Anticipo de “El camino del libertario”, el nuevo libro de Javier Milei

El economista y diputado nacional presentó su libro decimoséptimo. Cuenta en tres actos su vida, las bases ideológicas de su pensamiento y su inmersión en el mundo de la política que lo llevó a la Cámara baja. Infobae presenta fragmentos de la obra que publicó Planeta

El diputado por La Libertad Avanza, Javier Milei, publicó su libro 17 "El Camino Libertario".

La llegada al Estudio Broda

El paso por la UTDT implicó un cambio radical. Me sentía mucho más cómodo con la nueva estructura, a punto tal que volví a escribir. En ese contexto presento un trabajo sobre la sustentabilidad de la política fiscal para la reunión de la Asociación Argentina de Economía Política de 2001. En aquel momento de Argentina, el tema fiscal y el cambiario estaban en el tope de la agenda. Por un lado estaban los que proponían pesificar y devaluar para que la licuación de pasivos y la destrucción del salario real (en especial en dólares) permitieran recuperar la economía aniquilada por la Alianza. Por el otro lado estábamos los que queríamos que se hiciera un ajuste fiscal que debía recaer en la política. ¿Les suena el debate?

Luego de un arduo trabajo durante 2002 y 2003 en Máxima AFJP, la fortuna volvió a tocar mi puerta. A inicios de 2004, el doctor Miguel Ángel Broda me ofrece trabajar como economista coordinador de su estudio (tarea compartida con su hija Andrea). Si bien estuve allí cuatro meses, la experiencia fue maravillosa. Aprendí el trabajo del economista profesional de verdad. Había dejado el lado del mostrador en el que recibía los informes de las consultoras (a los que les hacía críticas cosméticas, más o menos válidas desde lo teórico, pero cosméticas al fin) para estar del lado de los que escribían.

El libro fue publicado por Editorial Planeta. Javier Milei es diputado nacional e ingresó a la Cámara tras quedar tercero en las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires.

En principio, parecía fácil. Venía de publicar dos artículos muy buenos en materia de sustentabilidad fiscal, con contribuciones concretas para los casos sin (2001) y con incertidumbre (2002), y, muy especialmente, había publicado el que aún hoy considero uno de mis mejores artículos académicos de mi carrera: «Deuda soberana óptima bajo información asimétrica». Allí, en medio de la renegociación de la deuda defaulteada en 2002, aclamada y festejada por la corporación política como si, ante la quiebra de una empresa, los empleados que pasarían a estar desempleados festejaran el evento (aunque la corpo nunca paga los costos), me puse a desarrollar la estructura analítica del bono con el cupón atado al PIB. Hasta ese momento, los desarrollos teóricos eran muy malos ya que implicaban que, cuando a un país le iba mal, le llovían los dólares del financiamiento, mientras que, si las cosas iban bien, era tanto lo que tenían que pagar que caían en default. Un resultado ridículo. Por eso, en el trabajo se desarrollaba un contrato de deuda dinámico que incorporaba los problemas de información asimétrica (con las pertinentes restricciones de participación y compatibilidad de incentivos) y cuyo resultado era un cupón atado al PIB con un techo y un piso. Esto es: cuando a la economía le va bien no cae en default y cuando le va mal, difícilmente reciba todo el financiamiento que busca.

Sin embargo, a pesar de mi enorme facilidad con las matemáticas, y en especial con lo divertido que me resultaba y me resulta hacer y usar modelos formales, el desafío de la hoja en blanco cada semana distaba mucho de ser simple. Había que estar mirando los datos todo el tiempo, encontrar algo novedoso y que fuera relevante. A su vez, la competencia buscaba lo mismo, por lo que, si uno llegaba tarde, tenía que asimilar la explicación del rival y ver si la podía mejorar para no quedar fuera del debate. Todas las semanas quedaba en claro cuán fácil era criticar y cuánto más difícil construir. Pero después de un tiempo asimilé la dinámica del trabajo.

En ese momento, año 2004, en Argentina se discutía si era posible para el gobierno perseguir una meta en un tipo de cambio real. La literatura señalaba que no era posible ya que, si el Banco Central fijaba el tipo de cambio por encima del «nivel de equilibrio» (en la segunda parte del libro se entenderá el uso de las comillas), el ingreso de divisas llevaría a una expansión de la oferta monetaria que haría subir los precios y entonces el tipo de cambio real se apreciaría. Por otra parte, si se liberaba el tipo de cambio, el precio de la moneda extranjera quedaría alineado con la cantidad de dinero y el nivel de precios. Esto es, el gobierno no podía hacer nada para tener un «tipo de cambio competitivo» desde el cual impulsar el crecimiento económico liderado por las exportaciones. Más allá de eso, el debate era ese y estaba plantea- do en esos términos. Y ahí muchos proponían lo que hoy definiría como la solución violenta: el control de capitales. La idea era que el Banco Central pudiera desacoplar del control del tipo de cambio y el nivel de precios restringiendo el ingreso de capitales. Naturalmente, la solución no me resulta simpática.

