El lunes 22 de noviembre del año que pasó el senador entrerriano Edgardo Kueider abrió las puertas de su departamento en el centro porteño para recibir al legislador correntino Carlos “Camau” Espínola, el entonces secretario de Obras Públicas, Martín Gill, y los ministros “Juanchi” Zabaleta, Matías Lammens y Gabriel Katopodis. Fue cinco días después de que Alberto Fernández diera una muestra de autoridad y centralidad en un acto en la Plaza de Mayo. El comienzo de una nueva etapa.
Esa noche los seis empezaron a tramar la construcción de una estructura política que sostenga al Presidente y que proyecte su reelección en el 2023. Es decir, darle inicio al armado del albertismo para contrarrestar los embates internos del kirchnerismo, inyectarle poder a la conducción de Fernández y planear un camino nuevo bajo el enorme paraguas protector en el que se ha convertido el peronismo.
En ese momento no tenían la luz verde del Jefe de Estado, quien se pasó dos años frenando cualquier tipo de construcción propia para evitar conflictos con Cristina Kirchner. Se reunieron para poner blanco sobre negro las consecuencias de la guerra fría con el mundo K y discutir sobre las necesidades de avanzar en un armado nuevo que marque distancia del kirchnerismo. Darle al mandatario lo que nunca tuvo: una estructura política.
Casi tres meses después, el 14 de febrero de este año, un grupo ampliado se reunió a almorzar en el ministerio de Obras Públicas que conduce Katopodis. Lejos de festejar el día de los enamorados, pusieron sobre la mesa el tema de la reelección de Fernández y empezaron a discutir las opciones posibles para armar un esquema referenciado en él. Cómo, con quiénes, a partir de cuando y en que dirección.
En esa comida estuvieron, además de Katopodis, el canciller Santiago Cafiero; el Jefe de Gabinete, Juan Manzur; y los ministros Matías Lammens y Jorge Ferraresi. Zabaleta, un albertista de la primera hora que siempre suele estar en esos encuentros, se ausentó por un viaje al interior del país. También se sumaron el entrerriano Kueider, que se transformó en el hombre del Presidente en el Senado, territorio dominado por Cristina Kirchner, el ex senador cordobés Carlos Caserio, Camau Espínola y Victoria Tolosa Paz.
Esos nombres propios ya están trabajando en la construcción del armado albertista. Cada uno en su distrito de base e intentan tejer desde el subsuelo de la política hasta las altas esferas. Armar mientras las bombas K caen sobre la Casa Rosada, pero sin romper la coalición. Fernández bajó línea de trabajar por la unidad, más allá de construir una nueva corriente interna que generará resquemores.
En paralelo, el Grupo Callao, que Fernández creó en el 2017, empezó a ponerse en movimiento para agitar la interna peronista y mostrarse activo. La gran mayoría de quienes lo integran son funcionarios de este Gobierno y sienten la necesidad de ganar poder en el esquema gubernamental para intentar equilibrar el poderío que tiene La Cámpora en el Gobierno, al tener dirigentes propios en los organismos más importantes del Estado, como la AFIP, el ANSES e YPF.
Esa agrupación forma parte de Agenda Argentina, un espacio integrado por intelectuales y dirigentes albertistas, que este sábado realizarán una actividad en el PJ en la que se discutirán los caminos para consolidar la segunda etapa de la gestión. Un título elegante para discutir el fondo de la cuestión: cómo llega Fernández al 2023 sin caerse del barco antes.
El último jueves el Grupo Callao emitió un comunicado de respaldo al acuerdo con el FMI, cuestionado por el kirchnerismo duro, y al discurso que dio Fernández el 1 de marzo en el Congreso. “El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que anunció nuestro Presidente es indispensable. Se trata de un acuerdo que no condiciona las bases sobre las cuales construir nuestro futuro, ni impone reformas que alteran el contrato social que garantiza un Estado presente”, indicaron.
