La renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de diputados del oficialismo gatilló la más grave crisis de poder. No fue una salida “principista” para refugiarse en el bajo perfil -y achicar el daño-, sino un desafío desestabilizante, con ácida descalificación del principio de acuerdo con el FMI y, sobre todo, del Presidente y del ministro de Economía por los compromisos que supone ese primer entendimiento.
La reacción de Alberto Fernández completó un círculo alarmante: buscó minimizar la conmoción generada dentro y fuera del oficialismo, pero a la vez buscó congraciarse con el kirchnerismo duro y avaló la marcha de hoy contra la Corte Suprema. Interna descarnada y tensión con otro poder del Estado, mala suma.
La movida de Máximo Kirchner desnudó el agravamiento del conflicto interno. Hasta ayer, el silencio de Cristina Fernández de Kirchner era el síntoma más claro del malestar provocado por el entendimiento preliminar con el Fondo. Algunos, incluso en el circuito oficialista, trataban de interpretarlo -o al menos lo difundían- como una puesta en escena para no agravar la crisis y mantener un perfil diferenciado. En cualquier caso, otro ingrediente de la paradoja que representaba el pronunciamiento de todos los espacios políticos, salvo el Frente de Todos.
El mayor temor, anoche mismo, era si el conflicto podía tener estribaciones en el Gabinete nacional. Los funcionarios más cercanos al Presidente consideraban que las tratativas con el Fondo afirmaban el “proyecto albertista”, pero el capítulo de ayer dio la idea de que el oficialismo no atraviesa una meseta sino que está en máxima tensión. Dicho de otra forma: se trataría de una escalada en curso. Los antecedentes son claros: el sacudón en el Gabinete provocado por CFK después de la derrota en las PASO y el silencio con juego de vacío posterior a la caída en las elecciones de noviembre.
Lo que quedó expuesto, en definitiva, es la gravedad del esquema de poder invertido expresado en la fórmula que consagró a Alberto Fernández como presidente y a CFK como vice. Aquellos episodios fueron expresiones directas de ese conflicto. El interrogante inmediato ahora es si la renuncia de Máximo Kirchner cierra la historia en términos de funcionamiento de la gestión presidencial. La respuesta estará también a cargo de Olivos.
La primera reacción presidencial, en términos de la interna, sonó poco sólida y hasta contradictoria. Anoche mismo, en una entrevista, Alberto Fernández calificó como “matices” las diferencias con CFK y otra vez buscó destacar que la responsabilidad final de gestión es suya, como Presidente. Algo repetido en espejo con el armado de la fórmula oficialista. Pero a la vez, síntoma del estado de cosas, dijo que ella no respalda la decisión de su hijo y que eso se lo transmitió el propio Máximo Kirchner.
La intención de colocar a Máximo Kirchner como un actor en solitario y a la ex presidente en contra de ese gesto -con el agregado repetido de declarar su poder como Presidente- alimentó especulaciones sobre el impacto en el kirchnerismo duro. No pareció un gesto que descomprima la interna. Con todo, el episodio agregó un nuevo elemento, de peso, a las hipótesis del círculo de Olivos sobre la construcción de un “albertismo” autónomo.
El punto es en qué factores se apoyaría el Presidente. Las señales de ayer no daban cuenta de una estrategia para distender el cuadro político general y tender puentes con la oposición. Alberto Fernández avaló la marcha de sectores del kirchnerismo contra la Corte Suprema. Eso, en rigor, es una señal de encierro en la lógica doméstica, que impacta negativamente fuera de ese circuito.
Existen otras estribaciones que podrían apreciarse a partir de hoy. En primer lugar, el agravamiento de la situación del oficialismo podría esterilizar los efectos iniciales del principio de acuerdo con el FMI, como las mejoras en los mercados, cierta baja del precio del dólar y un leve alivio en el riesgo país. Además, abre interrogantes sobre las tratativas que restan para convertir en puntos concretos los entendimientos anunciados por el Gobierno y el directorio del Fondo.
Habrá que ver ahora cómo se reacomoda el oficialismo en Diputados y qué expresa CFK. Anoche, circulaban nombres variados para reacomodar el bloque en la Cámara baja, con fuerte papel del propio Sergio Massa. Quedaban de mínima abollados los planes para acordar reparto de comisiones y ritmo de sesiones extraordinarias con la oposición. Y más aún, asomaban las dudas sobre el papel del oficialismo a la hora de votar el prometido memorándum de entendimiento con el FMI.
Lo más llamativo era seguramente el juego de conjeturas realimentadas en el oficialismo. Del lado del Presidente, la idea del “nestorismo”, es decir, la reivindicación de Néstor Kirchner como antecedente y guía, en contraposición implícita con CFK. Y en la vereda del kirchnerismo duro, la intención de mostrarse como alternativa dentro del oficialismo y, quizás, como oposición real pero sin romper formalmente.
Un cuadro insólito frente a la magnitud de la crisis económica y social, con agregados políticos y también institucionales. Nada hace suponer que la jugada de Máximo Kirchner se agote en el tablero de la interna. Se verá en las próximas horas.
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