“En el 2023 el kirchnerismo cumplirá 20 años como fuerza política. Todos los procesos políticos tienen un desgaste después de tanto tiempo. Hay que renovar métodos, contenidos y caras”. Palabras más, palabras menos, ese fue el mensaje que Alberto Fernández le transmitió a los integrantes del Grupo Callao, espacio que formó en el 2017, el último miércoles.
Esa noche el Presidente asistió a una comida de fin de año organizada en el restaurante Santa Evita, ubicado en el barrio porteño de Palermo. Allí lo esperaban los dirigentes que son parte de la línea fundadora del espacio como Santiago Cafiero, Cecilia Todesca, Matías Kulfas, Miguel Cuberos, Victoria Tolosa Paz, Guillermo Justo Chaves y Federico Martelli, y otros que se agregaron a partir de esta semana, como la ex ministra de Seguridad Sabina Frederic y el asesor presidencial Alejandro Grimson.
También estaban otros funcionarios como la asesora presidencial Cecilia Gómez; Victoria Banegas, que se encarga de las campañas de comunicación del Gobierno; el secretario de Industria, Ariel Schale; el subsecretario de Productividad y Desarrollo Regional Pyme, Pablo Bercovich; el secretario de Política Tributaria, Roberto Arias; la Jefa de Gabinete de asesores de Cancillería, Luciana Titto; el intelectual Nicolás Tereshuck; el economista Fernando Peirano; el sociólogo Nahuel Sosa; y el antropólogo Alexandre Roig.
Algunos meses después de terminar su etapa como jefe de campaña de Florencio Randazzo, durante las elecciones legislativas del 2017, Fernández le dio vida al Grupo Callao con la intención de que sea un semillero de dirigentes nuevos que se inyecten en la primera línea de la política nacional y sean parte de una etapa de renovación.
Cuando llegó a la Casa Rosada muchos de los integrantes de ese grupo lo acompañaron en la estructura ministerial que forjó, previo acuerdo con Cristina Kirchner. Santiago Cafiero se convirtió en Jefe de Gabinete y en su hombre de extrema confianza. No solo en la gestión diaria, sino también en el rol de interlocutor con el kirchnerismo y La Cámpora. Casi siempre tendiendo puentes a través del ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro.
También se sumaron Matías Kulfas, como ministro de Producción; Cecilia Todesca en la Vicejefatura de Gabinete; Miguel Cuberos en la Subsecretaría de Asuntos Políticos de la Presidencia y Guillermo Justo Chaves, cuñado de Felipe Solá, en la jefatura de Gabinete de la Cancillería. Todos esos dirigentes son parte del riñón albertista. Fueron apadrinados por el Presidente y hoy son parte de su círculo político de confianza.
Ese grupo, que en un principio oscilaba entre los 10 y 12 participantes, se duplicó el último miércoles. Se amplió. A todos ellos Fernández les habló de una etapa de renovación que debe empezar en el 2022. Ellos, en un charla informal y amistosa, empezaron a darle vida a la idea de que el Presidente sea reelecto en el 2023.
En el encuentro “albertista” se habló de la idea de que Alberto sea candidato en dos años pero dentro de una gran PASO, tal como anticipó el propio Presidente hace algunas semanas. La idea de la reelección de Fernández empezó de la mano de sus ministros más cercanos, se frenó después de la crisis post PASO y vuelve a aparecer en escena en el epílogo del año electoral.
Durante la comida el Presidente hizo un paralelismo con la historia de Ítalo Luder y Herminio Iglesias en las elecciones de 1983. Recordó que el peronismo apoyó a esos dos candidatos que terminaron perdiendo - luego de quemar un cajón con las siglas y colores de radicalismo en el cierre de la campaña electoral - y que después vino la renovación peronista de la mano de Antonio Cafiero.
El retroceso en el tiempo le sirvió para hacer una pregunta retórica frente a los presentes. “¿Vamos a tener que tener otra derrota para empezar a renovarnos?”, interrogó. El mensaje fue claro y consistente. El Presidente quiere que el grupo que fundó cuatro años atrás tenga un mayor protagonismo en la política nacional y dentro del Frente de Todos.
En la reunión del miércoles se habló de La Cámpora como “los otros compañeros”. Evitaron los nombres propios. Quienes estaban ahí tienen muy en claro que están en la vereda de enfrenta a donde está parada la agrupación que lidera Máximo Kirchner, pero también que deben convivir. Pese a los permanentes cortocircuitos en el interior de la coalición, ya nadie piensa en romper la alianza. Es un tema cerrado. No hay margen para hacerlo ni aval de Fernández para avanzar.
El Jefe de Estado y los principales referentes de la agrupación dejaron en claro que es importante abrir el debate político dentro del peronismo, que es necesaria una renovación de cuadros políticos en las estructuras del Estado o, al menos, en la superficie de la política doméstica. El Grupo Callao lleva dos años marginado del poder real y ahora quiere tener mayor protagonismo. Fernández quiere que lo tengan.