El Presidente lo compartió en sus redes sociales en forma de respaldo. Un guiño. Ese mismo día La Cámpora sacó un video en el que recordó un discurso de Néstor Kirchner cuestionando al Fondo. Ayer publicaron uno más duro aún. Una seguidilla de frases de Máximo Kirchner, a lo largo de los últimos cuatro años, criticando al organismo internacional.
La agrupación ultra kirchnerista utilizó esos videos para fijar una postura antes de que comience el debate parlamentario en la Cámara de Diputados. Aún permanece la incógnita de si apoyarán o no el acuerdo con el Fondo, pero indicios como los que dieron inclinan la balanza sobre la posibilidad de que se abstengan a la hora de votar.
Si eso sucediera, en el Frente de Todos creen que la coalición se fracturaría, más allá de que lo intenten disimular. El acuerdo es clave para proyectar el plan económico de los próximos dos años. Si un sector de la coalición no lo apoya, entonces no respalda la decisión política del Gobierno. La cuenta es bastante simple.
La decisión que vaya a tomar el kirchnerismo más duro puede acelerar o demorar la construcción del proyecto político que tiene a Alberto Fernández en el vértice. El Presidente tiene en claro que el escenario político que se formule durante la votación en el Congreso puede modificar los tiempos de su proyección presidencial y alterar los planes. El resultado cambia el mapa.
Las diferencias entre el sector referenciado en el Presidente y el kirchnerismo duro se profundizaron después de la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque oficialista en Diputados, y provocaron más vertiginosidad en las gestiones para armar el albertismo.
Si el acuerdo es aprobado en las dos cámaras del Congreso, el primer mandatario se anotará un triunfo en la interna peronista y se enfocará de lleno en ajustar lentamente las variables macroeconómicas para lograr una reducción de la inflación. Ese es el libreto. Sin la preocupación de tener que lograr el respaldo parlamentario, podrá empujar su esquema propio para ganar volumen en los meses que le quedan al año.
Pero si el acuerdo no pasa la barrera parlamentaria, el Gobierno podría ingresar en una nueva crisis política y la figura presidencial se debilitaría más de lo que ya lo está. Así, cualquier proyección futura se volvería una utopía.
En poco más de un año se estarán cerrando las listas de candidatos para las elecciones presidenciales 2023. Es muy probable que la gran mayoría de los gobernadores desdoblen la elección provincial de la nacional y la adelanten. Eso generaría que los comicios empiecen en el segundo trimestre del próximo año.
¿Qué quiere decir esa cuenta? Que para los últimos meses del 2022 debe haber una definición del Presidente respecto a que camino va a tomar, para darle una hoja de ruta a los mandatarios provinciales. Claridad y previsibilidad. Hoy parece lejos, pero no lo es tanto. Dejar atrás el conflicto por el FMI será clave y, al mismo tiempo, definirá en qué lugar quedó parado cada uno dentro del Frente de Todos.
En el albertismo piden a gritos señales concretas del Jefe de Estado para apretar el acelerador en el armado territorial. ¿Cuáles? Que Fernández empiece a plantearle a los gobernadores, ministros e intendentes su vocación de permanecer en la Casa Rosada otro mandato más. Que haga política pura. Rosca, en paralelo a la gestión. A algunos pocos ya les confesó que quiere ser reelecto. Lo que falta ahora es extender esa voluntad política para condicionar el juego de los demás actores.
Si Fernández no tiene gestos de autoridad que marquen un rumbo, que pongan un freno sobre el avance de La Cámpora y que definan su lugar en la gestión, corre el riesgo que sus propios soldados empiecen a bajarse del proyecto presidencial. Nadie quiere quedar a mitad de camino de cara a los comicios del 2023, porque después necesitan tener margen para reacomodarse según como quede el tablero peronista.
Parece una locura, pero no lo es. En las elecciones presidenciales del próximo año ya se empezaron a jugar. En Argentina difícilmente haya un año que no esté marcado por las elecciones. Este no es la excepción.
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