Frente a ese desafío, me enfrenté y resolví el trilema monetario pensando el problema a la Jan Tinbergen. Esto es, como un problema de incompatibilidad en la cantidad de instrumentos y objetivos. Básicamente, el Teorema de Tinbergen dice que, si se tiene «n» objetivos de política económica, por lo menos hay que tener «n» instrumentos de política económica independientes. Controlar el tipo de cambio real implicaba controlar dos precios y, por ende, se necesitan dos instrumentos de política económica, uno para controlar el tipo de cambio y otro para controlar los precios. Entonces, descubro que el problema del trilema se «arreglaba» sumando un instrumento de política económica, y ahí aparecen dos versiones. Por un lado, la versión heterodoxa del control de capitales, mientras yo proponía una política fiscal contracíclica. Esto es, si la política monetaria estaba subordinada al control del tipo de cambio, para compensar los efectos sobre el nivel de precios, la política fiscal debía compensar los efectos en precios de la primera. Obviamente, el resultado era que, si querías tener un tipo de cambio real competitivo y querías ganar en competitividad, la política fiscal debía correrse para que el nivel de precios estuviera a raya. No está mal el resultado, pero hoy me produce náuseas el nivel de violencia y fatal arrogancia que implica pensar la política económica en esos términos. Sucede que aún no había tenido la dicha de toparme con Murray Newton Rothbard.

Javier Milei estuvo semanas atrás en Córdoba.

Más allá de mi visión presente sobre la economía en general y el análisis económico en particular, parado en la lógica de aquel debate y en aquel momento, la contribución era importante. Yo lo tenía claro, pero el doble comando en el estudio siempre lo dejaba fuera de los semanales y las presentaciones, hasta que un día el doctor Broda tenía que mandar una nota a La Nación, y sabiendo de mi habilidad para modelar, me llamó para discutir el tema y ahí le expuse mi visión. El doctor Broda captó de modo instantáneo la contribución, señalando con su típica voz de trueno: «Este es un aporte significativo, para que haga cosas como estas es que lo contraté». La presencia de otras personas en el lugar era el indicio de que debía renunciar. La decisión ya estaba tomada; sin embargo, dada la enorme carga de trabajo que implicaba el armado del ciclo mensual, le comuniqué a Miguel Ángel mi decisión al día siguiente de la presentación, ya que es el día en que todos descansan después del ciclo. Miguel Ángel me dijo: «Justo ahora que le tomó la mano al trabajo». Y yo le contesté: «El tango se baila de a dos y, si la otra parte no quiere bailar, es imposible».

Nos miramos. Nos entendimos. Nos dimos la mano. Y me fui, con un enorme y eterno agradecimiento para con el doctor Miguel Ángel Broda, quien me enseñó el oficio y a ganarme la vida como economista. Tiempo después, en una charla con José Luis Espert, que también había pasado por el estudio, le conté esto y el Profe me dijo: «El estudio es una gran escuela, no conozco a nadie que haya pasado por ahí en un puesto importante que luego no le fuera bien en su vida profesional» (la expresión fue un poco más áspera, pero imagino que el Profe no se molestará con la versión edulcorada). Es más, cuenta la leyenda que un día el doctor Broda señaló en una charla: «Yo podría otorgarles un título a los que pasan por mi estudio». En rigor, yo nunca escuché tal cosa, pero créanme que, si el doctor Broda llegara a decir eso, yo daría fe de que tiene razón.

Confieso que este es un momento muy emotivo del libro y hasta siento que no estoy expresando toda mi gratitud hacia el estudio y los meses que allí estuve. Pero por eso no soy escritor y soy solo un economista al que le gusta escribir y divulgar los fundamentos del análisis económico.

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Mi compromiso con Conan

Los perros son los seres más nobles del universo. No fallan nunca. No se equivocan jamás. Cuando me quedé sin laburo, allá por el año 2004, Conan ya estaba conmigo. La situación era compleja: yo estaba en el piso y todo el mundo me pateaba la cabeza. Algunos hasta parecía que sacaban turnos. Los únicos que siempre estuvieron conmigo han sido Conan y mi hermana Karina.

Un domingo, ya durante la gestión de CFK, estaba en la casa de mis padres. Había ido a visitarlos un rato y en lugar de quedarme a ver el programa de Jorge Lanata en casa de ellos, decidí volver a mi departamento del Abasto, así ce- naba con Conan, ya que me había ausentado toda la tarde. Mientras miraba el programa, se corta la luz. Chequeo si era mi departamento pero no, era algo general. En medio de la paranoia en que vivíamos, llegué a pensar que el corte de luz tenía que ver con que le habían bajado el programa a Lanata.

Al rato del corte de luz empecé a no poder respirar, así que salí al palier a ver qué pasaba. Era imposible, había una nube de humo negra tremenda, así que volví al departamento. Respirar se complicaba más y más a cada momento, y recuerdo que Conan fue al balcón y se acostó porque el aire corría mejor. A mí, afuera o adentro me costaba muchísimo. El motivo: había un incendio en el edificio. De pronto los vecinos me llamaban diciéndome «andate del departamento, salí como puedas». Yo les decía que tenía que ver cómo hacía para salir con Conan y me respondían: «Dejalo». Apagué el teléfono y en ese momento decidí que salía con Conan o me moría con él, pero que por nada del mundo lo iba a abandonar.

