el Gobierno Argentino apoyaba a Rusia”, dirá en los próximos minutos de entrevista.
—Usted ahora esta en Varsovia, pero desde Ucrania le debe llegar información directa abrumadora.
—Es terrible la angustia. Es terrible las familias destrozadas. Pero hay cosas que solo estando se pueden percibir. Cuando hablamos de familias destrozadas, no es porque alguien mató al marido, o a la mujer le cayó una bomba. Hay familias conformadas por ucranianas y rusos. Se han casado entre ellos. En Ucrania hay una gran población rusa. La pregunta es ¿qué va a venir después de esto?
—Además de las botellas para las bombas molotov, ¿cómo colabora usted con la gente en esta resistencia?
—Ahora ayudando a lo que se tienen que desplazar. La invasion no nos dio tiempo sino a proteger a nuestros empleados, pagarles sueldos adelantados, organizar la salida a otros países a algunos de ellos y dejar organizadas las cosas para que a nadie faltara nada en sus casas. Pero no sabemos si en sus casas están seguros hoy. Ayer trajimos otra familia y eran siete mujeres y niños. En Polonia por ejemplo en menos de 48 horas estaba organizada en nuestro edificio de Varsovia una inmensa recolección de ropas, juguetes y elementos no perecederos. Desde España están en viaje 50.000 latas de alimentos autocalentables que es un invento español que compramos hace cinco años y montamos una fabrica muy moderna porque al ser autocalentable es muy fácil de proveer en los campos de refugiados. Además estamos proveyendo fondos mediante transferencias desde varias tarjetas de debito que nuestra organización tiene en Ucrania y le vamos enviado a quienes van necesitando a sus tarjetas de crédito. Ahora empezamos a organizarnos mejor. Atendimos lo urgente.
—¿Lo hace en soledad o con otras organizaciones esto?
—Hay mucha solidaridad. Vamos a coordinarnos. Por ejemplo Pedro Lylyk -ese genio de la neurocirugía- desde Argentina está haciendo una concentración de elementos de ayuda humanitaria y estamos intentando traerlo a los países fronterizos con Ucrania. La Senadora Mariana Masi y el gobernador (Rodolfo Suárez) están generando un movimiento de ayuda que vamos a coordinar entre todos, y hay mas, pero recién han pasado 15 días y no nos esperábamos esto. Tenemos una organización empresaria grande que atender en el día a día y la gente se esta quedando hasta las doce de la noche para dar su apoyo. Me gustaría nombrarlos a todos pero no es posible: Gemma Aliste y Noelia Mena en España; Nataliia Burlachenko en Ucrania, Cecilia en Italia, Pablo Navarrete y el equipo de Vinos de la Luz de Argentina, se están matando. Pero quiero serte sincero, para el mundo Ucrania todavía esta lejos, la ven lejana, y creo que no ven que si este Hitler moderno que es Putin, avanza, va a seguir con todo Europa. Si no lo ven, la colaboración en mas difícil. Pero lo están empezando a verlo como un peligro enorme. Debemos acordarnos de una cosa: no podemos pasar la frontera, no podemos llegar a Ucrania, no somos gobiernos. Nosotros llegamos hasta la frontera, Occidente debería traspasarla para parar a este genocida de Putin. Ese hombre alguna vez tendrá su Nuremberg por esto.
—¿Los rusos están minando la moral de los ucranianos como pretenden?
—No, no. Y créeme que no lo digo porque tengo mi corazón del lado ucraniano, cosa que se nota. No lo tengo solo por mis vinculaciones con Ucrania, sino porque esta es una guerra artera, despareja, de sorpresa traicionera, es una guerra motivada odio. Basta ver los vídeos de cómo hablando Putin y como habla de Ucrania y de los ucranianos. Habla como hablaba Hitler en el año 39.
—¿Las oficinas de su empresa en Ucrania en qué ciudad está ubicada?
—En Kiev. En una gran avenida con mucho tránsito. Esa zona no ha sido bombardeada, pero está todo cerrado.
—Me imagino que el temor a la destrucción está.
—(Silencio) Qué queres que te diga…pasará lo que tenga que pasar. Ucrania tiene mil años. La habrán destruido muchas veces y la han reconstruido. Todo lo material se repone. Lo que no se va a reponer es la vida. Una sola vida no se va a reponer.
—Son tremendas las imágenes de los niños migrantes. Matan esas escenas.
—Polonia, en la frontera, recibía a los chicos con peluches. Les daba a los chicos juguetes para que tuvieran su mundo de forma inmediata; pero mucho antes de cruzar a la frontera ucraniana-polaca, en cada puesto de los últimos doscientos kilómetros antes de la frontera, los soldados ucranianos, cuando veían que dentro de los autos había chicos, sacaban una bolsa de manzanas y se las daban. Pero no se las daban por hambre, porque no todos los que cruzan son pobres, al contrario, se las daban como gesto para que se sintieran queridos, los que se iban, y Polonia los recibía con otro gesto para que se sintieran queridos los que llegaban. Atrás de las lágrimas de esos chicos hay una acción de solidaridad.
—¿Cómo analiza la posición del gobierno de Alberto Fernández en este conflicto?
—(Silencio) El Presidente argentino fue a visitar a Vladimir Putin cuando ya latía que iba a invadir a Ucrania. Por supuesto, las visitas oficiales se programan con tiempo y por ahí no se podía desarmar, pero no había ninguna razón para sentarse al lado de Putin y decirle “quería conocerlo, quería mirarlo a los ojos, estamos hartos del Fondo Monetario y Estados Unidos y usted tiene en Argentina las puertas abiertas para América Latina”. No tenía ninguna necesidad en hacerlo y lo hizo.
—¿Y sus empleados qué le dijeron?
—Ese Presidente me debe una porque yo tuve que poner la cara ante mis empleados. Mis empleados me vinieron a preguntar si nosotros, los argentinos, apoyábamos a Putin. ¿Está claro esto, no? Pero segundo: ¿cuándo tomaron una posición concreta respecto a que esto era una invasión y que se cometieron crímenes de guerra? Cuando el Canciller tuvo que ir a las Naciones Unidas y leer una carta de manera vergonzante, mirando para abajo, diciendo que castigaban y se pronunciaban en contra de la invasión. Esa no es política de Estado. O sos una cosa o sos otra.
—¿Qué le contesto a sus empleados?
—(Silencio) Un argentino en el exterior no debe hablar mal de su país o de sus gobernantes…pero el presidente Fernández colmó los límites de mi prudencia. Le dije a mis empleados que este señor había llegado a la presidencia en forma casi mágica y que era como un barrilete: según donde estuviera volando decía las cosas que debajo del barrilete quieren escuchar. El Presidente de mi país desmintió que en plena pandemia y confinamiento haya existido una “fiesta en Olivos”. Lo desmintió y después terminó reconociéndolo. Una persona que hace algo así es una persona a la que no se le puede creer absolutamente nada. Y hoy no le creo. Al Presidente no le creo que estén en contra de la invasión de Rusia a Ucrania.