“Dentro de la coalición había hegemonía de algunos sectores y la idea es que, a partir de ahora, todos puedan tener mayor participación. Hay que abrirse para consolidar lo que tenemos”, aseguró uno de los comensales que estuvo en el Santa Evita. Ese sector que nombra es el kirchnerismo, que hasta aquí ha hecho valer su porcentaje de acciones en la alianza peronista, aunque no siempre sumando para el conjunto.
El protagonismo que busca el Grupo Callao va de la mano de un proyecto que, lentamente, va tomando volumen y que busca crear una estructura política, a la que algunos les gusta llamar “albertismo”, que colabore en mantener la centralidad de Alberto Fernández, en detrimento de la que siempre ha tenido Cristina Kirchner en este nuevo tiempo del peronismo en el poder.
Empoderarlo y propinarle un sostén ideológico y dirigencial en el que se apoye en los próximos dos años. “Un peronismo de centro”, dicen quienes estuvieron en la mesa del miércoles. De eso se trata. Una ruta distinta a la que ha seguido el kirchnerismo, doblando hacia la izquierda con frecuencia.
Ya no quedan dudas de que Fernández promociona la idea de generar una fuerza propia. Sus íntimos dicen que “deja hacer” a los ministros y dirigentes que han decidido jugar a su lado. Ya no obturará ese camino para construir un esquema político a su alrededor, como hizo en la primera parte de la gestión para evitar conflictos con Cristina Kirchner. Necesita salir del aislamiento y la soledad en la que había quedado sepultado.
La búsqueda de exposición del Grupo Callao es un eslabón más en un proceso que comenzó en la noche del 14 de noviembre, día en que el Gobierno perdió las elecciones generales, cuando el Jefe de Estado, en el búnker de campaña ubicado en Chacarita, decidió convocar a una marcha masiva - que ya había empezado a organizar la CGT - para el 17 del mismo mes con el fin de respaldar su gestión. Lo hizo ante los ojos de la Argentina pese al pedido de Máximo Kirchner de no hacerlo, discutirlo y definirlo con más tiempo.
No fue extraño que La Cámpora respondiera en la tarde de ese 17 noviembre llegando tarde al acto y manteniéndose lejos de la escena principal. Ese día Fernández dio un gesto de autoridad y centralidad que buena parte del peronismo esperaba, luego de verlo tropezar en los acuerdos con la Vicepresidenta. La agrupación ultra K también brindó su gesto. Pero distinto. De distanciamiento. Adentro de la coalición, pero al costado de la idea de darle centralidad al primer mandatario.
En la marcha de aquella tarde en Plaza de Mayo tuvo un inicio bien concreto la idea de construir un círculo de contención para el Presidente. Una línea dentro de la coalición que rescate a Fernández de la soledad en la que había quedado luego de dos años de gestión, un vínculo insalubre con su compañera de fórmula, el escándalo por la fiesta de Fabiola Yáñez en Olivos y la derrota electoral.
Ese proceso siguió con un puñado de ministros que responden al Presidente tejiendo alianzas subterráneas con intendentes, gobernadores y legisladores. Y tuvo otro capítulo importante con la conformación de una mesa política que todos los lunes se junta a almorzar en la Casa Rosada.
La mesa la encabeza Alberto Fernández y está integrada por el Jefe de Gabinete, Juan Manzur; el canciller, Santiago Cafiero; y los ministros de Obras Públicas, Gabriel Katopodis; de Desarrollo Social, Juan Zabaleta; y de Desarrollo Social y Hábitat, Jorge Ferraresi.
En esas reuniones se proyectan y discuten los temas claves de la semana de trabajo del Presidente. Se habla de gestión y se le da lugar a la rosca política. Se analiza el avance de las negociaciones con el Fondo, los idas y vueltas con los gobernadores y el kirchnerismo, y la construcción del nuevo vínculo con la CGT, por destacar algunos temas de los últimos encuentros. Se lo apuntala al Jefe de Estado en este nuevo camino que decidió seguir, pidiendo menos explicaciones y tratando de reducir los interlocutores.
Fernández tiene tres círculos de confianza y contención bien definidos. El más próximo dentro del Gobierno lo integran el Secretario de la Presidencia, Julio Vitobello; el Secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz y la Secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra. Un segundo anillo está conformado por los ministros que integran la mesa política. Y un tercero por el renovado Grupo Callao.
No importa el orden, sino la cantidad. Todos tienen un objetivo claro: empoderar la figura de Fernández, darle vida a un esquema que lo tenga en el centro y, a través de esa construcción, balancear el poder dentro del Frente de Todos. En definitiva, es contrarrestar el avance de La Cámpora y el kirchnerismo sobre las decisiones de la gestión.
Ese es el camino que buscan seguir en los próximos dos años. Si tenían alguna duda, se les fue cuando escucharon a Máximo Kirchner implosionar una vía de acuerdo con la oposición para tratar de que la ley de Presupuesto no naufrague.
Lo que sucedió el día después en San Vicente, con el respaldo de Alberto Fernández al líder camporista que asumió en el PJ Bonaerense, es otra parte de la historia. Una foto, una jugada para no agrietar la coalición y tensar el clima otra vez. Siempre hay dos partes de la historia. No todo es confrontación. Tampoco todo es paz y amor.
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