Confieso que Conan no suele hacerme mucho lío por nada: hace todo bien aun sin que yo le indique las cosas. Es como que sabe todo. Sin embargo, con el tema del paseo, no es simple administrar la alegría de un mastín de casi cien kilos. En ese contexto le dije: «Mirá, Conan, necesito que esta vez me hagas caso, porque en esta nos jugamos la vida». Tremendamente disciplinado, se puso al lado mío y me permitió que le pusiera la correa sin ninguna vuelta. Fue difícil, pero una vez que salimos del departamento todo resultó mucho más simple. Bajamos los diez pisos por escalera casi sin drama. Cuando llegamos, entre vidrios y mampostería rota, un bombero me ayudó a llevarlo a upa para que no tuviera que pisar los vidrios, pero como yo iba a otra altura «chupé» un montón de humo y cuando bajé estaba cianótico. Con lo cual, así como estaba, me agarraron y me metieron en una ambulancia para darme oxígeno, mientras llamaba al veterinario, Miguel Durán (QEPD), un tipo al que, como amigo, he querido enormemente y al que siempre lo recuerdo de la mejor manera.

Cuando vi pasar el auto de Miguel dejé la ambulancia y fui corriendo a llevar a Conan a la veterinaria para chequear que estuviera bien. Recuerdo que me dijo: «Conan está fenómeno, el problema sos vos, que estás azul», con lo cual terminó asistiéndome y dándome oxígeno en la veterinaria porque efectivamente el que estaba mal era yo. Para mí, ese es uno de los días más importantes de mi vida, porque siempre le he dicho a Conan que estaba y estoy dispuesto a dar mi vida por él en todo momento, bajo cualquier circunstancia y ante todo evento. Y ese día cumplí.

El libro de "El camino del libertario" es el 17° que escribe Javier Milei

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El ingreso en los medios y la relación con los periodistas

Aún recuerdo como si fuera hoy, un día domingo que estaba invitado al programa de Mauro Viale, a quien había conocido gracias a Carlos Arbía. Habían corrido el programa una hora para atrás en la grilla y yo, a su vez, llegué una hora antes del horario tradicional. Entré por la puerta de Fitz Roy y solo estaba el personal de seguridad del canal. Cuando señalé que estaba ahí como invitado del programa de Mauro Viale me notificaron de mi error, y cuando estaba por salir, de pronto se acerca la silueta de un hombre flaco y alto que de repente me dice: «¿Qué hacés, Milei?». Era Mauro, otro adicto al trabajo. Ya desde muy temprano laburando. En ese contexto, nos fuimos al living del estudio donde hacía el programa y ahí mismo me enseñó la gran lección para estar en los medios: «Vos sos un pibe que sabe un montón, pero tus explicaciones son muy largas. Tenés que pensar que esto es como un round de boxeo. Tenés tres minutos para contar la idea. ¡Ah! Eso sí, en el primer minuto tenés que meter una piña de KO». (...) Después, Alejandro Fantino me catapultó en los medios cuando me invitó a su programa Animales sueltos, lo cual me abrió la puerta para que me invitaran a Intratables en la época de Santiago del Moro. Todas personas no solo talentosas, sino que han sido muy generosas conmigo: solo tengo para ellos palabras de afecto y agradecimiento. Hacia cada uno de ellos siento una gratitud infinita.

Obviamente, ellos no son las únicas personas por las que siento afecto y respeto en los medios de comunicación. Del lado masculino, a suerte de cronología, están Carlos Maslatón, Daniel Sticco, Pablo Rossi, Carlos Arbía, Carlos «El Chino» Kikuchi, Carlos Mira, Raúl Olivera Rendo, los hermanos Francisco e Ignacio Olivera Doll, Rolando Graña, Eduardo Battaglia, Eduardo Feimann, Jonatan Viale, Luis Novaresio, Eduardo Serenellini, Roberto García, José del Río, Horacio Riggi, Fernando González, Hernán de Goñi, Luis Majul y Ernesto Tenembaum (no hay nota en que no vaya al hueso desde una perspectiva ideológica opuesta a la mía, pero siempre con respeto).

Del lado femenino destaco el gran trabajo profesional de Clara Mariño. La profundidad filosa de Cristina Pérez. La calidez de Soledad Larghi. La bondad de Carolina Losada. Además, quedé deslumbrado por el profesionalismo, capacidad de trabajo y códigos de Mirtha Legrand. Entré en shock al conocer a Moria Casán, una persona con una inteligencia superlativa y una sensibilidad emocional asombrosa (tardó menos de dos minutos en sacarme la ficha). Por último, y no por ello menos importante, conocí a Viviana Canosa, una mujer con unos valores morales de hierro, que es una máquina de trabajar y una persona que de a poco, desde la defensa de las dos vidas y su abrazar las ideas de la libertad, fue ganando un lugar destacado en el debate público.

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